Ya vamos a “celebrar” el primer aniversario de la matanza de Tamaulipas (México) Con mucha suerte, un ecuatoriano migrante logró salir con vida de semejante holocausto (72 asesinados, sin más) pero, que se sepa, a más de que se les atribuye a los Zetas (una de las bandas al servicio del narcotráfico) el múltiple asesinato, no hay un solo detenido. Ni las matanzas (que vienen desde hace rato) se han detenido, a pesar de las rabiosas declaraciones del Presidente de México, señor Felipe Calderón, reclamándole al vecino del norte (EE.UU.) por la venta de armas y por el tráfico de drogas.
Recuerdo a Renato Leduc, un viejo y aguerrido periodista mexicano, ya fallecido. Él decía, cuando Roosevelt lanzó la propuesta de la política del buen vecino: “Buena es la cosa; nosotros somos los buenos y ellos los vecinos”. Esto a propósito de que los asesinatos a mansalva solo se producen del lado mexicano. En apariencia, en el lado norteamericano no pasa absolutamente nada: nadie consume un gramo de la droga maldita y tampoco hay mafias que trafican con drogas. Pero todo el mundo sabe que la tierra del Tío Sam es una de las plazas (las demás están en Europa, Japón) que más da en materia de “regalías narcóticas” (miles de millones de dólares al año, nadie sabe cuántos) Y por eso y mucho más, es que los traficantes y sus bandas armadas, se matan y matan al por mayor.
Como somos países del tercer mundo, esto del sicariato ya está entre nosotros. Yo presumo –sin ninguna base estadística- que la mayor parte de los asesinatos que se han cometido en el país (en especial, en Manabí, en Guayas, en Pichincha, etc.) tienen que ver con el negocio del tráfico de drogas. El Ecuador ha sido declarado por lo narcotraficantes, puerto de embarque al mundo entero; aun cuando los estudiosos de siempre indican que, como una particularidad nuestra, el sicariato “es usado” también para cobrar deudas incobrables y para cobrarse ofensas también impagables o por infidelidades. Es tan barato, que dicen que un sicario, hoy en día, asesina (y él no sabe nunca ni a quién ni por qué) por 100 dólares más gastos. Y dicen además que tan sabias enseñanzas las debemos a los colombianos, que entran y salen del país como Pedro por su casa.
Puede sonar, lo que voy a decir, a xenófono; pero, desde siempre, los colombianos han sido “maestros” para nosotros, los ecuatorianos. Y no voy a caer en la candidez de decir que no hemos conocido (o no hemos practicado) toda clase de atrocidades y atropellos; pero, la delincuencia colombiana siempre ha estado “un paso delante de nosotros” Por decir algo, pongo por ejemplo, que, mientras en nuestros lares recién (siglo 21) se está imponiendo el sicariato, en Colombia, la cosa como que se ha estabilizado. No voy tampoco a decir la otra candidez: que se ha suprimido.
Entre la mucha y muy variada literatura que el sicariato ha inspirado, en el hermano país del norte (Colombia) yo recomendaría dos libros: el que escribió la hermosa cara bonita de la televisión colombiana, Virginia Vallejo, y que lo título (ella) “Amando a Pablo; Odiando a Escobar” o “Los Pepes” de Natalia Morales y Santiago La Rotta. Lo primero que hay que recalcar es que los tres son periodistas colombianos de pura sepa; y que lo que escribieron lo hicieron con conocimiento de causa, aunque doña Virginia les gana porque ella fue la amante “preferida” del capo de capos; y los otros dos, testimonios y referencias, por aquí y por allá.
Voy a repetir lo que dice Grijalbo, en la contraportada del libro de Virginia: “En julio de 2006 un avión de la DEA sacó a Virginia Vallejo de Colombia. Su vida estaba en peligro por haberse convertido en el testigo clave de los dos procesos criminales más importantes de la segunda mitad del siglo XX en su país: el asesinato de un candidato presidencial y el holocausto del Palacio de Justicia”
No hace falta indicar que doña Virginia permanece hasta hoy (septiembre del 2011) en paradero desconocido (se supone que en Estados Unidos) y que los dos crímenes a los que se refiere Grijalbo fueron, en su época (años 90 del siglo pasado) de los más difundidos por la gran prensa sipiana, tanto de Colombia como del resto del continente.
En la contraportada del libro sobre Los Pepes (de Planeta) leemos, en cambio: “Cuando Pablo Escobar fue dado de baja el 2 de diciembre de 1993, el país entero celebró su muerte. En algún lugar de Medellín, un grupo de hombres sin insignias ni uniformes también brindó por el objetivo que había ayudado a conseguir. Eran Los Pepes: Perseguidos por Pablo Escobar, el temido ejército que dinamitaba todo lo que oliera al capo y regaba las calles con los cuerpos de los integrantes del cartel de Medellín.
No está demás recalcar que estos dos libros recogen hechos verdaderos y atroces (según sus autores) Pero es importante agregar que el y la escritora de Los Pepes, agregan un dato que muy poco trasciende en estos tiempos. Dicen y aseguran: “Con el pasar de los años, los Pepes se reencaucharon: quienes un día fueron los cazadores de Escobar, se reinventaron como narcotraficantes y paramilitares, y así una guerra engendró la otra. Detrás de todo estaba el blanco fulgor de la cocaína”
Por eso, yo también sostengo que en este Ecuador siglo 21, el “modernísimo” oficio de sicario se lo debemos a nuestros vecinos colombianos, aunque eso suene a xenofobia. Y estoy absolutamente seguro también que el oficio ya habrá sido aprendido por ecuatorianos o peruanos o migrantes que han escogido a Ecuador para sus faenas, ya que nosotros, a fin de no envidiar a nadie, menos al gran imperio, tenemos, desde el año 2000, el dólar americano como moneda de uso corriente. Tampoco hay que olvidar a Leduc: si nosotros somos los buenos, los vecinos son ellos (Colombia) Y, de seguro, en busca de los billetes verdes estarán viniendo malos (sicarios y ladrones), buenos, oportunistas y perseguidos
Me intriga que de la vecina Colombia no nos sigan llegando noticias de este calibre, en los últimos tiempos: ¿se compusieron todos? ¿bastó que un presidente los haya “santificado” para que dejen de matar y de matarse? Porque, de acuerdo a los autores de Los Pepes, hay una larga y brutal fauna: el Alemán, Don Berna, Los Castaño, Macaco, Don Mario. Y todos ellos alimentaron las que se camuflaban en las siglas tétricas de AUC (Autodefensas de Colombia) que despojaron a cientos de miles de campesinos colombianos de sus magras tierras. Y para ellos, el gran cacao que fue (Álvaro Uribe Vélez) les dejó la ley de justicia y paz. Desde luego, don Álvaro se fue después de hacerse reelegir inconstitucionalmente y sin rendirle cuentas a nadie de los “falsos positivos” y las fosas comunes. Más bien, hubo que esperar el noveno mes del 2011 para que una corte de justicia colombiana mande 25 años a quien fue en su tiempo el Director del DAS (servicio de inteligencia colombiano) Y hay que rendirle honores a esos jueces colombianos. Aquí, en el Ecuador, quisiéramos 10 de ellos. De seguro, don Emilio Palacio tendría grata compañía en Miami.
Hay una tesis que me parece muy simplista: dicen que, como en Colombia se les ha agotado la chamba a los sicarios (por lo menos, en la dimensión de otras épocas) se están viniendo a Ecuador, aunque es conocido también que nosotros, los ecuatorianos, pagamos “poco y mal” Pero, ¿cómo combatirlos? Eh aquí la gran pregunta. Pregunta para la cual no hay respuestas ni aquí ni en ninguna parte ya que el sicariato actúa en la más absoluta clandestinidad (nadie los conoce; y si se descubren, pues eliminan al indiscreto) por lo general están “contratados” por altos cargos y es muy difícil (casi imposible) que se los descubra. En fin, hay tantos porqués que necesitaríamos de cuadernos y cuadernos para detallarlos. Y ni así.
¿Entonces, dejarles que hagan su trabajo sin combatirlos? Pienso que hay varias maneras de desenmascararlos, de combatirlos: mediante una policía especializada y, sobre todo mediatizada, mediante una justicia incorruptible, que no perdone; mediante una acción popular y barrial silenciosa y protegida; y, mediante un intercambio internacional de información y fichas. Pero, salta la duda: ¿estarán los vecinos dispuestos a dar esa información fidedigna? Si les pedimos, por ejemplo, que nos den textos “dejados” por Raúl Reyes, en Angostura (Ecuador, marzo 1/2008) es muy posible que nos manden toneladas ya que esas milagrosas laptos siguen pariendo confidencias a la carta. Pero, como se dice, no hay peor gestión que la que no se hace.
Hay una manera de combatir el narcotráfico en el mundo entero pero que los países del mundo entero (salvados unos poquitos) se niegan a adoptarlo como ley: la llamada oficialización de la droga y las substancias spicodélicas. Ponen (los expertos) como ejemplo lo que pasaba en Estados Unidos, mientras existió la prohibición de venta y consumo de licores. Aparecieron entonces las mafias que comenzaron a sacarle provecho a ese mercado; pero, cundo se prohibió la prohibición, pues entonces esas mafias como que buscaron “diversificarse” y el resultado fue el comercio de drogas, que hasta hoy.
Como lo dijo el llamado padre del libre mercado (que los drogadictos sigan drogándose, tienen derecho y para son libres) pero a precios oficiales, en las boticas y droguerías. Pero que se les quite a los narcos el meollo de la actividad. De paso, los mercados locales, el sector privado (que domina el comercio local) y los propios estados se beneficiarían. Los estados porque se les quitaría (en buena medida) un peso de encima (combatir el narcotráfico, a qué costos, si desde sus máximos beneficiarios se sigue auspiciándolo y promoviéndolo) los jefes policiales y militares tendrían menos motivos para corromperse, los gobiernos podrían ser menos sospechosos; y así por el estilo.
Si esto es así, ¿por qué los países del naciente Alba, de la UNASUR, no oficializan el comercio de la droga y les quitan a los narcotraficantes el caramelo de la boca?
Fuente: Argenpress
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