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T r i b u n a c h i l e n a

Soberania Alimentaria

Las pastillas que NO nos alimentarán

Revista Pueblos. Carles Soler y Gustavo Duch. Diciembre 2100 (*)

Una comida de colores

Contarlo era como relatar una película de ciencia ficción a un público infantil. -Llegará un día –decíamos abriendo bien los ojos- que los coches volarán por los cielos, y no habrán problemas de aparcamiento. Todas las casas, con forma de cohete tendrán su propio robot doméstico, que lavará, aspirará y planchará siempre atento a nuestros deseos. Y comeremos pastillas de colores con una satisfacción nutritiva perfectamente calculada. Las pastillas verdes será la dosis justa de verduras –y las niñas y niños oyentes ponían cara de asco-; las rojas serán los bistecs; las blancas los lácteos; y las azules serán salmones o sardinas, qué más da.

Pero parece que por esta vez, acertaremos en nuestras predicciones, al menos en el capítulo alimentario donde ya casi que casi podemos enumerar a una única empresa global mandataria de uno de los colores del cuento y hacedora de las pastillas en cuestión.

Pastillas y sus amos

Fíjense, en el caso del grano: trigo, maíz, avena, soja, etc. – las pastillas amarillas- hay fuentes que hablan de tres multinacionales que controlan el 90% de su comercialización mundial, otras hablan de cuatro multinacionales con el control del 70%. Pero no hay dudas en asegurar quien es de estos mamuts el más poderoso: Cargill,  que con una facturación superior a 107.000 millones de dólares[1] (y unos beneficios  de 2.690 millones, suficientes para garantizar la educación de todas las niñas y niños del mundo) alcanza casi la mitad del negocio de alimentar al mundo. Si una sóla empresa tiene este control: compra, almacena (acapara) y vende grano por todo el mundo, cuando veamos los vaivenes en los precios de los alimentos, sabremos a quién señalar  y entenderemos el porqué de las crisis alimentarias que dejan a millones de personas sin capacidad para comprar alimentos. Porque Cargill, además de amos del pastel, aprendieron hace ya unos años que había otra forma de ganar dinero con la comida, sin construir ni un solo silo, ni comprar barcazas o molinos. Dos divisiones de Cargill se dedican al afanoso negocio de especular con las pastillas amarillas antes de que lleguen a nuestras bocas. Se contratan  cosechas que ni tan siquiera se sembrarán y –hagan juego señores y señoras-  empieza la especulación con el hambre de los demás. Por cierto, gracias a la avidez de Goldmann Sachs, que también aquí menea su cola de tiburón, desaparecieron en los años 90 las prohibiciones, y así la especulación alimentaria ganó en ‘participación democrática’. Desde entonces, fondos de inversión y fondos de pensiones (como el suyo o el mío) también participan de este negocio. Y la burbuja es cada vez más grande, y sus ventosidades más peligrosas.

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Y si de ventosidades hablemos quizás las más apestosas nos lleguen de las pastillas rojas, de carne, donde casi todo está bajo el control de una megagranja,  Smithfield (Campofrio en España), de capital estadounidense pero presente en medio mundo; y en el otro también. Hamburguesas preelaboradas, salchichas precocinadas y beneficios preestablecidos. Aunque su especialización y receta más reconocida ha sido el ‘cerdo deslocalizado’. Sus granjas de cientos de miles de cerdos confinados son complicadas de manejar sanitaria y ecológicamente, y más sencillo resulta llevarlas a países terceros donde las condiciones exigidas suelen pasar desapercibidas, como en México, donde se inició el brote de la gripe porcina que derivó en Gripe A, contra las que las ilusionistas corporaciones farmacéuticas nos vendieron, por cierto, pastillas de color farsante.

El pastel de las pastillas azules ya casi  está del todo repartido. En España, gracias a muchas aportaciones públicas  tenemos uno de los gigantes, el capitán Pescanova, con pocos reparos para hacerse con la pesca de ajenos y de nuestros descendientes. Un planeta con el mar vacio; y los mares rellenos de jaulas con la pesca engordada, troceada y lista para la exportación –del Sur al Norte- es el bocadito con el que sueña esta empresa. Merluzas de Namibia, panga criado en Mozambique, salmones en Chile son finalmente miles de expescadores, con la soberanía alimentaria saqueada, en cayucos buscando otro lugar donde sobrevivir.

Y hablemos también de las pastillas blancas y de quién controla el volante en el monopolio de los productos lácteos. Como dice la canción, «se repite la historia, sólo cambia el actor».Lactalis  actualmente es el líder europeo en el sector lácteo y tiene gran afán en acaparar  todo lo relacionado con el sector. Sin saberlo es casi seguro  que estemos consumiendo sus productos (la lista es muy larga: President, Flor de Esgueva, El Ventero, PULEVA, Chufi, Nesquik, La Lechera o Helados Nestlé). Y lo grave de esto es que no tan sólo nos está limitando nuestra libertad de consumir otro tipo de productos lácteos sino que, además, es quien peor paga y trata a los ganaderos y ganaderas cosa que, como se sabe, conlleva a la desaparición de las y los más pequeños y con granjas más sostenibles. Sólo resisten los holding lecheros donde la leche no se considera un alimento sino un bien para negociar, especular e invertir el capital.

Y siguiendo con el cuento [que no es mentira pues es verdad] aparecen nuevos personajes que, también, son grandes depredadores: los que proveen de recursos para producir las pastillitas  de una manera determinada y dirigida, y los que tienen el poder de distribuirlas en el mercado.

El gran proveedor de productos para la agricultura es Monsanto. Una multinacional norteamericana que se dedica sin escrúpulos a forrarse principalmente con  la producción de herbicidas y de semillas genéticamente modificadas. Tan sólo en el año 2010 obtuvo unos beneficios de 1.109 millones de dólares (795 millones de euros)[2]. Sabemos de su saciedad sin límites para tener la propiedad de las semillas, para usar todo su poder económico y político para inundar y contaminar los campos con sus semillas transgénicas. Sabemos de sus productos altamente tóxicos que están provocando auténticos desastres medioambientales y humanos (su agente naranja usado en la guerra de Vietnam como arma de destrucción masiva o su producto herbicida estrella Roundup, son un ejemplo). Pero no imaginamos su sed de poder, que disfrazan de buena voluntad con el mensaje de empresa comprometida en erradicar el hambre en el mundo.

Recientemente  y para que no se le escape el control de ninguna pastilla verde  ha comprado la empresa SEMINIS (líder mundial en el desarrollo, producción y comercialización de semillas de hortalizas  híbridas en el mundo). Incluso se atreve a vestirse de defensor de la biodiversidad financiando (junto con Fundaciones como la Rockefeller, Bill Gates o Syngenta) la construcción, en el Ártico Noruego, de una bóveda con muestras de semillas para proteger las cosechas de una posible extinción causada por contaminación, los desastres naturales o el cambio climático. ¿Será otra estrategia de estas oscuras empresas para hacerse con todo el poder de las semillas tradicionales? Será que sí.

Este tridente Monsanto-Fundación Rockefeller-Fundación Melinda-Bill Gates,mira por donde, es el  mismo que están promoviendo y financiando una nueva revolución verde en África (AGRA) donde machacones repiten que para erradicar el hambre es necesario producir más alimentos. Pero eso sí, para que esta gente tan filantrópica financie estos programas se deben de usar las semillas y pesticidas de Monsanto. Pura hipocresía para hacer negocio a costa de la miseria de los otros.

Y decíamos, ¿cómo nos llegan estas pastillas de colores a casa? De eso se encargan las grandes superficies como Carrefour, Alcampo, Eroski o  Mercadona que, en los últimos años, se ha convertido en la empresa líder en supermercados en España y una de las más valoradas porque, según anuncian, compra directamente en origen. Para ello disponen de una red de Interproveedores (que también fabrican sus marcas blancas). Para cumplir con las condiciones impuestas por Mercadona, estos Interproveedores, muchas veces deben hacer frente a grandes inversiones que se cubren con sociedades de capital de riesgo, creadas por la familia Roig –propietario de Mercadona- como Angels Capital y Atitlán Alpha. Los volúmenes y costos que exige Mercadona obligan a modelos de producción insostenible. Como el caso de la conservera Jealsa (Rianxeira) que le abastece de más de 33 millones de latas de sardinas[3] procedentes del Sahara Occidental ocupado, para  colmar las estanterías con su marca blanca Hacendado.

Es  el momento de exigir a Mercadona que no se lucre a partir de los recursos pesqueros que Marruecos está robando al pueblo saharaui. Vender robado es robar, es decir, otra manera de vulnerar la soberanía alimentaria de un pueblo: esquilmar sus recursos sin dejar beneficio alguno. Recientemente hemos visto publicado el cuestionamiento grave que informes solicitados por el Parlamento Europeo hacen del  Acuerdo Pesquero de la UE con Marruecos (por ello las flotas pesqueras españolas pueden operar en territorios  ocupados por el reino halauita). En ellos se advierte que de toda esta negociación comercial no  hay ninguna garantía de beneficios para  pueblo saharaui.

Vender robado es robar, es decir, otra manera de vulnerar la soberanía alimentaria de un pueblo: esquilmar sus recursos sin dejar beneficio alguno.

¿Y si las pastillas alimenticias no se consumen en casa? Una gran parte de las empresas que monopolizan la producción y distribución de los sectores alimentarios han sido muy ágiles para hacerse con este sector en expansión: el mercado de la alimentación fuera del hogar que moviliza unos 30.000 millones[4] de euros anuales, abarcando a tanto la restauración comercial (restaurantes, take-away, restaurantes en ruta,..) como la restauración colectiva (comida en hospitales, escuelas, servicios públicos, comedores de empresas,…). Sin prejuicios ni manías,  han creado un club de élite, al que han puesto el nombre de Grupo Greco, formado por 19 empresas líderes en el mercado de alimentación: Bel Foodservice, Bonduelle Food Service, Calvo Distribución, Campofrío, Corporación Alimentaria Peñasanta, Findus Food Service, Florette, Gallina Blanca, Kellogg, Kraft, La Masía, Leche Pascual, Maheso, McCain, Nestlé Professional, Nutrexpa, Pescanova, Sara Lee y Unilever Foodsolutions.  ¿O acaso creíamos que el hecho de que sólo exista café Marcilla o Nescafé o zumos Pascual en la mayoría de restaurante de carretera o de hospitales es  casualidad?

Y un campo descolorido.

Si esto nos asusta por lo que significa de control para nuestra alimentación y nuestra salud, para las gentes campesinas significa la desaparición (o en el mejor de los casos la servidumbre extrema a estas corporaciones). El hambre, la pobreza en el campo, la comida insana son  resultados de este patrón neoliberal que en la alimentación es muy sencillo de desvelar. Ya se cantaba en las trincheras durante la guerra civil, y está más vigente que nunca:

«Qué culpa tiene el tomate

que está colgado en la mata,

si luego viene un hijo de puta

y lo mete en una lata

y lo manda pa Caracas»»

Porque también es histórica la lucha por una justicia rural, que hoy se abandera con el paradigma de la Soberanía Alimentaria, aglutinando a millones de campesinas y campesinos que saben de carrerilla como acaba la tonada.

«Cuándo llegará el día

en que la tortilla se vuelva,

donde los pobres coman pan

y los ricos mierda, mierda»


1-Según el Informe Fiscal 2010 de Cargill. http://www.cargill.com/news/releases/2010/NA3032488.jsp

2-Según el Informe Anual 2010 de Monsanto http://www.monsanto.es/noticias-y-recursos/publicaciones-monsanto

3-Según datos del Observatorio de Recursos Naturales del Sáhara Occidental (WSRW). Público 20 febrero 2011 http://www.publico.es/internacional/362234/sin-querer-contribuimos-al-expolio

4-Según Club Greco – www.clubgreco.com

(*) Por Carles Soler y Gustavo Duch . Revista SOBERANÍA ALIMENTARIA, BIODIVERSIDAD Y CULTURAS

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Tratado sobre patologías alimentarias

Tratado sobre patologías alimentarias

10 de octubre de 2011. Por Jerónimo Aguado y Gustavo Duch

La alimentación, cuando existe, debe ser fuente de nutrición y salud: de vida. Pero en la medida que avanza un modelo único, global e industrializado para producir, transformar y consumir alimentos, aparecen una serie de síntomas que alertan de todo lo contrario. Son síntomas patognomónicos, es decir, manifestaciones percibidas por el paciente y que un buen médico sabe reconocer, que aseguran que el sujeto padece un trastorno clásico de la alimentación de nuestros días. A saber:

Sofocones: cuando la temperatura de nuestro cuerpo supera sus valores normales, cuando empezamos a transpirar, jadear y sacar la lengua. Cuando la ropa nos sobra y buscamos las sombras de los árboles, cuando el abanico nos acompaña a todas partes, cuando en toda España en Octubre vamos en manga corta, ¿estamos ante problemas hormonales o sufrimos una epidemia de fiebres tifoideas? no, estos síntomas,

corresponden si duda alguna  a  un calentamiento del Planeta que compromete (y esto sí es una crisis en mayúsculas) la posibilidad de la vida, afectando inicialmente a las poblaciones del Sur. Como viene insistiendo La Vía Campesina a partir de los estudios de la organización GRAIN (recientemente galardonada con el Premio Noble Alternativo 2011) al menos un 50% de las emisiones de gases CO2 con efecto invernadero provienen del sistema alimentario global: cultivamos con petróleo, transportamos y conservamos en base a petróleo, para finalmente comer plásticos con sabor a petróleo.

Taquicardias: cuando estando tranquilamente en tu puesto de trabajo, frente a la televisión o paseando por el campo, irrumpe en tu vida un buen susto, el corazón y sus palpitaciones se disparan. Te llevas la mano al pecho y respiras hondo, podría ser un principio de ataque de ansiedad. ¿Has comido tú en los últimos días pepinos de esos que acaban de salir por las noticias? ¿Has estado tú los últimos días en ese restaurante sospechoso? Las periódicas alarmas alimentarias es lo que tienen, que nos aseguran un sobresalto tras otro. Cuando conoces con más detalle el cómo se ha llegado a una de estas crisis, a la aceleración cardíaca se le suma un brote de irritaciones en todo el cuerpo como consecuencia directa de la indignación que te causa. Y más cuando sabemos que todos estos riesgos alimentarios podrían minimizarse si cambiáramos a un modelo de alimentación local, a pequeña escala y agroecológico.

Debilidad: cuando las digestiones son muy pesadas y te sientes débil para ponerte en marcha, actuar o ser, puedes creer que tu organismo está caduco o enfermo. Pero no, en realidad es que ningún organismo humano está preparado para alimentarse con tantos kilos de carne, y toneladas de azúcar y grasas. Es la dieta ‘moderna’. Dicen que se produce mucha carne porque la población consumidora así lo exige. No es cierto, nos pasan la pelota de la responsabilidad. Se consume mucha carne porque detrás de este consumo hay muchas ganancias a repartir: las corporaciones de piensos y sojas, las corporaciones de la genética animal, las integradoras de engorde, las grandes superficies, etc. La población consumidora se debilita en su obesidad, y el mundo rural se debilita con la desaparición de miles y miles de familias que gestionaban pequeñas fincas agroganaderas.

Flaqueza del cuerpo y del espíritu. Así se encuentras millones de seres humanos a los que les han robado el derecho a la alimentación: han sido expulsados de las tierras, o les dejan las parcelas más inapropiadas; se les impide el acceso al mar donde pueden pescar; se condenan endeudados por la compra de semillas transgénicas y sus pesticidas correspondientes; etc. En barracones sembrados por las periferias de las urbes o en campamentos de refugiados no pueden cultivar su alimentación, son simplemente, receptores de limosnas.

Y un llanto permanente se diagnostica en toda la parroquia que espera la atención del oftalmólogo. Podría tratarse de una conjuntivitis alérgica pero hay poco polen esta primavera. De hecho, y por eso tanta pena, hay pocos árboles en el planeta. La agricultura intensiva se ha encargado de su sacrificio para ganar tierras que serán monocultivos de cereales para los animales o para los automóviles. Y la poca vegetación que se mantiene está contaminada por herbicidas en el suelo y muchos humos en la atmósfera. Por eso lloramos, por la Madre herida.

ÉRASE UNA VEZ, LA DEUDOCRACIA

Por Gustavo Duch
Los días 7 y 8 de octubre, en Madrid, los encuentros “Viviendo en deudocracia: aprendiendo del Sur” tratarán de proporcionar claves para entender y afrontar la deuda y la actual situación de crisis económica que padecemos.
 

La caverna

Todo marchaba como estaba planeado, impecable, sin fisuras. No se podía esperar menos de aquellos magníficos profesionales de la economía moderna, educados en las mejores escuelas de negocios. El experto ponente, con un puntero laser en mano, proyectaba una tras una imágenes que comentaba, insistiendo en cada una de ellas que las evidencias eran clarísimas. –Fíjense decía: «Las pantallas de cine reproducen basura idéntica en todos los idiomas; y la gente disfruta con tanta cultura disponible. En las gasolineras se compra pan, bollería y naranjas, todo a base de petróleo; y la gente dice que es comida, sana y más barata. Los estómagos humanos está colmados de glutamato, ansiolíticos, cafeína y prozac; y la gente dice que se sienten felices, que se saborean felices. El monte son pistas de esquí, la sabana reservas exclusivas para fotógrafos, las playas se privatizaron y la selva es un asilo de fieras enjauladas; y la gente paga contenta por contactar con la naturaleza».

Sentados alrededor de una ovalada mesa de junta directivas, entre risas y sarcasmos envueltos en humo de habano, aquellos hombres y mujeres de negocios seguían atentos las explicaciones. En un coro de unanimidad concluyeron: -Sí, ya tenemos a la gente completamente aborregada y sin capacidad de pensar. Es el momento del estrujón final.

Y así fue que fue que la plutocracia mundial reunida en aquella CAVERNA clandestina accionó la última fase de la mayor barbarie conocida,  el estrangulamiento capitalista: Después de enriquecerse con los bienes naturales y públicos de los países del Sur, del Norte, del Este y del Oeste; después de explotar hasta la muerte a las y los trabajadores del mundo, especialmente las mujeres; después de ganar dinero especulando con todo, incluso con el hambre; después de inventarse burbujas hipotecarias o puntocom; y a punto de agotarse el enriquecimiento a base de canjear capitales financieros ficticios, observaron ingeniosos que la última fórmula para incrementar sus beneficios era acumular el dinero futuro, el que estaba por imprimir, robando lo que pertenecería  a nietos y nietas: LA DEUDA.

Babeaban disfrutando con su jugada maestra. Porque la carambola era perfecta. Los países, naciones, pueblos o estados – ya sin gobiernos soberanos- aceptaban a pie juntillas cualquier instrucción que ellos emitieran. No habría ningún problema con las nuevas disposiciones

-Los bancos, ¡oh qué problema! están en bancarrota y eso es malísimo para la economía. Así que hay que inyectar todos los dineros públicos posibles para salvar sus resultados. Y sin dinero en sus arcas, les prestamos el nuestro que nos devolverán en eternos plazos a intereses de objeto de lujo.

La memoria

Y pasaba que pasaba todo así, como estaba mandado. O no. Se olvidaron de un detalle porque era invisible, no programable, ni robotizable: LA MEMORIA, un rincón en el cuerpo humano que está a salvo de la ciencia y sus experimentos.

Un almacén de frases sentidas; del viejo olor a sábanas de hilo; de la tabla de multiplicar y estribillos de Bob Dylan; de un paisaje recorrido de la mano de madre; y de los tropezones en el amor. Una alacena colectiva que mantiene en fresco -para que se conserve perfectamente-  el recuerdo de aquellas luchas contracorriente de unos pocos seres humanos para conseguir la erradicación de la esclavitud. Para recuperar el principal derecho humano, la libertad. Un disco duro en red y sin contraseñas que guarda bien clasificadas todas las revoluciones de los desheredados del mundo por el reconocimiento del derecho de los pueblos a comer y vivir de su sus tierras, aguas y semillas. Una pinacoteca con los retratos en óleo de todas aquellas personas que hicieron posible el derecho al trabajo, a la autodeterminación de los pueblos, a la enseñanza y a la salud gratuita, a la vivienda, y por qué no, también los derechos de la PachaMama.

El Encuentro

Letrados de escuelas que quieren finiquitar, rodeados de niñas y niños con ansías y derecho por saber, hartas de acalorarse en barracones provisionales; inválidos por operaciones quirúrgicas aplazadas, en sillas de ruedas oxidadas que empujan enfermeros expedientados; compositores sin escenario para actuar, pregoneros sin fiestas que inaugurar y enamorados marchitos que no podrán bailar; ganaderas sin veterinarios públicos que les ayuden en las cesáreas; investigadores para un mundo mejor en paro; recolectores de otros países amontonados en viviendas que son muriendas; proscritos y sin papeles y sin derechos; jubilados reviejos sin pensión pública con la que salir a tomar el Sol; novatos en oficios de los que siempre serán aprendices; mutilados de guerras que otros hicieron -el único negocio que no dejarán quebrar- y enfurruñados llegados de países del Sur con gran experiencia deudora preguntándose incrédulos ¿quién debe a quién?,… todas y todos técnicos cualificados en el uso de la memoria, se reunirán los próximos 7 y 8 de octubre en Madrid.

A cara descubierta, sin caretas ni antifaces y con las manos bien apretadas. Con certeza inconfundible de lo que es y no es justo. Con la fuerza y el entusiasmo de las alegrías e indignaciones compartidas. Con la curiosidad y creatividad innatas, para declarar que: «Para devolver vida al mundo habrá que podar y desyerbar los palacios, las sedes bancarias y otros antros que ocultan el escondite secreto de la Caverna. Habrá que abonar la tierra con propuestas nuevas, sin olvidar simientes que siempre funcionaron para reverdecer el panorama. Habrá que regar y plantar cara. Porque lo que se planta y se cuida siempre da frutos».

(*) Gustavo Duch Guillot

El incalculable valor de la tierra

El incalculable valor de la tierra

Octubre 2011. Boletín ECOS. Javier Sánchez, Patricia Dopazo y Gustavo Duch

 «Aún llegaba el olor de incienso desde la alcoba donde el cuerpo de  nuestro padre Aufrasio fue despedido por toda la familia, cuando madre nos llamó. Hacía más de 25 años que no estábamos los ocho hermanos juntos –no queríamos fosilizarnos como aquel pueblo decadente al norte seco y ventoso de Zaragoza. Madre fue contundente:  “Quiero que lo tengáis bien claro, cuando yo falte, igual que dejó dicho vuestro padre, la tierra agrícola que tenemos no se deberá vender. Nos ha dado de comer muchos siglos, os ha criado a todos vosotros y por eso la quiero como a uno más”. Y eso nos dijo ella que, siempre atareada en casa con la comida, la ropa y nuestro cuidado, nunca la vi pisando nuestros campos. Ni creo que sepa dónde están. Y tuvo razón la vieja, hoy sigue dando sustento a Pedro y su familia que decidieron volver al pueblo».

«Tomó las últimas semillas que guardaba de la cosecha pasada y con paciencia las fue moliendo frente a su cabaña, cerca de Werder en los lindes entre Etiopía y Somalia. Al acabar, Negisiti, que ha enterrado a dos hijos y tres nietos por el virus del sida, empezó a cocinar su harina. Bajo sus faldas correteaban tres niñas atraídas por el aroma y el hambre de semanas cuando sorprendentemente Negisiti recogió el alimento y lo mezcló con sus manos entre la tierra unos metros más allá. “Hijas, pidamos a nuestra tierra para que interceda por nosotros y que los creadores hagan llover pronto”».

«Publia fue como siempre la primera en despertarse. Apenas había dormido esta vez, cavilante. Encendió el fogón para dar a su esposo Flore y sus seis niñas y un niño una taza de café antes de marchar. Café del que recogían en su finca, café robusta, secado al sol del verano. Tenían esa noche un largo camino por delante: el trecho a pie que les separaba del río a través del monte, llegar al pueblo en bote y allí esperar al bus que llegaba de recoger campesinos y campesinas de comunidades todavía más remotas. Publia fue despertando a su familia: las niñas mayores la ayudaban. Guardarían las mejores ropas, esas que reservaban para ocasiones muy especiales, para cuando llegaran al bus y no pudieran estropearse, lo mismo los zapatos, que nunca usaban. Marchaban a la ciudad a defender sus tierras, las que iban a ser inundadas si se aprobaba el proyecto de ampliación del canal de Panamá. Cuando lo cruzaron durante el viaje, a la tenue luz del amanecer, las hijas mayores de Publia se pegaron a la ventana: nunca antes lo habían visto. Publia opinó “El río Indio es mucho más bonito”».

En nuestras reuniones de La Vía Campesina[1] se comparten muchas vivencias como estas –de todos los continentes–  y con la tierra cultivable como protagonista, porque para nosotras y nosotros campesinos, ella no es sólo nuestro modo de vida, es, como nos trasmitieron nuestras madres y padres, el principio de todo.

El robo renovado

Pero como antaño, cuando los colonizadores usurparon con caballos, lanzas o fronteras de tiralíneas los suelos americanos o africanos, ahora el robo de la tierra –nos advierten muchos compañeros y compañeras– está tan presente como entonces, pero con talonarios en los bolsillos y guardaespaldas privados. Porque desde el inicio de la crisis financiera –huérfanos de burbujas que inflar– la búsqueda de rendimientos económicos del capital ha puesto sus ojos de diablo en las mejores tierras campesinas.

Se tomaron bien en serio las ironías de Mark Twain «compren tierra, pues no se fabrica más». Muchos países que de tanto industrializarse perdieron su soberanía alimentaria, así como muchos fondos de inversiones (incluso fondos de pensiones) y corporaciones agroalimentarias están como locos por hacerse [no siempre legal, y siempre injustamente] con millones de hectáreas fértiles que saben son un valor seguro del mercado. Hay las que hay, no se pueden fabricar –aunque sí echar a perder– en un planeta que durante los próximos años aún mantendrá su crecimiento demográfico.

Durante el Foro por la Soberanía Alimentaria Europea celebrado en Krems, Austria, este pasado mes de agosto [de 2011], la cuestión del acceso a la tierra ha estado muy presente. Allí las y los compañeros de Europa del Este, sobre todo, nos relataban con mucha preocupación cómo sus tierras están en las agendas de muchos inversionistas. Y si con la tierra se especula, como es el caso, el precio de ella sube y sube, alcanzado un valor de mercado mucho más alto que su valor de uso, haciendo imposible las nuevas incorporaciones de jóvenes al campo: el precio está disparado y no hay ninguna política de apoyo a su instalación. El acaparamiento de tierras es un robo del presente que además impide un futuro rural y campesino.

El volumen del botín

Ya se ha sustraído al campesinado una extensión similar a las tierras agrícolas del Reino Unido –45 millones de hectáreas– bajo el sistema de acaparamiento de tierras que, según mienten sus defensores, «o bien se compran tierras inutilizadas o bien las nuevas inversiones generarán riqueza al país». Mienten, porque las tierras compradas son tierras con usos agrícolas comunales o particulares, son pastos para los pueblos nómadas, o son bosques que antes de que sean podados de raíz, han sido fuentes de vida por la recogida de leña, plantas medicinales, frutos o caza para los pueblos cercanos, motivo de canciones y fiestas. O, por qué no, son importantes espacios de vida “simplemente” para las otras especies animales y vegetales con raíces, patas o alas que, con su derecho a compartir el planeta con nosotros y nosotras, garantizan la vida de todo el conjunto con su compleja y divertida interrelación.

La resistencia 

Porque sabemos que es mentira, porque sabemos del valor de la tierra –monetario y verde para los inversores, afectivo y multicolor para el campesinado–, porque no es cierto que con estas inversiones todos ganemos, desde La Vía Campesina nos oponemos con rotundidad y ofreceremos toda nuestra resistencia al acaparamiento de tierras fértiles a manos del capital.

Para más de 200 millones de campesinos y campesinas y muchos movimientos sociales está claramente asumido que sólo la soberanía alimentaria garantiza una vida rural digna y alimentos buenos, sanos y justos para todo el planeta a partir de un uso agroecológico de la tierra. En realidad la soberanía alimentaria no es más que «el derecho de los pueblos a vivir de su tierra, y el deber de los pueblos a cuidar de su tierra». Por lo tanto, ¿podemos asumir la comercialización de las tierras a gran escala y la extranjerización de su propiedad? No.

Curioso este mundo capitalista, pues mientras desde los movimientos sociales reivindicamos recuperar de tiempos pretéritos costumbres como el uso comunal de la tierra y otros bienes, su falsa modernidad conduce siempre por autopistas de lucro y sin salida.

La recolonización de la tierra fértil, un bien finito y necesario, por parte del capital y sus instrumentos financieros ya se ha iniciado demostrándonos cuáles son sus intereses. En aquellos países en que la tierra va pasando a manos extranjeras (y enguantadas para no dejar huellas de sus asesinatos) el uso que se les está dando es la industrialización de dichos suelos para cultivos de agroexportación, para monoplantaciones de cultivos con interés económico (y cotizando en Bolsa), como la soja transgénica y el maíz transgénico, o el insensato cultivo de agrocombustibles. En todos los casos desplazando –claro– a miles de compañeras y compañeras que ya no podrán cultivar ahí o recolectar sus alimentos, o dejar pastar a su ganado y reponer fuerzas; que agotarán la tierra con agroquímicos, fertilizantes y una explotación abusiva;  y que sólo en algunos casos generarán algún puesto de trabajo para gentes locales. Muy pocos, porque esta agricultura robotizada no los necesita, y cuando se necesitan son empleados sin contrato, sin derechos y con pagas de miseria.

Nuestras propuestas

La Vía Campesina, decía, ya está movilizada contra el acaparamiento de las tierras y planteamos una serie de desafíos para la gobernanza global de la agricultura que paso a enumerar:

1)            Los estados  deben hacer un esfuerzo para impulsar –de una vez por todas– políticas de  reforma agraria genuina que con una justa distribución de las tierras permita la subsistencia de todas y todos los agricultores locales. Un registro adecuado, el impulso de la gestión colectiva y otras medidas como el coto a la extranjerización de la tierra tienen que ser básicas para garantizar la soberanía alimentaria de los pueblos.

2)            Deben también impulsar  reformas políticas a todos los niveles –local, regional, nacional e internacional–, con el fin de acabar con las adquisiciones de tierras a gran escala y de promover la autonomía económica a largo plazo y la autodeterminación de los campesinos y campesinas de todo el mundo.

3)            No debe permitirse el acaparamiento de tierras bajo ningún concepto. No aceptamos las propuestas del G-20 y el Banco Mundial que proponen “la inversión responsable”, pues sabemos que sólo es una etiqueta para justificar un atentado contra el uso colectivo de un bien público como es la tierra.

4)            Se debe asegurar que las tierras del planeta sean gestionadas bajo criterios agroecológicos, en un compromiso estable y permanente de respeto por la tierra.

Negisiti

«Este año 2011 no llovió en las tierras de Negisiti malográndose los cultivos y muriendo las crías de animales por falta de agua. Y las mejores corrientes de agua fresca son utilizadas por los cultivos bajo plástico de exportación que un inversor saudí puso en marcha después de intercambiar con el gobierno etíope miles de hectáreas, como si estuvieran jugando al Monopoly. Los animales tampoco pueden buscar los pastos comunales que, vallados, han quedado fuera de su alcance».

El acaparamiento de tierras, como nos muestra el caso de Etiopía, es una de las “nuevas causas” que junto a otras inequidades políticas, es responsable de crisis alimentarias y de pobreza que tienen lugar.

«Y Negisiti –y como ella, miles de personas somalíes y etíopes– de antiguos campos agrícolas están llegando a campos de refugiados donde, quizás, puedan llevarse algo a la boca. Porque de sus tierras brotarán dólares; nunca más comida».

La insoportable insostenibilidad del sistema alimentario global

La insoportable insostenibilidad del sistema alimentario global

Revista INTEGRAL. Septiembre 2011.

Por Gustavo Duch

per al Jordi, la Vicky i el Lluís

Érase que se era un planeta sometido a las estrictas leyes de la naturaleza y gobernado tiránicamente por la sabiduría colectiva: la tierra era esponjosa y dulce; llovía dos veces por semana, los lunes por la mañana y los jueves por las tardes; los ríos chorreaban agua destilada; y de los mares rebosaban calamares, tiburones y bacalaos. Cuando los niños y niñas de entonces caminaban hacia la escuela, escupían en los márgenes las semillas de los nísperos que les gustaba almorzar, y cuando hacían el camino de vuelta ya un árbol-níspero había brotado, crecido y florecido, regalando nuevos carnosos frutos.
Era mucha la abundancia y parecía no tener fin. Pero aún así se decidió hacer caso a unas maravillosas mentes privilegiadas que traían bajo su chistera nuevas fórmulas -para asegurar una mejor y más sana alimentación global, mundial y planetaria –proclamaban arrogantes.
Se especializó a los países. Usted produzca café que llevará a un mercado central a tan sólo 10 mil kilómetros de su bancal. A ustedes le privaremos de salir a pescar, sólo por los próximos 60 años -no se preocupe- para abastecer dicho mercado central. Estos señores de allí abajo retirarán de sus campos todas las verduras, gallinitas y cabras,… para dejar espacio a la producción de alimentos carburantes…que por su puesto mandarán al mercado global.
En las quimbambas se fabricará el campo de cultivo más grande nunca imaginado: 998 millones de hectáreas rectilíneas cultivas de soja con sistemas de riego-cultivo-fumigación automatizados e informatizados, que se controlarán con sólo tres trabajadores: el responsable informático, el supervisor del responsable informático, y el supervisor del supervisor del responsable informático.
Desde las quimbambas se repartirá la soja a países centrales con granjas militarizadas: las vacas, cerdos y ovejas cuando tocan a diana comerán sus potajes de soja, hamburguesas de soja y pasteles de soja. Al sonar el silbato –las rumiantes- tendrán bien aprendido alinearse para ser ordeñadas asépticamente por succionadores mecánicos. Los cerdos mansamente se dirigirán a sus sillas eléctricas.
Para favorecer una buena distribución, se crearán cinco supercentros distribuidores encargados de repartir por cada uno de los continentes toda la comida almacenada en el mercado central.
Para evitar la competitividad, que destruye la armonía entre seres humanos, se empapelarán las pequeñas granjas, caserios y masías de diferentes letreros: prohíbido matar cerdos, por compasión; prohibido elaborar quesos, por higiene; prohibido conservar semillas, por que sí.
 Y funcionó a la perfección:
Los ríos no tienen nada que regar, y no llevan agua para evitar desperdicios.
Los desperdicios de las granjas van por cañerías hasta nuestros vasos.
Las mariposas ya no tienen que polinizar, y no existen.
Los pollos viven como mariposas: nacen y mueren rollizos en tres semanas.
La ropa de las boutiques la fabrican antiguas campesinas.
El café recorre el mundo en una cápsula de aluminio y se vende en boutiques.
Muchas cápsulas antidiabetes y antigordura consume quien puede comer.
Quien puede comer, pero no tiene cápsulas, se muere de envenenamientos.
El consumo genera muchos beneficios para el mercado central y sus cinco supercentros.
Y mil millones de terrestres pasan hambre.
Son las libres leyes del mercado y el desprendimiento de liberales gobiernos.

EL BUNKER

EL BUNKER

Por Gustavo Duch

Michael es tremendamente fatalista. Cuando conoció los peligros de la energía nuclear construyó en los bajos de su casa un refugio nuclear. Como teme a los ladrones tiene también una habitación del pánico. Los alimentos y productos de limpieza que compra y utiliza para su familia llevan etiquetas de cien por cien ecológicos no sea le entre una toxoinfección en casa; y el agua corriente pasa por un doble sistema de filtro y depuración.

Pero Michael no está preparado para todo, porque Michael, como la mayoría de personas de los países industrializados, nos alimentamos en un sistema global muy vulnerable, del qué poco conocemos. ¿Si supiera Michel que cualquier día nos pueden cortar el suministro de energía, se instalaría unas placas solares autónomas? ¿Si supiera que nos pueden cortar el suministro de agua, recuperaría el agua de lluvia y el viejo pozo del jardín? ¿Y si supiera que el supermercado se podría quedar vacio, sin comida, atiborraría las despensas de latas de conserva y embutidos? No sería una solución acertada a largo plazo, claro, pero de todas las pesadillas que aterran a Michael, seguramente la menos improbable sea precisamente esa última: el desabastecimiento de comida, sobre todo en las ciudades.

La alimentación urbana hoy por hoy está totalmente desconectada de la producción de alimentos;  la producción de alimentos que abastece a las ciudades es totalmente dependiente de energía fósil; y la energía fósil no es infinita (la regla del tres). Cuando el déficit de petróleo y gas natural sea más patente (o cuando alguna crisis estratégica nos deje sin suministros) el precio de la energía será progresivamente más elevado. De hecho se puede observar una correlación directa entre el precio del petróleo y los costes de los alimentos que, de naturaleza industrial y no campesina, se producen con pesticidas y fertilizantes derivados del gas y del petróleo; que se han sembrado, regado y cosechado mecánicamente; que han viajado en barco, camión o avión; y que guardamos en frigoríficos que calientan el planeta.

¿Qué  puede hacer Michael y sus monomanías para protegerse ante tal descalabro? Como dicen algunos textos, también los individuos y las familias podemos empezar a introducir una agricultura y alimentación de transición,  que vaya acercándonos progresivamente a una alimentación de bajos o negativos costes energéticos. Cinco ideas:

  1. Revisar la despensa y la nevera y analizar cuánto petróleo vemos en ella. Cuántos envases y  paquetería observamos, cuántos alimentos kilométricos nos abastecen, cuántos dependen de una cadena de frío, cuanta carne aparece…para tenerlo en cuenta.
  2. Revisar la nota de la compra…y nos sorprenderemos que comparado con otros capítulos de nuestros gastos no es este uno de los más sangrantes, de forma que no es mala idea empezar a desviar partidas de nuestro presupuesto del capítulo de lo ‘innecesario’ al capítulo de lo ‘vital’.
  3. Repensar los menús en base a la sostenibilidad, es decir, pensar en nuestros hábitos de compra, en nuestra forma de guardar y preparar la comida, incluso del modo de vida que nos lleva a tener o no tiempo para cocinar.
  4. Rebuscar cerca de dónde vivimos alguna cooperativa o grupo de consumo que ya están abasteciéndose de productores locales; o localizar mercados de campesinos.
  5. Ruralizar la casa, es decir dedicar las macetas, el jardín o la terraza a cultivar una parte de lo que requerimos. O participar de un huerto comunitario en ese terreno abandonado del barrio.

Esto más o menos, o confiar en un milagro que –Michael lo sabe- no se dará.

Con la boca abierta (La Soberanía Alimentaria en Europa)

Con la boca abierta (La Soberanía Alimentaria en Europa)

Por Gustavo Duch

Ya tenemos aquí los primeros ajustes estructurales que los gobiernos europeos están imponiendo a su población, con el único interés de salvar el capitalismo y sus grandes beneficiarios (las banca privada, los grupos inversores y las grandes corporaciones). Y todo hace pensar que en los próximos meses estas políticas antisociales se endurecerán y extenderán. Ya tenemos aquí, también, las primeras movilizaciones generales (en Grecia y España, fundamentalmente) para advertir y denunciar los sistemas económicos y de gobernanza que nos han conducido a este escenario. Y entre los diferentes espacios de resistencia y transformación, ya tenemos aqui –creativa y enérgicamente– la respuesta de los movimientos sociales europeos preocupados por un modelo de agricultura global parte responsable de la crisis.”

Con estas palabras se abre la declaración final del trabajo de más de 400 personas del mundo rural, agrario, ecologista, consumidores y consumidoras, etcétera, reunidas en la ciudad de Krems (Austria) durante el pasado mes de agosto, presentando la soberanía alimentaria como alternativa a la crisis capitalista en la que nos encontramos.

Quienes conocemos la trayectoria de los movimientos en favor de la soberanía alimentaria, liderados por La Vía Campesina, no podemos dejar de sorprendernos al valorar su rápida expansión. En unos 15 años de existencia, hemos visto contagiarse su mensaje por todo el planeta. Su compromiso con un mundo rural vivo lo encontramos presente en los más insospechados rincones campesinos. Ha sido, además, aglutinador de muchas de las preocupaciones que desde otros colectivos no agrarios existían respecto de la alimentación y el uso y cuidado de los bienes que nos ofrece la naturaleza. Nos ha demostrado, a veces contra todo pronóstico y con métodos casi sobrenaturales, una infinita capacidad de coordinación y trabajo conjunto, algo nada sencillo para un colectivo de más de 200 millones de personas, y muchas lenguas y lenguajes. Han estado presentes, y con resultados admirables, en muchos de los momentos más significativos del contrataque neoliberal de estos años poniendo, por ejemplo, contra la espada y la pared a la todopoderosa Organización Mundial del Comercio.

Y aun con esta experiencia, nos quedamos con la boca abierta al observar cómo el paradigma de la soberanía alimentaria se convierte también en uno de los elementos de combate fundamental para enfrentarse a la crisis abierta, y en particular al escenario que se está desplegando por los teatros europeos.

¿Cómo llega la soberanía alimentaria a  catalizar luchas anticrisis?

La soberanía alimentaria, en primer lugar, ha tenido la virtud de identificar con claridad quién es el responsable de la situación de crisis que se vive en el medio rural desde ya hace demasiado tiempo: un sistema agroindustrial diseñado para lo opuesto a su obligación. En lugar de centrarse en la producción de alimentos sanos, justos y buenos para los pueblos, se dedica a todo aquello que pueda generar beneficios económicos, como los monocultivos de agrocombustibles, piensos para animales o plantaciones papeleras. Todo verde, pero incomestible. Así, como resultado, tenemos (y padecemos) por un lado una masiva desaparición de fincas agrarias y de las personas que con ellas tenían su medio de vida (sólo en España en los años noventa se contabilizaban de promedio el cierre de tres fincas por cada hora).

En segundo lugar, ha sabido interpretar este modelo agroindustrial como un reflejo exacto del sistema capitalista de crecimiento infinito, que, como dice la declaración,no reconoce la limitación de los recursos como el agua y la tierra y la energía; es responsable de drásticas pérdidas en la biodiversidad; contribuye al cambio climático; somete a miles de personas en trabajos sin el reconocimiento de los derechos más elementales; y se aleja de una relación armoniosa con la naturaleza. Explotar y tratar la tierra de esta forma es la causa fundamental de la pobreza rural en el planeta y del hambre en más de mil millones de seres humanos (como estamos percibiendo estos días con la crisis alimentaria en el cuerno de África), mientras que se crea un superávit de algo parecido a alimentos que en una elevada cantidad se acaban desperdiciando o bien se exportan subvencionados a mercados dentro y fuera de Europa compitiendo brutalmente con las producciones locales.

Y en tercer lugar, todo su análisis se complementa desde siempre con un trabajo colectivo, participativo y democrático, y con un proceso de creación de verdaderas y genuinas alianzas. Lo cual es muy valorado en este momento donde crecen las reivindicaciones frente al déficit de soberanía democrática (o popular) por el que vamos transitando.

De hecho, cambiar nuestros sistemas de producción y consumo de alimentos es un primer paso hacia un cambio más amplio en nuestras sociedades. Producir y consumir soberanamente alimentos son elementos capitales para luchar contra esta crisis, pues permitiría sentar las bases de una nueva economía relocalizada y campesinizada, dando lugar a un robusto sector primario.

La soberanía alimentaria a partir del encuentro de Krems añade a sus vocaciones la de ser marco para movimientos y organizaciones de países de la Europa del este. En el encuentro hemos podido observar cómo para poblaciones que han pasado de modelos de planificación autoritaria a sistemas de la ley del más fuerte, la exigencia por recuperar espacios de participación en políticas públicas sociales y solidarias que demanda la soberanía alimentaria se corresponde en buena medida con sus empeños. Sus poblaciones en muchos casos mantienen aún una buena proporción de campesinado, pero con la desaparición del Estado, las políticas neoliberales, eldumping interno europeo y el aterrizaje de muchas multinacionales que llevan ahí sus producciones más conflictivas, su futuro se hará cada vez más difícil, como ha pasado ya en muchos otros lugares.

Veamos pues, con la confianza renovada, cómo en los próximos meses los movimientos europeos, y todo el tejido asociativo y redes que han ido conformando en estos tiempos, serán capaces de europeizar una lucha a favor de una alimentación anticrisis.

Cómo explico yo el capitalismo

Cómo explico yo el capitalismo

Por Gustavo Duch. Ilustración por Javier Olivares

Si fuera historiador y nutricionista, que no soy ni lo uno ni lo otro, escribiría un tratado sobre cómo entender el capitalismo y sus apetitos. Todos esos conceptos complicados que muchas veces se nos escapan quedarían, mejor o peor, explicados con ejemplos sencillos y tangibles.

Cuando leemos que el capitalismo se basa en la propiedad privada, empezaría la lección por el cercamiento de tierras en la Inglaterra feudal. Lo que era un bien de usufructo colectivo, la tierra cultivable, quedó vallado, protegido y mandado por y para unos pocos. El desarrollo de industrias competitivas (y que sólo se alimentaban del lucro económico, olvidándose de los derechos más básicos) se hizo patente en los millones de campesinos esclavizados y expulsados de su residencia, edificando la revolución industrial y volcando las riquezas de los países periféricos hacia los países centrales. El poder corporativo, otra de las características del capitalismo, tiene también los mejores ejemplos y mucho recorrido en el campo agrícola –quizás ahí nació– con las grandes compañías fruteras y hoy con un puñado de empresas que controlan las semillas, granos, cereales y todo lo que es comestible. Por último, el nulo respeto por el medio ambiente, que nos creemos que está bajo nuestro dominio y explotación, también queda reflejado en la intensificación de la agricultura y la ganadería.

Es decir, me gustaría escribir un tratado que demostraría cómo en la agricultura fue donde el capitalismo antes actuó y donde antes se conocieron sus nefastos efectos. Es por eso que para las poblaciones rurales de todo el planeta, la crisis que padecemos actualmente no es más que un accidente coyuntural, una piedra en un camino de socavones. La conocen desde hace décadas: hambre, desempleo, falta de servicios, trabajo basura, desprecio político…

Si fuera sociólogo, encontraría también una correlación clara entre quienes han sufrido los estragos del capitalismo y quienes –desde hace tiempo– están en lucha contra él. Y sabría explicarles por qué el movimiento mundial de campesinos y pequeños agricultores, La Vía Campesina, aglutina a más de 200 millones de seres humanos movilizados contra las empresas de agronegocios que se están adueñando de la agricultura, contra el acaparamiento de tierras y contra el libre comercio.

Sin ser historiador, nutricionista ni sociólogo, lo que sí puedo afirmar es que las luchas de La Vía Campesina han sido un elemento clave para frenar las políticas de libre comercio impulsadas centralmente desde la Organización Mundial de Comercio, lo que ha llevado a los defensores de este modelo capitalista y desregulado a la multiplicación de tratados de libre comercio bilaterales entre varios países o varias regiones. El más precoz, el Tratado de Libre Comercio (TLC) entre Canadá, EEUU y México, nos ha dejado en sus más de 15 años de aplicación resultados claros: la agricultura industrializada de los poderosos ha empobrecido y desplazado a la agricultura indígena –madre y padre del maíz–. El más reciente, entre Colombia y la Unión Europea, promete darnos frutos similares.

La Política Agraria Común de la Unión Europea que favorece la ganadería industrial y sus corporaciones tiene desde hace años un problema de excedentes de leche. Este modelo de sobreproducción y concentración ha sido el causante de la ruina de miles y miles de pequeñas ganaderías y lecherías de las zonas rurales europeas, muy evidentes en el norte peninsular. Lejos de revertir la situación, la solución que se propone es más mecanismos que beneficien a estas grandes industrias, con instrumentos que favorezcan la exportación de leche a países como Colombia, donde el respectivo TLC permitirá su entrada en torrentes.

Un tratado que trata de eliminar barreras es un acuerdo que deja una lucha desigual entre industrias lácteas europeas todopoderosas, altamente subvencionas (la UE dedica 16.000 millones de euros anuales a este sector), con sistemas de producción muy intensivos y bajos costes, frente a millones de pequeñas ganaderías locales.

Colombia es autosuficiente con su producción láctea. Del total, un 43% se produce y distribuye en una cadena popular que apenas recibe el apoyo estatal y que maneja un volumen de 7,75 millones de litros diarios que van tanto a los hogares, como a millares de pequeñas y medianas industrias de derivados lácteos que producen quesos campesinos, cuajos, mantequilla casera, almojábanas, arequipes, crema de leche, kumis, postres, yogur casero, sabajón, avenas lácteas, “panelitas” y muchas otras exquisiteces. Los consumidores atendidos, que deberán hervir la leche para garantizar su higiene, llegan casi a 20 millones de personas, los “jarreadores” (transportistas de la leche) se acercan a 50.000 y, finalmente, el valor de este negocio es de más de tres billones de pesos anuales (cerca de 1.700 millones de dólares), cifra nada despreciable para apetitos voraces.

Es este 43%, estos 1.700 millones de dólares distribuidos entre mucha población, lo que un modelo capitalista no puede dejar de aprovechar. En breve, con el tratado en marcha y sin aranceles a la importación a la leche extranjera, pasará a ser parte de las multinacionales de la industria láctea. Las mismas que ya engordaron en España a base de comerse a campesinas y campesinos.