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La concertación y Piñera: Los matices invisibles

La concertación y Piñera: Los matices invisibles Andrés Figueroa Cornejo

Ahora ocurre que el gobierno concertacionista, a un mes de su partida de La Moneda, luego de que Piñera diera a conocer la composición de su primer gabinete, ha bautizado a la próxima administración, como “el gobierno de los gerentes”, comparándolo con el mandato del derechista Jorge Alessandri de 1958.


El mote acuñado por la Concertación para el multimillonario no es incorrecto; lo falso es el intento de la componenda derrotada en las últimas elecciones de representarse así misma como la alternancia popular, toda vez, que las políticas anunciadas por Piñera no resultan estratégicamente antagónicas a las implementadas durante 20 años por Aylwin, Frei Ruiz-Tagle, Lagos y Bachelet. Por el contrario, son complementarias y continuistas. No por nada, el democratacristiano, ex presidente de esa tienda, y con un abundante prontuario de cargos públicos los últimos 20 años de gobiernos civiles, será el ministro de Defensa de Piñera.


Como el Imperio norteamericano (en aprietos por el acoso chino e hindú), tanto la Concertación, como la Alianza por Chile (tanto, la nueva derecha, como la antigua) forman el marco de gobernabilidad para dicha del capital y condena de los pueblos, y está garantizada por dos agrupaciones de representación política cuyos proyectos jamás resultan excluyentes, sino que siempre siameses. Como los demócratas y los republicanos en EEUU.
En el capitalismo otoñal –destructivo de fuerzas productivas, de trabajo precario, de despojo de recursos naturales; belicoso, alienante, estructuralmente desigual, regido por el capital financiero especulativo; inhumano, que concentra la riqueza y democratiza la miseria-, Chile no sólo es cobre, madera, pescado y racimos de uva para la exportación. También es el sitio donde se experimentan de manera fundamentalista y como vanguardia, las fórmulas más radicales y de última generación del capitalismo. Lo que en Chile ocurre primero, se replica en el vecindario mundial, de acuerdo a las resistencias y variantes moduladas por la lucha de clases en cada territorio o país en particular. Basta darle un vistazo a la privatización ampliada de los ahorros previsionales, la salud, la educación, el mar, los recursos naturales, la tierra, los barrios, las carreteras, el borde costero, y las obras “públicas”. Por eso el planeta capitalista y sus polos centrales, colocan a Chile como paradigma económico y político, a través de sus instituciones-industrias de la deuda mundial, como el FMI, el BM, la OMC y las calificadoras de riesgo.
En la misma línea, La Nación de Argentina bautizó como “el gobierno de los técnicos” al inminente mandato de Piñera en el país. Asimismo, El Clarín trasandino relevó el rol de consultor del Fondo Monetario Internacional del que será ministro de Hacienda, Felipe Larraín; mientras el Financial Times de Londres señaló que la designación de Larraín es un signo de “continuidad macroeconómica”. La BBC, por su parte, aseguró que la misión de la nueva cartera ministerial deberá “Centrarse en impulsar el crecimiento económico y la creación de empleos, junto con continuar con las políticas sociales de la Presidenta saliente, Michelle Bachelet.” En buenas cuentas, se impone la sugerencia de que la administración de la derecha vieja no debe dejar de implementar los procedimientos de contención y control social inaugurados por la Concertación por medio del asistencialismo a los quintiles más pobres de la población. Asimismo, el discurso piñerista de ubicar a tecnócratas en los ministerios cumple los objetivos de ofrecer la impresión de “neutralidad” y “eficiencia” por sobre la partidocracia de las carteras; y refleja el mito burgués de que un país se puede manejar “con éxito” igualmente que una empresa cualquiera. Naturalmente, y del mismo modo que la Concertación a lo largo de sus 2 décadas en el Ejecutivo, los “especialistas” son cualquier cosa menos neutrales.
Sin embargo, el economista, analista y académico de la Universidad de California, Sebastián Edwards, al conocer el gabinete y los criterios de su formación, señaló que “Me temo que muchos de estos ministros no durarán mucho tiempo en sus puestos” debido a “la ausencia de experiencia política”. La campaña del diario La Tercera (derechista como el que más) también ha “tirado las orejas” a Piñera en el mismo sentido que Edwards. Esto quiere decir simplemente, que la inteligencia de la vieja derecha, permanentemente irá supervisando los pasos de Piñera con el fin de que la alianza que representa gane también las próximas elecciones de 2013. Tomando nota, Sebastián Piñera, rápidamente, se contactó con el UDI (ultra conservador), Pablo Longueira, para reordenar el loteo partidista del nuevo gobierno. Todavía hay que repartir la piñata de las subsecretarías, intendencias y otros sabrosos bombones. Pero para ello hay tiempo suficiente.
Al ex candidato presidencial de la UDI, Joaquín Lavín (quien estuvo a unos cuantos miles de votos de ganar las elecciones contra Ricardo Lagos en 1999), le “tocó” encabezar el ministerio de Educación. Aquí no es extraño hipotetizar que procurará cambiar el pago de la deuda histórica con los profesores por la eliminación del Estatuto Docente (que es una suerte de carrera profesional que ofrece cierta seguridad laboral a los educadores). Es el mismo trato generalizado de los empresarios al enfrentar una negociación colectiva con los trabajadores: cambian los reajustes salariales y el mejoramiento de las condiciones de trabajo por un bono de fin de conflicto. Ya la educación particular y particular subvencionada en Chile raya en un 60 % respecto de la pública y gratuita. Ello es una tendencia impulsada por la Concertación que ya tiene un movimiento propio. En este ámbito, Lavín ya tiene “la pega” hecha. En el mismo sentido, las políticas del ministerio del Trabajo consagrarán la flexibilidad laboral, el casi inexistente poder negociador de los asalariados; el fin de la indemnización por años de servicio canjeado por un ridículo seguro de cesantía; y la consolidación del subcontratismo y la tercerización. Todo ello también es una tendencia pavimentada por los gobiernos concertacionistas.
El resto de los ministerios está liderado por probados empresarios, gerentes y tecnócratas del capital. Se desploman las máscaras “ciudadanistas” de los gabinetes de la Concertación (donde también había empresarios) y los trabajadores y el pueblo enfrentarán el rostro puro y duro de los intereses corporativos que rigen la estrategia burquesa para Chile. Al respecto, la Concertación –con ingentes recursos y lengua bipolar- intentará reconquistar al electorado ofreciendo mayor regulación económica, más y mejor trabajo, más democracia, y criticando las mismas políticas que ellos implementaron sin asco durante los 4 gobiernos consecutivos que capitanearon.
Mientras tanto, la izquierda anticapitalista prepara sus luchas y propuestas, cautelando su independencia política respecto de la Concertación. En este ámbito, el anticapitalismo en Chile amplía su plataforma de lucha, tonificándola con las nuevas formas de expoliación del capital contra el despojo de los recursos naturales; propiciando un nuevo sindicalismo acorde a la actual organización del trabajo; incorporando sinceramente al ambientalismo consecuente; y las luchas ancestrales de la mujer y de los pueblos originarios a su carta de navegación estratégica. Es cierto; estos días son opacos y enemigos de la emancipación. Sin embargo, la fatalidad de la coyuntura comenzará a destruirse combinadamente, con ideas y en la calle, en los lugares de trabajo, en las aulas y en las poblaciones; arruinando el sectarismo, exudando unidad popular. Las maneras del anticapitalismo sólo pueden desenvolverse en un solo movimiento que sintetice la protesta con la construcción del proyecto político de los pueblos y los trabajadores.

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