El Holocausto negado
El silencio mentiroso de los que saben
De John Pilger
Cuando la verdad es reemplazada por el silencio, dijo el disidente
soviético Yevgeny Yevtushenko, el silencio es una mentira. Puede
parecer que se ha roto el silencio en Gaza. Las mortajas verdes de
los niños asesinados, junto con las cajas que contienen a sus padres
desmembrados y los gritos de dolor y rabia de todos en ese campo de
muerte junto al mar pueden verse en Al-Jazeera y YouTube, incluso
vislumbrarse en la BBC. Pero el incorregible poeta ruso no se refería
a eso tan efímero que llamamos noticias, estaba preguntándose por qué
los que conocen el porqué nunca lo dicen y, por tanto, lo niegan.
Entre la intelectualidad angloamericana, esto es especialmente
notable. Son ellos los que guardan las llaves de los grandes tesoros
del conocimiento: las historiografías y archivos que nos llevan al
porqué.
Ellos saben que el horror que hoy cae sobre Gaza tiene poco que ver
con Hamás o, como dicen absurdamente, con el derecho a existir de
Israel. Saben que lo que es cierto es lo opuesto: que el derecho de
Palestina a existir fue cancelado hace 61 años, que la expulsión y,
en caso de ser necesario, extinción de la población nativa fue
planeada y ejecutada por los fundadores de Israel. Saben, por
ejemplo, que el infame Plan D resultó en la criminal despoblación
de 369 pueblos y ciudades palestinas a manos de la Haganah (ejército
judío) y que las sucesivas masacres de civiles palestinos en lugares
como Deir Yassin, al-Dawayima, Eilaboun, Jish, Ramala y Lydda
aparecen en los registros oficiales como limpieza étnica. Al llegar
a la escena de esta carnicería, el general Yigal Allon preguntó al
primero de los primeros ministros israelíes, David Ben-Gurion: ¿Qué
hacemos con los árabes? Ben Gurion, según nos informa el historiador
israelí Beny Morris, hizo un gesto desdeñoso pero enérgico con su
mano y dijo: Expúlsalos. La orden de expulsar a una población
entera, sin importar la edad, fue firmada por Yitzak Rabin, un
futuro primer ministro promovido por la propaganda más eficiente del
mundo como un hombre de paz. La terrible ironía de todo esto llamó la
atención sólo de pasada, como cuando el colíder del Partido Mapan,
Meir Yaari señaló cuán fácilmente los líderes israelíes hablaban
de cómo era posible y permisible coger mujeres, niños y personas
mayores y llenar con ellos las carreteras, porque ése es el
imperativo de la estrategia quienes recordamos quién utilizó estos
medios en contra de nuestro pueblo durante la [Segunda] Guerra
estamos horrorizados.
Cada guerra que Israel ha llevado a cabo ha tenido el mismo
objetivo: la expulsión de la población nativa y el robo de más y más
tierra. La mentira de David y Goliat, de la víctima perenne, alcanzó
su apogeo en 1967 cuando la propaganda se convirtió en una furia
justificada que alegaba que los estados árabes habían golpeado
primero. Desde entonces, gente que dice la verdad, principalmente
judíos, como Avi Schlaim, Noam Chomsky, la difunta Tanya Reinhart,
Neve Gordon, Tom Segev, Yuri Avneri, Ilan Pappe y Norman Filkenstein
han desmentido estos y otros mitos y han revelado un estado que
carece ya de todas las humanas tradiciones del judaísmo, cuyo
implacable militarismo es el resultado de una ideología
expansionista, sin leyes y racista, llamada sionismo. Parece,
escribió el historiador israelí Ilan Pappe, el 2 de enero, que
incluso los más horrendos crímenes, como el genocidio de Gaza, son
tratados como eventos de violencia ajenos a cualquier cosa que haya
sucedido en el pasado y sin relación con ideología o sistema alguno
De un modo muy parecido a cómo la ideología del Apartheid explicaba
las políticas opresivas del gobierno sudafricano, esta ideología en
su versión más consensuada y simple ha permitido a todos los
gobiernos israelíes del pasado y del presente deshumanizar a los
palestinos donde quiera que estén y ha intentado destruirlos a toda
costa. Los medios para lograrlo han cambiado de periodo en periodo,
de lugar en lugar, como lo ha hecho la narrativa que encubría estas
atrocidades. Pero hay un patrón claro [de genocidio].
En Gaza, la inanición forzada y la negativa a proveer de ayuda
humanitaria, el saqueo de recursos básicos como el combustible y el
agua, la negativa a proveer de medicinas y tratamientos, la
destrucción sistemática de la infraestructura y el asesinato y
mutilación de la población civil, el 50% de los cuales son niños, se
ajusta a los criterios internacionales de la Convención sobre
Genocidio. ¿Es una exageración irresponsable, preguntó Richard
Falk, relator especial de las Naciones Unidas sobre Derechos Humanos
en los Territorios Palestinos Ocupados y autoridad en Derecho
Internacional en la Universidad de Princeton, asociar el trato que
reciben los palestinos con este criminalizado registro Nazi de
atrocidad colectiva? Yo creo que no.
Al describir un holocausto en ciernes, Falk aludía al
establecimiento de guetos judíos por parte de los Nazis en Polonia.
Durante un mes, en 1943, los judíos polacos cautivos, dirigidos por
Mordechaj Anielewiz, repelieron al ejército alemán y a las SS, pero
su resistencia fue aplastada y los Nazis finalmente se vengaron. Falk
también es judío. El holocausto en ciernes, que comenzó con el Plan D
de Ben Gurion, está en sus últimas fases. La diferencia hoy es que es
un proyecto conjunto entre EE. UU. e Israel. Los cazabombarderos
F-16, las bombas inteligentes de 250 libras GBU-39, proporcionadas
la víspera del ataque a Gaza, aprobadas por un Congreso dominado por
el Partido Demócrata, más los 2.400 millones de dólares anuales en
ayuda para hacer la guerra le dan a Washington un control de facto.
Cuesta creer que el presidente electo Obama no estuviera informado.
Al hablar abiertamente sobre la guerra de Rusia en Georgia y el
terrorismo en Bombay, el silencio de Obama sobre Palestina indica su
aprobación, que es de esperar, dado su servilismo hacia el régimen de
Tel Aviv y sus grupos de presión durante la campaña presidencial y
qué decir del nombramiento de sionistas como su secretaria de Estado,
jefe del Estado Mayor y los principales consejeros sobre Oriente
Medio. Cuando Aretha Franklin cante Think, su maravilloso himno a la
libertad de los 60, en la investidura de Obama como presidente, el 21
de enero, confío en que alguien con un corazón valiente como el de
Muntadar al-Zaidi, el lanzador de zapatos, gritará: Gaza.
La asimetría entre conquista y terror es clara. El Plan D es ahora la
Operación Plomo Fundido, que a su vez es la Operación Venganza
Justificada. Esta última la llevó a cabo el Primer Ministro Ariel
Sharon en 2001 cuando, con la aprobación de Bush, utilizó los F-16
contra los pueblos y ciudades palestinos por primera vez. El mismo
año, el acreditado informe Janes Foreign Report reveló que el
gobierno de Blair había dado a Israel luz verde para atacar
Cisjordania después de que se le mostraron las intenciones secretas
israelíes de llevar a cabo un baño de sangre. Es algo típico del
Nuevo Partido Laborista su permanente y vergonzante complicidad en la
agonía de Palestina. Sin embargo, el plan de Israel de 2001, según
Janes, necesitaba como detonante un atentado suicida que causara
numerosos muertos y heridos [porque] el factor venganza es
crucial. Esto motivaría a los soldados israelíes a aplastar a los
palestinos. Lo que alarmó a Sharon y al autor del plan, el general
Shaul Mofaz, jefe del Estado Mayor israelí, fue un acuerdo secreto
entre Yasir Arafat y Hamás para prohibir los ataques suicidas. El 23
de noviembre de 2001, agentes israelíes asesinaban al líder de Hamás,
Mahmud Abu Hunud, y obtuvieron su detonante: la reanudación de los
ataques suicidas en respuesta a este asesinato.
Algo curiosamente similar ocurrió el pasado 5 de noviembre, cuando
las fuerzas especiales israelíes atacaron Gaza, asesinando a seis
personas. De nuevo, consiguieron su detonante propagandístico. Un
alto el fuego iniciado y sostenido por el gobierno de Hamás que
incluso encarcelaba a quienes lo violaban fue hecho añicos por el
ataque israelí y los cohetes caseros se dispararon contra lo que
solía ser Palestina antes de que sus ocupantes árabes fueran
barridos. Después, el 23 de diciembre, Hamás ofreció renovar el
alto el fuego. Pero la farsa de Israel era tal, que su asalto máximo
sobre Gaza ya estaba planeado desde hacía seis meses antes, de
acuerdo con el diario israelí Haaretz.
Detrás de este sórdido juego está el Plan Dagan, que toma su nombre
del general Meir Dagan, quien participó, con Sharon al mando, en la
sangrienta invasión del Líbano de 1982. Actualmente jefe del Mossad,
el organismo de inteligencia israelí, Dagan es el autor de una
solución que ha visto el encarcelamiento de los palestinos en un
gueto por un muro que serpentea a través de Cisjordania y Gaza,
creando, de facto, un verdadero campo de concentración. El
establecimiento de un gobierno colaboracionista en Ramala bajo
Mohammed Abbas es un logro de Dagan, junto con una campaña de hasbara
(propaganda) transmitida por unos postrados, intimidados, medios
occidentales, notablemente en EE. UU., que dice que Hamás es una
organización terrorista dedicada a la destrucción de Israel y a la
que hay que culpar de las masacres y el asedio de su propio pueblo
durante dos generaciones, mucho antes de su creación. Nunca habíamos
estado en tan buena situación, dijo el portavoz del Ministro de
Exteriores israelí, Gideon Meir, en 2006. Como resultado, la hasbara
es ahora una máquina bien engrasada. De hecho, la auténtica amenaza
de Hamás es su ejemplo, como el único gobierno democráticamente
elegido del mundo árabe, popular por su resistencia frente a los
opresores y atormentadores de los palestinos. Esto quedó demostrado
cuando Hamás desbarató un golpe de la CIA en 2007, un evento descrito
en los medios occidentales como la toma del poder de Hamás. Del
mismo modo, nunca se describe a Hamás como un gobierno, mucho menos
como un gobierno democrático. Tampoco se habla de su propuesta de una
tregua de diez años como un reconocimiento histórico de la realidad
de Israel y su apoyo a una solución con dos estados, con una sola
condición: que los israelíes obedezcan la ley internacional y
finalicen su ocupación ilegal de territorios más allá de las
fronteras de 1967. Como se demuestra cada año en la votación en la
Asamblea General de la ONU, el 99 por ciento de la humanidad está de
acuerdo. El 4 de enero, el presidente de la Asamblea General, Miguel
dEscoto, describió el ataque israelí sobre Gaza como una
monstruosidad.
Cuando la monstruosidad está hecha y la población de Gaza está aún
más dañada, el Plan Dagan contempla lo que Sharon llamaba una
solución al estilo 1948: la destrucción de todo liderazgo y
autoridad palestina, seguido de expulsiones masivas en
acantonamientos cada vez más pequeños hasta llegar, quizá,
finalmente, hasta Jordania. Esta destrucción de la vida institucional
y educativa en Gaza está diseñada para producir, escribió Karma
Nablusi, un exilio palestino en Gran Bretaña, una visión Hobessiana
de una sociedad anárquica, truncada, violenta, sin poder, destruida,
intimidada Hay que ver lo que sucede en Irak hoy en día: eso es lo
que [Sharon] tenía previsto para nosotros y casi lo ha conseguido.
La Dra. Dalia Wasfi es una escritora estadounidense dedicada a
Palestina. Su madre es judía y su padre es un musulmán iraquí. Negar
el Holocausto es antisemita, escribió el 31 de diciembre, pero no
estoy hablando de la Segunda Guerra Mundial, Mahmoud Ahmadinejad (el
presidente de Irán) o los judíos askenazis. A lo que me refiero es al
holocausto de que estamos siendo todos testigos y responsables en
Gaza hoy y en Palestina durante los últimos 60 años Ya que los
árabes son semitas, la política de EE. UU. e Israel no puede ser más
antisemita que esto. Citó a Rachel Corrie, la joven estadounidense
que fue a Palestina a defender a los palestinos y fue aplastada por
una excavadora israelí. Estoy en medio de un genocidio, escribió
Corrie, que estoy apoyando indirectamente y por el que mi gobierno
es responsable en gran medida.
Al leer las palabras de ambas, me llama la atención el uso que dan a
la palabra responsabilidad. Romper la mentira del silencio no es
una abstracción esotérica sino una responsabilidad urgente que recae
sobre aquellos con el privilegio de una plataforma. Con la BBC
intimidada, como buena parte del periodismo, se permite solamente un
vigoroso debate dentro de unas fronteras inamovibles e invisibles,
siempre temerosos de la mancha del antisemitismo. Las noticias sin
difundir, mientras tanto, son que el número de muertos en Gaza es
equivalente a 18.000 muertos en Gran Bretaña. Imagínenlo, si pueden.
Después, están los académicos, los decanos, los profesores y los
investigadores. ¿Por qué guardan silencio mientras ven como se
bombardea una universidad y escuchan a la Asociación de Profesores de
la Universidad de Gaza suplicando ayuda? ¿Es que las universidades
británicas de hoy, como cree Terry Eagleton, no son más que
Tescos [cadena británica de supermercados, N. del T.]
intelectuales, que producen en masa una mercancía conocida como
graduados, en lugar de verduras?
Luego están los escritores. En el oscuro año de 1939, se celebró el
Tercer Congreso de Escritores en el Carnegie Hall de Nueva York y los
Thomas Mann y los Albert Einstein enviaron mensajes y hablaron bien
alto para asegurarse de que la mentira del silencio se rompía. Según
testimonios, 3.500 personas abarrotaban el auditorio y no se dejó
entrar a más de mil. Hoy se dice que esta poderosa voz de realismo y
moralidad está obsoleta, las páginas de reseña literaria aparentan un
irónico desdén de irrelevancia, el falso simbolismo lo es todo. Y en
cuanto a los lectores, hay que apaciguar su imaginación política, no
encauzarla. El antimusulmán Martin Amis expresó esto muy bien en
Visiting Mrs. Nabokov: El dominio de uno mismo no es un defecto, es
una característica evolutiva, así es tal y como son las cosas.
Si así es tal y como son las cosas, nos vemos disminuidos como
sociedad civilizada. Porque lo que ocurre en Gaza es el momento
definitorio de nuestro tiempo, cuando o bien la inmunidad de nuestro
silencio garantizará la impunidad de los criminales de guerra,
mientras retorcemos nuestro propio intelecto y moralidad, o bien nos
dará la oportunidad de expresar nuestras opiniones. Por el momento,
prefiero mi propio recuerdo de Gaza: la valentía de un pueblo, su
resistencia, su luminosa humanidad, como lo describiera Karma
Nabulsi. En mi último viaje allí, tuve el honor de presenciar un
espectáculo de banderas palestinas ondeando en los lugares más
inverosímiles. Era el atardecer y los niños las habían puesto. Nadie
les había dicho que lo hicieran. Hicieron los mástiles con palos
atados juntos y unos cuantos escalaron un muro y sostuvieron la
bandera entre ellos, algunos en silencio, otros llorando. Hacen esto
todos los días cuando saben que hay extranjeros que se van, con la
esperanza de que el mundo no los olvide.
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De John Pilger
Cuando la verdad es reemplazada por el silencio, dijo el disidente
soviético Yevgeny Yevtushenko, el silencio es una mentira. Puede
parecer que se ha roto el silencio en Gaza. Las mortajas verdes de
los niños asesinados, junto con las cajas que contienen a sus padres
desmembrados y los gritos de dolor y rabia de todos en ese campo de
muerte junto al mar pueden verse en Al-Jazeera y YouTube, incluso
vislumbrarse en la BBC. Pero el incorregible poeta ruso no se refería
a eso tan efímero que llamamos noticias, estaba preguntándose por qué
los que conocen el porqué nunca lo dicen y, por tanto, lo niegan.
Entre la intelectualidad angloamericana, esto es especialmente
notable. Son ellos los que guardan las llaves de los grandes tesoros
del conocimiento: las historiografías y archivos que nos llevan al
porqué.
Ellos saben que el horror que hoy cae sobre Gaza tiene poco que ver
con Hamás o, como dicen absurdamente, con el derecho a existir de
Israel. Saben que lo que es cierto es lo opuesto: que el derecho de
Palestina a existir fue cancelado hace 61 años, que la expulsión y,
en caso de ser necesario, extinción de la población nativa fue
planeada y ejecutada por los fundadores de Israel. Saben, por
ejemplo, que el infame Plan D resultó en la criminal despoblación
de 369 pueblos y ciudades palestinas a manos de la Haganah (ejército
judío) y que las sucesivas masacres de civiles palestinos en lugares
como Deir Yassin, al-Dawayima, Eilaboun, Jish, Ramala y Lydda
aparecen en los registros oficiales como limpieza étnica. Al llegar
a la escena de esta carnicería, el general Yigal Allon preguntó al
primero de los primeros ministros israelíes, David Ben-Gurion: ¿Qué
hacemos con los árabes? Ben Gurion, según nos informa el historiador
israelí Beny Morris, hizo un gesto desdeñoso pero enérgico con su
mano y dijo: Expúlsalos. La orden de expulsar a una población
entera, sin importar la edad, fue firmada por Yitzak Rabin, un
futuro primer ministro promovido por la propaganda más eficiente del
mundo como un hombre de paz. La terrible ironía de todo esto llamó la
atención sólo de pasada, como cuando el colíder del Partido Mapan,
Meir Yaari señaló cuán fácilmente los líderes israelíes hablaban
de cómo era posible y permisible coger mujeres, niños y personas
mayores y llenar con ellos las carreteras, porque ése es el
imperativo de la estrategia quienes recordamos quién utilizó estos
medios en contra de nuestro pueblo durante la [Segunda] Guerra
estamos horrorizados.
Cada guerra que Israel ha llevado a cabo ha tenido el mismo
objetivo: la expulsión de la población nativa y el robo de más y más
tierra. La mentira de David y Goliat, de la víctima perenne, alcanzó
su apogeo en 1967 cuando la propaganda se convirtió en una furia
justificada que alegaba que los estados árabes habían golpeado
primero. Desde entonces, gente que dice la verdad, principalmente
judíos, como Avi Schlaim, Noam Chomsky, la difunta Tanya Reinhart,
Neve Gordon, Tom Segev, Yuri Avneri, Ilan Pappe y Norman Filkenstein
han desmentido estos y otros mitos y han revelado un estado que
carece ya de todas las humanas tradiciones del judaísmo, cuyo
implacable militarismo es el resultado de una ideología
expansionista, sin leyes y racista, llamada sionismo. Parece,
escribió el historiador israelí Ilan Pappe, el 2 de enero, que
incluso los más horrendos crímenes, como el genocidio de Gaza, son
tratados como eventos de violencia ajenos a cualquier cosa que haya
sucedido en el pasado y sin relación con ideología o sistema alguno
De un modo muy parecido a cómo la ideología del Apartheid explicaba
las políticas opresivas del gobierno sudafricano, esta ideología en
su versión más consensuada y simple ha permitido a todos los
gobiernos israelíes del pasado y del presente deshumanizar a los
palestinos donde quiera que estén y ha intentado destruirlos a toda
costa. Los medios para lograrlo han cambiado de periodo en periodo,
de lugar en lugar, como lo ha hecho la narrativa que encubría estas
atrocidades. Pero hay un patrón claro [de genocidio].
En Gaza, la inanición forzada y la negativa a proveer de ayuda
humanitaria, el saqueo de recursos básicos como el combustible y el
agua, la negativa a proveer de medicinas y tratamientos, la
destrucción sistemática de la infraestructura y el asesinato y
mutilación de la población civil, el 50% de los cuales son niños, se
ajusta a los criterios internacionales de la Convención sobre
Genocidio. ¿Es una exageración irresponsable, preguntó Richard
Falk, relator especial de las Naciones Unidas sobre Derechos Humanos
en los Territorios Palestinos Ocupados y autoridad en Derecho
Internacional en la Universidad de Princeton, asociar el trato que
reciben los palestinos con este criminalizado registro Nazi de
atrocidad colectiva? Yo creo que no.
Al describir un holocausto en ciernes, Falk aludía al
establecimiento de guetos judíos por parte de los Nazis en Polonia.
Durante un mes, en 1943, los judíos polacos cautivos, dirigidos por
Mordechaj Anielewiz, repelieron al ejército alemán y a las SS, pero
su resistencia fue aplastada y los Nazis finalmente se vengaron. Falk
también es judío. El holocausto en ciernes, que comenzó con el Plan D
de Ben Gurion, está en sus últimas fases. La diferencia hoy es que es
un proyecto conjunto entre EE. UU. e Israel. Los cazabombarderos
F-16, las bombas inteligentes de 250 libras GBU-39, proporcionadas
la víspera del ataque a Gaza, aprobadas por un Congreso dominado por
el Partido Demócrata, más los 2.400 millones de dólares anuales en
ayuda para hacer la guerra le dan a Washington un control de facto.
Cuesta creer que el presidente electo Obama no estuviera informado.
Al hablar abiertamente sobre la guerra de Rusia en Georgia y el
terrorismo en Bombay, el silencio de Obama sobre Palestina indica su
aprobación, que es de esperar, dado su servilismo hacia el régimen de
Tel Aviv y sus grupos de presión durante la campaña presidencial y
qué decir del nombramiento de sionistas como su secretaria de Estado,
jefe del Estado Mayor y los principales consejeros sobre Oriente
Medio. Cuando Aretha Franklin cante Think, su maravilloso himno a la
libertad de los 60, en la investidura de Obama como presidente, el 21
de enero, confío en que alguien con un corazón valiente como el de
Muntadar al-Zaidi, el lanzador de zapatos, gritará: Gaza.
La asimetría entre conquista y terror es clara. El Plan D es ahora la
Operación Plomo Fundido, que a su vez es la Operación Venganza
Justificada. Esta última la llevó a cabo el Primer Ministro Ariel
Sharon en 2001 cuando, con la aprobación de Bush, utilizó los F-16
contra los pueblos y ciudades palestinos por primera vez. El mismo
año, el acreditado informe Janes Foreign Report reveló que el
gobierno de Blair había dado a Israel luz verde para atacar
Cisjordania después de que se le mostraron las intenciones secretas
israelíes de llevar a cabo un baño de sangre. Es algo típico del
Nuevo Partido Laborista su permanente y vergonzante complicidad en la
agonía de Palestina. Sin embargo, el plan de Israel de 2001, según
Janes, necesitaba como detonante un atentado suicida que causara
numerosos muertos y heridos [porque] el factor venganza es
crucial. Esto motivaría a los soldados israelíes a aplastar a los
palestinos. Lo que alarmó a Sharon y al autor del plan, el general
Shaul Mofaz, jefe del Estado Mayor israelí, fue un acuerdo secreto
entre Yasir Arafat y Hamás para prohibir los ataques suicidas. El 23
de noviembre de 2001, agentes israelíes asesinaban al líder de Hamás,
Mahmud Abu Hunud, y obtuvieron su detonante: la reanudación de los
ataques suicidas en respuesta a este asesinato.
Algo curiosamente similar ocurrió el pasado 5 de noviembre, cuando
las fuerzas especiales israelíes atacaron Gaza, asesinando a seis
personas. De nuevo, consiguieron su detonante propagandístico. Un
alto el fuego iniciado y sostenido por el gobierno de Hamás que
incluso encarcelaba a quienes lo violaban fue hecho añicos por el
ataque israelí y los cohetes caseros se dispararon contra lo que
solía ser Palestina antes de que sus ocupantes árabes fueran
barridos. Después, el 23 de diciembre, Hamás ofreció renovar el
alto el fuego. Pero la farsa de Israel era tal, que su asalto máximo
sobre Gaza ya estaba planeado desde hacía seis meses antes, de
acuerdo con el diario israelí Haaretz.
Detrás de este sórdido juego está el Plan Dagan, que toma su nombre
del general Meir Dagan, quien participó, con Sharon al mando, en la
sangrienta invasión del Líbano de 1982. Actualmente jefe del Mossad,
el organismo de inteligencia israelí, Dagan es el autor de una
solución que ha visto el encarcelamiento de los palestinos en un
gueto por un muro que serpentea a través de Cisjordania y Gaza,
creando, de facto, un verdadero campo de concentración. El
establecimiento de un gobierno colaboracionista en Ramala bajo
Mohammed Abbas es un logro de Dagan, junto con una campaña de hasbara
(propaganda) transmitida por unos postrados, intimidados, medios
occidentales, notablemente en EE. UU., que dice que Hamás es una
organización terrorista dedicada a la destrucción de Israel y a la
que hay que culpar de las masacres y el asedio de su propio pueblo
durante dos generaciones, mucho antes de su creación. Nunca habíamos
estado en tan buena situación, dijo el portavoz del Ministro de
Exteriores israelí, Gideon Meir, en 2006. Como resultado, la hasbara
es ahora una máquina bien engrasada. De hecho, la auténtica amenaza
de Hamás es su ejemplo, como el único gobierno democráticamente
elegido del mundo árabe, popular por su resistencia frente a los
opresores y atormentadores de los palestinos. Esto quedó demostrado
cuando Hamás desbarató un golpe de la CIA en 2007, un evento descrito
en los medios occidentales como la toma del poder de Hamás. Del
mismo modo, nunca se describe a Hamás como un gobierno, mucho menos
como un gobierno democrático. Tampoco se habla de su propuesta de una
tregua de diez años como un reconocimiento histórico de la realidad
de Israel y su apoyo a una solución con dos estados, con una sola
condición: que los israelíes obedezcan la ley internacional y
finalicen su ocupación ilegal de territorios más allá de las
fronteras de 1967. Como se demuestra cada año en la votación en la
Asamblea General de la ONU, el 99 por ciento de la humanidad está de
acuerdo. El 4 de enero, el presidente de la Asamblea General, Miguel
dEscoto, describió el ataque israelí sobre Gaza como una
monstruosidad.
Cuando la monstruosidad está hecha y la población de Gaza está aún
más dañada, el Plan Dagan contempla lo que Sharon llamaba una
solución al estilo 1948: la destrucción de todo liderazgo y
autoridad palestina, seguido de expulsiones masivas en
acantonamientos cada vez más pequeños hasta llegar, quizá,
finalmente, hasta Jordania. Esta destrucción de la vida institucional
y educativa en Gaza está diseñada para producir, escribió Karma
Nablusi, un exilio palestino en Gran Bretaña, una visión Hobessiana
de una sociedad anárquica, truncada, violenta, sin poder, destruida,
intimidada Hay que ver lo que sucede en Irak hoy en día: eso es lo
que [Sharon] tenía previsto para nosotros y casi lo ha conseguido.
La Dra. Dalia Wasfi es una escritora estadounidense dedicada a
Palestina. Su madre es judía y su padre es un musulmán iraquí. Negar
el Holocausto es antisemita, escribió el 31 de diciembre, pero no
estoy hablando de la Segunda Guerra Mundial, Mahmoud Ahmadinejad (el
presidente de Irán) o los judíos askenazis. A lo que me refiero es al
holocausto de que estamos siendo todos testigos y responsables en
Gaza hoy y en Palestina durante los últimos 60 años Ya que los
árabes son semitas, la política de EE. UU. e Israel no puede ser más
antisemita que esto. Citó a Rachel Corrie, la joven estadounidense
que fue a Palestina a defender a los palestinos y fue aplastada por
una excavadora israelí. Estoy en medio de un genocidio, escribió
Corrie, que estoy apoyando indirectamente y por el que mi gobierno
es responsable en gran medida.
Al leer las palabras de ambas, me llama la atención el uso que dan a
la palabra responsabilidad. Romper la mentira del silencio no es
una abstracción esotérica sino una responsabilidad urgente que recae
sobre aquellos con el privilegio de una plataforma. Con la BBC
intimidada, como buena parte del periodismo, se permite solamente un
vigoroso debate dentro de unas fronteras inamovibles e invisibles,
siempre temerosos de la mancha del antisemitismo. Las noticias sin
difundir, mientras tanto, son que el número de muertos en Gaza es
equivalente a 18.000 muertos en Gran Bretaña. Imagínenlo, si pueden.
Después, están los académicos, los decanos, los profesores y los
investigadores. ¿Por qué guardan silencio mientras ven como se
bombardea una universidad y escuchan a la Asociación de Profesores de
la Universidad de Gaza suplicando ayuda? ¿Es que las universidades
británicas de hoy, como cree Terry Eagleton, no son más que
Tescos [cadena británica de supermercados, N. del T.]
intelectuales, que producen en masa una mercancía conocida como
graduados, en lugar de verduras?
Luego están los escritores. En el oscuro año de 1939, se celebró el
Tercer Congreso de Escritores en el Carnegie Hall de Nueva York y los
Thomas Mann y los Albert Einstein enviaron mensajes y hablaron bien
alto para asegurarse de que la mentira del silencio se rompía. Según
testimonios, 3.500 personas abarrotaban el auditorio y no se dejó
entrar a más de mil. Hoy se dice que esta poderosa voz de realismo y
moralidad está obsoleta, las páginas de reseña literaria aparentan un
irónico desdén de irrelevancia, el falso simbolismo lo es todo. Y en
cuanto a los lectores, hay que apaciguar su imaginación política, no
encauzarla. El antimusulmán Martin Amis expresó esto muy bien en
Visiting Mrs. Nabokov: El dominio de uno mismo no es un defecto, es
una característica evolutiva, así es tal y como son las cosas.
Si así es tal y como son las cosas, nos vemos disminuidos como
sociedad civilizada. Porque lo que ocurre en Gaza es el momento
definitorio de nuestro tiempo, cuando o bien la inmunidad de nuestro
silencio garantizará la impunidad de los criminales de guerra,
mientras retorcemos nuestro propio intelecto y moralidad, o bien nos
dará la oportunidad de expresar nuestras opiniones. Por el momento,
prefiero mi propio recuerdo de Gaza: la valentía de un pueblo, su
resistencia, su luminosa humanidad, como lo describiera Karma
Nabulsi. En mi último viaje allí, tuve el honor de presenciar un
espectáculo de banderas palestinas ondeando en los lugares más
inverosímiles. Era el atardecer y los niños las habían puesto. Nadie
les había dicho que lo hicieran. Hicieron los mástiles con palos
atados juntos y unos cuantos escalaron un muro y sostuvieron la
bandera entre ellos, algunos en silencio, otros llorando. Hacen esto
todos los días cuando saben que hay extranjeros que se van, con la
esperanza de que el mundo no los olvide.
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