La ofensiva de la derecha histórica y la respuesta necesaria de los trabajadores y el pueblo
por Andrés Figueroa Cornejo (Chile) | |
jueves, 14 de agosto de 2008 | |
1. Según el último informe del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), desde el 2006 hasta ahora, en Latinoamérica los alimentos han aumentado su precio en un 68 %. En Chile, en el último año, la comida subió un 17 %, en general; el pan (clave nutricional en el país) un 37 %; la carne un 20 %; y el arroz un 89 %. De acuerdo al BID, la extrema pobreza (término sociológico organizado a través de tramos arbitrarios) en Chile crecerá de un 12 % a un 17 % (casi 3 millones de personas). Como si fuera poco, durante el último año, para una familia de 4 personas, el gas aumentó su precio en un 53 %, la electricidad un 34 %, y el agua un 4, 2 %. Sin embargo, el promedio salarial del trabajador chileno se ha congelado nominalmente en $ 260 mil pesos (500 dólares), y el promedio de endeudamiento de un trabajador es de 12 meses de labor remunerada. Ante las cifras dramáticas, el gobierno trata de insistir sin convicción en la contención de la crisis en virtud de mantener “la casa ordenada”, y contar con un superávit fiscal millonario debido a la demanda provisional del cobre por China. Sus grandes planes se reducen a promover más programas sociales (vinculados a la generación de mal empleo con el propósito de acotar la cesantía que, en promedio, se aproxima al 10 %), disminuir el gasto fiscal, e incrementar las tasas de interés para destruir la inflación (y de paso, sueldo y trabajo). El patrón de acumulación capitalista horneado por la ultra liberal anglosajona, impuesto materialmente por la dictadura pinochetista y luego optimizado por los gobiernos civiles de la Concertación, expresa sus límites históricos y produce con su agotamiento sus posibilidades objetivas de superación. 2. Esto quiere decir, en rigor, que el manto de legalidad formal necesario para los rostros de ambos conglomerados del bloque en el poder (Alianza por Chile y Concertación), pierden consistencia de manera explícita. Si bien, ciertamente, el Estado chileno desmantelado y tutelado por el gran capital y sus expresiones corporativas transnacionalizadas, han convertido al Ejecutivo y al Parlamento en extensiones de sus intereses, la crisis concreta de las instituciones teóricamente representativas o con algún grado de participación popular, destruyen la autoridad y el mito liberal de la democracia chilena. A lo anterior, se agrega el fracaso parcial del acuerdo electoral para los comicios municipales que se realizarán en 2 meses más entre la Concertación y el Partido Comunista, debido a la oposición en los hechos de la Democracia Cristiana, situación que posterga indefinidamente la demanda del PC por terminar con el sistema binominal, antesala a la estrategia de modificar cualitativamente la Constitución de 1980 a través de asambleas constituyentes u otras fórmulas jurídicas. Pero la ofensiva de la derecha histórica contra el proyecto neocapitalista pobremente matizado por la Concertación no se detiene desde la expulsión de la ministra de Educación, Yasna Provoste, en abril de 2008. El golpe de fuerza originó la tesis derechista de la construcción de una “nueva mayoría” en el Legislativo, soporte y prolegómeno de las posibilidades de hacerse del Ejecutivo en las próximas elecciones de 2009, mediante el candidato presidencial, Sebastián Piñera. Ahora, el líder de la fascista Unión Demócrata Independiente (UDI), Hernán Larraín, habla de la “ley de los turnos”, es decir, la legitimidad del recambio en La Moneda y el mentado “desalojo” de la Concertación. La estrategia de la derecha histórica sigue su curso con el apoyo cada vez más acerado de desprendimientos de la Democracia Cristiana, el engendro político denominado Partido Regionalista de los Independientes (PRI) y el pragmatismo burgués del Partido Chile Primero, escisión a la derecha del concertacionista Partido Por la Democracia. El miércoles 13 de agosto, la Cámara Baja del Congreso aprobó por un voto (“comprado” por el Ejecutivo), el subsidio fiscal para el sistema de transporte público, Transantiago, uno de los proyectos en acción peor evaluados por las encuestas. Sin embargo, en septiembre, el subsidio millonario a los privados que administran el sistema de locomoción colectiva será votado en el Senado, donde la mayoría ultraderechista probablemente puede voltear el virtual empate en el parlamento en desmedro del subsidio. Una “victoria” del campo más reaccionario y liberal extremista en el área chica de los senadores, podría iniciar la sentencia definitiva del fin de los gobiernos concertacionistas, toda vez que, sin subsidio estatal, el pasaje del Transantiago aumentaría sustantivamente su precio y el descontento de los santiaguino de a pie. En la forma, la derecha histórica propone el fin de los subsidios y alienta el término de los impuestos a los combustibles; en el fondo, sienta las bases del derrumbe político concertacionista. Por primera vez, en casi 20 años de gobiernos civiles post dictadura, los hijos del pinochetismo más duro, con tanta antelación, han sido capaces de elaborar una estrategia meridianamente coherente y francamente ofensiva contra la Concertación; primero concentrándose en un candidato único; aprovechando los errores y la desestructuración creciente y, aparentemente, sin retorno del pacto político que administra el Estado hoy; y procurando constituirse en alternativa “viable”, en un contexto de crisis económica, malestar de la comunidad nacional, visible agotamiento concertacionista, y a través del control mediático unidimensional reproductor de sus intereses. A lo anterior, es preciso agregar las próximas elecciones de la dirección de la Confederación de la Producción y el Comercio (CPC, gremio patronal en Chile), titiritero protagónico de las políticas económicas, sociales, políticas, y represivas del país. El alejamiento de Alfredo Ovalle, su actual presidente, por un líder menos negociador y aún más derechista, construirían un escenario político aún más promisorio para los objetivos de la ofensiva burguesa de sus fracciones más radicalizadas y antipopulares. 3. En este sentido, los borradores de proyectos emancipadores y los quehaceres de las diversas iniciativas políticas de los intereses de los trabajadores y el pueblo, se juegan en un campo complejo. Más allá de las debilidades propias de los empeños progresistas (que bregan por políticas redistributivas genuinas; medidas impositivas al gran capital y a la explotación extranjera de los recursos naturales, e implementación de paradigmas de economías sustentables y de impronta desarrollista) y anticapitalistas (que apuestan a transformaciones estructurales del modo de producción dominante), resulta imperativo establecer puntos de confluencia por abajo capaces de construir fuerzas que de la pura resistencia y testimonio de las injusticias del actual modelo, primero sean capaces de contener la ofensiva burguesa, y luego comiencen a dibujar cualitativa y cuantitativamente el continente social y político capaz de dar saltos hacia delante, hacia la disputa contra los enclaves patronales y sus expresiones multidimensionales. En la actualidad, se está en presencia de un conjunto de episodios reactivos de fracciones de los trabajadores y el pueblo que, paulatinamente y de manera todavía desarticulada, han demostrado, pese a las dificultosas condiciones impuestas por el poder, contar con la conciencia y organización para manifestar su descontento y apresurar sus demandas. Son los estudiantes secundarios contra la educación de mercado; sectores de trabajadores por mejoras económicas; nudos de lucha mapuche por reivindicaciones históricas; pobladores por la vivienda digna. A todos ellos, sin excepción, se les ha reprimido con saña clasista desde el estado y sus inquilinos coyunturales. El presente período de reconstitución de las expresiones por la lucha de los intereses de los trabajadores y el pueblo se ofrece aún de modo desordenado, parcial, sin la frecuencia suficiente. Al respecto, es preciso apuntar que, tanto los réditos de la decisión política de participar en el ordenamiento político representativo fundado y, en general, organizado en función de los intereses del capital y la burguesía, como la eventual edificación de instrumentos político orgánicos anticapitalistas capaces de intervenir significativa y compartidamente en procesos concretos de lucha de clases con posibilidades de bascular la hegemonía burguesa, serán fruto de amplios continentes de trabajadores y pobres en lucha. He aquí un núcleo de sentido unitario que, de salvar instrumentalizaciones pequeñas y cortoplacistas, abriga las condiciones de la agrupación necesaria de extensos territorios populares para enfrentar la embestida ultraderechista. Las posibilidades del éxito de los proyectos emancipatorios de las clases subalternas no son tanto producto de la suma aritmética de “todas las formas de lucha”, al mismo tiempo y con la misma relevancia. Debe situarse el eje dinámico popular que ordene el conjunto de tácticas en juego. Y ese eje, hasta ahora y por un largo tramo, está asociado al impulso de las luchas sociales en creciente politización, intencionada confluencia, convenida reunión de sentidos. Unos pondrán la lucha electoral como tarea inmediata; otros se concentrarán en la recomposición popular paralela a las reglas del modelo dominante. Estos aspectos, no necesariamente son contradictorios si la reunión de los trabajadores y el pueblo, la lucha social, y la agrupación por abajo se convierte en punto de convivencia, construcción y proyecciones principales. De todas maneras, los proyectos liberadores, sus tácticas y estrategias, históricamente se juegan en caliente y de acuerdo a un conjunto de variables asociadas a la sintonía popular de los distintos empeños, la política más justa para el período, la construcción de liderazgos en comunión con el pueblo profundo. Lo cierto, es que sin pueblo organizado y en lucha, ningún proyecto que aspire a la hegemonía de los intereses de las grandes mayorías expoliadas, cuenta con posibilidades de victoria. - El autor es Miembro del Polo de Trabajadores por el Socialismo |
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