Pinochet no le hizo caso
Enrique Canelo
Periodista
Cuando Milton Friedman vino a Santiago, a mediados de 1975, un año antes de ser galardonado con el Premio Nobel de Economía, sucedió uno de los episodios más contradictorios sino grotescos en la recién instalada dictadura de Augusto Pinochet.
Entonces, junto con la dura represión contra las fuerzas de la izquierda encarnadas en la Unidad Popular y sectores afines revolucionarios, se gestaba otra revolución, la económica, la que nunca habría podido ejecutarse sin la custodia de las bayonetas.
El mentor de la “buena nueva” había sido precisamente Milton Friedman. Uno de los best seller mundiales de su teoría era “La libertad de elegir” (“Free to choose”), libertad que desgraciadamente no tuvieron los chilenos, y hubo de pasar una o dos generaciones hasta que emergiera una nueva clase empresarial.
Con todo, los fundamentos de la teoría friedmaniana fueron de tal peso que hasta hoy, a la entrada del siglo XXI, más de tres lustros y cuatro gobiernos de la Concertación, permanecen las bases del modelo generado por él.
Retornando a 1975, el salón de plenarios del edificio Diego Portales (ex Gabriela Mistral) se encontraba colmado de generales y coroneles acompañados de la nueva casta de civiles que dirigieron la gesta económica, sordos a los lamentos de los perseguidos y ajenos a los torturados, muertos y desaparecidos, para escuchar en recogido respeto y silencio la palabra del nuevo apóstol.
Pero la incomodidad se apoderó de los generales y coroneles que -inquietos- se revolvieron en sus asientos haciendo crujir sus bruñidas botas cuando la atragantada voz del intérprete tuvo que repetir uno de los conceptos de Milton Friedman que, para los que se recuerdan, se basaba en la necesidad de que empresas y empresarios fueran eficientes y eficaces, y produjeran en el país lo que era económicamente factible y el resto importarlo, como sucedió con la crujidera de quiebras que hubo, especialmente, en los sectores automotor y textil, por mencionar los más visibles.
El punto es que el infeliz intérprete no podía enmendar lo que decía el “gurú” mundial de la economía, y tuvo que repetir no más aquello (traducción absolutamente libre de lo que conserva la memoria) de que “incluso, países de tamaño relativamente pequeños como éste (¡nuestro Chile, señores!), debieran subcontratar en el exterior a profesionales del orden y para la defensa...”.
Afortunadamente, para el nuevo régimen el bochorno quedó ahí porque la prensa estaba silenciada e intervenidas las agencias internacionales de noticias. Con todo, 31 años después, la noticia del deceso del profeta de la libertad de elegir gatilló los recuerdos de un reportero que estuvo presente en esa jornada en el edificio Diego Portales.
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