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T r i b u n a c h i l e n a

Estados Unidos-Venezuela: reviviendo la guerra fría

La actuación de Washington en el escenario internacional se basa en el principio de actuar “multilateralmente cuando podamos y unilateralmente cuando debamos”.



Marcel Garcés

Lo objetivo es que Estados Unidos y Venezuela reeditaron con motivo de la elección del cupo latinoamericano del Consejo de Seguridad de la ONU, las peores etapas de la Guerra Fría, que el mundo creía superada tras el fin de la confrontación Este-Oeste.

Llevaron las cosas a una situación de división y de confrontación, no sólo de América Latina sino del conjunto de la Asamblea General, cuyo deber estatutario es la defensa y la salvaguarda de la paz y de la seguridad global. No se trata de un simple capricho. Es más bien la constatación de un conflicto que subyace, más allá de algunos discursos que aparecen como bien intencionados y declaraciones más bien retóricas.

Reafirmado por los hechos objetivos, tras la caída del Muro de Berlín, que se señala como hito del desmoronamiento del sistema comunista soviético, no llegó -como se había prometido al mundo- ni la paz, ni la seguridad internacional, ni el desarme ni el imperio del derecho internacional. Mucho menos la justicia social y la equidad.

La confrontación Este-Oeste se trasladó a la oposición Norte-Sur, el enemigo “comunista” fue reemplazado por el “terrorista”, o el “extremista islámico”, los “estados canallas”, el “eje del mal”, y más recientemente países “hostiles” o “populistas”. Nuevas cruzadas contra los “estados fuera de la ley” se fundamentan en la doctrina del “choque de civilizaciones” de Samuel Huntington, que desprecia y sataniza al Islam. Y se volvió a los métodos sucios de la guerra sicológica, con la caricaturización y desnaturalización del “enemigo”. Los argumentos de la propaganda negra, cuyo objetivo final -no tenemos derecho a olvidar la trágica experiencia chilena- es la liquidación física del “enemigo”.

Dentro de esta lógica se entiende que Washington haya decidido oponerse a Venezuela, al que claramente ha marcado como “un riesgo” para la democracia aceptable para Estados Unidos, o por lo menos molesto y sobre todo “mal ejemplo” (como lo fue Salvador Allende y la UP),

La Casa Blanca no ha hecho ningún secreto de que no quiere en el Consejo de Seguridad, quien discuta sus políticas en relación al desarme- es decir su derecho a tener todo el armamento nuclear que requiera para su estrategia de dominio mundial, sin que algún estado pueda experimentar en este campo, sea para fines de defensa nacional, soluciones energéticas o, quizás, para satisfacer ambiciones políticas. Tampoco quiere a quienes rechazan su política de dominio mundial, de su autoasignada misión de cruzados intervencionistas (en Irak, en Afganistán, y donde sea necesario).

Para decirlo en palabras de la entonces Secretaria de Estado Madeleine Albright, en plena Guerra del Golfo 1990-1993): la actuación de Washington en el escenario internacional se basa en el principio de actuar “multilateralmente cuando podamos y unilateralmente cuando debamos”.

De manera que no es el tema del tipo de democracia, el histrionismo del Presidente Hugo Chávez, o sus desplantes contra Bush, lo que está detrás de la oposición de Estados Unidos. Se trata de un puesto -miembro no permanente- que aparece como relativamente decorativo, pero que tratándose de Chávez, correría el riesgo de que ejerciera un rol fiscalizador y crítico, con el que muchos en el mundo podrían sentirse identificados.

Este problema central de la política internacional -la oposición entre la voluntad arbitraria del imperio y el derecho internacional, el orden unipolar y el multilateralismo, el intervencionismo y belicismo frente a la autodeterminación de los pueblos y el derecho a la paz y la seguridad- ha sido eludido en Chile. Sin embargo, parece haber sido entendido mejor en el resto del mundo, cuando Venezuela recibe un apoyo sostenido y nada despreciable de más de 70 países.

Acá, en cambio, los sectores políticos han entrado a la polémica pensando en sus intereses electorales del 2010, más que en las reales contradicciones del ámbito internacional. Esto ha tenido como consecuencia no solo el espectáculo de hipocresías, dobles discursos o amenazas, sino el debilitamiento, la caricatura, o la erosión de la imagen, la figura y el prestigio de la Presidenta Michelle Bachelet, a la que -con razón desde la derecha- estiman el principal obstáculo para sus fines electorales. La Concertación debiera actuar teniendo presente la obligación política de protegerla, con más interés, dedicación y lealtad.

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