Orlando Letelier: un caso pendiente
José Miguel Varas
Premio Nacional de Literatura
Me ha pedido Isabel Margarita Morel, viuda de Orlando Letelier, que diga algunas palabras en esta ocasión, tan cargada de emoción y de significado. El Archivo Nacional podrá incorporar, a partir de hoy numerosos documentos y efectos personales del ex canciller de Chile asesinado en Washington el 21 de septiembre de 1976, hace 30 años. Ésta es una contribución a la historia de nuestro país, Chile. Es otro paso para superar la calculada amnesia política a la que ha sido sometido durante la dictadura y después.
Permítaseme un recuerdo personal. Conocí a Orlando Letelier en 1971, en Washington, cuando era embajador de Chile en Estados Unidos. Viajé a Washington como enviado de Televisión Nacional, con la misión de cubrir las audiencias que se desarrollaban en el Senado de Estados Unidos, por iniciativa de la Comisión Church, con el propósito de investigar las actividades encubiertas (clandestinas), en mucho casos de carácter criminal, de la Agencia Central de Inteligencia en otros países, incluyendo golpes militares, atentados terroristas y asesinatos de jefes de Estado. En aquellos días la comisión senatorial examinaba la intervención estadounidense en Chile a partir de la elección de Salvador Allende y hasta el golpe militar, en particular la acción desarrollada por el consorcio norteamericano ITT a través de la CIA para impedir la confirmación de Allende como Presidente en el Congreso chileno.
Orlando Letelier era un hombre atlético, de aventajada estatura, bigote y cabellos rojos, que daba una impresión de un extraordinario dinamismo. De su persona emanaba una especie de electricidad. Fue muy cordial con el grupo de periodistas chilenos que llegamos en esos días a Washington. Le gustaba cantar, acompañándose de guitarra (tenía un gran oído musical y una bella voz de barítono) y bailaba la cueca con entusiasmo y gracia, según me contó el entonces ministro consejero Fernando Bachelet, tío de la Presidenta. Era amable y respetuoso y exigente con sus subordinados -signos de un verdadero jefe-, sabía impregnarlos de un intenso amor por la camiseta de Chile y en aquellos días de gran tensión, los hacía trotar y correr para cumplir múltiples tareas. Mantenía un clima de intensa actividad en la embajada chilena, que parecía en esos días algo así como un barco de guerra con zafarrancho de combate. La representación diplomática chilena ocupaba un pequeño edificio en Embassy Row (la hilera de las embajadas) en la Avenida Pennsylvania.
El Presidente de Estados Unidos era entonces Richard Nixon y su secretario de Estado, Henry Kissinger, quienes tuvieron una enorme responsabilidad en la constante intervención norteamericana en los asuntos políticos de Chile y en el golpe militar de 1973, como lo confirmaron más tarde la Comisión Church y los documentos de la CIA desclasificados por el Gobierno de Bill Clinton.
Asistimos en compañía del entonces agregado de prensa Andrés Rojas Weiner a las audiencias del Senado de Estados Unidos, escuchamos las cínicas declaraciones del máximo ejecutivo del consorcio ITT (International Telegraph and Telephone Company) Harold Geneen en respuesta al interrogatorio a que lo sometió el senador William Fulbright en aquel entonces presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado norteamericano, si la memoria no me engaña.
Una noche comimos, en compañía de Orlando Letelier y su esposa Isabel Margarita, en su casa, situada casi al lado de la plaza circular llamada Sheridan Circle, en el corazón de Washington, donde una bomba hizo volar por los aires el automóvil en que viajaba y puso sangriento final a su vida y a la de su secretaria Ronnie Moffit, y dejó gravemente herido al esposo de ésta, que viajaba en el mismo vehículo.
Lo demás es sabido. La investigación desarrollada por el brillante magistrado Adolfo Bañados de la Corte Suprema de Chile demostró que el crimen fue cometido por la DINA y terminó con condenas a prisión del general (r) Manuel Contreras y de su jefe de operaciones coronel (r) Pedro Espinoza. Pero los antecedentes reunidos hasta entonces no permitieron comprobar las presunciones fundadas de que fue Pinochet quien dio la orden de llevar a cabo el atentado y que ésta no fue una acción decidida por cuenta propia por Contreras. Algo impensable, conocidas la férrea disciplina y la verticalidad del mando que mantiene el Ejército chileno. Por lo demás, Contreras ha declarado que actuó siempre bajo las órdenes del capitán general (r) Pinochet. Por lo menos en esto podemos creerle.
En 2000, accediendo a una petición de la familia de Letelier, el entonces Presidente de EEUU, Bill Clinton, envió a Chile, con el acuerdo de las autoridades chilenas, a un grupo de la policía federal, el Federal Buró of Investigation (FBI), con la tarea de investigar los hechos que rodearon la decisión de dar muerte a Letelier. Es muy lamentable que el actual gobierno estadounidense del Presidente George W. Bush mantenga aún retenidos los documentos de aquella investigación, que podrían contribuir al esclarecimiento pleno de este atentado terrorista ocurrido en el centro de Washington.
Orlando Letelier fue un hombre extraordinario, un estadista de gran visión y, por sobre todo, un gran patriota. Es de desear que el acto trascendental y emocionante que hoy se realiza en esta gran casa de la cultura chilena contribuya al mejor conocimiento de su vida, su obra y su pensamiento y a mantener vivo su recuerdo en esta patria que tanto amó.
Texto del discurso pronunciado el 21 de septiembre, en la ceremonia de entrega al Archivo Nacional de documentos y objetos pertenecientes a Orlando Letelier del Solar.
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