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T r i b u n a c h i l e n a

Soberania Alimentaria

EL VOTO ECOLOGISTA

EL VOTO ECOLOGISTA

Por Gustavo Duch Guillot

 

A pocos minutos del arranque de la campaña electoral  catalana, en el CaixaForum, sin saberlo, ya estábamos sumergidos en plena discusión después de la presentación y proyección de la película documental ‘Un Mundo sin Peces’. Si los ejes de la campaña son soberanismo por un lado y los estragos sociales de la crisis por otro, hablar de un mar vaciado de peces nos llevó a un debate que abarca ambos: el modelo civilizatorio que tenemos y el modelo civilizatorio por el que queremos votar.

El documental fue muy ilustrativo. Desde las primeras frases del Génesis el ser humano se ha sentido dueño del Planeta y de todos sus habitantes, así no es de extrañar que empleemos maquinaria de guerra -otra de nuestras características civilizatorias- para apropiarnos de todo lo que aletea por el mar, llegando a límites irreversibles para la vida. Con modales machistas, nos hemos olvidado del cuidar y avanzamos destrozando corales y fondos marinos con los barcos de arrastre más grandes que se puedan imaginar. Mantenemos una competición constante del más grande y fuerte contra el más pequeño, donde las súper pesquerías –subvencionadas con fondos públicos- aplastan con el dedo a la pequeña pesca artesanal, borrando del mapa miles y miles de puestos de trabajo. Y cuando todo esto lleva a agotar nuestros propios mares, en una economía globalizada y liberalizada, se colonizan mares ajenos conduciendo a muchas personas, antes pescadoras, a pasar hambre por pura escasez.

Un reflejo de nuestra civilización confirmado por toda la clase científica y por cualquiera que mire al horizonte: el Mar, embrión de la Vida, inmenso y hermoso, está al borde del colapso, agotado, contaminado, sin posibilidades de dar de comer ni de ofrecer puestos de trabajo o medios de vida, por el afán de lucro incesante de un capitalismo insaciable e insensible.  Unos pocos años más de pesca industrial descontrolada y los Océanos serán una piscina de lodos, gusanos y medusas. Esta situación es igualmente válida para cualquier orilla donde tantas chimeneas están calentando el planeta, una verdadera crisis ambiental; donde la destrucción de la pequeña agricultura es penosa crisis alimentaria para millones de seres humanos; donde la falta de trabajo y los recortes es crisis social; y donde el PIB estancado o las arcas endeudadas es crisis económica. El patrón que maneja el timón nos guía hacia el colapso en el mar y también en tierra firme.

 

Desde este análisis, la respuesta no puede ser otra: necesitamos un voto ecologista para abrir las mentes y, sin miedos ni prejuicios, apoyar la construcción de una nueva armonía ambiental, social, cultural y económica; dejando a un lado el crecimiento sin fin, el progreso materialista y las lógicas antropocéntricas. En Bolivia o Ecuador a tal propuesta le llaman el  Buen Vivir  y busca «la equidad e igualdad de los seres humanos desde el reconocimiento de los derechos de los pueblos, en la misma medida que se reconocen los derechos de la Tierra, para asegurar la reproducción de la vida».  Su premisa fundamental es revolucionaria: en la medida que prioricemos la salud de la Tierra aseguraremos  hogar para el Buen Vivir de todos los seres vivos, los ecosistemas, la biodiversidad, las sociedades y los individuos –también humanos- que la componemos.

Pensemos en el hambre, la peor tarjeta de presentación de nuestra economía capitalista y globalizada, que afecta a mil millones de personas y cada vez más presente en nuestros barrios. ¿Puede un voto diferente, una mirada ecologista, resolverla? Pienso que sí, que respetando los Derechos de la Naturaleza se puede asegurar una alimentación para el Buen Vivir de los pueblos. Pensar desde este paradigma nos obliga a pensar en una agricultura que sólo es posible fortaleciendo sistemas locales, controlados por sus propios pueblos, bajo modelos productivos sencillos y de pequeñas dimensiones, con mucha mano de obra, y en ciclos cerrados que no arrojan desechos, ni  despilfarran. Es decir, de un plumazo quedarían sin funciones las grandes corporaciones que tanto daño producen a millones de pequeños agricultores; se evitaría la competencia entre territorios;  se reduciría la sobrepesca que practican unos pocos; se produciría comida pensando en alimentar a las poblaciones más cercanas; y finalmente recuperaríamos una agricultura que sería medio de vida para quienes la ejercen, a fecha de hoy, la mitad de la población mundial.

La ecología puede ser el revolcón que nuestro modelo civilizatorio necesita. Nos habla de relocalizar las economías, empequeñecerlas para hacerlas controlables por los propios pueblos, solidarias y al servicio de sus sociedades, deseos y anhelos. A la vieja Europa le conviene cuanto antes abandonar patrones caducos [y Patrones tiranos] y, aprendiendo de nuevos paradigmas, con personalidad propia, zarpar a nuevos horizontes.

Gustavo Duch Guillot

 

CRISIS ALIMENTARIA, UNA FEA COSTUMBRE:EL PODER DE LA CARNE

CRISIS ALIMENTARIA, UNA FEA COSTUMBRE:EL PODER DE LA CARNE

Por Gustavo Duch

 

La trama nos sitúa a mediados de 1901 en las calles de Creve Coeur en Saint Louis, Missouri (Estados Unidos), donde Mr. John Francis Queeny funda una pequeña empresa a la que bautiza con el apellido de su esposa, Monsanto, dedicada a comercializar sacarina. En seguida cosecha éxitos, el primero la venta de dicho edulcorante a la empresa Coca Cola, y luego van llegando otros como la fabricación del plaguicida DDT -ya retirado de los mercados- o el Agente Naranja, un herbicida utilizado en la guerra del Vietnam. En este capítulo bélico participa también en el desarrollo de las primeras bombas atómicas; sintetiza la hormona de crecimiento bovina y, en 1982 sobresale de nuevo como pionera de la tecnología de las semillas transgénicas de las que hoy controla el 80% del mercado. Entre ellas destaca la soja transgénica, en realidad, una apropiación indebida de la semilla natural de la soja, que la patenta agregándole un gen procedente de una batería que hace a la planta resistente a un herbicida, del que Monsanto, era lógicamente también el propietario: el glifosato.

Con algunas triquiñuelas de política comercial en el guión y con los despachos donde se tiene que velar por la salud de las personas y del Planeta mirando a otro lado, Monsanto consigue hacer de la soja transgénica el producto estrella de finales del siglo XX, incorporada a los piensos que alimentan la ganadería estabulada del mundo. Es un negocio de dimensiones formidables para quienes venden la soja como grano, y para quienes como Monsanto ganan en la venta de la semilla y de su herbicida asociado.

Desde su aparición en escena, la soja transgénica provoca el robo de tierras agrícolas más suculento de la historia que se explicará en los libros de historia y en los manuales de criminología. Con guante blanco usando recursos administrativos de titulación de propiedades o con violencia pura y dura -son muchos los casos de desalojo violento, con muertes de campesinas y campesinos-, millones de pequeñas fincas campesinas han sido suprimidas del mapa a favor de la soja que consume la ganadería europea o china (y poco a poco también los automóviles que caminan con biodiesel). Tenemos aquí una explicación a la actual subida de precios de los cereales, alimentos básicos para el mundo.

Hasta la fecha el saqueo ha afectado a países de la América del Sur; África está en el punto de mira. Sólo en Argentina más de la mitad de su tierra fértil se dedica a la soja. Y en Paraguay, país de pequeñas dimensiones, de momento el 10% es soja, pero supone, sólo en concepto de royalties, 30 millones de dólares anuales, libres de impuestos, para Monsanto.

Pero claro, no todo puede resultar tan fácil. Las gentes afectadas se organizan y levantan la voz ante tamaña injusticia: ―¡la soja es responsable de la pobreza campesina!; no hay evidencias que aseguren que consumir grano transgénico no es perjudicial para la salud; el uso masivo del glifosato rociando los campos está provocando muchas enfermedades en la población local; la biodiversidad cultivada y la salvaje desaparece rápidamente; y por último, explotar así a los suelos agrícolas les genera a estos una perdida de nutrientes, de fertilidad, que nadie repone. Y el drama llega a momentos álgidos.

Algunos gobiernos cercanos a las realidades sociales ponen pequeñas y tímidas trabas a la expansión de estos agronegocios, como fue el caso de la presidencia de Fernando Lugo en Paraguay hasta hace apenas un mes. La empresa multinacional, desde EEUU, no acepta intromisiones en sus negocios y enterada de las limitaciones que allí se establecen, dicta algunas instrucciones que la prensa y las organizaciones de empresarios agrícolas locales llevan a la perfección y sin discreción, no es necesario. Mientras se lanza una campaña desmedida contra la institución gubernamental que decidió bloquear la introducción de nuevos transgénicos en Paraguay, tiene lugar una masacre en tierras en litigio por la soja con 17 personas muertas,  que acaba de desestabilizar a un gobierno frágil.

Así son ahora los golpes de estado, Paraguay y Honduras, elegantemente disfrazados de democracia. Dos pequeños países señalados como una advertencia para quienes no estén dispuesto a hacer del extractivismo y expolio del Planeta -sea soja para hacer carne, sea palma aceitera, sea minería- un torrente de beneficios para las corporaciones, que como en las películas, ya controlan el mundo.

Es curioso, mientras aquí en Europa la actividad agraria ha quedado reducida a casi nada -poco importante económicamente hablando, con muy pocas gentes practicándola de forma profesional y su recurso principal, la tierra, se regala al mejor de los bandidos (pienso en la posible instalación de Eurovegas en Barcelona)- en otros países es sin lugar a dudas el mayor de los poderes fácticos. Pero ambas realidades, el desprecio y el fervor, están tremendamente conectadas. Para que el negocio de producir y vender soja funcione -la ‘soja-connection’- se necesitan tierras arrasadas de monocultivos en los países del Sur y tierras arrasadas de hormigón en los países del Norte.

Fuente:http://gustavoduch.wordpress.com

TRANSGÉNICOS, VEINTE AÑOS DESPUÉS

TRANSGÉNICOS, VEINTE AÑOS DESPUÉS

A propósito del 17 de abril, día de la lucha campesina.

 

Por Gustavo Duch Gillot

La biotecnología transgénica durante estas dos últimas décadas se ha recreado explicando las virtudes de sus invenciones. Una tecnología que sólo ha alimentado debates pues su aplicación sólo ha generado hambre. La cifra actual de personas desnutridas nunca ha sido tan hiriente.

Y aunque seguiremos escuchando nuevas propuestas salvadoras transgénicas,  a las que deberemos responder, serán sólo pataletas. No hay mucho más que discutir, seamos claros: por un lado, la sociedad tiene una postura clara y rotunda, NO a los transgénicos; y por el otro, tantas millonadas  puestas en esta ciencia apenas ha traído más que dos o tres aplicaciones. Decían que salvarían al mundo e inventaron negocios para vender venenos ponzoñosos. Un resultado-científicamente hablando- más que pobre, ridículo.

Los cultivos transgénicos han fracasado:

  • La transgenia comparte con la bomba atómica el mérito de ser la tecnología que más gente ha conseguido tener en contra, y el número no deja de crecer. La sociedad civil en general y en particular las organizaciones campesinas, ecologistas y de consumo, y también organizaciones a favor de los derechos humanos, claro, rechazan abiertamente las semillas de Monsanto y compañía.
  • Los abusos cometidos por las empresas de biotecnología en todo el mundo confabulando con las autoridades administrativas han quedado desvelados, con pruebas evidentes y sin dudas razonables. Son casos que ya se estudian en escuelas de negocios.
  • En Europa, semana sí, semana no, un país rechaza los transgénicos, un territorio se declara libre de transgénicos, se alargan las moratorias de prohibición de estos cultivos y se ganan juicios y denuncias sobre sus inconvenientes. La empresa con patatas transgénicas incomestibles se ha retirado –asustada y fracasada- del mercado europeo.
  • En la India el lema ¡Monsanto, fuera de la India! es un movimiento y el movimiento en Haití rechazó tras el terremoto las semillas que Monsanto regalaba.
  • La naturaleza también ofrece resistencia, y los cultivos transgénicos sufren resistencias, como el amaranto, cereal de los diositos mayas. ¡Divinas resistencias! Y la ciencia independiente explica las propiedades transgénicas: pocos milagros y muchos tormentos para la salud del Planeta.
  • Hasta las mariposas y abejas saben que la pérdida de biodiversidad y la degradación del suelo tiene que ver con el modelo agrícola que empujan los transgénicos, sus semillas patentadas y sus agroquímicos esparcidos. Informadas vuelan lejos de los cultivos transgénicos, bien lejos.
  • ¿Diseñan en los laboratorios cultivos que no dependan del petróleo? Eso sería pensar hacia delante, pero la ciencia transgénica piensa con los ojos tapados.Mientras tanto y desde siempre el saber campesino sabe cultivar sin avionetas y sin fertilizantes sintéticos.
  • Decían que darían de comer a varios planetas y muchos universos, pero algo salió mal. Ni arroz vitamínico, ni tomates gigantescos, ni lechugas sin regar…ningún transgénico ha sido pensado para comida de personas. Sus únicos inventos, la soja, colza y maíz, que se monocultivan son materia prima para engordar la ganadería industrial (y ahora industria automovilística) de países ricos y obesos. Un descuido científico que aclara y sentencia.

Un fracaso del que ya casi no habrá que hablar. La plaga transgénica, sus inversiones, sus tejemanejes y sus emporios que se comerían el mundo, dos décadas después cubren tan solo un 3% de la tierra agrícola mundial, recluidos en cuatro o cinco países.

Un 97% de la tierra agrícola del mundo continúa estando libre de transgénicos.

Sentimos notificarlo, transgénicamente no hay nada que hacer.

Capitalismo a cielo abierto

Capitalismo a cielo abierto

Por  Gustavo Duch

Se oyen los primeros rugidos. Las aves parten en vuelos urgentes sin ruta planificada. Los mamíferos corren en círculos muy desorientados. Los topos y topillos se entierran lo más hondo que pueden, y se llevan las manos a unos ojos llorosos que nunca vieron (son casi ciegos) nada igual.

Las gentes del lugar se abrazan a los árboles. Un par de jóvenes se han encadenado a dos de ellos. No importa, el primer bocado llega puntual, y la excavadora traga media tonelada de bosque, fauna y flora. Así, bocados de excavadoras y explosiones de dinamita hasta cavar en el mismo ombligo del planeta Tierra una fosa de casi dos kilómetros de diámetro y por lo menos 800 metros de profundidad.

¿Por qué un bombazo así a nuestro globo terráqueo? ¿Qué pretenden enterrar? ¿No temen que de su interior emane el fuego del averno y les carbonice? ¿Cavan su tumba? ¿No les asusta poder ser tragados en un pliegue del terreno?

No, el interés del capital y su necesidad de multiplicarse es tan intrépido como insensato y repugnante.

No, el capitalismo busca en Marte, en Plutón o en las profundidades del subsuelo cualquier cosa que le dé de comer. Ahora en Ecuador, es la atracción por el cobre lo que mueve su maquinaria pesada.

No, no hay barreras. Para la mina de cielo abierta El Mirador, el gobierno de Rafael Correa ha encontrado capital chino para la succión del cobre durante los próximos 25 años. Para el hambre campesina nunca se encuentra solución.

No, no les preocupan los problemas técnicos ni ecológicos para depositar las 26 mil toneladas de escombros que se producirán a diario, pues de entre ellas rescatarán 600 toneladas del cobre deseado. En total una montaña de material igual a 405 años de recolección de basura de Guayaquil, la ciudad más grande de Ecuador, para obtener unas 5 mil millones de libras de cobre.

No, no habrá sequías para que brote su metal. De los ríos del pueblo Shuar tomarán 120 litros de agua por segundo y la devolverán ácidamente contaminada; y los peces morirán; y la población enfermará.

No, sus corazones metálicos y fríos como el cobre, no sabrán nada de sequías río abajo. Sus camiones cargados del metal circularán entre la miseria recién nacida en el territorio.

Y 25 años después, cuando el cobre esté agotado (y el planeta anémico por la herida) entonces, como monumento a la codicia, la empresa minera hará del gran socavón un lago turístico donde los enriquecidos navegarán en sus lanchas fuera de borda. Y presumirán fachendas de una gran vista. Desde El Mirador otearán lo que fue la fabulosa Cordillera del Cóndor con sus árboles endémicos y su diversidad animal y vegetal. Pero no verán nada; será tan sólo y para siempre –gris e intoxicada– la Cordillera del Cobre.

Y este proyecto es apenas el primero de una larga lista de violentas acciones megamineras en contra de la naturaleza, impulsadas por el gobierno nacional de ese pequeño país andino, que se precia del ser el primero en el mundo por haber entendido constitucionalmente que la naturaleza es sujeto de derechos.

El pueblo ecuatoriano está en la calle, y clama que el agua vale más que el oro.

* Gustavo Duch Guillot es coordinador de la revista Soberanía Alimentaria, Biodiversidad y Culturas.

 

La voracidad europea

La voracidad europea

Por Gustavo Duch

 

El cálculo me dejó helado y [pienso] es incontestable. El periodista ambiental Jordi Bigues me lo explicó: un árbol  de cacao produce cada año un kilogramo de cacao procesado, listo para comer. Si el consumo de cacao al año y por personas en el estado español es de 5kg de media, significa que en Costa d’Ivori o en cualquier otro territorio tropical, tengo cinco árboles plantados a mi nombre. Y yo sin saberlo. Si pensamos en el café, otro cultivo tropical, las personas que tomamos un par de tazas diarias tenemos en usufructo 18 cafetales. Amos de una miniplantación.

 

En un sistema de comercio perfecto y solidario, con los niveles de consumo equilibrados a las posibilidades de la naturaleza, quizás este uso de tierras ajenas podría ser un simple intercambio beneficiario para consumidor y productor. Pero no es así. Detrás del cacao o del café hay muchas horas de trabajo infantil y salarios de miseria, de seres expulsados de sus tierras y de tierras agotadas de tanto exigirles. Por lo que conocer este dato para productos que sólo algunos países por su clima pueden producir es revelador. Pero ahora que sabemos que la comida que nos llega a nuestras mesas, la madera con la que se fabrican los muebles  y desde luego los agrocombustibles con los que pretenden asegurar el llenado de los depósitos de los autos vienen de muy lejos ¿qué pasa si contabilizamos cuantas vacas, cerdos, gallinas, frutales, maizales, pinos, palmas africanas, etc. tenemos en nuestras nóminas agroalimentarias?

Bien, el cálculo ya está hecho. Partiendo del indicador conocido como huella ecológica,  que representa «el espacio de Planeta que cada población ‘usa’ para generar los recursos necesarios y para asimilar los residuos producidos» (es decir, una medida que enfrenta consumo y sostenibilidad) aparece ahora un nuevo indicador, la huella del uso de tierra, que se centra en calcular la superficie que requiere una persona o un país para disponer de los productos agrícolas y forestales que utiliza. Igual que la huella ecológica, esta medida nos alerta del sobreuso general al que estamos sometiendo a la tierra; visualiza la injusticia del hambre en países productores de alimentos; y añade, como veremos, un valor de dependencia: con estos cálculos podemos interpretar la actual vulnerabilidad alimentaria a la que ha llegado Europa.

El cálculo de nuestro uso de alimentos, madera o energía es fácil si lo medimos en la cantidad de tierra necesaria para su producción. La superficie, las hectáreas de tierra, es un parámetro que nos permite sumar la tierra dedicada a los cultivos de tomates o pepinos de nuestras ensaladas foráneas –con altas probabilidades que sean tierras propiedad del Rey de Marruecos-;  las hectáreas necesarias de soja para el engorde de nuestro platos carnívoros –cien por cien provenientes del latifundismo oligarca sudamericano- o las hectáreas de palma africana –seguramente plantadas en Indonesia o Colombia dejando en el camino graves episodios de violencia-  que crecen y explotan para fabricar el llamado biocombustible. Sólo quedan fuera de estos cálculos, lógicamente, los productos marinos, que mediante otras informaciones sabemos que en el caso de Europa provienen en un 70% aproximadamente de mares ajenos. 

Como era de esperar los estudios emitidos por la organización Amigos de la Tierra de la huella del uso de la tierra indican que los EEUU están en primer lugar de consumo, con 900 millones de hectáreas para la alimentación de su población. Europa somos los segundos, consumiendo 640 millones de hectáreas de tierra, es decir, Europa utiliza el equivalente a 1,5 veces su propia superficie, convirtiéndonos en el continente más dependiente de la ‘importación’ de tierras.   Somos, de hecho, la población que más tierra tomamos prestada (a veces bajo tratados comerciales, a veces por la fuerza de las armas) de otros continentes: un 60% de la ‘tierra consumida en Europa’ es importada.

Los factores que nos han llevado a esta situación son fáciles de descubrir. En primer lugar, unas medidas políticas europeas encaminadas precisamente a esto que ahora detectamos, a comprar la comida fuera despoblando nuestro medio rural; en segundo lugar, el excesivo consumo de carne que se ha ido imponiendo progresivamente desde la agroindustria a la población, que lleva a la necesidad de importar millones de toneladas de cereales y leguminosas para engordar ganado; y en tercer lugar, los criterios políticos de favorecer el agrocombustible como fuente energética. 

Muchas consecuencias tiene este modelo alimentario de tierras conquistadas, aunque hoy debemos  señalar dos que pueden pasar desapercibidas. Una, Europa es vulnerable alimentariamente hablando. Es decir, no somos para nada autosuficientes y una mala cosecha de soja en Argentina, por ejemplo, puede significar falta de leche, carne o huevos en nuestros supermercados. O una especulación con el valor del maíz en la bolsa de Chicago, como le gusta hacer a Goldman Sachs, por ejemplo, representaría en nuestras balanzas comerciales un incremento en el coste de las importaciones.

Dos, detrás de este modelo de agricultura globalizada y  de consumo excesivo está el acaparamiento de tierras que desde hace una década se está extendiendo como una plaga por los países más pobres. Los cálculos indican que una superficie equivalente a la mitad de la tierra fértil disponible en Europa ya ha sido adquirida (a precios de risa, si es que hay precio) por capital extranjero en los mejores lugares de países africanos o sudamericanos. Hoy, el acaparamiento de tierras fértiles en países agrícolas del Sur, es seguramente el mayor responsable de nueva población hambrienta, despojada de su medio de vida.

Para detener dependencia y hambre la ecuación es sencilla: cuidemos a nuestra agricultura local, consumamos con medida lo que las y los pequeños productores locales producen en cada temporada. Todo está conectado. 


Cosechar más, comer menos

Cosechar más, comer menos

Por Gustavo Duch Guillot*

 

En cuestión de comer, poco o mucho, una cosa está clara; cada vez todo es más homogéneo. Hemos perdido sabores y saberes paralelamente al desarrollo de una agricultura intensificada centrada en muy pocos cultivos. Lo que ahora llamamos así, agricultura intensificada, es el resultado de la llamada revolución verde que en los años 60 –y con financiación de la Fundación Rockefeller– introdujo cultivos por casi todo el mundo en base a semillas mejoradasque crecían rápido en suelos tratados con fertilizantes minerales.

 

 

África quedó excluida de este modelo agrícola hasta que, primero en 2003 con el Programa Detallado para el Desarrollo de la Agricultura Africana, después en 2006 con la Declaración de Abuja en el marco de la Cumbre de África sobre fertilizantes, y finalmente ese mismo año con la creación del AGRA (Alianza para una Revolución Verde en África) por parte de la Fundación Rockefeller (otra vez) y la Fundación Bill y Melinda Gates, llega la hora –dicen que verde y revolucionaria– para el continente.

 

 

 

El primer país africano en involucrarse es Ruanda. Como mandan los cánones del régimen de Kagame (uno de los principales actores de desestabilización y promotores de violencia en la región de los grandes lagos, que ha sabido silenciar sus crímenes contra la humanidad liquidando la oposición en el interior del país, y en el exterior con un gran despliegue mediático y con importantes alianzas occidentales) instaura en 2007 un nuevo régimen agrícola sin ningún tipo de debate o consulta con la población. Queda bautizado como Programa de Intensificación de Cultivos (CIP) y pretende transformar la agricultura de autosuficiencia en una agricultura comercial orientada hacia el mercado, en base a la especialización de cultivos por regiones; la propagación de monocultivos; las semillas comerciales, los fertilizantes minerales y los pesticidas químicos.

 

 

 

La consigna de la revolución atravesó todo el país, tanto si se quería como si no. Se decidió qué y cómo se cultivaría en cada región en un despacho de Kigali con un mapa y un marcador. Las autoridades locales fueron presionadas para alcanzar records en cada cosecha, y en la siguiente. Se forzó a las y los campesinos a agruparse en sociedades bajo control de las autoridades administrativas. Y se prohibieron prácticas habituales como la siembra de cultivos diversificados –que alimentan mejor, pero se venden peor. Una revolución que dictaminó el monocultivo infinito y obligatorio. En Gitamara, un agricultor cuenta que las autoridades nos exigieron volvernos productores de maíz con semillas comerciales, mientras que las mujeres querían seguir cultivando camote, col y otras legumbres en los humedales. Como ellas no cedieron, las autoridades terminaron enviando a los militares para destruir nuestros campos.

 

 

 

Los resultados han sido los esperados, y a corto plazo pueden parecer positivos en un país con problemas de hambruna. Según las estadísticas nacionales, desde el inicio del CIP y con un presupuesto anual de 22.8 millones de dólares, la producción agrícola creció 14 por ciento al año, triplicándose las cosechas de maíz, trigo y mandioca. Un aumento proporcional a unas inversiones nunca vistas en ese país. Pero como destaca la organización GRAIN, recientemente premiada con el Nobel Alternativo, tras el innegable aumento en la producción nacional se esconden otros aspectos mucho menos positivos para la población ruandesa y para la campesina en particular.

 

 

 

Impactos negativos porque esta agricultura intensificada e impuesta atenta contra la soberanía de la persona productora a la hora de decidir y definir su agricultura y sus formas de practicarla, y que hace a todo el país muy vulnerable y dependiente de pocos cultivos y su valor comercial. Las semillas híbridas utilizadas para el milagro de la productividad no pueden volver a sembrarse después de la cosecha y su precio es 30 por ciento más caro que las semillas locales; los fertilizantes minerales son imprescindibles, cuando su precio está en constante escalada. En varios años la pérdida de variedades de cada cultivo (biodiversidad) será como vaciar el baúl de las soluciones ante cambios climáticos, erosión, etcétera; y, como sabemos por experiencia, esta agricultura de trabajos forzados acaba con la fertilidad de la tierra. Monocultivos por todas partes provocan una disminución en la disponibilidad de productos locales, y la alimentación de las familias ahora dedicadas en exclusiva a un único cultivo, pasa a depender totalmente de los vaivenes comerciales (el precio medio anual de los productos alimenticios básicos en Ruanda subió 24 por ciento entre 2006 y 2008, cuando la tasa de inflación media en este periodo era de 9.8 por ciento).

 

 

 

Hay que hacer una denuncia con mayúsculas: 80 por ciento de las inversiones del CIP se han dedicado a la compra de abonos químicos de multinacionales especializadas. Esa es su verdadera revolución: favorecer a las grandes corporaciones y servirles un nuevo mercado. Mientras en el centro Gako Organic Farming de Kabuga, cerca de Kigali, Richard Munyerango explica sus resultados:

 

 

 

–Con la agricultura orgánica, podemos producir alimentos sanos y diversos en cantidades suficientes, y protegemos los suelos. No dependemos de los costosos fertilizantes, los elaboramos con los residuos de la cría de ganado y de las cosechas. Usando técnicas como el compost y las asociaciones de cultivos, incluso las familias muy pobres pueden mejorar su autonomía alimentaria de manera sustentable y recobrar su dignidad de personas campesinas.

 

 

 

Efectivamente, en la lucha contra la pobreza necesitamos revoluciones, pero de mentalidades

* Coordinador de la revista Soberanía alimentaria, biodiversidad y culturas

Escenas lacustres y otras pescas

Escenas lacustres y otras pescas Gustavo Duch, Coordinador de la revista ‘Soberanía Alimentaria, Biodiversidad y Culturas’

Miquel Ortega, Coordinador Político en España de OCEAN 2012


ACTO 1: El arte de la pesca

No era muy grande ni muy profundo aquel lago de montaña, y en él, exactamente, nadaban mil peces de aleta radiada. Cada año nacían cuatrocientos diez peces bebé y en poco tiempo el lago hubiera estado abarrotado si no fuera porque Artesano, Artesana, Prudencio e Industrio, los pescadores del pueblo, capturaban con sus cañas doscientos peces. Ni uno más ni uno menos. Cada uno de los pescadores vendía cincuenta peces en el pueblo, que podía disfrutar así de ese excelente manjar, y para ellos era un medio suficiente de vida.

Sucedió que un día un forastero le contó a Industrio de las ventajas de los barcos a motor y las redes, pues según decía -así era fácil pescar mucho más con menos esfuerzo. Decidió Industrio que valía la pena invertir, pero como no tenía suficiente dinero se dirigió hacia donde el alcalde del pueblo y le dijo: «Sr. Alcalde, si el concejo me ayuda con la compra del barco y las redes, yo podré pescar mucho más y podré vender el pescado más barato. Los dos ganamos, usted tiene contenta a la gente y yo gano más dinero. Incluso si gano suficiente le pagaré a alguien para trabajar a mi cargo, así generaré empleo y jejeje» sonreía «no tendré que levantarme de madrugada a pescar». Al Sr. Alcalde le pareció una buena idea, así que tomo dinero de las arcas públicas y facilitó la compra del barco y las redes, y se olvidó del tema.

Al principio todo fue aparentemente bien, Industrio pasó de pescar cincuenta a pescar doscientos peces de aleta radiada cada año. Naturalmente se enriqueció; cumplió con su promesa y contrató a un trabajador para no tenerse que levantar por la mañana; y a los pocos meses cambió a un nuevo barco aún mayor. Todos los habitantes del pueblo estaban maravillados con esa modernidad de atrapar peces que les permitía comer mucho y muy barato. Se aficionaron cada vez más a comer pescado y crearon una deliciosa gastronomía: pescado al horno, pescado de aleta radiada con patatas, y mil recetas más.

ACTO 2: Todo el pescado (y más) vendido

Poco después algo empezó a ir mal. Artesano, Artesana y Prudencio fueron los primeros en darse cuenta. Dejaron sus cañas en la orilla del lago y se presentaron frente al Alcalde y le dijeron «Sr. Alcalde, algo pasa: cada vez pescamos menos y será porque Industrio pesca demasiado. Si antes pescábamos cincuenta peces cada año ahora, nosotros, apenas pescamos diez, y eso estando de sol a sol con la caña en el lago, ¡lo pasamos tan mal que ahora nuestros hijos lo tienen muy claro: no quieren ser pescadores!”. El Alcalde les escuchó y les prometió, mientras se rascaba la barbilla, que trataría de hacer algo.

Nada hizo hasta que al cabo de unos días apareció Don Industrio, engalanado en un nuevo traje, y le espetó: «Sr. Alcalde tenemos un problema, cada vez tengo un barco mejor, pero cada vez pesco menos, si no me ayuda tendré que despedir a mi trabajador y el pescado será aún más caro». El Sr. Alcalde espantado entonces sí movió los hilos. Una a una visitó a todas las familias del pueblo y les pidió una derrama extra para salvar la economía pesquera del pueblo. Todo lo entregó a Don Industrio para que continuara con su negocio.

Unos meses más tarde la situación era aún peor, Artesana tuvo que dejar de pescar. Además el Secretario del Ayuntamiento en su recuento anual de peces informó a la población que ya no habían mil pececillos de aleta rayada en el lago sino que solo quedaban doscientos, ¡por eso todo iba tan mal!

Ante tal grave situación el Alcalde decidió tomar cartas en el asunto, preparó un bando y en tono solemne anunció: «Vecinos y vecinas del pueblo, la situación es grave: nos estamos quedando sin peces, si esto sigue así Artesano y Prudencio acabarán en el paro al igual que le pasó a Artesana, Don Industrio despedirá a su trabajador y el pescado que logren capturar subirá de precio. Ha llegado la hora de actuar, hemos de reformar radicalmente la forma en que pescamos», y tras respirar profundamente anunció «en breve anunciaré en qué consiste esta reforma, es la hora de una POLÍTICA PESQUERA COMÚN».

ACTO 3. La hora de la política

Y así pasaron las cosas en el lago del pueblo, y en todos los lagos, ríos y mares del continente europeo. La Unión Europea, suponemos que preocupada como el Sr. Alcalde, decidió que durante el próximo 2012 se reformaría la política pesquera en vigor, que parecía nos llevaba por mal camino. Después de muchos días de despachos, reuniones y audiencias con personas de todos los pelajes: sabios universitarios, expertos ictiólogos, Don Industrio y su camarilla, responsables de entidades ecologistas y (pocas veces) representantes de la pesca artesanal, el trece de julio de 2011, la UE explicó la orientación que tomaría la nueva propuesta: «A partir de ahora nadie podrá pescar en el lago o en los mares si no tiene derecho a una cuota de pesca. Hemos decidido otorgar las cuotas de pesca a quienes ahora están en activo, y repartirlas en proporción a las capturas actuales».

ACTO 4. Peces y multiplicaciones

Llegó el Alcalde de su viaje a Bruselas y en el casino del pueblo expuso la decisión de la UE. Tras unos segundos de un silencio aterrador arrecieron las protestas: ―¿Si los peces son de todos y todas, por qué les regalamos el derecho a pescar durante quince años a unos pocos? ¿Si mi hijo algún día quiere convertirse en pescador o Artesana decide volver al lago, deberán pagar por la cuota, es ¡injusto!? ― decían unos. ― ¿Si hay tanto paro en nuestro pueblo por qué le damos tanta cuota a quién sólo da un puesto de trabajo y consume un 95% del recurso?― decían los de más allá. ― Si un año va mal Artesano y Prudencio no tendrán otro remedio que vender su cuota a Industrio -que tiene más dinero- y todo el pescado quedará en manos de un único pescador ¿no es eso peligroso? ― advertían otros.

Prudencio, Artesano y Artesana, que eran de poco hablar en público, no entendían como de un día a otro habían pasado de pescadores a convertirse en operadores de un mercado de cuotas altamente especulativo, así que pidieron ayuda a los vecinos. Conjuntamente hicieron su propia propuesta para la nueva Política Pesquera Común. «Que sea Don Industrio y sus secuaces quienes se adapten a los nuevos tiempos. Los derechos de pesca deben ser regulados y no comercializados, y deben tener más derechos de pesca quienes da más trabajo, generan menos impactos ambientales negativos en el lago y consumen menos gasolina”. Muchos entendieron que esa propuesta era realmente mejor, se juntaron y fueron a protestar a su Alcalde, al gobierno estatal y a sus Parlamentarios Europeos.

La propuesta de la pesca artesanal está en las mesas de los Gobierno Nacionales y el Parlamento Europeo. Los tentáculos de la gran industria pesquera también. Y el tiempo no espera.

Redefinir la soberanía alimentaria

Redefinir la soberanía alimentaria

La Jornada de México, diciembre 2011. Gustavo Duch

Quince años después de la primera definición de Soberanía Alimentaria («La Soberanía Alimentaria es el derecho de los pueblos, comunidades y países a definir sus propias políticas agrícolas, pesqueras, alimentarias y de tierra que sean ecológica, social, económica y culturalmente apropiadas a sus circunstancias únicas. Esto incluye el verdadero derecho a la alimentación y a producir los alimentos, lo que significa que todos los pueblos tienen el derecho a una alimentación sana, nutritiva y culturalmente apropiada, y a la capacidad para mantenerse a sí mismos y a sus sociedades») el concepto ha ganado en amplitud y propagación. De hecho, creo que ha sido su uso y defensa, principalmente en manos de la población campesina, lo que -como algo vivo- le ha dado y dará nuevas dimensiones.

 

Cuando se vocifera en las marchas campesinas, es un grito de la lucha a cara descubierta frente a la sociedad capitalista y su gobernanza, convirtiéndoseen una propuesta política para reorganizar el sistema alimentario global que se va imponiendo por todo el planeta. Por eso cuando se le pregunta a La Vía Campesina sobre su concepto reivindicativo lo dicen rotundo y sin ánimo de despistar: «no queremos más políticas agroalimentarias, para nada, lo que queremos es hacer y participar en las políticas agroalimentarias». Una demanda clara de soberanía –para decir y decidir- que ―no queremos políticas agroalimentarias enfocadas como siempre en cómo y cuánto se pueden aumentar las producciones de alimentos, sino políticas para aumentar, producir y reproducir más y más campesinas y  campesinos. En la Soberanía Alimentaria, el campesinado es el centro y el objetivo; la agricultura y la productividad son los medios.

También la propuesta de la Soberanía Alimentaria como construcción de otra forma de producir y consumir, es un ejemplo para otras propuestas pensadas para la creación de un mundo fuera del capitalismo. Hoy Soberanía Alimentaria camina de la mano del Decrecimiento, la Soberanía Energética, la monetaria  o el Buen Vivir.

Quienes defienden la Soberanía Alimentaria  exigen  que las reglas de juego se han de cambiar y el pueblo soberanamente retomar el mando. ―Nos han robado el poder, el poder está en otras manos –dicen desde el campo― vamos a recuperar el poderpoder hacer nuestros huertos, poder cultivar comida, poder cuidar la tierra, para poder vivir del campo. Con la contundencia de quienes saben que la Soberanía Alimentaria es también una respuesta que da esperanza a injusticias que no pueden esperar: hambre, crisis ecológica, pobreza rural, economías en crisis…

A su vez, la Soberanía Alimentaria ha mostrado que en un Planeta globalizado, también las luchas son globales, hermanando en este caso campesinas y campesinos del Norte y del Sur (rompiendo esquemas) que se han reconocido como iguales frente a las consecuencias de una superagricultura intensiva en manos de pocas corporaciones. De igual manera, su lucha ha generado una estrecha alianza entre la sociedad campesina y otros sectores de la sociedad civil, como los grupos de consumo responsable, las organizaciones ecologistas o algunas organizaciones de cooperación internacional implicadas en la defensa de un mundo rural vivo.  Es la Soberanía Alimentaria un espacio físico de encuentro del pueblo militante y así lo dicen sus voces, «que no se atrevan a salvar nuestro mundo rural, ni a impedir que lo defendamos».

Hacer Soberanía Alimentaria es finalmente una práctica de resistencia ―ni un campesino o campesina debe desaparecer― mientras se espera el cambio de modelo. Y por qué no, Soberanía Alimentaria es para muchas y muchos una utopía necesaria, que será realidad.

¿Y cómo hacemos para explicar tanto? Pues miren, volviendo a la definición que le dio vida. En realidad la soberanía alimentaria no es más –ni menos- que «el derecho de los pueblos a la tierra de la cual vivir, y el deber de los pueblos de cuidar la tierra de la que vivir».

 

Gustavo Duch Guillot. Autor de ‘ALIMENTOS BAJO SOSPECHA’ y ‘SIN LAVARSE LAS MANOS’