Escenas lacustres y otras pescas
Gustavo Duch, Coordinador de la revista Soberanía Alimentaria, Biodiversidad y Culturas
Miquel Ortega, Coordinador Político en España de OCEAN 2012
ACTO 1: El arte de la pesca
No era muy grande ni muy profundo aquel lago de montaña, y en él, exactamente, nadaban mil peces de aleta radiada. Cada año nacían cuatrocientos diez peces bebé y en poco tiempo el lago hubiera estado abarrotado si no fuera porque Artesano, Artesana, Prudencio e Industrio, los pescadores del pueblo, capturaban con sus cañas doscientos peces. Ni uno más ni uno menos. Cada uno de los pescadores vendía cincuenta peces en el pueblo, que podía disfrutar así de ese excelente manjar, y para ellos era un medio suficiente de vida.
Sucedió que un día un forastero le contó a Industrio de las ventajas de los barcos a motor y las redes, pues según decía -así era fácil pescar mucho más con menos esfuerzo. Decidió Industrio que valía la pena invertir, pero como no tenía suficiente dinero se dirigió hacia donde el alcalde del pueblo y le dijo: «Sr. Alcalde, si el concejo me ayuda con la compra del barco y las redes, yo podré pescar mucho más y podré vender el pescado más barato. Los dos ganamos, usted tiene contenta a la gente y yo gano más dinero. Incluso si gano suficiente le pagaré a alguien para trabajar a mi cargo, así generaré empleo y jejeje» sonreía «no tendré que levantarme de madrugada a pescar». Al Sr. Alcalde le pareció una buena idea, así que tomo dinero de las arcas públicas y facilitó la compra del barco y las redes, y se olvidó del tema.
Al principio todo fue aparentemente bien, Industrio pasó de pescar cincuenta a pescar doscientos peces de aleta radiada cada año. Naturalmente se enriqueció; cumplió con su promesa y contrató a un trabajador para no tenerse que levantar por la mañana; y a los pocos meses cambió a un nuevo barco aún mayor. Todos los habitantes del pueblo estaban maravillados con esa modernidad de atrapar peces que les permitía comer mucho y muy barato. Se aficionaron cada vez más a comer pescado y crearon una deliciosa gastronomía: pescado al horno, pescado de aleta radiada con patatas, y mil recetas más.
ACTO 2: Todo el pescado (y más) vendido
Poco después algo empezó a ir mal. Artesano, Artesana y Prudencio fueron los primeros en darse cuenta. Dejaron sus cañas en la orilla del lago y se presentaron frente al Alcalde y le dijeron «Sr. Alcalde, algo pasa: cada vez pescamos menos y será porque Industrio pesca demasiado. Si antes pescábamos cincuenta peces cada año ahora, nosotros, apenas pescamos diez, y eso estando de sol a sol con la caña en el lago, ¡lo pasamos tan mal que ahora nuestros hijos lo tienen muy claro: no quieren ser pescadores!. El Alcalde les escuchó y les prometió, mientras se rascaba la barbilla, que trataría de hacer algo.
Nada hizo hasta que al cabo de unos días apareció Don Industrio, engalanado en un nuevo traje, y le espetó: «Sr. Alcalde tenemos un problema, cada vez tengo un barco mejor, pero cada vez pesco menos, si no me ayuda tendré que despedir a mi trabajador y el pescado será aún más caro». El Sr. Alcalde espantado entonces sí movió los hilos. Una a una visitó a todas las familias del pueblo y les pidió una derrama extra para salvar la economía pesquera del pueblo. Todo lo entregó a Don Industrio para que continuara con su negocio.
Unos meses más tarde la situación era aún peor, Artesana tuvo que dejar de pescar. Además el Secretario del Ayuntamiento en su recuento anual de peces informó a la población que ya no habían mil pececillos de aleta rayada en el lago sino que solo quedaban doscientos, ¡por eso todo iba tan mal!
Ante tal grave situación el Alcalde decidió tomar cartas en el asunto, preparó un bando y en tono solemne anunció: «Vecinos y vecinas del pueblo, la situación es grave: nos estamos quedando sin peces, si esto sigue así Artesano y Prudencio acabarán en el paro al igual que le pasó a Artesana, Don Industrio despedirá a su trabajador y el pescado que logren capturar subirá de precio. Ha llegado la hora de actuar, hemos de reformar radicalmente la forma en que pescamos», y tras respirar profundamente anunció «en breve anunciaré en qué consiste esta reforma, es la hora de una POLÍTICA PESQUERA COMÚN».
ACTO 3. La hora de la política
Y así pasaron las cosas en el lago del pueblo, y en todos los lagos, ríos y mares del continente europeo. La Unión Europea, suponemos que preocupada como el Sr. Alcalde, decidió que durante el próximo 2012 se reformaría la política pesquera en vigor, que parecía nos llevaba por mal camino. Después de muchos días de despachos, reuniones y audiencias con personas de todos los pelajes: sabios universitarios, expertos ictiólogos, Don Industrio y su camarilla, responsables de entidades ecologistas y (pocas veces) representantes de la pesca artesanal, el trece de julio de 2011, la UE explicó la orientación que tomaría la nueva propuesta: «A partir de ahora nadie podrá pescar en el lago o en los mares si no tiene derecho a una cuota de pesca. Hemos decidido otorgar las cuotas de pesca a quienes ahora están en activo, y repartirlas en proporción a las capturas actuales».
ACTO 4. Peces y multiplicaciones
Llegó el Alcalde de su viaje a Bruselas y en el casino del pueblo expuso la decisión de la UE. Tras unos segundos de un silencio aterrador arrecieron las protestas: ―¿Si los peces son de todos y todas, por qué les regalamos el derecho a pescar durante quince años a unos pocos? ¿Si mi hijo algún día quiere convertirse en pescador o Artesana decide volver al lago, deberán pagar por la cuota, es ¡injusto!? ― decían unos. ― ¿Si hay tanto paro en nuestro pueblo por qué le damos tanta cuota a quién sólo da un puesto de trabajo y consume un 95% del recurso?― decían los de más allá. ― Si un año va mal Artesano y Prudencio no tendrán otro remedio que vender su cuota a Industrio -que tiene más dinero- y todo el pescado quedará en manos de un único pescador ¿no es eso peligroso? ― advertían otros.
Prudencio, Artesano y Artesana, que eran de poco hablar en público, no entendían como de un día a otro habían pasado de pescadores a convertirse en operadores de un mercado de cuotas altamente especulativo, así que pidieron ayuda a los vecinos. Conjuntamente hicieron su propia propuesta para la nueva Política Pesquera Común. «Que sea Don Industrio y sus secuaces quienes se adapten a los nuevos tiempos. Los derechos de pesca deben ser regulados y no comercializados, y deben tener más derechos de pesca quienes da más trabajo, generan menos impactos ambientales negativos en el lago y consumen menos gasolina. Muchos entendieron que esa propuesta era realmente mejor, se juntaron y fueron a protestar a su Alcalde, al gobierno estatal y a sus Parlamentarios Europeos.
La propuesta de la pesca artesanal está en las mesas de los Gobierno Nacionales y el Parlamento Europeo. Los tentáculos de la gran industria pesquera también. Y el tiempo no espera.
Miquel Ortega, Coordinador Político en España de OCEAN 2012
ACTO 1: El arte de la pesca
No era muy grande ni muy profundo aquel lago de montaña, y en él, exactamente, nadaban mil peces de aleta radiada. Cada año nacían cuatrocientos diez peces bebé y en poco tiempo el lago hubiera estado abarrotado si no fuera porque Artesano, Artesana, Prudencio e Industrio, los pescadores del pueblo, capturaban con sus cañas doscientos peces. Ni uno más ni uno menos. Cada uno de los pescadores vendía cincuenta peces en el pueblo, que podía disfrutar así de ese excelente manjar, y para ellos era un medio suficiente de vida.
Sucedió que un día un forastero le contó a Industrio de las ventajas de los barcos a motor y las redes, pues según decía -así era fácil pescar mucho más con menos esfuerzo. Decidió Industrio que valía la pena invertir, pero como no tenía suficiente dinero se dirigió hacia donde el alcalde del pueblo y le dijo: «Sr. Alcalde, si el concejo me ayuda con la compra del barco y las redes, yo podré pescar mucho más y podré vender el pescado más barato. Los dos ganamos, usted tiene contenta a la gente y yo gano más dinero. Incluso si gano suficiente le pagaré a alguien para trabajar a mi cargo, así generaré empleo y jejeje» sonreía «no tendré que levantarme de madrugada a pescar». Al Sr. Alcalde le pareció una buena idea, así que tomo dinero de las arcas públicas y facilitó la compra del barco y las redes, y se olvidó del tema.
Al principio todo fue aparentemente bien, Industrio pasó de pescar cincuenta a pescar doscientos peces de aleta radiada cada año. Naturalmente se enriqueció; cumplió con su promesa y contrató a un trabajador para no tenerse que levantar por la mañana; y a los pocos meses cambió a un nuevo barco aún mayor. Todos los habitantes del pueblo estaban maravillados con esa modernidad de atrapar peces que les permitía comer mucho y muy barato. Se aficionaron cada vez más a comer pescado y crearon una deliciosa gastronomía: pescado al horno, pescado de aleta radiada con patatas, y mil recetas más.
ACTO 2: Todo el pescado (y más) vendido
Poco después algo empezó a ir mal. Artesano, Artesana y Prudencio fueron los primeros en darse cuenta. Dejaron sus cañas en la orilla del lago y se presentaron frente al Alcalde y le dijeron «Sr. Alcalde, algo pasa: cada vez pescamos menos y será porque Industrio pesca demasiado. Si antes pescábamos cincuenta peces cada año ahora, nosotros, apenas pescamos diez, y eso estando de sol a sol con la caña en el lago, ¡lo pasamos tan mal que ahora nuestros hijos lo tienen muy claro: no quieren ser pescadores!. El Alcalde les escuchó y les prometió, mientras se rascaba la barbilla, que trataría de hacer algo.
Nada hizo hasta que al cabo de unos días apareció Don Industrio, engalanado en un nuevo traje, y le espetó: «Sr. Alcalde tenemos un problema, cada vez tengo un barco mejor, pero cada vez pesco menos, si no me ayuda tendré que despedir a mi trabajador y el pescado será aún más caro». El Sr. Alcalde espantado entonces sí movió los hilos. Una a una visitó a todas las familias del pueblo y les pidió una derrama extra para salvar la economía pesquera del pueblo. Todo lo entregó a Don Industrio para que continuara con su negocio.
Unos meses más tarde la situación era aún peor, Artesana tuvo que dejar de pescar. Además el Secretario del Ayuntamiento en su recuento anual de peces informó a la población que ya no habían mil pececillos de aleta rayada en el lago sino que solo quedaban doscientos, ¡por eso todo iba tan mal!
Ante tal grave situación el Alcalde decidió tomar cartas en el asunto, preparó un bando y en tono solemne anunció: «Vecinos y vecinas del pueblo, la situación es grave: nos estamos quedando sin peces, si esto sigue así Artesano y Prudencio acabarán en el paro al igual que le pasó a Artesana, Don Industrio despedirá a su trabajador y el pescado que logren capturar subirá de precio. Ha llegado la hora de actuar, hemos de reformar radicalmente la forma en que pescamos», y tras respirar profundamente anunció «en breve anunciaré en qué consiste esta reforma, es la hora de una POLÍTICA PESQUERA COMÚN».
ACTO 3. La hora de la política
Y así pasaron las cosas en el lago del pueblo, y en todos los lagos, ríos y mares del continente europeo. La Unión Europea, suponemos que preocupada como el Sr. Alcalde, decidió que durante el próximo 2012 se reformaría la política pesquera en vigor, que parecía nos llevaba por mal camino. Después de muchos días de despachos, reuniones y audiencias con personas de todos los pelajes: sabios universitarios, expertos ictiólogos, Don Industrio y su camarilla, responsables de entidades ecologistas y (pocas veces) representantes de la pesca artesanal, el trece de julio de 2011, la UE explicó la orientación que tomaría la nueva propuesta: «A partir de ahora nadie podrá pescar en el lago o en los mares si no tiene derecho a una cuota de pesca. Hemos decidido otorgar las cuotas de pesca a quienes ahora están en activo, y repartirlas en proporción a las capturas actuales».
ACTO 4. Peces y multiplicaciones
Llegó el Alcalde de su viaje a Bruselas y en el casino del pueblo expuso la decisión de la UE. Tras unos segundos de un silencio aterrador arrecieron las protestas: ―¿Si los peces son de todos y todas, por qué les regalamos el derecho a pescar durante quince años a unos pocos? ¿Si mi hijo algún día quiere convertirse en pescador o Artesana decide volver al lago, deberán pagar por la cuota, es ¡injusto!? ― decían unos. ― ¿Si hay tanto paro en nuestro pueblo por qué le damos tanta cuota a quién sólo da un puesto de trabajo y consume un 95% del recurso?― decían los de más allá. ― Si un año va mal Artesano y Prudencio no tendrán otro remedio que vender su cuota a Industrio -que tiene más dinero- y todo el pescado quedará en manos de un único pescador ¿no es eso peligroso? ― advertían otros.
Prudencio, Artesano y Artesana, que eran de poco hablar en público, no entendían como de un día a otro habían pasado de pescadores a convertirse en operadores de un mercado de cuotas altamente especulativo, así que pidieron ayuda a los vecinos. Conjuntamente hicieron su propia propuesta para la nueva Política Pesquera Común. «Que sea Don Industrio y sus secuaces quienes se adapten a los nuevos tiempos. Los derechos de pesca deben ser regulados y no comercializados, y deben tener más derechos de pesca quienes da más trabajo, generan menos impactos ambientales negativos en el lago y consumen menos gasolina. Muchos entendieron que esa propuesta era realmente mejor, se juntaron y fueron a protestar a su Alcalde, al gobierno estatal y a sus Parlamentarios Europeos.
La propuesta de la pesca artesanal está en las mesas de los Gobierno Nacionales y el Parlamento Europeo. Los tentáculos de la gran industria pesquera también. Y el tiempo no espera.
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