EL VOTO ECOLOGISTA
Por Gustavo Duch Guillot
A pocos minutos del arranque de la campaña electoral catalana, en el CaixaForum, sin saberlo, ya estábamos sumergidos en plena discusión después de la presentación y proyección de la película documental ‘Un Mundo sin Peces’. Si los ejes de la campaña son soberanismo por un lado y los estragos sociales de la crisis por otro, hablar de un mar vaciado de peces nos llevó a un debate que abarca ambos: el modelo civilizatorio que tenemos y el modelo civilizatorio por el que queremos votar.
El documental fue muy ilustrativo. Desde las primeras frases del Génesis el ser humano se ha sentido dueño del Planeta y de todos sus habitantes, así no es de extrañar que empleemos maquinaria de guerra -otra de nuestras características civilizatorias- para apropiarnos de todo lo que aletea por el mar, llegando a límites irreversibles para la vida. Con modales machistas, nos hemos olvidado del cuidar y avanzamos destrozando corales y fondos marinos con los barcos de arrastre más grandes que se puedan imaginar. Mantenemos una competición constante del más grande y fuerte contra el más pequeño, donde las súper pesquerías –subvencionadas con fondos públicos- aplastan con el dedo a la pequeña pesca artesanal, borrando del mapa miles y miles de puestos de trabajo. Y cuando todo esto lleva a agotar nuestros propios mares, en una economía globalizada y liberalizada, se colonizan mares ajenos conduciendo a muchas personas, antes pescadoras, a pasar hambre por pura escasez.
Un reflejo de nuestra civilización confirmado por toda la clase científica y por cualquiera que mire al horizonte: el Mar, embrión de la Vida, inmenso y hermoso, está al borde del colapso, agotado, contaminado, sin posibilidades de dar de comer ni de ofrecer puestos de trabajo o medios de vida, por el afán de lucro incesante de un capitalismo insaciable e insensible. Unos pocos años más de pesca industrial descontrolada y los Océanos serán una piscina de lodos, gusanos y medusas. Esta situación es igualmente válida para cualquier orilla donde tantas chimeneas están calentando el planeta, una verdadera crisis ambiental; donde la destrucción de la pequeña agricultura es penosa crisis alimentaria para millones de seres humanos; donde la falta de trabajo y los recortes es crisis social; y donde el PIB estancado o las arcas endeudadas es crisis económica. El patrón que maneja el timón nos guía hacia el colapso en el mar y también en tierra firme.
Desde este análisis, la respuesta no puede ser otra: necesitamos un voto ecologista para abrir las mentes y, sin miedos ni prejuicios, apoyar la construcción de una nueva armonía ambiental, social, cultural y económica; dejando a un lado el crecimiento sin fin, el progreso materialista y las lógicas antropocéntricas. En Bolivia o Ecuador a tal propuesta le llaman el Buen Vivir y busca «la equidad e igualdad de los seres humanos desde el reconocimiento de los derechos de los pueblos, en la misma medida que se reconocen los derechos de la Tierra, para asegurar la reproducción de la vida». Su premisa fundamental es revolucionaria: en la medida que prioricemos la salud de la Tierra aseguraremos hogar para el Buen Vivir de todos los seres vivos, los ecosistemas, la biodiversidad, las sociedades y los individuos –también humanos- que la componemos.
Pensemos en el hambre, la peor tarjeta de presentación de nuestra economía capitalista y globalizada, que afecta a mil millones de personas y cada vez más presente en nuestros barrios. ¿Puede un voto diferente, una mirada ecologista, resolverla? Pienso que sí, que respetando los Derechos de la Naturaleza se puede asegurar una alimentación para el Buen Vivir de los pueblos. Pensar desde este paradigma nos obliga a pensar en una agricultura que sólo es posible fortaleciendo sistemas locales, controlados por sus propios pueblos, bajo modelos productivos sencillos y de pequeñas dimensiones, con mucha mano de obra, y en ciclos cerrados que no arrojan desechos, ni despilfarran. Es decir, de un plumazo quedarían sin funciones las grandes corporaciones que tanto daño producen a millones de pequeños agricultores; se evitaría la competencia entre territorios; se reduciría la sobrepesca que practican unos pocos; se produciría comida pensando en alimentar a las poblaciones más cercanas; y finalmente recuperaríamos una agricultura que sería medio de vida para quienes la ejercen, a fecha de hoy, la mitad de la población mundial.
La ecología puede ser el revolcón que nuestro modelo civilizatorio necesita. Nos habla de relocalizar las economías, empequeñecerlas para hacerlas controlables por los propios pueblos, solidarias y al servicio de sus sociedades, deseos y anhelos. A la vieja Europa le conviene cuanto antes abandonar patrones caducos [y Patrones tiranos] y, aprendiendo de nuevos paradigmas, con personalidad propia, zarpar a nuevos horizontes.
Gustavo Duch Guillot
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