Gaza, el diluvio de fuego como manera de mantenerse en el poder
Por Moisés Saab
El diluvio de fuego sobre la atormentada Franja de Gaza y sus habitantes aparece como la conjunción de un grupo de factores, a saber, el expansionismo israelí, la necesidad de su actual Gobierno de asegurarse en el poder y una limpieza étnica de largo aliento.
Tregua o no tregua, el genocidio quedará como otro hito de los extremos a que puede llevar una ideología con claros tintes racistas como la de Israel para lograr sus objetivos expansionistas.
Para fines de la primera quincena de noviembre, la relación de civiles muertos por el diluvio de fuego desatado por las tropas israelíes de aire, mar y tierra se aproximaba a los 200, la mitad de ellos mujeres y niños que no tuvieron donde refugiarse y fueron sorprendidos en sus hogares.
La esencia genocida de la agresión, escalada desde el miércoles 14 de noviembre, pero que comenzó hace tres semanas de manera esporádica, se enlaza con insinuaciones en octubre pasado del ministro de Defensa israelí, Ehud Barak, en el sentido de que Tel Aviv sopesa la reocupación de Gaza.
Y propósitos electorales del primer ministro israelí, Benyamin Netannyahu, quien convocó semanas atrás a comicios adelantados con el pretexto de que necesita más apoyo para lograr la aprobación parlamentaria de su propuesta de presupuesto nacional.
El anuncio propició asimismo la formalización de una alianza de los sectores más agresivos de la ultraderecha israelí, personalizados en la Coalición Likud, de Netanyahu, y su aliado, el canciller Avidor Lieberman, quien encabeza el partido Yisrael Beitenu.
Resulta evidente que ambos políticos se complementan por sus presupuestos ultra sionistas y encabezan un gabinete cuya misión inmediata parece estar a punto de cumplirse: invalidar los acuerdos alcanzados en Oslo en 1993 basados en el inicio de negociaciones entre Israel y la Autoridad Nacional Palestina (ANP), asentadas en la existencia de dos estados.
Ese objetivo final puede haber sido la causa de la inexplicada muerte en 1995 en un atentado del ex primer ministro Yitchak Rabin, signatario de esos acuerdos con el extinto líder palestino Yasser Arafat y el único jefe de Gobierno israelí muerto de manera violenta en el ejercicio de su cargo y en su país.
Rabin cayó en un inédito atentado a manos de un hombre nombrado Yigal Amir, descrito en las versiones oficiales como "un colono derechista radical"; Arafat falleció de una misteriosa enfermedad mientras estaba sitiado por tropas israelíes en la Mukata, la sede del Gobierno autonómico palestino en la localidad cisjordana de Ramala.
Aunque resulta evidente que los nombres de los verdaderos responsables de la muerte de Rabin permanecerán encerrados en los pechos de quienes planearon el misterioso atentado que terminó con su vida, las causas del fallecimiento de Arafat pueden salir a la luz en breve tiempo.
Pesquisas científicas iniciadas por denuncias de que puede haber sido envenenado con sustancias radiactivas, complican aún más el misterio que rodea las causas del fallecimiento del líder palestino, iniciado desde el momento que los patólogos del hospital francés en que fue atendido rehusaron certificar una razón aceptable.
Un resultado que incrimine a Tel Aviv o a su policía política en el magnicidio del líder palestino revelaría otra faceta tenebrosa de la cúpula dirigente israelí, cuyos máximos y más peligrosos exponentes, al menos en la actualidad, son Netanyahu y su aliado Lieberman.
A este conjunto de hechos debe añadirse la anunciada decisión del presidente en ejercicio de la ANP, Mahmud Abbas, de solicitar a la Asamblea General de la ONU el 29 de noviembre la elevación de su actual estatuto de entidad observadora, a la de estado no miembro.
El Gobierno israelí reaccionó ofreciendo a los palestinos el reinicio incondicional e inmediato de negociaciones y, después, ante la insistencia de Abbas de dar el paso, con la amenaza de liquidar a la entidad autonómica y denunciar los Acuerdos de Oslo.
En fecha reciente Netanyahu, en declaraciones a la prensa reconoció que el conjunto de la Asamblea General de la ONU es adverso a la política de su país, un análisis basado en el cambio de la opinión pública mundial respecto a Israel, devenido un Estado paria por su conducta en los territorios palestinos ocupados.
De prosperar su iniciativa, la ANP estará en capacidad de poner a Israel en la posición de potencia ocupante de un estado reconocido por la Organización de Naciones Unidas, además de tener derecho a acceder a los organismos pertinentes de la ONU para denunciar los crímenes de guerra de las tropas de Tel Aviv en la Palestina, que dejará de ser un territorio en disputa.
Todo ello implica un cambio por completo del paisaje y de las reglas de juego que Tel Aviv quiere evitar a toda costa, no importa si ello implica la muerte de centenares de civiles, como ocurre en Gaza.
Peor aún, con la evidencia del magnicidio de Arafat, es obvio que Tel Aviv tendrá dificultades para seguir presentándose como el pequeño país agredido, una visión que explotó con éxito durante décadas.
Ante ese complejo y desfavorable paisaje, nada mejor que una agresión masiva como la de Gaza para distraer la atención de una opinión pública mundial harta de los desmanes de los Gobiernos de Israel y preocupada por las consecuencias de su belicosidad, carente de límites como evidencian los bombardeos indiscriminados contra Gaza.
En el frente interno, que es el que interesa ahora a Netanyahu, los resultados le favorecen: un creciente apoyo de los votantes de inclinación más sionista, cuyas demandas inmediatas son barrer lo que queda de la Franja de Gaza y, si surge la coyuntura, obligar a su población a emigrar hacia la Península de Sinaí.
Lo único que falta es que pidan encerrar a los palestinos en los campos de concentración y eliminarlos, como "solución final", para utilizar una descripción empleada por el III Reich hitleriano durante la II Guerra Mundial, aunque con diferentes víctimas.
Fuente:Prensa Latina
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