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T r i b u n a c h i l e n a

El señuelo del “progreso”

El señuelo del “progreso”

Por Homar Garcés 

 

 

En numerosas circunstancias en la historia, las clases dominantes y sus representantes intelectuales y políticos han logrado enganchar a los sectores populares en el logro de sus objetivos, atrayéndolos con ofertas de igualdad de oportunidades, libertad política y progreso económico. Así, se ha hablado de vías y de “alianzas para el progreso” (como la sugerida por el presidente John F. Kennedy para afianzar la hegemonía estadounidense sobre nuestra América y evitar una nueva experiencia revolucionaria como la de Cuba en alguno de sus países), el recetario neoliberal del Fondo Monetario Internacional y los Tratados de Libre Comercio con los países industrializados.

Sin embargo, la misma historia se ha encargado desmentir contundentemente la “sinceridad democrática” de la clase dominante, incluso de aquellos que, proclamándose socialistas (como en España), le hacen el juego. Esto último ya lo habían advertido Carlos Marx y Federico Engels en el Manifiesto Comunista cuando escriben que “los burgueses socialistas quieren perpetuar las condiciones de vida de la sociedad moderna sin las luchas y los peligros que surgen fatalmente de ellas. Quieren perpetuar la sociedad actual sin los elementos que revolucionan y descomponen. Quieren la burguesía sin el proletariado”. De ahí que el señuelo del “progreso” sea una constante cada vez que la clase dominante pretende extender su potestad sobre la sociedad, explotando las necesidades básicas y creadas de una vasta porción de la población que no halla mejor forma de satisfacerlas que secundarla, producto de la alienación inducida en la misma durante décadas.
Esto ha logrado que, en la mayoría de las veces, los grupos revolucionarios caigan en semejante trampa, tratando de captar las simpatías populares, pero sin plantearse contribuir sostenidamente a darle al pueblo las herramientas ideológicas y políticas que lo hagan superar este ciclo de dependencia que sólo profundiza su malestar y su impotencia, haciéndolo presa fácil de todo tipo de demagogia. Por ello es fundamental que quienes enarbolan las banderas revolucionarias tengan presente que el objetivo primordial de la revolución socialista es la transformación radical del orden imperante, de otro modo se estarían ubicando en el campo común del reformismo liberal-burgués, sin producir cambio socialista alguno. Por lo tanto, la promesa de progreso de la clase dominante tiene que combatirse con el respaldo de la historia de aquellos acontecimientos que pudieron resolverse a favor de los intereses populares y fueron frustrados, combatidos y distorsionados por quienes ocuparon las posiciones de poder en su nombre. Demás está afirmar que es necesario esclarecerle al pueblo cuáles son los verdaderos intereses que persigue dicha clase social al convidarlo a “compartir” este “progreso”. Para muestra, bastaría recapitular lo vivido en Chile, Argentina y México, por citar algunas de las naciones de nuestra América donde se “modernizó” la economía, según la tesis neoliberal muy en boga durante las dos últimas décadas del siglo XX.
Es difícil creer que la lógica capitalista podría resolver los graves problemas estructurales que padecen nuestros pueblos. Sólo quienes legitimen el individualismo (el patrón se queda con la mayor parte del fruto del esfuerzo productivo de los trabajadores), la economía del mercado (maximización del lucro, la ganancia y la rentabilidad a través de la explotación indiscriminada de la fuerza de trabajo asalariada), la responsabilidad individual y la libertad empresarial sin control alguno del Estado, estarán de acuerdo en que dicho “progreso” es posible. Lamentablemente, dicha fábula sólo ha engendrado mayores niveles de desempleo, pobreza, miseria y exclusión social que no pueden reducirse ni eliminarse únicamente con buenos deseos. No se puede obviar, por consiguiente, que “el mercado sin restricciones -como lo refiriera David Korten- tiende a funcionar como una institución profundamente antidemocrática. En tanto que la democracia confiere derechos a las personas vivientes, el mercado sólo otorga reconocimiento al dinero, no a la gente”. En tal sentido, se debe desenmascarar tal “progreso” e impulsar, contrariamente, el desarrollo integral de las personas, al mismo tiempo que se crean las condiciones para la construcción del socialismo revolucionario.

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