Elementos para superar la labor artesanal y la merma organizativa de los revolucionarios
El presente artículo fue presentado en el foro-debate “¿Cómo hacer la revolución en Chile?” organizado por la Grupo de Estudios Marxistas (GEM), la Asamblea Coordinadora de Estudiantes Secundarios (ACES) y la Unión Nacional de Estudiantes (UNE) en la Universidad Diego Portales y busca trazar algunas líneas y rescatar algunos elementos para viabilizar una revolución socialista en el país.
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Antes de comenzar, no puedo dejar de omitir el hecho mismo que el concepto de revolución se suele tomar en estos días, incluso en este mismo foro, donde adquiere una forma meramente identitaria y decorativa, atractiva, por cierto, pero más que nada estética, que responde también al momento histórico y las condiciones bajo las cuales estamos viviendo, que no está demás decir que se halla bastante lejos de las pomposas consignas que se han girado en los últimos dos años, desde la “coyuntura pre-revolucionaria” hasta “el nuevo ciclo de luchas”.
De hecho, hablar de revolución propiamente tal en un año de elecciones no tenía registro desde el año 1988 cuando el FPMR puso en marcha la guerra patriótica nacional, que buscaba la toma del poder posterior al supuesto fraude que cometería Pinochet en el plebiscito, y por supuesto, desde los tiempos del gobierno de la UP, período histórico donde una revolución contaba con escenarios mucho más abiertos y que dependían fundamentalmente de la conducción y la disputa en la conducción que se estaba llevando adelante, en la que se embatían cuatro partidos marxistas-leninistas y donde tres de ellos habían logrado anclarse en el ejecutivo en elecciones democráticas, lo que le significó el asedio por parte del legislativo, el judicial, la prensa tradicional, los dueños de la economía, los movimientos reaccionarios y así hasta llegar a las fuerzas armadas, punta de lanza de la verdadera contrarrevolución que se vino encima con el golpe de Estado.
Resulta necesario poner esta discusión en relieve histórico, primero para poner sobre la mesa un elemento fundamental: que cuando hablamos de revolución no hablamos de otra cosa que de la toma del poder de una clase por sobre otra y cuando hablamos de revolución socialista, hablamos de una donde la clase trabajadora pasa por sobre la burguesía. Y siendo el poder una cuestión compleja, nunca total sino hegemónica, hay que subrayar que la toma del poder no empieza con otra cosa que con la toma del Estado.
El poder del Estado
Es recurrente escuchar de muchos análisis, incluso de los compañeros aquí presentes, que una de las cosas que caracteriza al neoliberalismo es la disminución del Estado. De que hoy nos enfrentamos a un Estado más pequeño. Aferrándose también a posturas de la extrema derecha neoliberal, se habla incluso de que el Estado tendería a desaparecer
Efectivamente, hoy no nos encontramos ante el mismo Estado de bienestar del desarrollismo, ese Estado de hace 40 años atrás, pero lo cierto es que el Estado no va a desaparecer si el modelo no inventa otro mecanismo que permita conciliar las contradicciones que genera el capitalismo entre la clase trabajadora y la burguesía. Mientras la estructura del sistema capitalista, por su propia naturaleza, continúe tensionando las contradicciones entre las clases sociales, es el Estado el encargado de hacer que esas contradicciones se atenúen y no revienten, canalizando, sintetizando y absorbiendo el conflicto.
Y el Estado logra esto ya sea a partir de sus formas ideológicas: su moral emprendedora, meritocrática y siempre individualizada, así también las leyes, el derecho y el siempre pedante “respeto a las instituciones”, como de sus formas represivas, estas son las fuerzas armadas y de orden.
En la práctica, es preciso que leamos algunos conflictos que se fueron dando en los últimos dos años a ver si estamos en posibilidades de tomarnos el Estado y así efectivamente hablar de revolución.
Aysén es un conflicto gestado a partir de las condiciones propias de un capitalismo, más allá de si es centralista o federal, que genera condiciones de precarización en las condiciones de vida de sus trabajadores en todo el país. Una lectura elemental como esta se nos presentó en febrero de este año, que demostró el potencial combativo que puede llegar a tener un pueblo como se dio en la zona de Aysén, Coyhaique, Puerto Cisnes, Puerto Aysén y Chile chico: enfrentamiento callejero de masas frente a las fuerzas represivas, mayor organización y mayor radicalidad. ¿Qué pasó con este conflicto? El Estado salió a la ayuda de un problema que al mercado se le estaba saliendo de las manos. Envió una serie de fuerzas y aplicó la ley de seguridad interior del estado (aparato represivo) y amasó políticamente el conflicto (entabló diálogo, cedió algunos puntos a cambio del fin de la movilización).
Movimiento estudiantil del 2011. Estudiantes movilizándose por las condiciones precarias en las que deben estudiar (carreras malas, endeudamiento y un modelo educativo desigual) consecuencia también del capitalismo, que llevaba arrastrando varios conflictos en ese ámbito durante la última década (mochilazo 2001, universitarios 2005, pingüinos 2006). El 2011 el movimiento, que marcó una masividad inédita en los últimos 30 años, se vio abatido por ese mismo Estado que lo llevó a vivir fuertes jornadas de represión entre agosto y octubre, con una mesa de negociación quebrada pero con los dirigentes en un callejón sin salida donde la única opción que se vislumbraba era la opción de replegarse para proyectar el año siguiente.
Conflictos que han requerido una mínima intervención del presidente de la república y el silencio sepulcral de las clases patronales. No estamos ante un Estado desmantelado, como si las empresas del Estado pertenecieran de facto al pueblo chileno, sino ante un Estado que se dispuso estratégicamente de forma diferente para ser más eficaz en su función.
El Estado tiene dispuestos a su merced una serie de elementos creados para que la burguesía conserve y multiplique sus privilegios. ¿Cuáles son los de nuestra clase para hacerle frente?
La herramienta fundamental del pueblo: su organización
Desde la instalación y consolidación del modelo neoliberal en Chile la clase trabajadora se ha visto afectada en una serie de cosas que van más allá que su descomposición material, su precarización y la esclavitud de las deudas, sino también lo ha descompuesto política, ideológica y socialmente.
Cuando hablamos de esta descomposición no decimos otra cosa que el neoliberalismo ha disuelto a posiciones ínfimas la principal herramienta de lucha del pueblo, que es su organización. El pueblo, sin una densidad organizativa mayor, se reduce a manifestaciones muchas veces espontáneas, pero disueltas en una proyección que no se colectiviza.
Si a eso agregamos que los pocos atisbos de pueblo organizado en muchos de sus casos se encuentran conducidos por organizaciones oportunistas que poco tienen que ver con una proyección revolucionaria. ¿De verdad debiera sorprendernos que el movimiento de Aysén, por ejemplo, tuviera una conducción de dirigentes de la Concertación, o incluso de derecha? ¿Debiera sorprender que el movimiento estudiantil del 2011 la vocería recayera en las manos de Giorgio Jackson? ¿Dónde están los revolucionarios?
La falta de conciencia de política no se traduce sino en la incapacidad del pueblo de asumir que la historia está en sus manos. Y existen hoy por hoy revolucionarios trabajando en esa línea: organizando y haciendo de la lucha del pueblo su primera escuela. En no confiar en el oportunismo y sí en su propia capacidad de lucha. En no dejar emborracharse con consignas democratizadoras del capitalismo, como la asamblea constituyente, los plebiscitos o las reformas tributarias, sino saber efectivamente que las únicas soluciones a nuestros problemas llegarán con el socialismo.
Sin un colchón social, una multiplicación y crecimiento de las organizaciones del pueblo, efectivamente continuaremos estrellándonos con esta institucionalidad política. Y no se trata de organizar por organizar, sino de organizar para hacer la revolución
¿Cuántos dividendos nos trae organizarnos para hacer frente a una elección municipal, como si la revolución fuese una torta y la tarea fuese ir conquistando pequeños pedazos? ¿No tiene acaso el pueblo suficiente hambre como para barrer con el bizcocho aquel?
Hay que multiplicar la conciencia de clase. Los estudiantes de hoy no son los estudiantes de ayer, no son una élite como muchos han querido buscando arrogarse. Muchos de los que estamos estudiando hoy día en la Universidad somos hijos de trabajadores y muchos trabajamos mientras estudiamos, vivimos en poblaciones y vivimos las mismas contradicciones del capitalismo. El estudio no es una condición de burgueses, sino que han de saber que una de las tareas de los revolucionarios es efectivamente que los pobres estudien y cultiven su conciencia política. Los estudiantes también somos parte del pueblo.
Los estudiantes cumplen una función específica para el capitalismo: formar trabajadores para que rindan mejores tributos a la burguesía. Pero también lo pueden hacer una tarea revolucionaria: ser puentes, articuladores, instruir e instruirse con los conocimientos del pueblo más allá de la universidad y también dentro de la universidad misma. Las tomas, las barricadas, las marchas no son otra cosa que fórmulas, manuales de lucha que ha heredado el pueblo.
Por eso mismo, los estudiantes no podemos tolerar que vengan algunos a tratar de darnos lecciones de madurez, tratando de demostrar un buen comportamiento. Esa madurez no es otra cosa que institucionalizar el movimiento y que no es otra cosa que cerrar el escenario, cooptando al pueblo, cerrando el escenario y abriéndole la cancha al enemigo quien ve con ojos de perro sediento la integración del movimiento estudiantil a sus márgenes.
¿Cuáles son los avances, entonces? Si nuestra lucha es revolucionaria, los avances no son otra cosa que aquellas ganadas que nos permitan avanzar en la lucha, en crecer y multiplicar las fuerzas del pueblo. ¿Existe la posibilidad que perdamos? Posiblemente, pero esa lucha es la única que nos dará lecciones, o sino nos vendemos y nos tiramos a las elecciones.
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