Silvana Melo (APE)
La in-justicia suele ser una y grande, repetida infinitamente en pequeñas fotografías. Cien, trescientos, mil niños muertos por hambre tienen la expresión dormida, la ternura alada de uno solo. Un bebé perdido en el pueblo de Apóstoles, enclavado en el medio de la tierra roja, desconocido y solo, ignoto e ignorado. Puesto por quién sabe qué destino a nacer en una casilla de madera con seis hermanos más y a morir por ausencia de todo.
De luz, de leche, de calor, de nutrientes, de auxilio. La cara dormida y desangelada de Héctor Rafael Díaz -muerto el 5 de setiembre- es la cara de cien, trescientos, mil niños muertos por hambre en Misiones. Una foto que se replica atrozmente y cambia su rostro por el de Milagros Benítez, que logró vivir ocho meses menos pero murió igual. Incluida en el registro del Programa Hambre Cero de la provincia que en 2008 -según el CIPPEC- era la más castigada del país por la desnutrición aguda y el bajo peso infantil. Y que hoy, según sus propios funcionarios, bajó al segundo puesto.
Milagros no pudo con el peso de su nombre. Pasó por el Hospital de Montecarlo tantas veces en su mínima vida y nadie pudo retenerla. La última vez su madre la llevaba en brazos con un cuadro agudo de anemia, vómitos y diarrea. Pero no pudo llegar. El soplito de vida se le había escapado en el camino, tal vez detrás de una brisa azulina. O de un colibrí.
El gobernador Maurice Closs asumió en 2007. Y admitió que hasta octubre son 206 los niños muertos por desnutrición en la tierra de los yerbatales. Se quejó de que Misiones es pobre, muy pobre. “Pobreza estructural”, la definió. Sus funcionarios acostumbran a culpabilizar a las familias y a sus entornos. Y a descreer de que los niños se mueran realmente de hambre. El gobernador de nombre europeo dijo que, felizmente, eran menos que los 256 del año pasado. Pero “se nos van a seguir muriendo”. Porque Misiones es muy pobre. Y el gobernador parece haber caído desde un asteroide, gobernador sin pasado, provincia sin pasado. Sin embargo, Closs está precedido por ocho años de Ramón Puerta y ocho años de Juan Carlos Rovira. Todos de un mismo palo partidario. Todos aportando una pared -o mil- al edificio del estado ausente. Al muro que separa al estado de los desterrados, de los innominados, de los niños perdidos en pueblos que no localizan sus GPS.
El gobernador de nombre francés debe saber que no existe excusa posible. Que hace ocho días apenas escribíamos aquí sobre Héctor Rafael Díaz: Tenía dos años, una debilidad extrema, nombre de héroe troyano, un sistema neurológico deshilachado por origen y por condena, una desnutrición de cuatro meses, primer nombre de guerrero y segundo de artista, una muerte perentoria, un número en un registro del programa “Hambre Cero” de Misiones y un destino que no necesariamente estaba escrito, que podía torcerse por decisión de despacho, de escritorio, de estado. El gobernador de nombre francés que no puede admitir que “se nos van a seguir muriendo” sin que quede el sabor ácido de la impotencia casi decidida.
La des-justicia suele ser una sola fotografía, una sola imagen replicada en cien, en trescientas, en miles. En décadas de un estado - topadora que sólo supo crear fábricas de hambre en tierras ricas y feraces, cómplices cada uno de quienes se sentaron en los sillones y pusieron los pies en los escritorios disfrutando de un pedacito de poder tan omnímodo como efímero, cómplices cada uno de que la foto de Héctor se replique cien, trescientas, mil veces en la de Milagros y en la hilera de niños anónimos muertos de hambre tranqueando, cansados, por los sembrados de pan.
Foto: Miles de chicos misioneros crecen en condiciones de extrema pobreza en el interior de la provincia
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