Sus compañeros de lucha, sus copartidarios bolcheviques con los que dirigió la Revolución del 17, sus hijos y familiares, su generación casi completa, fue exterminada en la Unión Soviética de José Stalin. Y, sin embargo, setenta años después su legado sigue ahí, iluminando como un faro.
De Trotsky se ha escrito mucho, y se podría decir mucho más. Sin duda fue una personalidad de rango histórico. Muy joven se hizo revolucionario y marxista. Arrestado, forjó su carácter en las cárceles del zarismo, como tantos otros por aquella época en Rusia.
Huido al exilio, completó su educación política junto a los viejos fundadores de la socialdemocracia rusa, como Plejanov. Y con Lenin, que ya dirigía la generación intermedia, al principio bien y luego a los trompicones, en especial luego del Congreso de 1903, donde permaneció en un limbo intermedio entre bolcheviques y mencheviques. En Viena bebió de las fuentes del marxismo austríaco, cuya influencia en la personalidad más occidental de los revolucionarios rusos tal vez no se haya ponderado suficientemente.
A los 25 años fue elegido por los obreros como presidente del Soviet de Petrogrado, durante la Revolución de 1905. Juicio, cárcel y nuevo exilio. Tuvo el acierto de ser el primero, incluso que Lenin, en atisbar que la revolución rusa sería esencialmente obrera, que la burguesía rusa era ya incapaz de librarse de los resabios feudales del zarismo, y que le tocaría a un gobierno encabezado por los trabajadores combinar las tareas democráticas y socialistas. Había nacido su legendaria Teoría de la Revolución Permanente.
Estuvo entre los pocos, al igual que Lenin y Rosa Luxemburgo, que denunciaron la traición de la Segunda Internacional socialdemócrata, cuando apoyó la guerra imperialista, la Primera Guerra Mundial. Y estaría entre los fundadores de la tercera Internacional Comunista, en 1918.
De vuelta en Rusia gracias a la Revolución de Febrero de 1917, rápidamente zanjó las diferencias que le separaban de Lenin y entró al Partido Bolchevique. Al igual que en 1905, pronto destacó como el principal dirigente, orador y organizador de los Consejos (Soviets) de Obreros, Soldados y Campesinos, tocándole ser el ejecutor concreto, de una revolución que Lenin dirigía desde la clandestinidad, la Revolución de Octubre de 1917, bajo las consignas de “paz, pan, tierra y libertad”.
Octubre inauguró una nueva época histórica. La Unión Soviética que nació de esa revolución dio forma concreta a la aspiración de millones de trabajadores en todo el mundo de construir una nueva sociedad, libre de la explotación capitalista, de miseria, en que la economía fuera racionalmente puesta al servicio del bienestar colectivo. La predicción de Carlos Marx y Federico Engels en el Manifiesto se había hecho carne.
Pero el estado obrero soviético estaba lejos todavía del anhelado socialismo. Nació bañado en sangre de la guerra civil y la agresión extranjera y, como no, ahí estuvo Trotsky nuevamente en la primera línea de combate, como organizador del Ejército Rojo, derrotando a los invasores externos y a los insurgentes internos.
Luego de cuatro años de cruenta guerra civil vendrían los años de “cansancio” de la revolución. La revolución alemana, en la que habían afincado sus esperanzas los rusos, quedaba postergada. Los años de la NEP , una especie de capitalismo de estado, el proceso de burocratización del estado soviético, advertido por el propio Lenin y, finalmente, la muerte de éste en 1924.
A partir de allí se instala una lucha a veces soterrada y a veces pública por el poder, entre quienes defendían los postulados de democracia socialistas del 17, y una élite cada vez más burocrática y autoritaria, encabezada por José Stalin. Lucha en la que él sería la primera víctima. Lucha primero ideológica, entre un supuesto “marxismo leninismo” en confrontación con el “trotskismo”, la falsificación histórica y la difamación.
En 1927 sería arrestado y deportado, marchando a su último y definitivo exilio. Diez años después tendría que luchar desde lejos para defender a los bolcheviques del 17, quienes fueron juzgados como “traidores” y pasados por las armas por parte del régimen totalitario de Stalin. No se salvó ninguno. Ni Bujarin, ni Zinoviev, ni Kamenev, por mencionar a algunos. “La revolución se traga a sus hijos”. Era el Termidor soviético, parodiando a la Revolución Francesa.
Frecuentemente cuestionado respecto a cómo el segundo hombre en prestigio de la revolución, después de Lenin, el jefe del Ejército Rojo, había sido desplazado del poder sin pegar un tiro, él respondía que el proceso de burocratización era objetivo, es decir, no dependía de su voluntad personal, sino de la situación política mundial. Sólo un nuevo ascenso revolucionario en occidente podría revitalizar la revolución socialista soviética.
Este argumento es el segundo corolario de su Teoría de la Revolución Permanente : no puede haber socialismo en un solo país, aislado. El socialismo es un proceso internacional, afirmaba, contrariando la tesis de Stalin y la burocracia, que sostenía que la Unión Soviética podía dar la espalda a la revolución en el resto del mundo y construir una sociedad modelo del socialismo completamente aislada.
Y no era una discusión meramente teórica. Stalin deformó y prostituyó la II Internacional al convertir a los Partidos Comunistas en sucursales de la política exterior de la URSS , quitándoles su papel de vanguardia en la lucha por el socialismo, y conduciendo a derrotas sucesivas de los procesos políticos en China (1925), Alemania (1933), España (1936-39).
A esta lucha política por salvar para un método marxista y revolucionario a la vanguardia obrera mundial dedicaría Trotsky su vida en su tercer exilio. Esa lucha política le obligaría, por un lado, a rescatar la verdad histórica del proceso revolucionario ruso de las mentiras y deformaciones de Stalin. Sus mejores libros saldrían de este debate: Historia de la Revolución Rusa y Mi Vida.
Por otro lado, sería el primero en analizar en profundidad la degeneración burocrática del estado soviético, siendo el primero en pronosticar que la casta social que se había adueñado del poder llevaría irremediablemente a la restauración del capitalismo en Rusia, salvo que un proceso revolucionario socialista en Europa occidental se produjera. La revolución traicionada, sintetiza la pila infinita de documentos producidos por Trotsky al respecto.
Paralelamente, León Trotsky siguió el día a día de la política internacional, en especial de los procesos revolucionarios abiertos en otros países, procurando agrupar y educar a la vanguardia socialista en un método correcto que asegurara el triunfo de nuevas revoluciones obreras.
Respecto a Alemania, a inicios de los años treinta, le tocó denunciar la política impuesta por Stalin (el llamado “tercer período) que privilegiaba el ataque contra los socialdemócratas facilitando el triunfo del fascismo de Hitler. A partir del 36, Trotsky se concentra en la guerra civil española, y denuncia la traición stalinista de apoyo al gobierno del Frente Popular (con la “sombra de la burguesía”) que impidió a los obreros españoles tomar directamente el poder y abrir un proceso de revolución socialista. Llamaría a Stalin “el gran hacedor de derrotas”.
De todo lo vivido por este hombre, que bastaría para llenar más de una vida memorable, su principal legado, según su propio juicio, fue su esfuerzo por legar a la generación siguiente la organización y el método del marxismo revolucionario, rescatándolos de la degeneración política (de la II y la III Internacionales ) y del exterminio físico de su generación, atenazada entre el totalitarismo stalinista y el fascismo que campeaba por Europa, en la infame década de los años treinta.
Ese legado se materializó en la fundación de la IV Internacional (1938) y en su plataforma política, El Programa de Transición.
Pese a que sus críticos le señalaban que no se debía fundar una internacional en medio de una época de derrotas, él insistió en ello, pues comprendía que su final estaba cerca y era imprescindible que no se rompiera el hilo de la memoria histórica, para que la siguiente generación pudiera seguir los pasos revolucionarios de la anterior.
Hoy, iniciado el siglo XXI, 70 años después de su asesinato, cuando reina cierto desconcierto y confusión ideológica en la vanguardia socialista, incluyendo al propio movimiento trotskista, no hay como releer el Programa de Transición para encontrar el camino:
“ La Cuarta Internacional ha surgido ya de grandes acontecimientos: las mayores derrotas del proletariado en toda la historia. La causa de estas derrotas está en la degeneración y la traición de la vieja dirección. La lucha de clases no admite interrupción. Para la revolución, la Tercera , después de la Segunda , ha muerto. ¡Viva la Cuarta Internacional !”
“… La Cuarta Internacional , respondemos, no necesita “proclamarse”. Existe y lucha. ¿Qué es débil? Sí, sus filas no son numerosas porque todavía es joven. Por ahora hay principalmente cuadros. Pero estos cuadros son prendas del futuro… Si nuestra Internacional es débil numéricamente, es fuerte por su doctrina, su programa, su tradición, el temple incomparable de sus cuadros…”
“Su tarea: la abolición del dominio capitalista. Su objetivo: el socialismo. Su método: la revolución proletaria…. Sin democracia interna no hay educación revolucionaria. Sin disciplina no hay acción revolucionaria. La estructura interna de la Cuarta Internacional se basa en los principios del centralismo democrático: plena libertad de discusión, unidad completa en la acción”.
“La crisis actual de la civilización humana es la crisis de la dirección revolucionaria. Los obreros avanzados, unidos en la Cuarta Internacional , muestran a su clase el camino para salir de la crisis. Ofrecen su programa basado en la experiencia internacional de la lucha liberadora del proletariado y de todos los oprimidos del mundo. Ofrecen una bandera sin mancha”.
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