Nicolás Iñigo Carrera FUNDACIÓN JUAN B. JUSTO
Fuente: Argenpress
El primer centenario de la Independencia Argentina que acaba de transcurrir será recordado en los tiempos venideros con el mismo entusiasmo con que se recuerda hoy la revolución libertadora de 1810. Así hablan a pleno pulmón los venales pregoneros del patriotismo de este país tan grande y tan desgraciado al propio tiempo. Nosotros también afirmamos que la semana de Mayo que ha fenecido perdurará largamente en las memoria de las generaciones venideras, pero no porque sus días hayan sido de grande, hondo regocijo patriótico, sino por la magnitud de las ignominias cometidas en nombre del orden y la autoridad de los tiranos del oro y del poder, que han convertido al país en una factoría.
Alberto Ghiraldo.
Hoy, 14 de mayo, se cumplen cien años de la noche en que, en el marco de la celebración del Centenario de la Revolución de Mayo, “manifestaciones patrióticas” de estudiantes, niños bien, policías y miembros de los clubes elegantes destruyeron e incendiaron los locales de los periódicos obreros La Vanguardia, La Protesta, La Batalla y Acción Socialista. También atacaron, al grito de “Abajo la anarquía”, “Mueran los gringos”, “Muera el anarquismo”, “Abajo la huelga”, “Mueran los obreros”, “Viva la patria” y “Viva la ley de residencia” (1), la sede de México 2070, de la Confederación Obrera Regional Argentina (CORA), la principal central sindical de la época, donde encontraron resistencia, por lo que volvieron posteriormente, con apoyo policial y de los bomberos, y destrozaron el local.
Esos actos de vandalismo, que incluyeron la destrucción de la librería de La Vanguardia, cuyos libros destrozados fueron llevados como trofeos agitados por los manifestantes ante el presidente de la República, Dr. José Figueroa Alcorta, fueron precedidos por el encarcelamiento de los miembros del Consejo Federal de la FORA y del Comité Central de la CORA (2), realizados ilegalmente, antes de que en sesiones vertiginosas el Congreso Nacional aprobara el pedido del Poder Ejecutivo de establecer el estado de sitio.
En una nota editorial del 27 de mayo de 2009, el diario La Nación admitió que las celebraciones del Centenario de la Revolución de Mayo se realizaron bajo el régimen del estado de sitio. Y atribuyó la necesidad de esa ley a que “arribaban representantes extranjeros que, como en casi todos los países, eran amenazados por los atentados anarquistas”. Semejante tergiversación de la historia resulta coherente con la manera en que ese mismo diario informó en mayo de 1910 acerca de lo que estaba ocurriendo en las calles de Buenos Aires: el 15 de mayo se refirió a la “nota vibrante, la primera de las fiestas nacionales [que] dieron los estudiantes universitarios en la manifestación realizada en la mañana de ayer” que culminó con un acto en la Plaza de Mayo, pero no publicó una sola línea sobre los hechos ocurridos en la noche del 14. Tampoco lo hizo al día siguiente, salvo para referirse vagamente a “que algunos manifestantes habían sostenido diversos tiroteos en las calles” y “un incidente ocurrido en aquella sección la noche anterior” (3), y a que “unos individuos que se hallaban parapetados en la calle Méjico 2070 hicieron fuego de revólver contra un grupo de estudiantes” (nada dice acerca del por qué de la presencia de esos estudiantes en el lugar) e hirieron a cinco, por lo que “sus compañeros, indignados por el ataque, penetraron en el local, destrozando cuanto dentro de él había” (4). En cambio, ese mismo día, se refirió a las manifestaciones “improvisadas por la noche sin que mediase citación alguna, como si los estudiantes, deseosos de exteriorizar los sentimientos que los agitan, se hubiesen concertado en grandes masas por virtud de un ineludible impulso que a todos alcanzó con igual vehemencia” (5), sin hacer la más mínima alusión a que los manifestantes imponían un “severo castigo a quienes no se descubrieran a su paso o no coreasen sus estribillos” (6), como le ocurrió al escritor, pintor e ideólogo del movimiento modernista catalán, Santiago Rusiñol, que mientras paseaba por la Avenida de Mayo fue acosado y golpeado por un grupo de jóvenes porque no se descubrió y gritó “Viva la Patria” lo suficientemente rápido. (7)
Existen, sin embargo, otras descripciones de estas manifestaciones “patrióticas”: los relatos de tres testigos y protagonistas de los hechos y del mismo Comité Ejecutivo del partido Socialista Alberto Ghiraldo, poeta anarquista y director de la revista Ideas y Figuras se refiere así a esos días del Centenario: “(...) mientras los grandes rotativos, con gerencia en París algunos, aprovechaban la falta de fiscalización para mentir hechos y entregar a la picota a todos los amigos de la libertad; (...) otros acontecimientos se han desarrollado y que a pesar de haber hecho retroceder en miles de años el espíritu de la civilización nadie se atreve a develar…” (8). Sebastián Marotta, militante de la Confederación Obrera Regional Argentina, describe a los manifestantes como “una muchedumbre de gente adinerada, diputados, empleados de gobierno, sirvientes, policías y militares” (9). Eduardo G. Gilimón, militante anarquista y redactor de La Protesta, caracteriza a las manifestaciones como “Nada más alejado del sentimiento patriótico, que es por naturaleza, por ser sentimiento, espontáneo, que aquellos malones organizados y dirigidos por la policía” (10). El Partido Socialista las calificó de “turbas salidas de los clubes y garitos elegantes, de los colegios de frailes y de la comisaría de investigación, esa tenebrosa repartición titulada por sarcasmo de orden social”. (11)
Algunas de las descripciones incluyen entre los que encabezaron las manifestaciones que culminaron en los ataques a los locales obreros a figuras prominente de la política y la “sociedad” del momento: el barón Antonio De Marchi, el ingeniero Carlos Aubone, el capitán Lara, los diputados nacionales Carlos Carlés y Pedro Luro, Juan Balestra, el comisario Reynoso y el estudiante Alonso Criado (12). Y hay suficientes indicios de que no se trataba sólo de manifestaciones patrióticas que pudieran presumirse espontáneas: en la Sociedad Sportiva Argentina (13), el Club Gimnasia y Esgrima y la Sociedad Hípica (14) se realizaron reuniones “con el fin de organizar una policía auxiliar de ciudadanos” (15). Ghiraldo afirma que de la Sociedad Hípica salieron las armas utilizadas en los asaltos ya referidos. Pero probablemente no fue sólo de allí: instituciones religiosas pidieron armas a la policía, cuyo jefe recomendó al ministerio del Interior entregarlas (16); el ministro del Interior, Dr. Gálvez, manifestó que “(...) muchos padres de familia alarmados (...) arman el brazo de sus hijos para que hagan respetar la escarapela nacional que llevarán ese día” (17). Carlos Saavedra Lamas, en su intervención en el debate sobre la ley de defensa social, aludió a versiones que indicaban que mientras se realizaban estas manifestaciones “(...) se abrían los cuadros de la policía para llevar la colaboración de los estudiantes, introduciendo un principio absolutamente desconocido de una acción conjunta de estudiantes y de soldados en el cumplimiento de los deberes del estado para la conservación del orden y la estabilidad social” (18), a lo que el ministro Gálvez respondió que “Hubo muchos estudiantes que fueron a ofrecerse para servir de agentes de investigaciones, de defensores del orden público, en momentos de verdadera efervescencia popular” (19).
Las manifestaciones nocturnas no se limitaron al día 14. En la noche del 15 los manifestantes fueron al llamado “barrio judío” (20), donde destruyeron y saquearon un almacén en Lavalle y Andes (hoy J. E. Uriburu) (21) y otro en Lavalle y Talcahuano, cortaron barbas de “lamentables ancianos” (22), violaron mujeres (23), destruyeron muebles en un restaurante y un prostíbulo (24); una numerosa columna tiroteó e incendió la imprenta y librería de Bautista Fueyo, ubicada en el Paseo de Julio, frente a la estación Retiro; Fueyo, acusado de anarquista, se defendió a balazos e hirió a varios antes de ser tomado preso por la policía sin que se supiera de su paradero durante una semana (25). El 16 la muchedumbre, al grito de “¡A la Boca! ¡A Barracas!”, amenazó con atacar varias sedes sindicales, entre ellas la del Sindicato de Conductores de Carros; pero cuando la columna había comenzado a marchar, el Dr. Balestra llegó con la noticia de que en los barrios obreros se preparaban para defender los locales sindicales; al grito de “A la pirámide de Mayo!” los manifestantes decidieron no abandonar su territorio. A la noche siguiente, después que el comisario de la seccional 26ª hizo desalojar a todos los grupos obreros de almacenes y bares y detener a quienes estuvieran cerca del Sindicato de Conductores de Carros, volvieron a reunirse los manifestantes, pero nuevamente desistieron de ir a los barrios obreros, donde militantes obreros se habían acantonado en las casas cercanas al local (26). En esos días también fueron asaltados y destruidos los muebles del local de la Federación Obrera Local, en La Plata, y locales obreros en Rosario, donde hubo algunos heridos. Mientras tanto, continuaron los apresamientos de militantes obreros, que llegaron a alrededor de 500, entre presos y deportados. (27)
¿Qué había desatado esa furia que se presentaba como patriótica pero que era fundamentalmente clasista, antiobrera? ¿Eran las amenazas de bombas contra los dignatarios extranjeros, como atribuye hoy La Nación?
No. Fue la amenaza de declaración de una huelga general. Y esta huelga, convocada para el 18 de mayo ¿era una huelga revolucionaria dirigida a deponer al gobierno y transformar de raíz el sistema institucional jurídico y político, a modificar el sistema económico basado en la propiedad privada de los medios de producción y de cambio?
Tampoco. Era una huelga que reclamaba la libertad de los presos obreros (muchos de ellos apresados en la Semana Roja de 1909 y que no habían sido liberados a pesar del compromiso asumido por el gobierno), la derogación de la ley 4144, llamada de Residencia (que permitía expulsar del país, sin juicio ni defensa, a los extranjeros que el gobierno considerara “indeseables) y la amnistía para los infractores a la ley de servicio militar. En abril de 1910 el Consejo de delegados de la recientemente formada CORA, surgida la unión de la UGT y sindicatos autónomos, resolvió declarar una huelga general “en defensa de la libertad de la clase obrera en la ocasión propicia del Centenario” (28). El 1º de Mayo hizo público un manifiesto en ese sentido y reiteró la decisión de declarar la huelga general si no se derogaba la ley de Residencia. Entre otros conceptos el manifiesto decía que “La única celebración que podemos hacer en las fiestas centenarias es que ellas sean el motivo para que se consagre la conquista de una libertad. ¡Será así que la libertad se conmemorará con la conquista de más libertad!” y anunciaba que “Más y más luchas se han de producir hasta que del horizonte de la vida combativa del proletariado desaparezca ese nubarrón [la Ley de Residencia] que intercepta los rayos del sol de sus libertades”. También reclamó la libertad de “los presos que yacen en las cárceles por cuestiones obreras”, y anunció que, si no se aceptaban estas demandas, “la huelga general estallará en la víspera del 25 de Mayo, como un mentís a cuantas libertades quieren celebrarse y exhibirse ante el mundo civilizado”. El inicio de la huelga se fijó para el 18 de mayo. Paralelamente, el día 8, la FORA realizó un mitin multitudinario contra el maltrato a los presos en la Penitenciaría Nacional y anunció que realizaría también la huelga general desde el 18.
Especialmente ilustrativo de las metas de quienes declararon el estado de sitio y de quienes realizaron los ataques a los locales obreros resulta el asalto a La Vanguardia. El Partido Socialista privilegiaba la lucha parlamentaria, rechazaba la huelga general revolucionaria y consideraba que “La huelga general es en todo caso un procedimiento extremo y se acompaña de graves inconvenientes para el pueblo (...) ejercita sentimientos, pero muy poco o nada las aptitudes creadoras del pueblo. No hace adelantar un paso su educación técnico-económica, si bien puede dar impulso a su educación política” (29). Con ese fundamento el PS se oponía al uso sistemático de la huelga general. Y específicamente se opuso a la declarada por la CORA y la FORA en mayo de 1910: el periódico partidario, “respetuoso del tradicionalismo sincero de muchos ciudadanos, había combatido el propósito de perturbar las fiestas con agitaciones extemporáneas” (30). Sin embargo, como ya se dijo, la noche del 14 de mayo la sede de La Vanguardia. Confiado en su oposición a la huelga, el PS había pedido protección a la policía. Craso error: “La policía armada, cuyo apoyo habíamos solicitado en previsión de un ataque, estaba allí representada por gran número de oficiales, y agentes a caballo y a pie; pero no para amparar nuestro diario, que, demasiado confiados, habíamos dejado indefenso, sino para traicionarnos, proteger a los asaltantes, prestarles sus armas, y apartar del triste espectáculo a las personas del pueblo que contemplaban atónitas tanta barbarie. Y la administración de nuestro diario, su librería de obras escogidas y clásicas, sus máquinas, la imprenta toda creada por el inteligente sacrificio del pueblo, han sido destruidas a los gritos de Viva la patria! Viva la policía!” (31). Cuando Juan B. Justo, director del diario, increpó al comisario Reynoso presente en el lugar, para que detuviera el ataque, recibió por contestación “Los muchachos están entusiasmados” (32). Después del ataque “Toda la maquinaria, desde las graciosas minervas a la gran rotativa, aparecía herida de muerte; los grandes rollos de papel yacían acuchillados como víctimas propiciatorias de un salvaje odio, y entre los muebles destrozados y cristales rotos y puertas astilladas a machetazos, un busto de Marx, degollado (...)”(33). Según la declaración socialista, los manifestantes llevaron “como trofeos jirones de libros y pedazos de máquina de imprimir” para exhibirlos ante el presidente Figueroa Alcorta, a quien vivaron a la salida de un banquete. (34)
No eran, pues, sólo los anarquistas ni las supuestas menazas de bombas, lo que impulsó al gobierno a declarar el estado de sitio ni a los manifestantes a destruir los periódicos y locales obreros. Todas las corrientes del movimiento obrero (excepto los pro-patronales Círculos de Obreros Católicos) eran consideradas enemigas por las clases dominantes. Y el ataque contra aquellas no se desató por la amenaza de atentados anarquistas sino por la declaración de la huelga general por la libertad de los presos y la derogación de la ley de Residencia. En palabras de Manuel Carlés “En las actuales circunstancias en que además de la fecha histórica que celebramos, la República Argentina se siente cruzada por treinta y cinco mil vagones que transportan quince millones de toneladas, fruto de veinte mil hectáreas, que representan el trabajo de dos millones de almas, ¿es posible suponer, señores diputados, que tanto esplendor, que tanta prosperidad y trabajo puedan ser interrumpidos por las perturbaciones de facciosos interesados en mantener el desorden?” (35). Era la convicción de defender su posición social y sus negocios frente a lo que consideraban una “degeneración”, un “crimen” que atacaba el orden social establecido. Por eso los ataques a los locales obreros exceden largamente a una acción policial; pueden aparecer como espontáneos, pero lo espontáneo no es más que la forma embrionaria de lo consciente y resulta claro que es su conciencia de clase propietaria lo que hace que la burguesía argentina sienta amenazado su orden social.
Esto es lo que se evidenciará también, algo más de un mes después, cuando se discuta en el Congreso Nacional el proyecto de ley de Defensa Social.
Notas:
1) Ghiraldo; “Nuestra crónica”, Ideas y Figuras , Año II, Nº 34, 1º de octubre de 1910. Marotta; El movimiento sindical argentino; Buenos Aires, Lacio, 1961; tomo II; pp. 74.
2) Abad de Santillán; La Fora; Utopía Libertaria, 2005;; pp. 206-7.
3) La Nación; 16/5/1910, p. 8.
4) La Nación; 16/5/1910, p. 11.
5) La Nación; 16/5/1910, p. 8.
6) Marotta; op. cit.; p. 72.
7) Marotta, op. cit. y Ghiraldo, op. cit.
8) Ghiraldo, op. cit.
9) Marotta, Sebastián; El movimiento sindical argentino; Buenos Aires, Ediciones Lacio, 1961; tomo II, p.73.
10) Gilimón, Eduardo G.; Un anarquista en Buenos Aires; Buenos Aires, Centro Editor de América Latina; 1972, p.106.
11) Declaración del Comité Ejecutivo del PS de mayo de 1910; reproducida en Oddone, Historia del socialismo argentino; Buenos Aires, La Vanguardia, 1934; tomo II, p. 79.
12) El barón Antonio De Marchi era yerno y vocero político del ex presidente Roca, Director de Paseos de la Ciudad de Buenos Aires en 1910, fundador del Automóvil Club Argentino y difusor del tango en París y en Buenos Aires; el ingeniero Carlos Aubone había sido Secretario General de la Policía de la Capital entre 1904 y 1906 por lo que ocupó la jefatura varias veces; Carlos Carlés era hermano de Manuel, futuro fundador de la Liga Patriótica, y como él, diputado nacional en 1910; Pedro O. Luro, casado con una sobrina de Roca, también era diputado nacional en ese momento, fue varias veces miembro de la Comisión Directiva del Jockey Club de Buenos Aires y fundador de la Asociación Amigos de la ciudad, además de estar vinculado a la actividad bancaria; Juan Balestra, varias veces diputado nacional hasta 1906, ex gobernador de Misiones y ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública durante la presidencia del Dr. Carlos Pellegrini, también fue miembro de la Comisión Directiva de la Sociedad Rural Argentina.
13) Marotta; op. cit.; pp. 72-3.
14) Ghiraldo; op. cit.
15) Ghiraldo; op. cit.
16) Archivo General de la Nación - Fondo Ministerio del Interior, 1910; Legajo 8; Documento sección 1 Letra P Nº 2133. La Policía de la Capital solicitó 225 carabinas Remington, con sus correspondientes portamuniciones y 22.500 tiros de guerra “con destino a instituciones religiosas, que abrigan temores de ataques por parte del elemento anarquista”. Las instituciones eran el Asilo Dulce Nombre de Jesús, Convento Padres Argentinos, Colegio del Huerto, Casa de Misericordia, Colegio de la Anunciación, Colegio Hijas del Divino Salvador, Monasterio de las Monjas Teresas, Colegio José Manuel estrada, Colegio Hermanas Dominicas, Iglesia del Carmen, Colegio Nuestra Señora de la Misericordia, Casa San Antonio. El documento no deja en claro si efectivamente se entregaron las armas.
17) Cámara de Diputados; Diarios de sesiones; 13 de mayo de 1910; p. 55.
18) Cámara de Diputados; op. cit.; p. 319-20.
19) Cámara de Diputados; op. cit.; p. 321. El ministro adujo que por eso fue que el PE pidió la ley de Estado de Sitio “para evitar la acción de esa juventud y del pueblo que se lanzaba a la calle (...)”, afirmaciones refutadas tanto por los hechos que relataremos más abajo como por la presentación del PE en la sesión donde se aprobó dicha ley.
20) La periodista y conferencista española, librepensadora, anticlerical y anarquista, Belén de Sárraga, que estaba en Buenos Aires, escribió: “(...) contemplé el barrio ruso, hasta donde llegó la cólera invasora, que pretendía acaso vengar en inocentes la muerte de Falcón. Puertas arrancadas, ventanas con los vidrios rotos, caras asustadas y recelosas; esto vi; y sobre los mismos edificios heridos por piedras y machetes, en nombre de un extravagante patriotismo, la bandera argentina puesta allí como pedido de misericordia de las víctimas, parecía contener la furia de los victimarios” (“Locura Patriótica”; en Ideas y Figuras; Año II, Nº 34, 1º de octubre de 1910; s/p.).
21) Marotta; op. cit.; pp. 75. Probablemente el mismo que Ghiraldo ubica en Viamonte y Andes.
22) Ghiraldo; op. cit. Este mismo autor relata que “Está demostrado, decía un sabelotodo en un tranvía: el 99 por ciento de los anarquistas son rusos, si, señor, rusos”. Recuérdese que cinco años antes había estallado la revolución de 1905 en el Imperio Ruso.
23) Boletín de la CORA citado en Marotta; op. cit.; p.76.
24) Ghiraldo; op. cit.
25) Ghiraldo; op. cit. Este autor no hace referencia a la resistencia armada de Fueyo.
26) Marotta; op. cit.; pp. 76-7.
27) Marotta; op. cit.; p. 77.
28) Manifiesto de la CORA, citado en Marotta; op. cit., p. 422
29) Justo, Juan B.; Teoría y Práctica...; op. cit.; pp. 454-5.
30) Declaración del CE del PS de mayo de 1910; reproducida en Oddone, op. cit.; p. 79.
31) Declaración del CE del PS reproducida en Oddone, op. cit.; p. 80. La Vanguardia no pudo publicarse por tres meses; reapareció por una suscripción popular que reunió $ 25.000.
32) Marotta; op. cit.; p. 73. Después de estos hechos el comisario de la sección 14ª fue suspendido y ante la protesta formal de los socialistas, el Jefe de la Policía de la Capital, Cnel. Dellepiane (futuro jefe de las tropas que sofocaron a sangre y fuego las manifestaciones de la llamada “Semana Trágica” de enero de 1919) ofreció pagar los daños con dinero de la policía (Marotta; op. cit.; p. 73), lo que fue rechazado por el PS: “Para la ofensa brutal y el daño que se nos ha inferido, no esperemos más reparación que la que sepamos darnos nosotros mismos” (Declaración del CE del PS reproducida en Oddone, op. cit.; p. 81).
33) Belén de Sárraga, op. cit.
34) Declaración del CE del PS reproducida en Oddone, op. cit.; p. 81.
35) Cámara de Diputados; op. cit, p. 57.
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