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T r i b u n a c h i l e n a

Las condiciones de la lucha electoral para el anticapitalismo en Chile

Andrés Figueroa Cornejo

Aspectos centrales de la estrategia anticapitalista en Chile, como punto de llegada para la posibilidad de la construcción genuina de una sociedad de iguales y libres, están ligados a formas combinadas y complejas de sublevación popular y huelga general. Aunque la distancia parezca hoy sideral, de perder de vista la creación del poder popular y propiciar el conjunto de luchas tácticas necesarias para la superación del capitalismo subordinados a los fines estratégicos mencionados, es fácil terminar fortaleciendo a fracciones de la burguesía; siendo perfectamente funcionales al orden de la minoría mandante; o representando franjas testimoniales de “buena conciencia”, pero carentes de convicción de poder y mayorías para transformar la vida radicalmente. La lucha de clases para el anticapitalismo, en último término, sólo tiene sentido estratégico si se conduce sobre fines eminentemente políticos.
La política, en general, es el arte de acumular fuerzas y establecer alianzas. Para el movimiento anticapitalista chileno, los pueblos y los trabajadores resumen -desde la independencia política de los intereses históricos de las clases subalternas, plebeyas, explotadas y oprimidas- las alianzas posibles. El pueblo mapuche en lucha contra el Estado y el capital es, por ejemplo, el aliado estratégico de los asalariados y los pobres de la ciudad, así como el proletariado rural y el campesinado tradicional que aún no ha sido transformado en obrero agrícola por el desarrollo de las fuerzas productivas, y los sectores medios precarizados. Esto es, todas las clases, pueblos y láminas sociales castigadas por el capitalismo.
La pugna entre capital y trabajo se expresa multidimensionalmente entre la hegemonía actualmente estructural de la clase propietaria mundial (cuya matriz es financiera y parasitaria) y la composición, de menos a más, de la hegemonía de los intereses históricos de los pueblos y los trabajadores. La realización de los intereses históricos de las grandes mayorías dominadas se refiere sobre todo, a la construcción y conquista del poder político de la sociedad. A diferencia de la burguesía, que destruyó el modo de producción feudal a través de su hegemonía económica antes que política, las clases subalternas sólo pueden cobrar posición hegemónica desde la política hacia la economía. Es decir, los trabajadores y los pueblos deben desmantelar los fundamentos políticos del capitalismo como predeterminación para el nacimiento de una sociedad socialista, camino a la extinción de la propiedad privada, sin explotados, ni explotadores, sin clases sociales.
Las actuales relaciones de fuerzas mundiales, regionales y nacionales presentan un panorama inmediato extraordinariamente complejo de revertir a favor de las clases dominadas. Aunque la actual crisis capitalista adquiere carácter de crisis de civilización y expone a diario sus límites y estadios de madurez destructivos, no ha provocado mecánicamente la rebelión triunfante de las clases subalternas en ningún lugar del mundo. Ello no significa que el capitalismo es el modo de producción definitivo de la humanidad. Simplemente significa que los desafíos políticos para las fuerzas anticapitalistas del mundo y de Chile resultan mucho más arduos que en otros períodos de la historia. Los sofisticados medios de alienación y los poderosos argumentos militares de la minoría que ordena el naipe mundial y chileno demandan una dirección política rebelde lúcida, creativa, despojada de dogmas y capaz de crear fuerzas y orientación a la luz de la síntesis del conocimiento político atesorado por la historia y la producción esencial de la lucha de los pueblos de la Tierra.
Los trabajadores y los pueblos tienen el deber político de emplear todas las formas de lucha existentes para la realización de sus intereses históricos, de acuerdo a las correlaciones de fuerza nativas e internacionales, los contextos dinámicos, la densidad de la lucha de clases, la conciencia de los dominados. Las formas de lucha, sin olvidar las cuestiones estratégicas al respecto, se resuelven en tácticas que conjuntan coherencia política y construcción de fuerzas. En este sentido, la lucha electoral, es decir, la participación en la arquitectura de representación y gobernabilidad política de los intereses de la clase dominante, es una táctica que, sin condiciones claras, se convierte en cretinismo, desesperación, ilusionismo y despeñadero seguro. A veces trágico, a veces ridículo.
¿Cuáles son las condiciones para que un instrumento anticapitalista como el MPT participe en las elecciones del formato democrático burgués reinante?
Si bien la sola existencia del MPT (Movimiento del Pueblo y de los Trabajadores) manifiesta ya una voluntad política y fuerza mínima de arranque, todavía queda un trecho no breve de consolidación, crecimiento incesante, fortalezas y unidad políticas, territorialización auténtica y luchas sustantivas en el cuerpo. El movimiento real de la lucha de clases condiciona la voluntad política de conducir-participando del MPT. Ni observador analítico, ni voluntarista desesperado. La cohesión estratégica y sin fisuras de fondo de las clases que dominan –más allá de las reyertas mediáticas de sus expresiones políticas- corresponde a una variable significativa a la hora de imaginar la construcción de la crisis “por arriba”, además de la organización blindada de la indignación social “por abajo”.
Sin discutir la naturaleza y devenir exactos de los gobiernos de impronta desarrollista, redistributiva y francamente progresista de Venezuela, Bolivia y Ecuador, es preciso constatar que tras cada una de estas experiencias que hoy aprovechan hasta sus límites las coordenadas aún no destruidas del Estado burgués y del propio capitalismo, existieron enormes movimientos populares, por un lado, y profundas crisis de gobernabilidad y legitimidad de la partidocracia tradicional, por otro. El “Caracazo” en Venezuela; las guerras del agua y el gas en Bolivia (además del poderoso movimiento social cocalero e indígena); y los movimientos sociales y originarios en Ecuador; por una parte, más el descrédito generalizado de las políticas antisociales representadas por sistemas de partidos políticos en estado terminal, por otra, crearon las condiciones necesarias para el éxito electoral de Chávez, Morales y Correa. En buenas cuentas, fueron las luchas sociales -verdaderas rebeliones de millares- y la acentuación, por tanto, de la lucha de clases junto a las crisis de gobernabilidad de las viejas componendas políticas, los fundamentos que propiciaron el arribo al gobierno, que no al poder, de proyectos políticos de inspiración popular y antiimperialista. En Chile, en tanto, nada de ello ha ocurrido todavía. Largo resultaría extenderse aquí sobre sus causas.
El empleo táctico de la lucha electoral tiene sentido toda vez que preexiste una fuerza social amplia, altamente organizada y con una dirección política acerada en luchas relevantes y aciertos populares. La representación de los intereses históricos de las clases subalternas en cualquier escala de la arquitectura del orden gubernamental burgués funciona como amplificador y facilitador para los objetivos estratégicos de las mayorías explotadas y oprimidas, siempre y cuando se mantenga en sintonía y subordinada a un movimiento popular realmente existente, y como parte de un complejo estratégico de poder. De lo contrario, los riesgos de cooptación, impotencia y desorientación política concurren inexorablemente, como lo ilustra la historia de Chile y del mundo.
Sobre las condiciones precedentes, los cargos de representación político electoral deben ser fruto del ejercicio democrático y poliético más amplio de la organización de los pueblos y los trabajadores. Los liderazgos sociales y políticos de las clases subalternas en el escenario de la representación burguesa deben ser refrendados, avalados y sujetos a la democracia popular. La revocación, la supervisión permanente e, incluso, los sueldos devenidos de los cargos de un concejal, un alcalde, un diputado, un senador, tienen, necesariamente, que estar bajo control popular. Las experiencias trágicas de corrupción de gobiernos de inspiración popular dañan imborrablemente las buenas iniciativas y sus sostenes políticos.
Los trabajadores y los pueblos no continúan votando por las expresiones políticas del poder por el hecho exclusivo de que “no hay más alternativas”. Eso es creer que la izquierda anticapitalista estaría perdiendo por “vocover” simplemente, desatendiendo el conjunto de variables profundas –asociadas a la megaindustria del consenso, el miedo, la alienación y el fatalismo, y al estado actual de las relaciones de fuerza en todo sus niveles- que explican la realidad planetaria y criolla transitoriamente debilitada de las fuerzas emancipatorias.
Si el MPT crece, cobra fuerzas, protagonismo popular, aun a escala local solamente, no debe desdeñar la táctica de la lucha electoral, por ejemplo en el 2011, en las elecciones municipales. Naturalmente, en aquellas comunas donde exista fuerza social auténtica y bajo las condiciones arriba anotadas. El anticapitalismo y el nuevo proyecto socialista para Chile debe armarse de paciencia, de unidad política y trabajo infatigable. Los tiempos políticos de los pueblos no siempre coinciden con los deseos justicieros de los revolucionarios. Hoy es la hora de organizar el voto nulo con contenido. Pero sólo es una táctica coyuntural, jamás un fundamentalismo dogmático. Y la precaución no es temor cuando el MPT se empeña cotidianamente en que un buen día las grandes mayorías se tomen definitivamente el cielo por asalto.


Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.


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