Chile: Apuntes sobre estrategia y táctica para la emancipación social
Andrés Figueroa Cornejo
1. A la base de las relaciones de poder que gobiernan las condiciones de existencia de la humanidad, se encuentra la lucha de clases. En la fase del capitalismo imperialista en su época madura o crepuscular, la lucha de clases se manifiesta de manera solapada o explícita, dependiendo de un conjunto de variables determinadas por el contexto histórico, las relaciones de fuerza, y el estado de conciencia de las grandes mayorías mundiales, regionales y nacionales.
Asimismo, si bien, en general se observan dos amplios bloques en contradicción multidimensional permanente, los explotados y oprimidos trabajadores y pueblos- versus las clases propietarias; la complejidad del desarrollo de las fuerzas productivas en el presente estadio de la hegemonía del capital sobre el trabajo, arroja a la realidad un conjunto de contradicciones secundarias entre los propios sectores de la burguesía y de los trabajadores y los pueblos. Sin atender la dinámica de la lucha de clases, no como mecánica y simple pugna entre burguesía y proletariado, resulta imposible diseñar una estrategia y táctica plenamente ajustada a las condiciones concretas y reales sobre las que navegan las fuerzas mandatadas a cambiar la vida y, por extensión, con posibilidades de éxito. Por tanto, para la elaboración detallada del proyecto liberador chileno, resulta imprescindible la investigación más acuciosa posible del actual estado de las clases sociales, la organización del trabajo en la presente fase del capitalismo en el país, del Estado y sus expresiones de dominación político-militares, de la industria del consenso y la alienación, y de los dispositivos y políticas concretas destinadas por las clases mandantes para reproducir el patrón de acumulación capitalista y contener socialmente las fuerzas liberadoras de la mayoría popular y trabajadora.
2. Si bien la contradicción esencial del modo de producción capitalista se sintetiza en la producción social cada vez más ampliada de la riqueza contra su apropiación privada cada vez más concentrada; esto es, la reyerta histórica entre capital y trabajo; de ella se desprenden antagonismos complementarios insoslayables. Se trata de las contradicciones entre capital y naturaleza, capital y pueblos originarios, y capital y segmentos sociales castigados material, simbólica y culturalmente, como las minorías sexuales, la juventud pobre, las mujeres mal pagadas o cuyas faenas domésticas forman parte de la plusvalía indirecta devenida del trabajo asalariado.
3. La estrategia de cualquier proyecto de emancipación social genuino en Chile está asociada a la construcción-conquista del poder político, y subsecuente edificación de una sociedad post capitalista cuyas nuevas relaciones se funden sobre la destrucción de la propiedad privada, el protagonismo político decisorio, primordial y definitivo de los pueblos y los trabajadores en la formulación de un nuevo orden de las cosas; la preeminencia de la cooperación y las relaciones colectivas sobre la irracionalidad del capital y el fetiche de la mercancía, y el despliegue de las fuerzas creadoras de las grandes mayorías. La confección de una sociedad post capitalista, naturalmente cuenta con un programa concreto ligado a la subordinación de las relaciones capitalistas (que matizadamente subsistirán en tanto las relaciones de fuerza mundiales realmente existentes no se modifiquen sustantivamente en el sentido aquí descrito) a través de la hegemonía de la propiedad social sobre los recursos naturales, los derechos sociales básicos (salud, educación, vivienda, previsión, recreación), los medios de comunicación y el crédito, y la reestructuración profunda de la tenencia de la tierra para, por un lado, garantizar la soberanía alimentaria de Chile, y por otro, cautelar los derechos políticos y culturales (territorio y autodeterminación) de los pueblos originarios. Y, por supuesto, el control participativo, democrático y regulado de los motores de la economía por parte de los propios pueblos y trabajadores. En este sentido, el desmantelamiento del Estado capitalista y la acentuación de la lucha de clases para acabar en el menor tiempo posible con la burguesía transnacionalizada y el gran capital mixto o nativo (siempre subordinado al capital de las mega-corporaciones), son rostros de un mismo movimiento. Ello comporta titánicas labores de democracia y protagonismo populares, políticos, sociales, culturales y militares. El reloj de los intereses históricos de los pueblos y los trabajadores corre con la prisa del rayo a la hora de la construcción-conquista del poder y la implementación de relaciones sociales basadas en el hombre y la mujer, la igualdad y la libertad, la cooperación, la planificación estratégica y radicalmente democrática de la economía, y un plan general de industrialización enemigo del productivismo destructivo, amigo de la naturaleza, pluricultural y plurinacional, respetuoso del consumo racional, y formador de una cultura del trabajo colectivo destinado al interés común. Se habla de un plan de industrialización para superar la condición de dependencia respecto de los países capitalistas centrales y de la división internacional del trabajo dominante que sitúan a Chile, para su explotación y avasallamiento, como mera economía primaria exportadora asociada a la minería, la madera y la pesca.
Asimismo, la emancipación chilena (o en un solo país) tampoco resulta probable sin la existencia de Estados o clases subalternas de naciones del Continente y el mundo que funcionen como retaguardia de cooperación estratégica. De lo contrario, el aislamiento de una victoria específica, bajo la hegemonía del capital reinante, tiene sus días contados y, en el mejor de los casos, vería su desarrollo violentamente acotado programática y políticamente por el imperialismo y sus Estados regionales, satélites de sus intereses, mediante la asfixia económica, comercial, política y militar. Por ello, el carácter internacionalista de la emancipación chilena debe estar en su ADN.
Para la ejecución de la estrategia es preciso contar con un movimiento de masas de luchas anticapitalistas de extensión y profundidad indiscutibles cuantitativa y cualitativamente, y de un partido altamente organizado, cuya constitución política y orgánica rime dialécticamente con el movimiento de masas en construcción. Pero el partido no es el movimiento de masas, ni el movimiento de masas es el partido. Se conjugan, se condicen políticamente, se permean, pero jamás se confunden. Ello debido a los roles y tareas específicas y especiales pertinentes a cada campo de construcción. Se trata de continentes interdependientes, pero necesariamente diferenciados. La historia de las victorias populares en el mundo es taxativa al respecto. Por ejemplo, el Movimiento de los Pueblos y los Trabajadores MPT- es un instrumento político-social con vocación de mayorías, poroso, amplio, inclusivo y de composición necesariamente heterogénea (sin lastimar su independencia de clase), capaz de congregar al conjunto de sectores castigados por el capital. Sin embargo, no es el partido, independientemente de que asuma esa rúbrica legal para fines eventualmente electorales.
4. La táctica de cualquier proyecto de emancipación social genuino en Chile pasa, de acuerdo al actual estado de cosas, palmo a palmo y combinadamente, por la construcción de la hegemonía de los intereses históricos de los pueblos y los trabajadores. Es decir, el laborioso proceso de acumulación de fuerzas sociales anticapitalistas apuntan a la generación de un bloque histórico transformador y alternativo a la dominación de las relaciones capitalistas en todos los planos, y a través de todas las formas de lucha, siempre condicionadas por el estadio de la lucha de clases en curso y transformación permanente. Esto es, por el contexto de las relaciones de fuerza realmente existentes en la sociedad en un momento dado. En este sentido, y debido a que las clases dominantes no se suicidan ante los intereses de las clases dominadas, el poder popular y la violencia política ejercida por el pueblo corresponden a puntos de llegada necesarios. Asimismo, la lucha electoral en Chile es un gesto táctico del movimiento de los pueblos y los trabajadores, pero, probadamente, no el decisorio. La lucha de clases jamás se sintetiza en el parlamento o, incluso, en el Ejecutivo de la democracia burguesa tutelada chilena, sino en las fuerzas sociales organizadas de las clases subalternas en movimiento y pugnas concretas contra el Estado y el capital. La representación política es parte de la estrategia del Estado corporativo chileno destinado a encorsetar al eventual movimiento popular y sus expresiones políticas más aceradas. Es perentorio concentrarse en la participación por sobre la representación. Las luchas del movimiento real de los pueblos y los trabajadores son la materia esencial para las transformaciones orientadas hacia el objetivo estratégico propuesto. Las representaciones de los intereses populares en el poder Legislativo o Ejecutivo capitalista sólo colaboran con el movimiento real de los pueblos y los trabajadores, y son luchas complementarias al interior de un diseño emancipatorio general asociado a la insubordinación blindada de los pueblos.
Las tareas ligadas a la confección de la hegemonía de los intereses de los pueblos y los trabajadores, cuenta con una arquitectura táctica (dependiente de la estrategia) donde la construcción de un instrumento político unitario, con independencia de clase y plataformas de lucha adecuadas a los contextos y condiciones de fuerza, juega un papel irremplazable. Al respecto, el MPT es un paso táctico trascendental, por cuanto concentra empeños dispersos sobre acuerdos básicos, pero fundamentales, y constituye el motor mínimo de arranque para las labores liberadoras que demanda el período. Su urgente territorialización debe prosperar desde el seno de las luchas concretas de los pueblos y los trabajadores. Sobre todo de aquellos sectores que forman los eslabones más frágiles del complejo social regido por las relaciones impuestas por el capital.
El MPT tiene que enfrentar con estatura e inteligencia la manera de establecer alianzas sustantivas con franjas de pueblo mapuche en lucha; con mediambientalistas y feministas disfuncionales a las políticas paraestatales; con trabajadores sindicalizados y la inmensa mayoría de asalariados no sindicalizados. Sobre este último aspecto, es pertinente discutir en profundidad, desprejuiciadamente y desalojando las mitificaciones históricas, la pertinencia de encarar una nueva agrupación central de trabajadores de contenidos clasistas y de lucha, independiente del Estado corporativo y sus expresiones políticas, capaz de constelar de manera creativa a los asalariados organizados y a los trabajadores más precarizados, imposibilitados de sindicalizarse legalmente; a los subcontratados, los pagados a honorarios sin ninguna seguridad social garantizada, los jóvenes y los migrantes con sueldos de hambre, las mujeres superexplotadas; a todos quienes jamás han podido negociar colectivamente sus condiciones laborales.
El MPT debe convertirse en contraparte protagónica en la lucha de las ideas frente al sentido común dominante y su industria unidimensional de enajenación. La cooperación popular frente al individualismo, la poliética solidaria de los de abajo contra el egoísmo y la competencia embrutecedora de los de arriba. La cultura popular fundada en la crítica a través de todos los medios por modestos que sean contra la alienación mediática de masas dominante.
Las actuales condiciones de explotación y mal vivir no son fatales. Más bien son el gatillo histórico, concreto e ideológico, que sustenta las razones profundas para cambiar la vida, y emprender la caminata dura hacia la superación del capitalismo.
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