La moral que predica la iglesia oficial inculca más miedo al placer que a la injusticia
por Marcelo Colussi (Argenpress)
Fernando Suazo, español, 63 años, fue cura dominico por largos años. Nacido en Guernica (País Vasco, España), hijo de un militar del régimen de Franco, abrazó el sacerdocio, y durante catorce años integró una comunidad de sacerdotes obreros, en Valladolid, trabajando en el sector de la construcción.
Luego marchó a Centroamérica, a Guatemala, formando equipo pastoral con otros dominicos en la región de Verapaz, en Rabinal, un municipio que acababa de ser duramente golpeado por la guerra interna que conmovía al país en ese entonces. Luego de años de trabajar en la parroquia renunció al sacerdocio y dos años después hizo pareja con una mujer maya-achí y constituyó familia, afincándose en el lugar. Hoy día, manejando un perfecto achí (una de las 21 lenguas mayas habladas en Guatemala, idioma con el que se comunica en el seno familiar y en su vida cotidiana), sigue siendo un luchador por los derechos de los más desposeídos. Su actitud crítica le ha valido no pocos sinsabores, pero eso es justamente lo que lo constituye en un referente ético y político en temas ligados a la lucha de los pueblos oprimidos. Casi sin salir de Rabinal, también es docente universitario en la ciudad capital y publica regularmente en internet.
ARGENPRESS lo entrevistó, por medio de su corresponsal para Centroamérica, Marcelo Colussi, para hablar sobre temas ligados a la actual situación política, a los efectos de la represión sufrida los pasados años y al papel de la iglesia en el mundo actual.
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Argenpress: ¿Cómo y por qué llegaste a Latinoamérica?
Fernando Suazo: Llegué de España en el año 1984. En esos años era sacerdote dominico. Vine con la misión de informarme sobre el terreno, junto con otros dos compañeros, de la situación tan conflictiva que se vivía en aquellos años en Centroamérica. Para ese momento, mientras aquí se daban feroces guerras, la información al respecto en Europa era casi nula. Por eso la Comisión de Justicia y Paz de los dominicos nos pidió que viniéramos para acá para informarnos de primera mano cómo estaba realmente la situación. Anteriormente, en España, trabajaba en una comunidad obrera, en uno de aquellos proyectos pioneros de grupos progresistas dentro de la iglesia católica, orientados hacia el compromiso social, entre 1971 y 1984. El movimiento de los llamados curas obreros fue importante en aquellos años en España y en otros países de Europa, y revelaba una corriente de pensamiento e inquietud que estaba muy cerca de lo que, al mismo tiempo, estaba sucediendo en América Latina. Eran los años de Franco; me tocó sufrir persecución. Incluso yo estuve preso en dos oportunidades siendo sacerdote. Apuntábamos a construir una sociedad que optara por la defensa de la clase obrera, crear una cultura obrera alternativa a la cultura burguesa del consumo.
Cuando muere Franco en 1975 y comienza la peculiar transición a la democracia en España, la posibilidad de abrirse a esa nueva cultura que rechazara el consumismo se cierra cada vez más: lo que sucedió fue la plena integración del país en una sociedad capitalista altamente consumista. Había pocas alternativas orientadas hacia una sociedad diferente. De hecho, los compañeros albañiles con quienes trabajábamos sólo tenían interés en realizar horas extraordinarias para aumentar sus ingresos; y lo hacían de forma voraz, sin reparar en el crecido número de compañeros desempleados. Esa era su preocupación fundamental. Tuvimos cierta desilusión de lo que sucedió luego de la muerte de Franco; también los mismos sindicatos, como las Comisiones Obreras, que habíamos fundado, nos decepcionaban a algunos, y tal como decíamos: “contra Franco luchábamos mejor”.
Para ese entonces, principios de los años 80, Centroamérica comenzaba a hervir de una forma impresionante. Teníamos los ojos puestos en lo que aquí sucedía, y una encendida solidaridad con todos estos procesos. Era el despertar de los pueblos de aquí, con movimientos guerrilleros que crecían, y con una actuación innombrable por parte de los Estados Unidos. Actuación similar a la que siglos atrás había tenido España en relación a los pueblos amerindios. Al respecto recuerdo que yo tenía un conflicto con mi padre: él era militar y trabajaba en una fábrica de armas, y cuando yo supe que esas armas iban a parar al Chile de Pinochet, se me creó el gran conflicto. Eso era lo que nos daba de comer a nosotros como familia, pero al mismo tiempo era totalmente reprochable desde el punto de vista ético. Así son las inconsecuencias de la vida, ¿no?
Sensible a todas esas contradicciones, en 1984 nos hacen la propuesta, a otros dos curas obreros y a mí, de visitar la Nicaragua sandinista. La idea era informar de la situación de ese país en forma objetiva en los medios españoles, que no decían nada de las masacres que se venían realizando con la actuación de la Contra y el apoyo del gobierno de Estados Unidos. Más tarde, cuando volví a España y pasé toda esa información a distintos medios, me di cuenta que no querían decir nada al respecto. Apenas publicaron algunas cosas puntuales en algún periódico de Valladolid, donde yo vivía.
Cuando estuve por aquí en el 84, todo lo que vi me impactó mucho, y eso fue lo que me determinó a venir para acá para quedarme. Antes de ir a Nicaragua, pasamos una semana en Guatemala y otra en El Salvador. Mi paso por Guatemala fue definitivo. Entre otros lugares, estuve en Rabinal, en el departamento de Baja Verapaz. Allí conocí dos realidades: por un lado, el infinito daño que recientemente se le había provocado a la población del lugar en el marco de la guerra contrainsurgente que se estaba viviendo. Se palpaba en el aire el trauma de tantas masacres; sobrecogía el silencio de la gente. Algunos compañeros dominicos me contaron historias espeluznantes; eran cosas que yo había leído de las SS nazis en Alemania.
Y junto a ese terrible dolor, me impresionó algo que no esperaba encontrar: la alteridad de una cultura desconocida para mí, la cultura de los campesinos mayas. Yo venía harto de la cultura europea, del consumismo construido sobre un individualismo exacerbado, de la falta de solidaridad que veía por todos lados, y aquí me encontré con una cultura diferente. La cultura de allá era una cultura de la racionalidad exagerada, una racionalidad que se burla del misterio, mientras que aquí el misterio forma parte de lo cotidiano. Aquí lo mágico es una dimensión de la realidad con la que hay que contar. Eso me atrajo profundamente. Metí cabeza y corazón en esto con profunda curiosidad, porque sentía que iba mi vida en ello. De Europa ya no esperaba mucho más. Había estudiado teología y filosofía, y veía que todo se centraba en la figura omnipresente del “yo”, el yo del idealismo clásico, incluso hasta en el marxismo, donde encontramos un yo colectivo. No encontraba por ningún lado la sabiduría de abrirse al otro, a lo otro. Pero eso lo encontré aquí a flor de piel, en el aire, en el ambiente. Fue eso lo que me fascinó tanto que, sin dificultad entendí que aquí estaba mi lugar.
Argenpress: ¿Es más una cultura del “nosotros” lo que encontraste?
Fernando Suazo: No diría tanto una cultura del nosotros sino del tú. La cultura del nosotros era también la cultura de las organizaciones revolucionarias que yo conocía en Europa: por ejemplo, los sindicatos, o los mismos partidos de izquierdas. Un nosotros entendido como un yo en plural, pero no es una cultura donde lo esencial es la escucha del diferente. Creo que esa cultura no presenta la receptividad al misterio que todo otro encierra. Esa actitud fue lo que vi aquí, y lo vi por todas partes. Me refiero al pueblo maya, y a Rabinal en concreto. Aquí encontré algo verdaderamente refrescante; lo podría decir en términos plásticos como que aquí encontré el agua para quien está muerto de sed, la luz para quien anda en las tinieblas. Ese encuentro fue el que me decidió a quedarme. Volví a España y se lo planteé a mis superiores y a mis compañeros de la comunidad obrera de Valladolid, donde vivía. Les comuniqué mi decisión de venir para Guatemala. Otro sacerdote también optó por venir para acá, para Nicaragua específicamente, donde en ese momento estaba desarrollándose la feroz guerra provocada por los contras. Yo fui para Rabinal, como sacerdote. Para ese entonces no creía ya en el celibato, pero de todos modos no se me ocurrió nunca venir como civil, pues por razones de seguridad vi que eso era imposible. Pensé que mi condición de clérigo me permitiría acercarme a la intimidad de las comunidades indígenas, sin levantar demasiadas sospechas en las patrullas de autodefensa civil, que el Ejército mantenía organizadas para controlar cualquier movimiento extraño en las comunidades.
Argenpress: ¿Te cuestionabas el celibato en ese momento?
Fernando Suazo: Sí. Para mí el celibato ya estaba en cuestión desde hacía un tiempo. Pero estas decisiones grandes y difíciles no se toman con rapidez. Eso implica todo un proceso, difícil, por cierto. Pelear ese proceso dentro de la institución no era nada fácil, y en ese entonces pensaba que era más factible pelearlo en espacios pequeños, en lo interno inmediato, con los compañeros directos. Yo había entrado a la congregación a los diez años de edad, por lo que podría decir que, de hecho, fui célibe antes de tener experiencia de mi sexo. En aquel internando se daba por supuesto que íbamos para frailes, y por tanto para célibes. Estuve a partir de los diez años conviviendo en un ambiente exclusivamente varonil, entre 180 muchachos, donde la única mujer que teníamos ante los ojos era la virgen María. Así que cuando veíamos una mujer nos alterábamos mucho.
A pesar de todo, no tengo demasiadas quejas sobre el talante democrático de la congregación donde vivía en mis años de estudios superiores. Discutíamos todo. Puedo decir que, sobre todo en los últimos años de la carrera, los jóvenes nos atrevíamos a cuestionarlo todo, hasta lo más sagrado. En general los profesores, todos dominicos, respetaban nuestra curiosidad intelectual. Yo planteaba a veces críticas contra el celibato. Se discutía, pero a niveles muy de lo cotidiano. No estaba en condiciones aún, por joven que era, para hacer planteamientos institucionales serios que pudieran ser tomados en cuenta.
Pero ya me vine a Latinoamérica con la semilla de críticas más profundas sobre el celibato, sobre la institucionalidad de la Iglesia, sobre las interpretaciones oficiales en torno a la personalidad de Jesús de Nazaret. Aquí mis críticas se hicieron más profundas y complejas. Fue aquí donde pude empezar a reflexionar sobre el papel de la iglesia tanto en España como en Latinoamérica, y no sólo en lo tocante al celibato sino en relación a su papel como religión. Y eso, al mismo tiempo, me hizo posicionar de forma mucho más crítica contra toda religión como fenómeno humano.
Creo que hay que distinguir entre espiritualidad y religión. La espiritualidad es la dimensión del ser humano por la cual se siente sensible por lo otro, por el otro, se siente fascinado por el misterio. Hay un núcleo básico del ser humano donde lo misterioso nos atrae, y eso es lo que nos sirve para explicar en qué consiste la espiritualidad. Incluso la ciencia se mueve por eso, por esa atracción desde lo desconocido, por querer saber cómo son las cosas, qué hay más allá de la apariencia. Pero luego viene la religión y encapsula eso convirtiéndolo en una estructura de dominación, hacia adentro de las conciencias, y de acomodamiento con las clases dominantes, hacia afuera. Yo hoy hago estas críticas contra lo que representa la iglesia católica. Ninguna religión tiene el monopolio en estos aspectos espirituales, y creo que hay que ser crítico con el papel que juega toda institución religiosa, también de la iglesia católica. La institución ante todo busca reproducirse a sí misma, y lo hace al precio que sea, incluso crucificando a sus disidentes. Ella secuestra la espiritualidad de la gente y la aprisiona con sus dogmas, sus cánones y sus normas de conducta. Todo porque su objetivo es reproducirse a sí misma, para lo cual necesita acumular poder.
El personaje Jesús es un magnífico ejemplo de un disidente cuya espiritualidad fue reprimida por los jerarcas de su tiempo. Lo más frecuente es que las instituciones religiosas, también la católica, sean incompatibles con aquel compromiso a favor de las víctimas que Jesús estaba predicando, además en condiciones de riesgo e inseguridad. ¿Cómo entender en los palacios del Vaticano y de tantas curias episcopales aquello de que “el hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza”? Jesús hoy día estaría al lado de personajes como Mahatma Ghandi, o el Che Guevara, y hablaría de tú a tú y no desde posiciones de privilegio.
Argenpress: Y no se sentaría con personajes como Bush…
Fernando Suazo: No, al contrario: se sentaría en la puerta a protestar contra ellos. Y Bush sería quien le enviaría a matar. Y lo ejecutaría la jerarquía de la iglesia católica o de cualquier otra iglesia. Generalmente las iglesias son máquinas de poder, y aunque se arroguen el monopolio del mensaje de Jesús, eso no quiere decir que estén abiertas a una auténtica espiritualidad. Hablo de las iglesias en cuanto instituciones, porque admito que siempre hay salvedades de personas y de grupos disidentes en su interior.
Argenpress: En su momento los primeros cristianos fueron un elemento de rebeldía en el marco del Imperio Romano, por eso los perseguían. Hoy día, ¿alguna religión juega ese papel de ariete revolucionario, de sector crítico contra los poderes constituidos? Pensemos al respecto, por ejemplo, en la Teología de la Liberación.
Fernando Suazo: Con la Teología de la Liberación yo tengo empatía natural. Yo leía autores como Gustavo Gutiérrez, Leonardo Boff, Jon Sobrino, y cuando los leía me decía: muchas de estas cosas ya las tengo adentro. Por supuesto que dicen muchas cosas muy importantes, y leerlos es muy valioso, porque también ellos han vivido y viven cerca del pueblo y además son eruditos, han realizado investigaciones que fundamentan muchas intuiciones que uno tiene andando con la gente. Pero sí puedo decir que muchas cosas que leía en ellos, ya me habían salido en conversaciones, reuniones o celebraciones con la gente.
De todos modos tengo una incógnita: ¿cómo se plantean los teólogos de la Teología de la Liberación la pertenencia a una institución religiosa cuyo objetivo principal es reproducirse a sí misma? Es la misma dialéctica entre espiritualidad y religión que antes decía, la misma que llevó a Jesús a la muerte. Entre las personas que asumen la teología de la liberación hay algunas a las que admiro, como el obispo Pedro Casaldáliga, por su posicionamiento crítico al lado de la gente humilde, frente a las estructuras de poder de la iglesia católica.
Argenpress: La Teología de la Liberación no toca tampoco el tema del celibato…
Fernando Suazo: Los teólogos de la liberación admiten que el celibato sea una opción personal. Cualquiera medianamente inteligente se da cuenta de eso. La iglesia católica, en occidente, impone el celibato como condición para ser sacerdote. Si quieres esto, tienes que querer aquello. Eso vicia de entrada la libertad en la opción por el celibato, desde el momento en que es una opción condicionada. Uno puede desear ser sacerdote y no desear el celibato. Así, de hecho, el celibato resulta ser una imposición. Una imposición que además no tiene base en la Biblia ni en la vida de Jesús; al contrario, se sustenta, de hecho, en cierta mentalidad pesimista y maniquea hacia el placer, hacia el cuerpo, hacia la mujer, algo que, por cierto, tiene raíces gnósticas y una sutil pretensión de dominar las conciencias de la gente, manipulando la culpa. Eso no aparece para nada en la personalidad de Jesús. Jesús no es enemigo del placer, sino de la injusticia; no es enemigo del cuerpo ni de la mujer, como lo eran otros maestros religiosos de su época, de tendencias gnósticas.
El celibato de Jesús fue imprevisto, si se puede hablar así. Es decir, fue resultado de sus opciones cotidianas frente a la injusticia que sufrían los pobres a manos de los jerarcas judíos. Optó por otra sociedad diferente a la que llamó Reino de Dios en contraposición a los reinos políticos de su tiempo; y se embarcó en esa lucha de forma implacable sin preocuparse demasiado de sí mismo. No le dieron tiempo de pararse y formar nido con una mujer, le mataron antes. De todos los maestros que conozco de su tiempo, ninguno se relaciona con la mujer como él lo hizo; ellas, al entrar en contacto con él, se sienten dignificadas: la mujer adúltera, la cananea, que era extranjera, Magdalena… Estoy seguro de que amó a mujeres y fue amado de ellas. Pero no le dieron tiempo de detener su vida de urgencias y sentarse a formar un nido: le mataron antes.
Argenpress: Esa es una visión novedosa en relación al celibato, sin dudas….
Fernando Suazo: Tardé años en darme cuenta de que la moral que predica la iglesia oficial inculca más miedo al placer que a la injusticia; a la mujer más que a los tiranos, por muy criminales, ladrones o genocidas que sean. De hecho, para la jerarquía eclesiástica es más fácil dar la comunión o recibir con honores sagrados a Franco o a Pinochet que conceder responsabilidades eclesiales a las mujeres, y mucho menos, recibirlas al sacerdocio. Así suele suceder con las religiones, tal como te decía antes. Las religiones son aparatos destinados a reproducirse a sí mismos, para lo cual necesitan poder.
Puede ser el poder económico, o el poder diplomático… Pero el recurso que las religiones se reservan en exclusiva dentro de los conjuntos sociales es el poder de las conciencias. Y ese poder lo ejercen al albedrío de sus propios intereses. Así, actúan inquisitorialmente en los temas que tienen que ver con el placer, y se muestran miopes en los temas que tienen que ver con la injusticia. Es porque el control del placer implica el control de las conciencias individuales, pero el tema de las injusticias toca directamente las estructuras de dominación, y ahí las religiones están tan involucradas como los oligarcas, o los gobernantes o los militares…
En este negocio, ellas también tienen acciones. Ahora dime tú qué tiene de parecido esto con los profetas de la Biblia o con Jesús…
Argenpress: De alguna manera, estos grandes líderes –llámese Jesús o como se quiera: Lenin, Mao, Ho Chi Ming, Fidel– dedican toda su vida a algo un poco fuera de lo común, a una causa que podríamos llamar “superior”, y pareciera que no les queda energía para ponerla en una relación cotidiana, más pedestre.
Fernando Suazo: Es cierto: existen esas personas, pero también creo que no hay plantear esto en términos de gradación moral, como que unos son más perfectos que otros. En la cultura occidental nos enseñaban que unos son más y otros somos menos; que unos son héroes, o santos, o genios y otros somos corrientes. La cultura occidental, en su versión religiosa católica, nos hablaba de que los santos habían alcanzado la “perfección cristiana”. Y Don Quijote salía a cabalgar los caminos para deshacer entuertos y alcanzar la fama… Cada cultura construye sus sistemas de valores, mitifica a los personajes que son producto de ella misma.
Pero, en la cercanía del pueblo maya, yo he aprendido a ver este asunto de forma diferente. Aquí no se enaltece tanto a los individuos como a la comunidad. No destacan tanto los que se han hecho grandes a sí mismos sobresaliendo de los demás, sino los que tienen la capacidad de interactuar de tal manera que, en el conjunto de relaciones mutuas, es la comunidad la que crece.
Argenpress: Ése es el mensaje más importante en juego, y que parece la iglesia católica ha perdido: que todos somos iguales. Sin ese abandono de ideales de igualdad no sería posible la estructura jerárquica que vemos, un Vaticano rebosante de lujo siempre al lado de los poderes fácticos y un papa que se viste con ropas de oro.
Fernando Suazo: ¡Por supuesto! Eso es impresentable. De esa manera, con ese acomodamiento de la institución religiosa, se ocultó la verdadera esencia del cristianismo como propuesta revolucionaria en profundidad. Hay que dejar en claro una cosa: en realidad en sus orígenes el cristianismo no fue una religión sino un movimiento espiritual. Jesús no fundó una religión; se la fundaron después. Lo de Jesús fue un movimiento ético-político-social de las clases bajas del imperio con una nueva forma de entender la realidad humana. En el movimiento de Jesús no había diferencias ni rangos; los responsables no eran jerarcas sino eso, responsables, coordinadores, cuidadores del grupo. Todo eso resultaba revolucionario en una sociedad de castas, como era la romana, y en cualquier otra sociedad. Toda esa fuerza social comienza a convertirse en una religión cuando deja de ser perseguida, en el momento en que Constantino declara al cristianismo como religión oficial del imperio, en el siglo IV. Previamente a eso, todo ese movimiento tenía como eje principal, como su razón de ser, la fraternidad. Al institucionalizarse, se congela toda esa energía revolucionaria y se transforma en religión con toda la estructura de poder que se viene arrastrando hasta el día de hoy. Como toda institución, es una estructura de poder, posicionada al lado del emperador, y basada en la dominación.
Argenpress: La Teología de la Liberación, en tanto intento de retomar esos ideales primeros del movimiento cristiano como práctica anti-poder, ¿es hoy un camino válido después de la derechización que hubo en la iglesia en estas últimas décadas?
Fernando Suazo: Sigue válido, sí. Lo importante es lograr que la Teología de la Liberación pueda seguir siendo un movimiento libre frente a la religión institucionalizada. Creo que hoy es un movimiento muy vinculado a la jerarquía institucional, y de esa manera tiene las manos amarradas. Pienso que lo mismo se da en cualquier movimiento revolucionario: si la revolución termina siendo sólo una institución, se encapsula y esclerotiza. El movimiento espiritual que fue en algún momento el cristianismo debería estar ahora dentro y fuera de cualquier religión. Es más: debería estar al margen de las religiones. Y en ese sentido creo que la Teología de la Liberación está demasiado cerca, demasiado amarrada a la iglesia en tanto que institución. No se atreve a romper con la jerarquía, lo cual es tal vez comprensible, porque eso la llevaría a la deslegitimación, a quedar perdida en un universo social complejo y abigarrado; en cambio, metida dentro de la institución, aunque sea en un rincón, tiene algún cobijo. Veo a compañeros y compañeras de la Teología de la Liberación demasiado preocupados por lo que dijo el papa, o lo que dijo tal obispo… y lo que realmente debe importar es la gente, los procesos de la gente. Ahí debe estar la verdadera fuerza revolucionaria, y no importa si los que están con la gente acompañando cambios sociales son religiosos o no, si son agnósticos o no. Creo que la Teología de la Liberación hoy por hoy está demasiado metida dentro de los muros de la iglesia sin salir a la intemperie.
Argenpress: ¿Y a qué se debe ese retroceso en los planteamientos de avanzada dentro de la iglesia, que 30 años atrás estaban en alza y ahora parecen tan apocados? ¿Tiene que ver con eso, entre otras cosas, la estrategia de cultos evangélicos por doquier que impulsó el documento Santa Fe II de los halcones estadounidenses?
Fernando Suazo: Es una suma de cosas. Hoy se vive un momento histórico distinto a hace 30 años. En aquel entonces Estados Unidos vio con miedo que la religión predominante de América Latina, la católica, empezaba a cambiar de dirección social, volteándose hacia los pobres. Eso, sin dudas, le preocupó mucho, la iglesia católica dejaba de ser aliada de los intereses del imperio. Entonces no había la diversidad de opciones religiosas que existe hoy; la iglesia católica, y más aún en las poblaciones del interior de todos los países latinoamericanos, era el centro de todo. En cambio hoy día no: la variedad de ofertas, entre otras religiones y otros actores sociales, es grande. Todo se ha vuelto mucho más complejo, más pluricéntrico. Creo que la Teología de la Liberación debería saber posicionarse en este nuevo maremágnum en que la religión católica ya no es lo más importante de las comunidades. Hoy la religión católica es una más, y tiende a ser cada vez menos relevante. Los últimos papas han contribuido mucho a ello, sin duda. Si la Teología de la Liberación puede hacer algo hoy –y creo que en sus planteamientos sigue siendo válida– debería reubicarse “en el mundo”, no seguir apegada a la jerarquía de la institución, sino ubicarse fuera, en un mundo que ahora es mucho más plural. Creo que debería buscar más alianzas, retomando así las enseñanzas más originales de Jesús, quien se aliaba con quien fuera en función de su proyecto, al que llamaba el Reino de Dios. Jesús rompió moldes, a pesar de que eran tan estrechos los marcos del judaísmo; él se alió con quien fuera, por encima de todas las divisiones y los estereotipos. Eso se ve en la diversidad de tipos humanos y sociales que entraron a formar parte del grupo de sus discípulos; o en su relación con las mujeres “pecadoras” o con los excluidos e “ignorantes” samaritanos; o con los “paganos” extranjeros…
Argenpress: Esto, en cierta forma, nos habla de una crisis de conducción, de vanguardia. Dicho de otra forma: ¿qué hay que hacer hoy día para seguir sumando fuerzas en pro de un cambio? ¿Cuáles son las alternativas en un mundo donde las opciones revolucionarias parecieran adormecidas, “pasadas de moda”, inconsistentes?
Fernando Suazo: Es un tema muy difícil, por supuesto. Pero creo que hay pistas. Una pista inevitable es la atención al otro, la preocupación genuina por el otro, el que no pertenece a mi grupo étnico, a mi clase social pero que no goza de mis privilegios. Ese otro constituye una evaluación viva de mi conducta, de mi proyecto vital. Lo que me impactó cuando llegué a Rabinal hace más de 25 años sigue siendo lo mismo: la preocupación por el otro, constituye para mí el mayor criterio de autenticidad. Es decir: ¿qué tanto nos atrae realmente el otro? ¿Qué tanto nos movemos de verdad en dirección al otro? ¿Qué tanto incide el otro, los otros, en mi vida y en mis proyectos?
Han aparecido en estos años filósofos europeos que, a partir de la vergüenza de la Gran Guerra, expresan su decepción por los discursos abstractos y se vuelven a la evidencia del grito que nos alcanza desde los otros. Desde Rabinal me he vuelto a encontrar con Adorno, con Walter Benjamin, me he encontrado con E. Lévinas, con Reyes Mate. En nuestro “sistema mundo” hay un otro masivo que son las víctimas: las víctimas económicas, las víctimas de la violencia. Las víctimas constituyen los puntos dolientes de nuestro cuerpo social; son las alarmas del sistema que no podemos ignorar si queremos sobrevivir. La cercanía con las víctimas, con su grito concreto, corporal, debe ser el punto de partida de cualquier proyecto político y social. Ellas, constituidas en sujetos, con su voz, con su participación decidida, deben ser protagonistas en los procesos de transformación revolucionaria.
Creo que se trata de acercarse al otro –social, étnico, de clase– en tanto que doliente, pero no para victimizarlo, sino para entender lo que siente, lo que dice, lo que sueña. Entender como sujetos a estos otros-víctimas del sistema, y colocarnos a su lado para inventar lo radicalmente nuevo.
Argenpress: Se trata de un trabajo de hormiga del tú a tú, en la base, con las comunidades más sufridas, en las áreas rurales siempre olvidadas, en las zonas urbanas precarias. Pero queda esta pregunta: ¿no es eso justamente lo que están haciendo estos cultos evangélicos que inundan toda Latinoamérica?, claro que desde otro proyecto, con un proyecto de control social y dominación.
Fernando Suazo: Pero ellos no se abren al tú. Sólo llegan para domesticar. Y lo hacen utilizando recursos de muy baja calidad, como el miedo y la culpa. Manipulan, del mismo modo que lo hizo la iglesia católica por siglos y siglos. En realidad no están inventando nada nuevo, sólo utilizan tecnologías nuevas para el control de las masas.
Pero volviendo a lo de las alternativas, por supuesto que tiene que ir por ahí, por el trabajo del tú a tú, de abajo, trabajo de hormiga. Y a eso habría que agregar algo más: en la medida en que me dejo moldear, modificar, impactar por el otro, en esa misma medida yo voy a ser diferente. Es decir: con esa nueva actitud hacia el otro también se va a dar un cambio cualitativo de nuestra propia subjetividad. Eso, creo, es enteramente revolucionario. Eso nos va reposicionando ante las cosas, ante la vida, ante la muerte, ante el miedo, ante el tener o no tener, ante las privaciones, ante las seguridades. Porque todas estas cosas son las cadenas que nos amarran a todos por igual. Ponerse ante las víctimas y construir desde ahí una nueva subjetividad nos podrá hacer libres hasta niveles que no sospechamos. Hay que ser absolutamente creativos, libres. De eso se trata. Los revolucionarios acusamos al neoliberalismo de no responder a ninguna ética, pero nosotros mismos abandonamos también la dimensión ética, aunque hablemos de principios revolucionarios. Eso nos pasa con frecuencia: nos planteamos éticamente lo político, la lucha de clases, pero no nuestra propia coherencia personal o de grupo. Y una verdadera revolución tiene que ver, quizá antes que nada, con modos de vida distintos, coherentes, armónicos, éticos.
* Fuente: Argenpress
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