HUMILLADOS Y OFENDIDOS
Me dispuse a ver el film que regalamos a los parlamentarios de la Unión Europea para que conozcan de viva fuente lo sucedido en la patria. Mi disposición de ánimo era de reflexiva investigación, más bien de curiosidad.
El reconocido artista César Brie filmó los vergonzosos episodios en la capital del racismo. Por poco le ganó el otro departamento al norte de Bolivia, la cuna de Bruno Raccua.
¡Hay que matarlos! Gritan con furia delictiva las bocas espumosas de saliva de los torturadores mientras los llevan a empujones con amenazas al patíbulo. ¡Mátenlos! ¡Maten a estos indios de m.-…! Aúllan mientras aplauden los espectadores en las aceras. Se escucha: ¡Que besen la bandera…de la logia Templaria! ¡Que besen el suelo! ¡Porque la capital está de pie, nunca de rodillas! ¡Se respeta car..!
Mientras avanzaba el film me propuse guardar la compostura emocional, mas la vibración interior, la agitación angustiante fue creciendo hasta llegar al clímax del dolor espiritual y el llanto. La expresión del sufrimiento físico en los rostros toscos de indígenas bolivianos chuquisaqueños, varones y mujeres, víctimas del racismo, fue tremendamente patética. El artista que filmó la delincuencia colectiva debió haber sufrido mucho para no reaccionar ante el espectáculo ni contagiarse de la intencionalidad demoníaca de los agresores.
Las imágenes brutales y los testimonios sobrecogedores nos retrotraen al medioevo de Torquemada, a la iglesia inquisitorial, al espasmo de Nuremberg, a Treblinka o Auschwitz, a Bagdad destruido y bombardeado, a la tragedia total de Nagasaki e Hiroshima; y en nuestro patria, a la guerra del Chaco con los cercos, sed y muerte, a la pequeña capilla destrozada por morteros con feligreses quemados a los pies del Cristo de Tarairí, al holocausto en La Paz de julio del 46 en la Plaza Murillo y faroles colgadores de despojos desnudados, a los campos de Catavi donde cayó María Barzola ametrallada y envuelta en su bandera, la mía, la nuestra.
En la capital de la vergüenza, en sus calles y en la plaza principal, vecino a los predios de la antigua universidad, luego cuna de la patria, había sangre, había herida y dolor profundos. Fueron golpes de puño, arremetidas de piedra, sobre los cuerpos sufrientes, palos y bates cayeron sobre ellos contundiendo, cortando epidermis, abriendo frágiles vasos.
La sangre extravasada corrió libre por la frente, por los ojos, por el rostro, por el cuello, el pecho y las manos hasta llegar goteando al suelo, tiñendo la arena, los mosaicos de sangre fresca inocente. Gruesos coágulos esparcidos señalaron la ruta del desprecio humano, la vía del sacrificio, el camino al Gólgota de la blanca ciudad, donde el odio ancestral, donde el racismo heredado retornó floreciente después de 516 años de invasión y de conquista.
El film revela rostros con ojos turbios de angustia; en ellos se descubre el temor y el miedo reconcentrado. Sobrecoge el testimonio en quechua bien traducido, lo interrumpe el llanto que acude a esos ojos rasgados de varones indígenas, de mujeres originarias; en algunos relatos impresiona cómo en vez de lágrimas les brota inmensa la dignidad campesina. Con voz quebrada reclaman las víctimas como niños sorprendidos renovando sus pesares, dicen que con mentiras los llevaron a la plaza, que si no iban recibirían castigo; no comprendieron jamás la causa de la tortura ejercida sobre sus cuerpos magros de hambre, de tanto trabajar la tierra.
Fue filmado el sufrimiento derramado en las mejillas, en los músculos faciales que en lugar de sonreír, caían flácidos en rictus de dolor, de pánico.
Sangre desperdigada en coágulos anunciadores de muerte. Sangre de la Bolivia humilde siempre al servicio de blancoides de sangre azul de tanto cargar blasones. Sangre fuera del continente humano de delicados telares. Sangre enojada de sufrir por siglos el odio de victimarios.
En el bando opuesto de victimarios, también sangre privilegiada, congestionada de odio acompañada de insultos y de amenazas. Sangre en la cara cubierta de estudiantes pandilleros de la universidad Mayor, Real y Pontificia.
Ya en la plaza, formando fila los indígenas desnudos y arrodillados, en ellos la indignidad, la humillación, la soledad y la ofensa. Con labios secos balbucean y farfullan consignas contrarias a su libertad. ¡Muera el MAS! ¡Evo asesino!, repiten con amargura y obedientes besan el suelo en la esquina de la plaza y de la historia, otros queman su wipala multicolor. La Casa de la Libertad les observa indiferente, ni una voz en su defensa, ni una nota de respeto, ningún perdón ni disculpa ni gesto amigo protector. El frontis donde nació la república para los criollos y los mestizos, es un espacio totalmente ajeno a su historia. Al descubrir en el film su clásica arquitectura repaso el otro episodio de asco, Tupac Katari muriendo, estallado en pedazos, desmembrado, pero con sangre profética de retornar convertido en millones. En el evento actual no se llegó al descuartizamiento, no salieron las extremidades rotas a los cuatro vientos, pero sí el alma en jirones en una exhalación tan cruel como aquella de horror de la antigüedad colonial.
Al llegar a la cumbre del suceso, satisfechos entonan victoriosos el himno los victimarios. La película no permite ver el rostro porque una máscara de improvisado pañuelo solo permitió la filmación de unos ojos de exoftalmia, de unas venas ingurgitadas de furor racista en las sienes. Qué mensaje brutal nos presenta César Brie.
Ante la evidencia, la pregunta necesaria: ¿Quienes son los que activaron y ejercitaron tal humillación y tortura? Me interrogo persistente pleno de indignación y de rabia. No pude controlar la emoción al veros sufrir hermanos de sangre india. Fue preciso evocar con ternura a mis mayores, respetables, de trenza y pollera, de chumpi y de hojotas, laborando en los cerros de Palca y Caluyo, en el valle de Chimboco próximo al río Mailanco y en la dulce pradera de Huayllani. Vuelve la imagen de la abuela patrona doña Juliana Solíz con sus trenzas renegridas. Evoco al padre en su infancia quechua parlante, al abuelo corregidor y a los hermanos indígenas de Larati, incansables caminantes. De pronto retorno a la infancia, bien cuidado y protegido, montado en acémilas mansas, soñando un mundo de bondad y de justicia. ¡Qué lejos estaba entonces de comprender el pongueaje, la servidumbre, el racismo del entorno y de mi patria!
GASTÓN CORNEJO BASCOPÉ
SENADOR DEL MOVIMIENTO AL SOCIALISMO
3 DE OCTUBRE 2008
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