Los asesinos solapados
Miguel Tapia G., Periodista
Poco a poco se han ido develando secretos. El propio Ejército ha tenido que reconocer que sí, tal como las víctimas veníamos denunciando desde el mismísimo 12 de septiembre de 1973, los militares violaron los derechos humanos; que detuvieron, torturaron, asesinaron y robaron convencidos de que un halo de impunidad les protegería eternamente.
Pero la realidad nos lleva por senderos impensados y la más garantizada impunidad se fue derrumbando en la mayoría de los casos.
Los uniformados que ordenaron y los que ejecutaron tantas muertes infames, tanta degradación y violación contra quienes pensaban distinto; aquellos que diseñaron paso a paso los procedimientos para detectar, perseguir, detener, ultrajar, torturar, asesinar y hacer desaparecer a sus contrarios han ido cayendo poco a poco en la inexorable red de la justicia.
Pero lo terrible es que hay una enorme cantidad de ciudadanos que participaron activamente en la más brutal represión, pero están impunes y tienen la sensación de que morirán siendo considerados personajes distinguidos e incluso ilustres en sus respectivas comunidades.
Algunos, no olvidamos
Ellos no podrán olvidarlo, pero no cabe duda que lograron anular la memoria colectiva en cada ciudad, haciendo que nadie –o más precisamente muy pocos- recuerde que fueron ellos los que corrieron desde el mismo 11 de septiembre de hace 33 años a los cuarteles o a las gobernaciones con papelitos llenos de nombres escritos a la rápida.
Pero hay quienes no olvidamos quiénes oficiaron de soplones con instintos criminales para cobrar venganza por poco o nada contra quienes alguna vez les contradijeron. O con los que participaron en la expropiación de sus bienes, porque tocarles sus intereses debía equivaler a una condena a muerte… igual que en la mafia.
No faltamos los que identificamos en detalle a los personajes que en cada ciudad o pueblo del país, pusieron sus vehículos a disposición de los usurpadores y les dieron el encargo de ultimar a todo aquel que les cayera mal, que les hubiera discutido o humillado alguna vez. Hubo narcotraficantes de cuello y corbata que se vengaron de sus investigadores, o ladrones que denunciaron como “socialistas extremistas” a quienes habían sido víctimas de sus robos, porque aquí se aseguraban que nunca serían denunciados.
Todos los enfermizos anti unidad popular dieron rienda suelta a sus odiosidades fomentadas desde largo con campañas como la de “junten rabia, chilenos” desplegada desde el deplorable diario Tribuna, para provocar el estado criminal que se impuso en nuestro sufrido país.
Jauría de civiles
Detrás de toda la maquinaria criminal desplegada con la fiereza del aparato del estado desde el primer momento del golpe militar, hubo una jauría de civiles que instigaron, motivaron y engañaron.
Hubo muchos militares asesinos. ¡Qué duda cabe! Cada uno ha tenido que dar la cara ante los tribunales. Muchos ya están pagando con cárcel y otros saben que tarde o temprano caerán en prisión por los cruentos asesinatos y torturas que perpetraron contra indefensos ciudadanos, generalmente maniatados y con la vista vendada.
Hubo autoridades que abusaron sin límites del poder de las armas no sólo para violar mujeres, torturar o asesinar. También para robar.
Robos y apropiaciones criminales
Por ejemplo, en el INP obra una cantidad increíble de antecedentes nunca revelados de personas asesinadas o exiliadas que desde 1975 en adelante aparecen cobrando millonarios desahucios y abultadas jubilaciones que nunca vieron… porque fueron tramitadas y cobradas fraudulentamente por autoridades y personalidades influyentes de la época. Muchos vestían uniforme. Pero también hubo civiles que los incitaron y sacaron una parte importante de la torta… o del animal faenado que fueron víctimas de tanta maldad.
Hubo muchos uniformados que creyeron que los exiliados nunca volverían y que como tuvieron que refugiarse y luego salir de Chile sin regularizar ninguno de sus asuntos legales, dejaron sus propiedades en el aire. Una gran cantidad se apropió de casas y predios de los desterrados. Pero no eran sólo militares. Los trámites los hicieron principalmente civiles, protegidos por el manto de impunidad de los militares, que creyeron eterno.
Hubo muchos, muchísimos casos de aprovechamiento de la autoridad sin contrapesos ni controles en beneficio propio o de sus cercanos.
Tuve la ocasión de conocer una cantidad increíble de casos que fueron denunciados hace años ante la institución previsional pública al igual que otros que los retornados del exilio han comenzado a tramitar ante el Ministerio de Bienes Nacionales.
En cada uno de estos casos están involucrados uniformados, la mayoría ahora en retiro. Muchos han tenido que responder ante los tribunales y no son pocos los que lo han perdido todo, porque no sólo tuvieron que devolver lo mal habido, sino además tuvieron que pagar multas, indemnizaciones y costas. Después de la ostentación irracional, ahora están en la pobreza.
Pero han pagado solos. Los civiles incitadores, los que urdieron las canalladas y se refugiaron detrás de los uniformes para perpetrar estos abusos y crímenes inconmensurables, han conseguido plena impunidad.
Locos en hospitales e impunes en las plazas
No son pocos los militares que participaron en crímenes repugnantes y en flagrantes violaciones contra los derechos humanos que ahora perdieron la razón.
Por favor, revisen los registros de los hospitales psiquiátricos públicos y, sobre todo, los de las clínicas privadas para enfermos mentales. Los porcentajes de ex militares son espeluznantes.
Pero los provocadores, los civiles que se aprovecharon del desconocimiento de tantos militares sobre la realidad del mundo civil e instigaron tanto crimen y tanta barbaridad, ahí están: impunes, disfrutando de la quietud de su madurez. Son personas que gozan de la placidez de nuestras plazas, que reciben el inocente cariño de sus nietos, que disfrutan de una apacible jubilación, que asisten cada domingo a Misa y llegan a sentirse buenos, cercanos a Dios… pero que no podrán dormir jamás tranquilos, porque si algo tienen de conciencia, les corroerá el alma eternamente y cargarán sobre sus mentes y sus espaldas el peso infinito de haber provocado los crímenes y de la cobardía que significa seguir ocultándolo.
En Quillota vemos cada día gozar de la quietud en la Plaza de Armas y algunas casas y oficinas del entorno, a varios de quienes incitaron y contribuyeron a los crímenes perpetrados desde 1973. Y no cabe dudas que se sienten seguros en su actual impunidad.
Pero la verdad es que su situación podría cambiar a partir de las sentencias y apelaciones que se produzcan en la causa próxima a ser fallada prior la masacre de Quillota en 1974, mal conocida como “asalto a la patrulla”.
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