Educación, ascensor que dejo de funcionar
Por Raúl Gutiérrez V.
(25/09/06)
RICARDO LAGOS ESCOBAR, Eduardo Frei Montalva y Patricio Aylwin Azócar tienen algo en común, más allá de sus diferencias políticas, y es que hicieron sus estudios básicos, medios y universitarios en establecimientos fiscales. En aquellos tiempos la educación pública era gratuita, y si bien ese hecho entrañaba el inconveniente de subsidiar en forma indebida a los hijos de la clase alta, quienes asistían a la universidad y lograban sus títulos sin pagar un peso, tenía la ventaja de constituir un poderoso mecanismo de movilidad social, ya que entregaba oportunidades a los jóvenes de clase media que fuesen empeñosos o bien dotados intelectualmente. Los casos de Martín Rivas se fueron haciendo cada vez más frecuentes desde mediados del siglo XIX.
La distribución del ingreso y las oportunidades en un país puede ser muy concentrada, como siempre ha sucedido en Chile y ahora más que nunca, pero el problema mayor radica en la escasa movilidad social. Eso es lo que suscita frustración y a menudo desencadena violencia, sea en la forma de trastornos políticos o incremento de las acciones delictivas. A un trabajador no especializado que sobrevive a duras penas desempeñando labores informales, no le preocupa tanto su propia situación, sino la intuición o la certeza de que su hijo seguirá atrapado en una situación de enorme precariedad, sin posibilidades de ascenso social, por mucho que se esfuerce en sus estudios o en el trabajo. El problema reside en que la educación ha dejado de ser desde hace un cuarto de siglo, fenómeno demasiado reciente para que nos hayamos percatado, el instrumento de movilidad social que fue por largo tiempo.
A consecuencia de la apertura del país al exterior y de la globalización de los mercados, se ha generado una porfiada desigualdad de los ingresos que desafía los esfuerzos redistributivos impulsados por los sucesivos gobiernos. Si bien Chile ha tenido éxito en reducir la pobreza absoluta, la desigualdad permanece incólume y se manifiesta en una creciente segregación de barrios y comunas y en una distribución cada vez más concentrada de los frutos del crecimiento económico. Pese a los esfuerzos por asegurar un bienestar mínimo a todos los ciudadanos, hay todavía cientos de miles de chilenos que se debaten en la pobreza, y son millones los que si bien han superado los umbrales mínimos para dejar atrás esa situación, se debaten en la incertidumbre y en el temor de volver a caer en ella debido a la falta de trabajo estable y la precariedad de su equipamiento humano para desenvolverse en una economía cada vez más competitiva.
DE LA EDUCACIÓN PALANCA A LA EDUCACIÓN ESPEJO
En estas condiciones, la educación deja de servir de palanca que favorece la movilidad social y se limita en buena medida a reproducir, cual un espejo, la situación de inicio. Si hace 50, 40 y a lo mejor hasta 30 años atrás, vale decir hasta mediados de la década de los 70, un obrero especializado o un empleado particular, integrantes de la mítica clase media, podía con grandes esfuerzos enviar a dos o tres de sus hijos a la universidad y financiarlos hasta que obtuvieran su título de médico, abogado o ingeniero comercial, quedaba a la vista que era factible subir en la escala social y de ingresos y oportunidades. El padre obrero podía mirarse con orgullo en su hijo médico, abogado, ingeniero comercial o profesor de liceo, y decirse con orgullo que había cumplido su tarea.
Hoy en día, el hijo de ese ingeniero comercial o profesor o médico o abogado, aspira a obtener el mismo título que su padre, pero uno y otro saben que las posibilidades del joven de encontrar un trabajo bien remunerado son menores que hace tres o cuatro décadas, y que el solo título de pre-grado será insuficiente, aparte que la educación ese padre tendrá probablemente que pagarla. En el caso de quien es hoy obrero y pretende que su hijo vaya a la universidad, aun cuando consiga una beca u otra forma de financiamiento, las posibilidades de ese hijo de obtener un empleo satisfactoriamente remunerado se tornan cada día menores. Ahí está el masivo fenómeno que constituyen los llamados cesantes ilustrados, para quienes el paso por la universidad ha sido más bien motivo de frustraciones que de expectativas cumplidas.
Se trata de antecedentes que parecen dar la razón a quienes comienzan a plantear que la educación ha dejado de ser un mecanismo de movilidad social, y que aun cuando constituye un imperativo social y ético mejorar la calidad de la enseñanza a cargo de los establecimientos financiados por el Estado, no cabe asignar a los esfuerzos en este campo la virtud de revertir y ni siquiera morigerar la escandalosa estructura de distribución del ingreso y de las oportunidades que prevalece hoy en Chile.
Es una consideración que debieran tener en cuenta el grupo de economistas de orientación neoliberal, entre ellos algunos vinculados al Gobierno, que han elaborado el documento “Aprovechemos la oportunidad” y que pretende fortalecer el debilitado ritmo de crecimiento de la economía chilena. Estos expertos proponen incrementar las subvenciones escolares y potenciar el capital humano de los trabajadores, pero no consideran ninguna medida importante en materia de redistribución del ingreso. Recomiendan aprovechar los excedentes del cobre para reducir y simplificar la carga tributaria sobre el empresariado, olvidando que la que recae sobre los sectores de más altos ingresos es exigua e irrisoria. Basta considerar el hecho de que el tributo de mayor recaudación en Chile es el IVA, el cual reviste un carácter regresivo, es decir recae principalmente sobre los grupos de menores ingresos. Si algo habría que hacer en materia tributaria sería reducir el IVA y aumentar la tributación directa, de modo de estibar de manera más equitativa la carga impositiva que grava a los distintos sectores de la sociedad chilena.
Ninguna iniciativa tendiente a mejorar la calidad de la educación puede, entonces, ser considerada sustituto de las políticas y medidas específicas que urge adoptar en el país para corregir o revertir una estructura de distribución del ingreso que está incubando un conflicto social de insospechables consecuencias.
EDUCACIÓN SE HACE ECO DE LAS DESIGUALDADES
En tal sentido, cabe señalar que el ex Ministro de Educación y reputado experto Ernesto Schiefelbein ha concluido que la calidad de la educación municipal y privada es exactamente igual y que la diferencia radica sólo en el nivel socioeconómico de las familias. Una conclusión que puede ser desconcertante para muchos que no conocen la realidad que encaran los profesores en general y que salta a la vista a quienes trabajan simultáneamente en jornadas parciales en liceos públicos y colegios privados.
Schiefelbein dio a conocer sus “propuestas para mejorar la educación municipal en Chile” en un evento organizado por el Instituto Chileno de Estudios Municipales, dependiente de la Universidad Autónoma de Chile. El experto puso de relieve los principales problemas que se detectan en el ámbito académico. El primero tiene que ver con la ausencia de información confiable por parte de la opinión pública, lo que la deja a merced de prejuicios, entre ellos el que señala que la enseñanza municipal es deficiente, en circunstancias de que cada día resulta más incuestionable en el ámbito académico que el aprendizaje de los menores depende en medida fundamental del nivel socioeconómico de sus padres, y no del tipo de establecimiento al cual los niños y jóvenes asisten. Es decir, una familia de condición socioeconómica alta podría enviar a uno de sus hijos a una escuela o liceo de una comuna pobrísima y los resultados académicos no acusarían mayor deterioro. A la inversa, podríamos sacar numerosos émulos de Machuca y llevarlos a colegio pirulos y sus resultados académicos no mejorarían de manera sustancial porque la variable clave es la condición socioeconómica de las familias de origen.
Cabe agregar que en la investigación del profesor Schiefelbein se identificaron también como trabas la inadecuación de los textos escolares que distribuye el Ministerio de Educación, los cuales no logran los objetivos propuestos, y la persistencia de las clases frontales en desmedro de sesiones de trabajo en las cuales se promueve una mayor participación de los alumnos.
Los ex ministros de educación Mariana Aylwin, que sirvió la cartera al comienzo del gobierno del Presidente Lagos, y Álvaro Arraigada, que fue ministro del ramo bajo la dictadura del general Pinochet, coincidieron en destacar los méritos del profesor Schiefelbein, calificándolo como un apasionado de la educación.
Estos antecedentes corroboran la intuición de muchos en cuanto a que la educación ha dejado de ser un poderoso mecanismo de movilidad social y que no es posible, por lo tanto, considerarla como la herramienta que por sí sola podrá, ni siquiera en el largo plazo, atenuar o revertir tendencias estructurales de la economía chilena que conducen a un país inviable debido a una polarización desmesurada entre sus distintos estratos socioeconómicos. A la educación hay que exonerarla de una tarea a todas luces imposible.
La mencionada conclusión no quiere decir, por cierto, que haya que cejar en los esfuerzos por mejorar la calidad de la educación pública. Lo que resulta evidente es que tal empeño no puede estar contaminado por el propósito, las más de las veces encubierto, de convertirlo en sustituto de las indispensables reformas estructurales en economía chilena que aseguren una mayor igualdad de oportunidades entre los hijos de esta Patria que se aprestan a celebrar su Bicentenario.
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