La lección que Hezbollah le dio a Israel
Charles Enderlin
La reciente confrontación armada entre Israel y la milicia chiíta libanesa de Hezbollah es la segunda sorpresa estratégica que vive el Estado judío desde su creación en 1948. La primera fue en octubre de 1973. Doce horas antes del estallido de la guerra del Yom Kippur, la dirección militar y política israelí estaba convencida de que Siria y Egipto no se atreverían a pasar a la ofensiva; y si pese a todo ellos decidieran correr ese riesgo, el ejército israelí podría infligirles una derrota humillante. Es sabido el desenlace: 22 días de sangrientos combates, dos mil 552 muertos y tres mil heridos en el lado israelí. Pero al final, las fuerzas militares de Israel llegaron a 100 kilómetros de El Cairo y a 40 kilómetros de Damasco. Estas conquistas estratégicas desembocaron en el proceso de paz con Egipto.
El 12 de julio, Hezbollah bombardeó localidades fronterizas del norte de Israel, atacó a una patrulla, mató a ocho soldados y capturó a dos más. No obstante, la zona estaba en estado de alerta por temor a una emboscada de este género.
El gobierno israelí decidió “darle una lección” a la milicia chiíta. Para ello bastarían unos cuantos días de bombardeos y de operaciones terrestres pequeñas, pensaron sus jefes militares.
Sin embargo, Hezbollah respondió con lanzamientos masivos de cohetes y de misiles. La defensa pasiva israelí fue tomada por sorpresa. En Haifa y otras localidades, el sistema de alerta no se estableció hasta después de una semana. La misma desorganización reinaba en algunos depósitos en los que se encontraban los pertrechos de las unidades de reservistas: hubo casos en que los padres de los soldados tuvieron que comprar cascos y escudos antibalas.
También hubo lagunas en la información táctica: Hezbollah había construido una verdadera red de fortificaciones, pero los servicios secretos israelíes lo ignoraban. Algunos búnkers se encontraban 30 metros bajo tierra, equipados con computadoras y sistemas de video que permitían vigilar los alrededores. La Fuerza Aérea israelí no lograría destruirlos.
Otra sorpresa fue el armamento ultramoderno del que dispone la milicia chiíta: misiles antitanque que perforan el blindaje del tanque israelí Merkava, considerado el más moderno del mundo; misiles Sagger de fabricación iraní, Metis y Kornet rusos, Tow estadounidenses. La mayoría de las pérdidas israelíes en el Líbano se debieron a esos cohetes.
Durante seis años, el Hezbollah se armó y se preparó para la guerra sin que sonaran las alarmas en Israel. Pero pudo haber sido peor, hay que admitirlo. La administración civil israelí se vio muy complicada en el manejo de la crisis. Huyendo de los cohetes que caían en el norte del país, cientos de miles de israelíes se encontraron refugiados en el centro de la nación, con la pura ayuda de las asociaciones caritativas.
La falta de preparación quedó en evidencia en todos los niveles: en el ejército, en el gobierno y en los ministerios. Fue el resultado del concepto que tiene Israel de sus vecinos y de su propia fuerza.
Política en entredicho
Desde principios del año 2000, Israel sigue una política basada en el principio de que no tiene aliado para la paz y su potencia militar le permite imponer sus decisiones a adversarios débiles. La retirada del Líbano, el 25 de mayo de 2000, fue el primer caso de esta política de unilateralismo.
Después del fracaso de las negociaciones con el entonces Presidente sirio Hafez al-Assad dos meses antes, el Primer Ministro Ehud Barak decidió cumplir su promesa electoral: desalojó la zona de seguridad que mantuvo Israel en el sur del Líbano durante dieciocho años.
Eso se hizo sin acuerdo con el gobierno de Beirut ni con Damasco, tutor de Hezbollah. Para el general Ouri Saguy, que llevó las negociaciones secretas con los sirios, el tratado de paz con Siria era posible y la retirada unilateral del Líbano era un error.
Pocos meses después, con el fracaso del proceso de Oslo, Ehud Barak proclamó que el líder palestino Yasser Arafat no era un aliado para la paz. Su sucesor en la jefatura del Ejecutivo, Ariel Sharon, considerando que Arafat era el responsable de la Intifada, lo mantuvo en reclusión domiciliaria en la muqata de Ramallah y trató de aislarlo del resto del mundo.
La acusación era falsa. Ahora lo admite Avi Dichter, jefe en ese tiempo del Shin Beth (los servicios secretos israelíes). “Contrariamente a lo que se decía, Yasser Arafat no creó la Intifada ni controlaba su intensidad”, señaló.
Esa política desembocó en la retirada unilateral de Gaza en 2005, sin negociación alguna con la dirección palestina y en paralelo con la construcción del muro de separación en Cisjordania, considerado en el mundo árabe como la traza de la futura frontera. Israel no ha contestado nunca los llamados del moderado presidente Mahmoud Abbas (Abú Mazen) a reanudar las negociaciones sobre el estatuto definitivo de los territorios palestinos.
Errónea aplicación
Toda esa política estaba apoyada por una nueva doctrina militar sobre el conflicto de baja intensidad. Un “centro de estudios” de generales de reserva instalado en la escuela de formación de los oficiales superiores elaboró conceptos estratégicos que acabaron transformando la realidad del conflicto. El más importante consistía en “grabar en la conciencia” de los palestinos que éstos no obtendrían nada por la violencia. Para ello, la presión sobre la población debería ser la máxima, con toques de queda, cercos y bloqueos económicos.
El otro elemento de esta doctrina reposaba en la noción de “palanca”. Según el general Gal Hirsh, uno de los autores de esas teorías, había que “ejercer una presión continua y permanente sobre la Autoridad Nacional Palestina (ANP) para obligarla a luchar contra el terrorismo. Las operaciones del ejército israelí tenían por objetivo demostrarle a la ANP que estaba pagando el precio de su apoyo al terrorismo”.
Más tarde, responsables militares y analistas de los servicios secretos llegarían a la conclusión de que esta estrategia no había dado los resultados esperados. Después de más de cinco años de represión de la Intifada, los moderados palestinos están marginados y es el Movimiento de Resistencia Islámica (Hamas) quien controla la Autoridad Palestina.
Israel trató de aplicar los mismos principios en el Líbano: presión sobre la población mediante ataques contra las vías de circulación, llamados al desalojo de los barrios chiítas y bombardeo de infraestructura a fin de aplicarle la “palanca” al Gobierno libanés.
También en este caso el saldo es negativo. Israel tuvo que aceptar un acuerdo de cese de las hostilidades muy alejado de los objetivos que perseguía al lanzar las operaciones. No hubo liberación inmediata de los soldados capturados por el Hezbollah, no hay control de la frontera sirio-libanesa para impedir el rearme de la milicia chiíta, que conserva su capacidad ofensiva. Las rampas de lanzamiento de misiles en su mayoría siguen intactas y amenazantes.
La alternativa a tal estrategia político-militar se encuentra en las propuestas de personas como el general Ouri Saguy y los promotores de la iniciativa de Ginebra con los palestinos: negociaciones directas con Siria y el Gobierno libanés para llegar a una paz en buena forma, al precio de retirarse de la zona de los Altos del Golán y restituirla a los sirios. Un acuerdo con el presidente Abbas sobre la base del principio “territorios a cambio de la paz”. A falta de eso, el Islam radical no hará más que seguir progresando en la región.
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