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T r i b u n a c h i l e n a

Solo hay una salida.

Solo hay una salida. MUSA AMER ODEH Delegado general de Palestina en España

El mundo ha dado la espalda a las víctimas de la agresión. Ahora es tolerable desde el punto de vista internacional que otro Estado haga añicos a todo un pueblo, sus infraestructuras y su futuro potencial. Ahora es aceptable, defendible incluso, ver cómo la última potencia ocupante del mundo sitia al pueblo que ocupa, bombardea sus modestas infraestructuras y mata a decenas de personas, liquidando a familias enteras de un solo golpe. Ésta es la imagen sombría y la dolorosa conclusión a la que están llegando los habitantes de Oriente Próximo cuando observan a Israel usar la fuerza militar para devolver a la Franja de Gaza y ahora al Líbano a la Edad de las Tinieblas, sin ningún freno ni disuasión internacional.
La escalada en Oriente Próximo continúa porque Israel sigue incumpliendo, con impunidad, las repetidas resoluciones del Consejo de Seguridad exigiéndole que ponga fin a la ocupación de los territorios árabes. Protegido del más mínimo reproche por un inquebrantable veto estadounidense, Israel siempre ha conseguido prolongar su agresión y sus graves infracciones del derecho internacional sin sufrir las consecuencias. Esta protección estadounidense también le ha permitido impedir que Naciones Unidas desempeñe cualquier papel efectivo en la resolución del conflicto. En consecuencia, sigue ocupando el territorio palestino, incluido Jerusalén Este, los Altos del Golán sirios y las Granjas de Sheeba libanesas. Israel también persiste en la construcción del muro de separación, en desafío de la opinión consultiva emitida por la Corte Penal Internacional el 9 de julio de 2004, la expropiación ilegal de tierras palestinas y la demolición de miles de viviendas.
Otro factor que contribuye a la perpetuación del conflicto en Oriente Próximo es que los raseros se aplican de manera selectiva y a veces perversa. Más recientemente está surgiendo una nueva actitud internacional ante Oriente Próximo, de acuerdo con la cual se igualan víctima y agresor, blindando a éste contra las críticas.
La captura de los soldados israelíes, se utiliza ahora como pretexto para los devastadores ataques hebreos mientras que el secuestro y el encarcelamiento de más de 9.500 palestinos, incluso 600 mujeres y niños, pasa intencionadamente por alto. Mientras tanto, la destrucción de las infraestructuras palestinas y libanesas, la terrible muerte de cientos de civiles y la destrucción causada por los ataques del ejército israelí se justifican como «defensa propia».
Las últimas incidencias no son el núcleo o la causa de la escalada como algunos han sugerido. Debe quedar innegablemente claro que la opresión, la pérdida de esperanza, la humillación y la privación provocadas por la brutal ocupación militar israelí tendrán consecuencias indeseables y, en ocasiones, violentas.
Los palestinos, que llevamos más de sesenta años sufriendo la muerte, el desplazamiento, la destrucción y la opresión a manos de Israel, apreciamos la vida hasta el extremo de la santidad. Sabemos, de primera mano, lo preciosa que es la existencia y con qué facilidad y crueldad se nos puede arrebatarla. También sabemos demasiado bien lo amargo que es vivir sin dignidad ni derechos, y en qué medida estos valores merecen que se luche por ellos y por qué a cualquier pueblo le es imposible vivir sin ellos. El régimen israelí de ocupación, así como la impunidad de la que disfruta, se interponen entre nosotros y la libertad, la prosperidad y la paz.
Sólo si permitimos a los pueblos de la región recuperar sus derechos conseguiremos poner fin al conflicto y al derramamiento de sangre. Esto solamente sucederá cuando a Israel se le obligue a respetar el derecho y las resoluciones internacionales, la creación de un Estado palestino en las fronteras de 1967, con Jerusalén Este como capital -y que conviva en paz con Israel-, una solución justa para los refugiados palestinos basada en la resolución 194 de Naciones Unidas, así como la liberación de los Altos del Golán sirios y de las Granjas de Sheeba libanesas.
La historia nos enseña que donde haya ocupación habrá resistencia. La libertad siempre prevalece y proporciona ese puño de acero que echa abajo la ocupación. El régimen del «apartheid» se desplomó a pesar de su poderío militar porque no consiguió silenciar la resistencia surafricana y por la unidad de países con principios contra sus políticas opresoras. Es una lección que Israel no ha aprendido aún: su ocupación no será una excepción histórica. También él caerá, porque no hay una solución militar al conflicto. Mientras tanto, el mundo debe atajar el problema de raíz y poner fin a la ocupación israelí.
Si la comunidad internacional ejerce su derecho y su deber de poner fin a la ocupación israelí y de aplicar las resoluciones pertinentes de Naciones Unidas, no hará falta resistencia. Sería enormemente temerario e ingenuo pensar que la estabilidad y la paz en Oriente Próximo pueden alcanzarse de otro modo. La potencia de fuego, el sitio político y económico, los dobles raseros perversos, y otros medios de fútil opresión, sólo servirán para propagar e intensificar el conflicto.
España, como miembro importante de la UE, y sobre todo con su destacado prestigio internacional, está cualificada para lanzar una iniciativa política para convocar una Conferencia Internacional por la Paz en Oriente Próximo en Madrid, la capital que en 1991 apoyó los primeros intentos de establecer un proceso de paz. Ciertamente es la capital más cualificada para patrocinar dicha iniciativa, tras haber exhibido a lo largo de los años una posición equilibrada y de principios en defensa de la paz y del respeto al derecho internacional.


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