Colombia
Radio Café Stéreo rechaza vehemente la detención y el envió hacia Colombia de Joaquín Pérez, director de ANNCOL y miembro de este equipo radial
Por Miguel Suárez
Joaquín Perez de ciudadanía sueca, había viajado a Caracas en cumplimiento de sus funciones periodísticas cuando fue detenido en el aeropuerto de esa ciudad bajo la argumentación de que había una circular roja de la Interpol, circular que al parecer no tenia validez en Suecia y en Europa donde nunca fue detenido.
Los gobiernos de Colombia y la república Bolivariana de Venezuela firmaron un acuerdo de seguridad luego del reestablecimiento de las relaciones bilaterales en 2010, del que Juan Manuel Santos, presidente de los terroristas de Estado en Colombia dijo que “Caracas ha cumplido con todos los convenios rubricados”.
Algo parecido dijo Bush de refiriéndose a Álvaro Uribe cuando aseguro “ha hecho todo lo que le pedimos y mas”.
De darse el envió de este comunicador a las mazmorras de la oligarquía colombiana, lamentablemente el gobierno bolivariano estaría tomando parte en el conflicto colombiano de parte de la santanderista oligarquía Colombiana.
Llamamos a todas las organizaciones populares y medios alternativos a rechazar el pretendido envío de Joaquín Perez a Colombia y exigimos el envió a Suecia, país que le dio acogida cuando estaba en los planes del terrorismo de estado para asesinarlo.
Pedimos la solidaridad urgente ya que su envío a Colombia pondría en grave riesgo su vida.
Bolivarianamente.
Radio Café Stéreo
Miguel Suárez
Director.
lunes 25 de abril de 2011
Paramilitares masacraron a cinco personas, entre ellos una niña, en una zona fuertemente militarizada
Las comunidades, organizaciones sociales y defensoras de los derechos humanos, rechazaron la brutal masacre y exigieron que se investiguen los hechos con la mayor celeridad posible, lo mismo que los abusos de las tropas del Estado y la connivencia que estas mantienen con los ‘paras’.
En Colombia son asesinados el 60% de los sindicalistas asesinados en el mundo, por una violencia sistemática del Estado colombiano
“En Colombia se comenten el 60% de los asesinatos de sindicalistas que se presentan en todo el mundo (…) una violencia histórica, estructural, sistemática y selectiva que se convirtió en pauta de comportamiento del Estado colombiano: esta violencia deja por lo menos desde 1986, 2.778 sindicalistas asesinados, 196 desapariciones forzadas y más de 11.096 hechos de violencia, que constituyen un genocidio contra el movimiento sindical colombiano”.
COLOMBIA: F I R M A R Y C U M P L I R
Milton Hernandez
Comando Central ELN
En este día universal de los Derechos Humanos queremos aportar varios interrogantes, visiones y propuestas sobre la humanización y la solución política del conflicto social y armado que sufre Colombia. En este sentido, desarrollamos lo ya planteado por el comandante Nicolás Rodríguez Bautista en el video del pasado mes de octubre, difundido a la opinión pública nacional y mundial, en el que ratificamos nuestra propuesta de construir una paz con justicia.
Acojámonos al sentido común
Lo que proponemos a nuestros compatriotas para salir de la crisis nacional, en la que el actual conflicto nos mantiene, se encuentra fundamentado en varias premisas, propias del sentido común:
1. Humanizar, para agilizar y arraigar la solución definitiva e integral del conflicto interno.
2. Identificar los problemas esenciales, para resolverlos.
3. Deshacer el problema, desandando el camino por donde se creó.
4. No partir de inculpar a las víctimas.
5. No aplicar dobles estándares para resolver los problemas.
6. Contar con la sociedad y la comunidad internacional.
7. Cambiar la cultura de exclusión e imposición, por una de negociación, pacto y cumplimiento.
8. Firmar para cumplir.
El régimen firma Convenios internacionales sobre DIH, al tiempo que aplica la estrategia de Guerra de Cuarta Generación, que le ordena recurrir a todos los medios para imponerse.
Hay que comenzar por recordar cuál es la estrategia de guerra, que aplican las minorías privilegiadas, en contra de las grandes mayorías colombianas:
“En 1.991, el profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén Martin Van Creveld publicó su obra ‘La transformación de la guerra’, que aportó sustento a la teoría de la Guerra de Cuarta generación (4GW). En su visión del conflicto del futuro afirma que, al haber perdido el Estado el monopolio de la violencia, otros actores no estatales serán los protagonistas de la guerra. Una consecuencia del nuevo tipo de conflicto es la falta de regulación convencional. La serie de convenciones que antaño legitimaban la guerra dejan de tener efecto. Los actores no estatales que carecen de personalidad jurídica no estarán insertos en el sistema jurídico internacional.
Van Creveld sostiene que para combatir en conflictos de baja intensidad, el Estado se verá obligado a circunvenir las convenciones establecidas y emplear procedimientos parecidos a los de los actores no estatales. Esta falta de regulación del conflicto es la que borrará la distinción entre soldados y civiles, la que permitirá atacar sin restricciones o emplear armas prohibidas.
El autor prevé que en el futuro las batallas serán sustituidas por pequeños enfrentamientos armados y masacres. El control de la población se efectuará mediante una mezcla de propaganda y terror. Van Creveld apuntaba que ante este tipo de conflicto las fuerzas armadas regulares se verán forzadas a disminuir su tamaño y muchas de sus funciones se privatizarán. Las fuerzas regulares se irán trasformando, a medida que vayan asimilando más cometidos de policía, en algo diferente a lo que han sido tradicionalmente.” (1).
¿Cuál es el papel de Colombia en el continente?
La oligarquía colombiana ha hipotecado la soberanía del país a los intereses del imperialismo, principalmente el norteamericano. Así, perdimos el control de nuestros recursos naturales y de los designios políticos, económicos y sociales de la patria. Colombia ha sido convertida en el puesto de mando avanzado de los planes guerreristas del Pentágono, dotándose del ejército más poderoso de Latinoamérica y adecuando la infraestructura bélica para las operaciones imperiales de intervención contra los países que no se someten. Por eso se dice que Colombia es el Israel latinoamericano. El conflicto colombiano se ha regionalizado, trascendiendo las fronteras nacionales.
¿La elite dominante estará dispuesta a renunciar a su estrategia de Guerra de Cuarta Generación?
Es evidente que la minoría dominante renunció a cumplir los Convenios humanitarios internacionales, que había firmado, en su intento por imponerse en el conflicto interno. No han honrado ni los instrumentos que prohíben atacar a su propia población, ni los que condenan agresiones a otras naciones y territorios. El ataque contra Ecuador y las permanentes provocaciones a pueblos vecinos, entre otras maniobras, evidenció cómo se pisotea el Convenio mundial mayor, constitutivo de la ONU.
Si el régimen de Bogotá renuncia al camino de la guerra contra la población colombiana y los países vecinos, y regresa al cauce de la juridicidad internacional, se constituiría en interlocutor válido para construir una solución política del conflicto; pero mientras siga adicto al belicismo, no habrá paz para Colombia ni para los pueblos latinoamericanos.
Este es el dilema principal que enfrenta el régimen: seguir siendo un Estado delincuente o buscar soluciones no bélicas al conflicto.
¿Es posible crear un clima de paz?
Resistimos y luchamos contra la guerra de los poderosos, forjando un camino de paz, en contra de su propósito de dominación y venciendo sus medios más conocidos, como son la manipulación y el terror.
Con la lucha de la sociedad colombiana y la ayuda de la comunidad internacional, lograremos la construcción de soluciones no militares del conflicto interno colombiano. De eso estamos convencidos y actuamos en consecuencia. Nuestra presencia en los espacios que se abran para el diálogo, tiene ese cometido.
¿Es alcanzable un acatamiento generalizado del DIH y la superación de la atrocidad, como medio para imponerse en el conflicto colombiano?
El imperialismo norteamericano y su socio, el régimen de Bogotá, para eliminar toda oposición usan la contrainsurgencia, como su doctrina para sofocar el conflicto interno. Existen viejas y nuevas pruebas de ello.
Un teórico de la contrainsurgencia, el británico Thomas Mockaitis sostiene que:
“En contrainsurgencia, la atrocidad no radica en el acto cometido, sino más bien en la exitosa inculpación de la comisión del mismo” (2).
Como puede verse, el alma de la contrainsurgencia se halla en la combinación del terror, con la manipulación necesaria para encubrirla. El régimen de Bogotá ha aplicado esta directriz haciendo de toda Colombia un laboratorio de perversión e impunidad, etapa tras etapa, blindando a los círculos de poder que han ordenado miles de crímenes, para mantener el control de la nación.
Oponerse tanto al terror de los poderosos, como a su manipulación mediática, es lo mínimo indispensable, para abrirle paso al acatamiento del DIH. De ahí que debamos ponernos de acuerdo en el papel que en un proceso deben jugar los medios de comunicación. Las reglas deben quedar claras. Como se ha dicho, esfuerzos de entendimiento de mucha gente y de muchos años pueden abortarse en segundos por una sola tergiversación o noticia tendenciosa. Esto es también un hecho criminal.
¿A qué está dispuesta la insurgencia?
Hasta el último aliento con que contemos, lo vamos a dedicar a oponernos a la guerra imperialista y a la aplicación de su plan estratégico en nuestra nación; por ir en contra de los intereses más sentidos del pueblo colombiano y de sus auténticas aspiraciones de democracia, bienestar y libertad. Como parte de la oposición, seguimos comprometidos en la construcción de soluciones no militares a los problemas de la sociedad colombiana.
En nuestra respuesta a la guerra imperialista, continuamos con el compromiso de seguir manteniendo el Derecho Internacional Humanitario (DIH) en nuestra normatividad interna, pero sobre todo, en nuestra lucha diaria. El E.L.N. desde los años 80 ha ratificado esa responsabilidad en diferentes propuestas. Hoy, que no quepa duda, es un mandato de nuestro ser insurgente.
En las Normas de comportamiento con las masas acordadas en la Cumbre guerrillera de 1990, por los inolvidables comandantes Manuel Marulanda y Manuel Pérez, las FARC y el ELN asumimos el mandato de respeto y protección a la población no combatiente, estipulados en los Convenios de Ginebra, fundadores del DIH.
¿Cómo garantizar que nuevos compromisos de humanización y de paz no sigan fracasando?
En Colombia hace 20 años se hizo un pacto, sellado en la Constitución Política de 1.991, por medio del cual se desmovilizaron varias guerrillas colombianas; las que en consecuencia con sus propuestas de democratización de la sociedad, trasladaron sus puestos de mando a las grandes ciudades y renunciaron a existir como fuerza insurgente, con la esperanza que en su reemplazo, podrían liderar una creciente fuerza política de masas.
Por su parte, las elites, las viejas oligarquías y los sectores emergentes del narco paramilitarismo, se emplearon a fondo durante estas dos décadas, para quitar, de esa Constitución Política, sus aspectos democráticos y soberanos. Además, reafirmaron su monopolio de las armas, aplicándolo a través de sus fuerzas militares y de policía, orientadas como máquina de muerte para la seguridad de sus privilegios, y mediante el despliegue paramilitar, de manera abierta y encubierta, para hacer la guerra sucia, para degollar a la guerrilla legalizada, al movimiento opositor y frenar el auge de las luchas populares.
Estamos convencidos que con la lucha de la sociedad colombiana y el respaldo de la comunidad internacional, lograremos crear un Gobierno de nación, paz y equidad, sustentado en el Estado de Derecho, como parte del reemplazo del viejo régimen basado en el terror, la felonía y la perfidia, como norma de conducta.
¿Qué resultado puede tener la exigencia que se hace a la guerrilla para que desaparezca, a cambio de una promesa de respeto para con la oposición política y social?
Es paradójico que con tan alto nivel de ilegitimidad de la clase dominante, por su terrorismo de Estado y la aberrante impunidad de sus acciones, se exija a una parte de la oposición que desaparezca.
No nos cabe duda que de nuevo, como en el proceso fracasado con el M19, el EPL y otros, la guerra sucia continuará descargándose contra todo tipo de oposición al régimen; con lo que sobrevendría un fracaso más, en los numerosos intentos hechos por lograr la paz.
Para superar este destino trágico, la elite dominante debe demostrar voluntad de cambio, desechando su raigambre de exclusión e imposición y adoptar una real cultura democrática y de paz. Por tanto, no se deben pretender soluciones en un acto, sino en un proceso que dé confianza a las Partes, en el que ellas mismas lo construirían en acuerdos mutuos, que el pueblo y la nación refrendarían.
¿Cuáles son los medios que usa el régimen, para obstaculizar el desarrollo de iniciativas sobre el DIH y la paz?
La elite dominante además de pretender desaparecer todo contradictor, lo silencia y tergiversa su razón de ser.
Antes, a los rebeldes, a la oposición alzada en armas, la elite nos llamaba subversivos e insurgentes. Desde hace años nos llama terroristas y criminales, cuando el propio régimen trató vanamente de clasificar a sus bandas narco paramilitares como “sediciosos”, como autores de delitos políticos, siendo en realidad sicarios y mercenarios a su servicio.
Antes, el régimen coincidía con el Derecho y la comunidad internacional, al denominar como un conflicto interno, la confrontación que vive Colombia; hoy niega esta realidad.
Por ello, reconocer el conflicto es un primer paso, para resolverlo. Lo contrario, seguir deformándolo y presentándolo como un estallido terrorista, es cerrar la puerta. Es condenar la nación a una historia de más guerra.
¿Seremos capaces los colombianos de resolver el conflicto interno, sin la intervención extranjera?
Sí, seremos capaces de dar una solución política al conflicto, con el esfuerzo prioritario de las colombianas y los colombianos, rechazando la intervención imperialista, pero contando con el respaldo de la comunidad internacional.
Es necesario reconocer las gestiones que adelanta UNASUR, para ayudar a mediar y facilitar el tratamiento al complejo conflicto colombiano.
Sin verdad no habrá justicia, y para lograr la primera debe hacerse un compromiso claro, no sujeto a los vaivenes de una negociación entre cúpulas que se auto exculpan, como ha ocurrido en otros procesos.
Con los criterios propios que una fundamentada conciencia nos autoriza, sobre la realidad de unas relaciones internacionales profundamente injustas, no obstante miramos con respeto algunos de los esfuerzos honestos, que se emprenden desde la comunidad internacional y que se conjugan en algunos casos con la juridicidad del país, para combatir la impunidad de los crímenes de lesa humanidad, aplicando principios universales de verdad, justicia, reparación y no repetición.
Las víctimas deben ser reconocidas y respetada la plenitud de sus derechos, honrando su memoria y la de sus luchas, por las cuales fueron y son objeto de una guerra sucia llevada a cabo con una cadena de complicidades. Esa historia de oprobio debe terminar.
¿En qué consiste el doble estándar vigente sobre los casos que conoce la Corte Penal Internacional?
Al día de hoy existen innumerables pruebas, y seguirán apareciendo, de cómo en el conflicto colombiano, han actuado y continúan actuando como determinadores, los planificadores estratégicos de los Estados Unidos, entre otros centros del poder mundial. Y es conocido que esa potencia no se acoge a la jurisdicción de la Corte Penal Internacional (CPI), por no compartir la tipificación y principios del Derecho relacionados con el crimen de Agresión y otros.
¿Va a dejar la CPI en la impunidad a los cabecillas del régimen de Bogotá que decidieron hacer la agresión contra territorio ecuatoriano, el 1º de marzo de 2.008? ¿Van a promover los países de Europa, que se establezcan responsabilidades integralmente, tanto de los determinadores de Estados Unidos como de Colombia, implicados en cientos de crímenes de lesa humanidad cometidos contra los movimientos sociales y sectores populares?
Entonces, parece ser, que si los poderosos dominadores se rehúsan no sólo a reconocer a la CPI, sino a impedir que ante ella comparezcan los gobernantes y los mandos de sus ejércitos genocidas, lo que sigue es que se exija a las víctimas y a los pueblos que respondan ante esa Corte, por sus luchas de resistencia ante la agresión oligárquica e imperialista. Tal situación no sería sólo paradójica. Es y sería una vergüenza, una terrible ignominia.
Prueba de esta maniobra de encubrimiento e impunidad, está el asilo en Panamá, de siniestros personajes vinculados al gobierno del ex presidente Uribe, con el que burlan tener que comparecer ante la justicia, por reconocidas operaciones de persecución y eliminación a la oposición, por parte del Departamento de seguridad estatal (DAS).
¿De qué va a depender una paz duradera en Colombia?
El régimen reprime a quienes se oponen a su modelo económico y social, que reproduce y aumenta la desigualdad, mientras acapara la riqueza en unas pocas corporaciones y clanes. Reprime a los que se oponen a que la elite coloque de primero los intereses de los Estados Unidos y de Europa, en detrimento de los derechos de las mayorías de Colombia.
Somos conscientes que un proceso de superación de la guerra es complejo, que intervienen múltiples factores, que hay enormes desafíos a cada paso, que existen quienes conspiran contra el entendimiento y continuarán tratando de arruinar cualquier esfuerzo serio de diálogo.
Nos ha preocupado por eso la reciente campaña contra la Senadora Piedad Córdoba, para impedir que cumpla su papel como interlocutora con la insurgencia, con los gobiernos, la sociedad nacional e internacional. Su silenciamiento por un fallo pronunciado por la extrema derecha no la inhabilita en absoluto, y no nos inhabilita para seguirla reconociendo a ella y a otras personas y expresiones democráticas, como compañeros de camino en la construcción de la humanización del conflicto y de la paz.
La paz va a depender de la humanización de la vida en todas sus dimensiones, comenzando por encarar el conflicto interno y por buscar con acuerdos su solución definitiva e integral. Esto no puede hacerse distrayendo ni manipulando al país y al mundo con sofismas ni castigando a quienes sueñan con los cambios básicos y necesarios. Hay que resolver el problema que está en la raíz: el de la tremenda injusticia que día a día sufren las mayorías desposeídas.
No puede seguirse culpando a las víctimas ni al pueblo por sus luchas, sino que hay que resolver los problemas desandando el camino por donde se crearon, contando con la sociedad en todas sus manifestaciones y con la comunidad internacional y con el Derecho, recobrando valores y transparencia, sin aplicar dobles raseros. Cambiar la cultura de exclusión e imposición, por una de negociación, pacto y cumplimiento, es un compromiso del E.L.N., que refrendamos en este Documento.
Luchar por un nuevo país democrático y soberano, es avanzar hacia la justicia social y la libertad, que es la verdadera paz. Dialoguemos para acordar. Acordemos para firmar y cumplir.
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Notas.
(1) Vigencia y limitaciones de la Guerra de Cuarta Generación. J.E. Fojón. Real Instituto Elcano. Madrid. 27-02-05.
(2) British Counterinsurgency, 1.919--1.960. T. R. Mockaitis. Londres, MacMillan, 1.990, página 37.
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!De la Resistencia al Poder Popular!
Frente Internacional "Milton Hernández"
Sistema Informativo Patria Libre
ELN de Colombia
En Colombia 149 mujeres son víctimas cada día de algún tipo de violencia sexual
En Colombia, 149 mujeres diariamente –seis cada hora- sufren algún tipo de violencia sexual, según la Primera Encuesta de Prevalencia de la Violencia Sexual en contra de las Mujeres en el Contexto del Conflicto Armado Colombiano presentado hoy por Intermón Oxfam en el Congreso de los Diputados.
Uribe y sus muchachos
Juan Diego García ( ARGENPRESS.info)
Álvaro Uribe Vélez ex presidente de Colombia ha logrado salir airoso de todas las acusaciones que en su contra han formulado la oposición, los representantes de organizaciones defensoras de derechos humanos (nacionales y extranjeras), sindicalistas, líderes indígenas y de otras minorías nacionales, estudiantes y activistas populares del más amplio espectro, sin excluir a periodistas e intelectuales, personalidades del mismo sistema y en ocasiones hasta gentes de sus propias filas, desengañadas o sencillamente abrumadas ante el cúmulo de escándalos de corrupción administrativa, nepotismo generalizado (empezando por los hijos del presidente), despilfarro y sobre todo unas relaciones nunca suficientemente aclaradas con los grupos del paramilitarismo, ellos mismos manifiesta y públicamente fervorosos partidarios del ex presidente.
El autoritarismo acusado del primer mandatario fué saludado por la prensa local como una “necesidad ante el caos” y sus permanentes arranques de histeria y malos modos -que contrastan agudamente con la tradición mojigata de la burguesía bogotana (núcleo central de la clase dominante del país)- han sido vistos como expresión de “entereza”, algo que en realidad no es más que grosería, probables desarreglos de personalidad y en el mejor de los casos una caricatura tropical del “macho ibérico”.
Álvaro Uribe Vélez contó igualmente con el apoyo sin fisuras de la prensa internacional, del gobierno estadounidense y de sus aliados de la Unión Europea, que todos a una hicieron la vista gorda ante las múltiples violaciones de derechos humanos fruto de su política de “seguridad democrática”. Era el gesto agradecido de gobiernos y empresas beneficiados por un régimen de inversiones que más bien parece un derecho de saqueo de los recursos del país. Uribe les ofreció, entre otras ventajas, una mano de obra barata, sometida al terror y sin derecho laboral alguno, sindicalistas convenientemente acallados, exiliados o eliminados físicamente y todo ello con la finalidad de garantizar la llamada “confianza inversionista”. Hasta Washington, supuestamente tan celoso de perseguir el tráfico de drogas “olvidó” los informes de sus propias agencias de espionaje sobre los vínculos del personaje y su familia con el siniestro entramado del narcotráfico colombiano y en particular con el cártel de Medellín y su figura más emblemática, Pablo Escobar Gaviria. En efecto, la misma DEA lo incluyó en la lista de los principales personajes del negocio de las drogas en Colombia, una acusación nunca aclarada y que se desvió discretamente del debate público por las evidentes ventajas que les supone a unos y otros.
Hasta ahora las cosas le iban bien y, fuera ya de la Casa de Nariño (sede oficial de la presidencia) Uribe desarrolla de forma inmediata una febril actividad para convertirse en un poder real detrás del trono de Juan Manuel Santos, el sucesor que el mismo propició cuando se frustraron sus intentos de gobernar por tercera vez. Pero de repente las cosas cambian y aquello que parecía controlado -el escándalo de las actividades ilegales de la policía secreta durante su gobierno- empieza enlodando a sus más inmediatos colaboradores y termina por colocarlo a él mismo como el más obvio responsable de las mismas. Se ha producido entonces una verdadera desbandada (nunca mejor dicho) en las filas del uribismo y el número de leales a toda prueba se reduce día a día.
Es probable que sus desavenencias con un sector decisivo del poder judicial (Uribe intentó someter a este cuerpo de la misma forma en que consiguió un dominio completo del poder legislativo) hayan propiciado que el escándalo de la policía secreta -DAS- dependiente directamente de presidencia, no se archivara como tantos otros casos y coloquen hoy al ex mandatario en una situación de impredecible evolución que podría llevarlo al banquillo de los acusados.
En realidad, las actividades ilegales del DAS son de vieja data y jamás ocurrió nada. Esta vez, sin embargo y para desgracia de Uribe y sus muchachos, un conjunto de circunstancias obran en su contra. En efecto, desde siempre las andanzas del servicio secreto han sido denunciadas reiteradamente por las fuerzas de izquierda y las personas progresistas que han sido víctimas de sus abusos. Y si se analiza desapasionadamente el caso, el espionaje evidentemente ordenado desde la casa presidencial es mucho menos grave que las otras actuaciones de la policía secreta, involucrada en atentados, desapariciones, asesinatos, provocaciones, la permanente violación de los derechos de miles de ciudadanos y las actividades de seguimiento y espionaje en el extranjero en abierta violación de las normas del derecho internacional. Pero las famosas “chuzadas” (interceptaciones telefónicas y grabaciones ilegales) han afectado esta vez al núcleo mismo del poder judicial, a los guardianes de la constitución y las leyes con quienes Uribe ha tenido un conflicto permanente a lo largo de sus ocho años de gobierno. Ante las abrumadoras evidencias y ante la convicción cada vez más generalizada de que tal entramado de acciones ilegales no podían producirse sin la orden expresa del presidente, se produce entonces una cascada de confesiones y deserciones de los implicados que, directa o indirectamente apuntan el dedo acusador hacia quien se va conformando como el jefe máximo de la trama: Álvaro Uribe Vélez.
Por supuesto, también parecen existir otras razones para entender por qué alguien que hasta ayer gozaba de un apoyo casi absoluto del sistema se vea hoy ante el riesgo de ser sometido a la justicia como responsable de una empresa criminal. Para quienes están convencidos de la naturaleza democrática del régimen colombiano, el juicio contra los responsables del espionaje del DAS -y con mayor motivo si el mismo Uribe Vélez resulta encausado- constituye la mejor prueba de la fortaleza del sistema y de la vigencia del estado de derecho. Pero para un observador más suspicaz, todo el asunto puede tener una explicación menos feliz que supone que todo está siendo utilizado por quienes tienen realmente el poder en Colombia para deshacerse de un personaje incómodo que se empeña en seguir gobernando desde las sombras, y de paso, permitir al nuevo presidente inaugurar una nueva etapa que manteniendo las líneas básicas de la política actual supere los problemas de imagen que sin duda afectan al país y están todos, estrechamente vinculados a Álvaro Uribe Vélez y su equipo de gobierno.
Alguien como él que en su momento dado resultó útil tanto a la clase dominante local como a las estrategias continentales de los Estados Unidos y sus aliados, sería ahora un peso muerto, un estorbo que es necesario eliminar.
En el plano nacional Uribe intenta reorganizar sus huestes y medir sus fuerzas con las nuevas autoridades, no tanto porque éstas vayan a “traicionar su legado” sino porque dados los problemas de todo orden que arrastra el ex presidente y de los cuales parece no estar ya en capacidad de deshacerse, se ha convertido en un problema molesto que en indispensable superar. En el plano internacional el ex presidente busca fortalecer sus alianzas con lo más granado de la ultraderecha continental y se pasea por Honduras y Panamá, recibiendo honores, apoyos y condecoraciones. Sin embargo, esos dos “dechados de democracia” apenas cuentan, por lo que de complicarse las cosas, no le quedarían como recurso salvador sino la intervención a su favor de la derecha más dura del Pentágono. El ex presidente debería recordar que los Estados Unidos no tienen amigos sino intereses y que como un Fujimori cualquiera -para no mencionar al Noriega del Panamá de sus amores- Washington sacrifica “aliados” sin miramientos cuando le resulta necesario. Así paga el diablo a quien bien le sirve.
Pero, a juzgar por los antecedentes de la justicia colombiana bien puede ocurrir que tras un engorroso proceso y aún condenado, Uribe Vélez jamás pague por sus crímenes. El pueblo colombiano lo sabe por experiencia: “la ley es pa´ los de ruana”, es decir, solo se aplica realmente a los humildes.
El proceso de paz en Colombia
Las recientes declaraciones de gobierno y guerrilla favorables a un proceso de negociación del conflicto armado han propiciado reacciones muy diversas que van del entusiasmo más desbordante al pesimismo más agudo. Sin embargo no existen aún elementos de juicio suficientes que permitan aventurar qué tan sólidas son esta vez las perspectivas de la paz, ya que no es la primera vez que se intenta resolver políticamente la confrontación armada con resultados decepcionantes. Aún así, ciertas consideraciones permiten ahora abrigar un prudente optimismo.