El Quinto Poder
por Ana Sofía Pérez-Bustamante (España)
Julian Assange y Daniel Domscheit-Berg crean WikiLeaks, una plataforma que permite filtrar de forma anónima información secreta que pone al descubierto los turbios manejos de la política gubernamental y los crímenes de las grandes empresas. Pero cuando Assange y Berg tienen acceso a numerosos documentos confidenciales que afectan a los servicios de inteligencia de los Estados Unidos, se enfrentarán a una de las cuestiones claves de nuestro tiempo: ¿cuál es el coste de guardar secretos en una sociedad libre y cuál es el coste de revelarlos?. Adaptación de la novela “Inside WikiLeaks: My Time With Julian Assange At The World’s Most Dangerous Website”, sobre Julian Assange, el fundador de Wikileaks.
“Dale a un hombre una máscara y te contará la verdad”. Es una frase de Oscar Wilde que Julian Assange convirtió en lema de WikiLeaks: garantízale a un hombre impunidad y te revelará sus secretos.
El problema es que estos enunciados prevén bastante bien el comportamiento humano, pero están al margen de la ética: con este principio podemos sacudirnos el yugo de un tirano, pero también nos pueden tiranizar. Y la frase es la misma.
Acabo de ver la película El quinto poder y, digan lo que digan los críticos, me parece apasionante. No entro en que el ritmo de docu-biopic sea lento, en que el personaje de Assange recaiga en un actor que lo convierte en una máscara (a mi juicio, un acierto). La historia, aunque contada desde una perspectiva unilateral (la de Daniel Berg, el socio ninguneado), no tiene desperdicio.
Lo que me interesa es el análisis de cómo un solo individuo es capaz de influir en el Sistema guiado por un principio que también es profundamente ambiguo: «Fiat iustitia pereat mundus» (‘Que se haga justicia, aunque perezca el mundo’).
Simpatizamos siempre con la epopeya de David contra Goliat. Simpatizamos con el principio de no manipular la información, no “editarla”. Pero cuando eso significa, como en el caso de los archivos filtrados por Bradley Manning, poner vidas inocentes (o menos culpables) en peligro, la cosa cambia: daños colaterales.
Entonces se desmorona la ética del principio de no edición, y en ese punto advertimos cuánto seguimos necesitando un periodismo a la antigua usanza: es decir, responsable (la plataforma –analógica o digital- es lo de menos).
Lo que se extrae de El quinto poder es la naturaleza ambigua de los grandes eslóganes, el delicado equilibrio que supone la vida en sociedad, la tenue frontera entre el bien y el mal, la imposibilidad de reducir la ética a una sola consigna abstracta.
No es un mensaje amable ni optimista. Ni blanco ni negro: gris. Porque queremos simpatizar con el héroe de la libertad (Assange), y nos gusta menos su sombra responsable (Berg), que acaba conectando con el Sistema. Con el Mal. Y no estamos eximidos de saberlo, porque la ignorancia del adulto nunca se confundirá con la inocencia del niño.
*Fuente: El Diario de Cadiz
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