Votar a los 16
Por Alejandro Teitelbaum
En todo el mundo las elecciones periódicas están destinadas a preservar un régimen llamado democrático que consiste en que los ciudadanos cada tanto tiempo depositan el nombre de los candidatos de su preferencia en las urnas, la mayoría de ellos convencidos de que representarán sus intereses y cumplirán sus promesas preelectorales. Aunque también suele suceder que la mayoría con su voto elige al que considera menos peor. Es decir elige entre la sartén y el fuego.
Todo eso ocurre cuando no hay fraude, el que se consuma haciendo desaparecer boletas de las urnas o falsificando los resultados en el escrutinio.
En el mejor de los casos, la mayoría de los ciudadanos están condicionados por la educación, por los medios de comunicación de masa concentrados en grandes oligopolios y por los líderes más mediáticos (lo que se suele llamar la ideología y la cultura dominantes) para limitar sus opciones a las variantes que no proponen cambios sociales radicales, es decir a un abanico que va de la centro- izquierda a la centro-derecha.
Ninguna de las llamadas grandes democracias está exenta de algunas de estas variables, comenzando por el incumplimiento de las promesas preelectorales. El caso actual de Francia con el nuevo Gobierno « socialista » es paradigmático en esa materia. En Estados Unidos hay una manera casi infalible de prever el resultado electoral : siempre gana el que ha recogido más fondos para la campaña. Pero con independencia del candidato republicano o demócrata que resulte elegido, el ganador siempre es el mismo : los grandes monopolios, sean financieros, industriales o ambos.
El tema del voto a los 16 años en Argentina (contaminado por el manifiesto oportunismo electoralista de la propuesta del Gobierno) hay que situarlo en ese cuadro general. Es decir el condicionamiento de las opciones políticas de la mayoría de la población de todas las edades por la influencia de los oligopolios mediáticos, en el caso argentino el duopolio constituido por los medios oficialistas por un lado y los medios de la oposición conservadora, por el otro. Los medios independientes son marginales y casi inaudibles e invisibles y el Gobierno ha promovido y utilizado la ley respectiva con ese fin.
16-17 años es un sector etario muy vulnerable a la propaganda en general y a la propaganda consumista en particular, como es notorio y lo indican diversos estudios. Y eso ocurre en todas las clases sociales. (Véase El impacto de la publicidad en los adolescentes de Leonela Dirié y José Molfese http://fido.palermo.edu/servicios_dyc/noticiasdc/mas_informacion.php?id_noticia=1140 y La publicidad y los jóvenes, Gobierno de España, Ministerio de Educación y Ciencia http://tv_mav.cnice.mec.es/Ciencias%20sociales/A_UD17/presentacion_aud17.html)
En Argentina hay actualmente varios centenares de miles de jóvenes de 16-17 años que no estudian ni trabajan. Es decir son pobres y están socialmente marginados. En esas condiciones es posible que muchos de ellos, llegado el momento, vendan su voto a cambio de un teléfono portátil o de un par de zapatillas de marca.
La compra de votos no es una excepción argentina. En México la oposición denunció que, en las recientes elecciones el PRI compró 3 millones de votos regalando tarjetas de compra de algunos pesos para los supermercados. Mucha gente pobre no cree en el porvenir mejor que le ofrece una izquierda poco convincente y prefiere lo inmediato: una tarjeta para comprar cosas indispensables (o superfluas) en el supermercado.
En Argentina esa posibilidad se agrava por el hecho de que el oficialismo ha decidido que el voto de los jóvenes de 16-17 años no sea obligatorio: muchos no votarán y no pocos de los que lo hagan orientarán su voto a cambio de algún regalo.
Este Gobierno es muy audaz y bastante hábil frente a una oposición reaccionaria o que carece de coherencia, de modo que la pone ante alternativas frente a las cuales la deja mal parada: ley de medios, "nacionalización" de YPF, ahora el voto a los 16. Salvo a la derecha conservadora, a los demás les resulta políticamente difícil oponerse. Algunos están planteando bien las cosas, situando el tema del voto en el marco de la situación social y educacional de los jóvenes.
La aceptación del voto a los 16 debe reunir dos exigencias mínimas. Por un lado, ubicarlo en el marco de la situación social y educacional de los jóvenes con medidas de inserción educacional y social duradera para los jóvenes marginados y, en segundo lugar, que el voto debe ser obligatorio. Lo primero es obvio. En cuanto a lo segundo, si el voto es obligatorio desde los 18 a los 70 años no se ve por qué debe ser optativo de los 16 a los 17. Un planteo coherente es que el voto debe ser optativo u obligatorio para todos. Según el discurso dominante, el voto es un derecho pero también un deber, una obligación. Un deber cívico, como se suele decir. Hacerlo optativo para los jóvenes es como decirles « si no tienen algo mejor que hacer, el domingo vayan a votar». No es la manera de decirles que, en política, además de derechos también existen deberes y obligaciones.
Es evidente la razón por la cual el oficialismo lo quiere optativo : para motivar a los jóvenes más vulnerables, es decir a los más pobres y marginados, para que concurran a votar aceptando el mecanismo fraudulento del voto « en cadena », a cambio de algún regalo en efectivo o en especie.
Una vez más la izquierda se ve ante un desafío que no sabemos si sabrá afrontar : encontrarse con más de un millón de nuevos electores muy jóvenes a los que tendría que hablarles de manera coherente, con una visión en perspectiva y no inmediatista ni oportunista, apelando a esa actitud innata de los adolescentes, la rebeldía, para tratar de encauzarla racionalmente contra el orden establecido, por el rechazo del caudillismo de líderes supuestamente irremplazables e infalibles, por la reivindicación del pensamiento crítico y autónomo y de su participación activa y conciente en las decisiones que interesan al grupo y a la comunidad.
Pero ese no debe ser sólo el discurso de la izquierda, sino que debe predicar con el ejemplo, barriendo delante de su puerta.
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