Las elites oligárquicas culpan al General Carlos Ibáñez del Campo quien, en lugar de enfrentar las protestas populares acentuando la represión, prefirió abdicar y autoexiliarse, en julio de 1931, dejando entonces un vacío de autoridad (no vacío de poder), terreno propicio para la insurrección de la marina en 1931 y el advenimiento de la República Socialista, entre el 4 y el 16 de junio de 1932.
En casi toda Latinoamérica las clases dominantes enfrentaron los estallidos sociales -gatillados por la gran crisis capitalista de 1929- mediante golpes de estado y gigantescas masacres, como la que desató el tirano salvadoreño Maximiliano Hernández Martínez, que en 1932 llevó al patíbulo a Farabundo Martí.
Es la época en que Estados Unidos -que había desplazado a Inglaterra como potencia hegemónica del capitalismo mundial- aplica a fondo la Doctrina Monroe, enviando sus marines a Nicaragua y Haití, país, este último, al que ocupó por 20 años.
En el marco de la primera guerra mundial y la invención del salitre sintético por Alemania, las exportaciones chilenas habían experimentado una severa contracción generando gran cesantía en los yacimientos del norte. La denominada “cuestión social” acorrala y debilita a una plutocracia que por 30 años había impuesto “la paz de los cementerios”, siendo derrotada en las elecciones de 1920 por el reformista Arturo Alessandri Palma.
En este escenario irrumpe la llamada “generación de 1920” que, apoyándose en la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile, presidida en 1922 por Eugenio González Rojas, supo compartir un destino nacional con las clases populares. Se sentían interpelados por la espantosa pobreza urbana, la servidumbre semifeudal del campesinado, la discriminación y exclusión del pueblo mapuche; pero además recibían el influjo del ideario emancipatorio que emanaba de la Revolución Mexicana de 1910, la Revolución Rusa de 1917 y el Grito Universitario de Córdoba en 1918.
Desde las ciencias sociales, la literatura y las artes, la intelectualidad confluye con las principales organizaciones obreras, anarquistas y marxistas en la AOAN, Asamblea Obrera de Alimentación Nacional, que pronto se transforma en el principal referente catalizador de la protesta social que se había generalizado en todo el país.
La plutocracia en el poder no cedía un milímetro. Acostumbrada al dinero fácil y a una vida opulenta sostenida con las migajas del salitre que se llevaba el imperialismo inglés, confiaba ciegamente en su poder represivo. De ello dan cuenta una docena de masacres que tuvieron lugar en Valparaíso en 1903, Tocopilla en 1904, Santiago en 1905, Antofagasta en 1906, la Escuela Santa María de Iquique en 1907, Magallanes en 1919, San Gregorio en 1921, La Coruña y Pontevedra en 1925. Hasta que, en septiembre de 1924, la caja fiscal no pudo siquiera cumplir con el salario de oficiales y tropas de las Fuerzas Armadas.
Aparecen los “militares de izquierda”
En ese contexto se forma clandestinamente un Comité Militar Revolucionario, encabezado por los Coroneles Carlos Ibáñez del Campo y Marmaduque Grove Vallejos, quienes, con la complicidad del Presidente Arturo Alessandri Palma, organizan una manifestación de oficiales que interrumpe una sesión del parlamento haciendo sonar con gran estrépito sus sables de reglamento. A consecuencias del llamado “Ruido de Sables”, los “honorables” parlamentarios despertaron de su sueño y en las 3 sesiones siguientes aprobaron varios proyectos de ley que estaban paralizados durante años, la jornada de 8 horas, el contrato colectivo, la ley de accidentes del trabajo, sobre trabajo infantil y legalización de sindicatos, entre otros.
La otra consecuencia fue el derrocamiento del gobierno por una Junta Militar. El Presidente Alessandri partió al destierro, pero a los pocos meses -en enero de 1925- el Comité Militar Revolucionario de Ibáñez y Grove sacó a los generales reaccionarios desde La Moneda y trajo de regreso al Presidente Alessandri, a condición de que convocara a Asamblea Constituyente para redactar una nueva Constitución Política del Estado.
Un debilitado Arturo Alessandri Palma, toleró el funcionamiento de la que se llamó Asamblea Constituyente Chica, pero desoyó sus propuestas y negoció con las clases dominantes, los militares y el clero, una nueva Constitución Política que, con diversas reformas, se mantuvo vigente hasta septiembre de 1973.
En este período en que la oligarquía resiente su poder económico y político, emerge el liderazgo del General Carlos Ibáñez del Campo, quien, se hizo elegir Presidente de la República en 1927.
Desde entonces declara el Estado de Sitio e impone un régimen dictatorial que reprimió brutalmente las luchas populares. Nombra “a dedo” el Congreso Termal (con acuerdo de los partidos políticos tradicionales que prefirieron repartirse los sillones parlamentarios sin mediar elecciones libres) y llama a retiro a Marmaduque Grove, a quien veía como un peligro para su liderazgo. Golpeado por la crisis de 1929, repudiado por la oligarquía y por el pueblo y asediado por el alessandrismo, Ibáñez abandona La Moneda y el país en julio de 1931.
Le sucedió en la Presidencia don Juan Esteban Montero, literalmente un cero a la izquierda, sin capacidad política para recomponer la hegemonía oligárquica ni para frenar el estallido social desatado por la crisis capitalista mundial. El Presidente Montero sabía que estaba rodeado de conspiradores que pretendían derrocarlo, unos del bando alejandrista y otros del bando ibañizta. Mal aconsejado, equivocó el blanco y llamó a retiro al Comodoro del Aire -Jefe de la Rama Aérea del Ejército- Marmaduque Grove, cuyo indiscutido liderazgo despertaba los celos de Su Excelencia.
Irrumpe la República Socialista
Grove aceptó su destitución y se fue a casa. Pero esa misma noche le visitó su hermano masón y Gran Maestro de la Gran Logia de Chile, Eugenio Matte Hurtado, joven y brillante intelectual, líder de la Nueva Acción Pública, quien le advierte que si él acepta esta injusta destitución quedará el camino despejado para un golpe militar de derecha y que lo único justo, democrático y patriótico es que se ponga al frente de una coalición de fuerzas sociales, políticas y militares dispuestas a terminar con el capitalismo en Chile, iniciando el proceso de instalación de una República Socialista.
Al día siguiente, desde la base El Bosque, despegaron avionetas que lanzaron miles de volantes en el centro de Santiago anunciando la buena nueva de la República Socialista y convocando al pueblo hacia la Plaza de La Constitución, frente a La Moneda, concluyendo terminantemente:
“La revolución se hará aunque llueva”.
El nuevo gobierno asumió el 4 de junio de 1932, sin disparar un tiro. Y quedó integrado por el general en retiro Arturo Puga, el periodista Carlos Dávila -hombre de confianza de Estados Unidos-, y el abogado Eugenio Matte Hurtado, verdadero mentor intelectual orgánico del proyecto socialista, aunque el rostro visible y líder del proceso revolucionario fuera Marmaduque Grove Vallejos, nominado Ministro de Defensa.
Recién instalada, la autodenominada República Socialista abrió las puertas del Palacio de La Moneda para que el pueblo, por primera vez en la historia, pudiera circular libremente por su interior. El apoyo ciudadano fue transversal, salvo la fracción del Partido Comunista encabezada por Elías Laferte, que se tomó la casa Central de la Universidad de Chile e instaló allí un “soviet de obreros, campesinos, indígenas, estudiantes y soldados”, denunciando a Grove como “social-fascista”. El otro sector del PC, encabezado por Manuel Hidalgo, apoyó el proyecto revolucionario.
No era para menos. La hecatombe del capitalismo estaba a la vista. Lo más sensato era intentar el camino socialista que proponían líderes honestos, capaces, inteligentes y con amplio apoyo entre los trabajadores. Las adhesiones no se hicieron esperar. El padre Fernando Vives y Clotario Blest, los obispos de Santiago y Valparaíso, las agrupaciones obreras y hasta el mismísimo Agustín Edwards Mac-Clure [abuelo del actual dueño del diario El Mercurio] editorializó a favor de la República Socialista deseándole suerte y, a renglón seguido, convocó a una asamblea de trabajadores del matutino ofreciéndoles, por propia iniciativa, que eligieran a 2 representantes para que integraran el Directorio de la empresa.
La República Socialista dictó amnistía para los marinos condenados por la insurrección en la Armada del año 1931; disolvió el Congreso Termal (el parlamento elegido “a dedo” por la dictadura de Ibáñez); creó un Banco del Estado con tuición sobre los capitales extranjeros; estableció el control de divisas y limitó el retiro de fondos para prevenir una corrida bancaria; anunció una Reforma Agraria y una Reforma Tributaria que gravara con mayores impuestos a las grandes fortunas; decretó la autonomía universitaria que estuvo vigente hasta la dictadura de Pinochet; anunció la nacionalización de las empresas del cobre; y ordenó la devolución de todas las prendas que el pueblo tenía hipotecadas en la Caja de Crédito Prendario, más conocida como “La Tía Rica”, lo que favoreció inmediatamente a decenas de miles de familias pobres.
Los dirigentes de la revolución confiaban en el apoyo de masas que efectivamente alcanzaron, no sólo por las decisiones largamente esperadas por las fuerzas populares, sino porque en su discurso se planteaba la unidad patriótica en pos de la democratización del país. Desde el primer momento se dieron a la tarea de consolidar su base social, convocando a la formación de la Alianza Revolucionaria de Trabajadores que reconciliara a las distintas vertientes del movimiento obrero. Se abrió un diálogo directo con los representantes mapuche y se convocó a sucesivas manifestaciones masivas que dieron cuenta del estallido de entusiasmo y esperanza que desató el gran cambio social que se ponía en marcha.
Emerge la contrarrevolución
Al octavo día, el Departamento de Estado norteamericano anuncia que ha ordenado el zarpe de su flota de guerra con asiento en el Canal de Panamá “para la protección de la vida e intereses de los ciudadanos estadounidenses que residen en Chile”, señal más que suficiente para que las fuerzas conservadoras internas -poseedoras aún del poder económico- iniciaran la conspiración para derrocar al gobierno revolucionario.
Carlos Dávila, dos días después de solicitar que se le designara Embajador en Argentina, quien había renunciado a la Junta de Gobierno [de la que también era miembro Eugenio Matte Hurtado], encabezó el golpe militar incruento que puso fin a la República Socialista. El nuevo Jefe del Ejército, General Agustín Moreno, dice que el nuevo régimen “no va contra la ideología socialista que sustenta la gran mayoría de los chilenos”… Y tenía razón… había que estar loco para pretender que el capitalismo en crisis tuviera alguna chance de sacar al país del pantano.
En septiembre, Dávila renuncia y asume el General Bartolomé Blance quien, luego de unas semanas, entrega el mando al Presidente de la Corte Suprema Abraham Oyanedel, quien convoca a urgentes elecciones presidenciales y parlamentarias, el 30 de octubre de 1932, en las que resultó electo Arturo Alessandri Palma. Téngase presente que todos -Dávila, Oyanedel, Blanche y Alessandri- reivindicaron el rumbo socialista adoptado por la República de Grove. La clase dominante no se atrevió a impedir que Marmaduque Grove fuera postulado candidato presidencial desde su prisión en Isla de Pascua.
Por una resolución judicial, Grove fue puesto en libertad pero no alcanzó a realizar un solo acto de proclamación, ni un solo discurso, ni un volante, porque la embarcación que lo trajo desde Isla de Pascua llegó a Valparaíso el mismo día de las elecciones. Allí lo aclamó el pueblo, encabezado por un joven médico socialista, el Dr. Salvador Allende. Con todo, Grove obtuvo una altísima votación, en tanto que Eugenio Matte Hurtado fue elegido senador por Santiago. Antes de un año, se forma el Partido Socialista de Chile que, capitalizando la popularidad de la República Socialista, en las siguientes elecciones de 1937 elige 19 parlamentarios.
Fotografías: El diario en inglés de Valparaíso "South Pacific Mail" publicó el 3 de noviembre de 1932 (pág. 19) estas dos fotos con la siguiente leyenda: Arriba, "Los señores Marmaduque Grove, Eugenio Matte, Jorge Grove y Teniente [Carlos] Charlín". Abajo: "Algunos de los elementos camorristas que consideraron adecuado acoger con satisfacción el regreso a su país de los instigadores del comunismo y la anarquía" (Fotos: Archivo de Ernesto Carmona).
La oligarquía queda maltrecha. Tuvo que ponerse al alero de su viejo enemigo, Arturo Alessandri Palma, cuyo gobierno, en sintonía con las políticas keynesianas adoptadas por el Presidente Franklin D. Roosevelt en Estados Unidos, interviene el mercado de divisas en Chile. La derecha tradicional -en un acto de abierta desconfianza hacia los militares- creó sus propias Milicias Republicanas, que fueron enfrentadas en las calles por las Milicias Socialistas en un contexto de fuerte ascenso del fascismo y el nazismo en Europa.
Después de esos 12 días, irrumpe en la escena política un sujeto social que tiene identidad y proyecto histórico: el movimiento popular chileno, que cimentó las victorias del Frente Popular, con Pedro Aguirre Cerda, en 1938, y de la Unidad Popular, con Salvador Allende, en 1970.
La República Socialista fue “la fiesta de las masas” y una escuela de capacitación para cientos de miles de trabajadores. Con ella, se abre un ciclo de democratización y protagonismo popular que sólo se cierra el 11 de septiembre de 1973, cuando el gobierno de Estados Unidos y un puñado de generales, empresarios, políticos y parlamentarios a su servicio instalan una dictadura que hace retroceder la historia de Chile a 1920, restableciendo el predominio de la plutocracia y desmantelando el proceso democratizador y modernizador que desató el movimiento popular encabezado por Marmaduque Grove y Eugenio Matte Hurtado.
Para los diletantes de siempre resulta fácil criticar hoy lo que hicieron y lo que no hicieron los revolucionarios de 1932, quienes reaccionaron ante una coyuntura caracterizada por la debilidad estructural de las clases dominantes. Actuaron al impulso de su racionalidad, sin un partido dirigente, sin una coalición formal de fuerzas sociales, sin gran experiencia política, pero conscientes que, si no lo hacían, la oligarquía no dudaría un instante en desatar nuevas matanzas y poner de rodillas a Chile ante el imperio del norte. Después de Grove, Eugenio Matte Hurtado y Eugenio González Rojas, las ideas socialistas salieron de las catacumbas, de las cárceles y de los márgenes del sistema para instalarse directamente en el corazón del pueblo trabajador.
Sólo fueron 12 días, pero rescataron el ideario de soberanía y dignidad que emana de 300 años de resistencia mapuche, pasando por la gesta de 1810, el grito libertario de la Sociedad de la Igualdad en 1852, la revolución constituyente de los Matta y los Gallo en 1858 y la antorcha emancipadora encendida por Recabarren desde fines del siglo 19.
Desde lo más alto de la historia, la generación de 1920 y los valientes de 1932 y 1970 nos interpelan para que los luchadores del siglo 21 seamos capaces de hacerlo mejor.
Resumen redactado por el autor de su Conferencia del 5 de junio de 2012, dictada en el Auditorio de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile.
Fuente:Mapocho Press
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