Responsable de ello será el partido ganador con mayoría probablemente absoluta. Ese partido y el otro, son los únicos que se vienen alternando a lo largo de estos 33 años posteriores a la dictadura. ¿Con qué derecho? Pues con el derecho aventajado conferido intencionadamente por la Ley Electoral. Esta ley, la Constitución y en general las leyes, están elaboradas con arreglo a unas disposiciones procedentes del testamento del dictador impuestas por su albacea testamentario: Fraga Iribarne. Fraga Iribarne fue el artífice de todo este bodrio. Lo cocinó, con la condescendencia de los otros "padres" constituyentes que fueron meros comparsas. El ejército, aún franquista, vigilaba cualquier movimiento que se apartase de la voluntad del dictador fallecido apenas tres años antes.
Así las cosas, llega la Ley D'Hont, para garantizar la materialización de dichas disposiciones. El partido comunista era el enemigo a evitar. Por eso tardó tanto en incorporarse a la escenificación pseudodemocrática a través de un político que morirá monárquico, lo cual puede explicar muchas cosas. La ley electoral en aquel entonces lo neutralizaba.
Sin embargo, o por ello mismo, el principio de la solución posible a este desmadre institucional, económico, laboral y social está en la abrogación de la ley electoral y su reemplazo por otra norma en la constitución que ponga las cosas en su sitio: que el valor de cada voto se corresponda con la voluntad y el ánimo de cada elector; que al designar representante suyo, cada ciudadano exprese su voluntad en las mismas condiciones que el vecino elector y el vecino elegido.
Las multitudes de los países braman en contra de las desigualdades obscenas que imperan en la sociedad. Dígasenos, de manera sencilla y no retorcida, a qué obedece ya esa Ley Electoral en España en cuya virtud el voto destinado a los dos partidos principales vale diez veces más que el de otro partido.
Se echa espuma por la boca, digo, contra la desigualdad abrumadora entre unos ciudadanos y otros. Los fascistas, la ultraderecha, la derecha, los neoliberales y los conservadores siempre la han justificado basándose en las habidas en la naturaleza o en la jungla. De modo que, según ellos, el mayor derecho le corresponde también al más apto, al más inteligente, al más hábil, al más astuto. Así, con arreglo a este primitivo principio, el dominador capitalista ha venido explotando ésa como la razón del "progreso". Como si éste no fuese posible y más eficaz y sobre todo más justo, aplicando el máximo raciocinio combinado con el igualitarismo máximo.
Sin embargo, la Ley Electoral española, la Ley D'Hont, es absolutamente siniestra en su aplicación. Con ella la desigualdad radical queda entronizada, instituida, en la sociedad antes de que la desigualdad efectiva se desparrame por la sociedad por culpa de las diferencias anatómicas e intelectivas, ambas relativamente inevitables.
Por eso esta ley es un oprobio para el pueblo. No sólo permite la desigualdad, es que desde los albores de este farsa democrática la introduce sin otra justificación que asegurar su primacía a los ya primados por la historia del dinero y la fortuna.
Hay que derogarla. El principio sufraguista: "un ciudadano, un voto", debe implementarse con este otro: "un voto, igual a otro". Desde el momento en que eso sea así, este país empezará a cambiar lejos de las condiciones que a lo largo de estas décadas nos atenazan.
Sólo la abrogación de la ley en las condiciones dichas puede sacar a este país del marasmo en que nos han metido. Salir del euro, plantearse la opción monarquía-república, el estado federal y el saneamiento de la democracia, para que sea el pueblo quien efectivamente gobierne y no las clases privilegiadas, las grandes fortunas, los grandes especuladores y los grandes ladrones... Esos serán los objetivos de otros partidos políticos que permanecen en la sala de espera y que hasta ahora no han hecho más que un papel decorativo que el sentido común y la inteligencia más elemental no pueden soportar.
E inmediatamente convóquense nuevas elecciones. Se abrirán así las puertas a una verdadera democracia. Y si no, la revolución… pero marxista, leninista y roja.
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