Sistema Privado de Pensiones: A 30 años del mayor desfalco en la historia de Chile
Por Francisco Herreros
En el blog de El Mercurio, al pobre Willy los lectores le dieron con todo. Sucede que al cumplirse los 30 años del sistema privado de pensiones, Guillermo Arthur, presidente de la Asociación de AFP’s, se despachó una columna laudatoria en El Mercurio -dónde más-, que parece provenir de la isla de la fantasía. Los comentarios de los lectores demuestran que los chilenos están más despiertos e informados de lo que pretende el sistema mediático. Con todo, dicha columna proporciona una inmejorable oportunidad para ajustar cuentas con el mayor asalto de cuello y corbata que registre la historia del país.
Arthur, “el Willy”, como le dice Manuel Riesco empieza la columna con una mentira del siguiente calibre:
“Se cumplen 30 años del nuevo sistema previsional, que reemplazó el mecanismo de reparto por uno en que los trabajadores son dueños de los aportes que capitalizan en sus cuentas individuales”.
¿Cómo se puede sostener que los trabajadores son dueños de sus aportes, cuando durante treinta y cinco años o más se los administran esas singulares entidades, como son las AFP, sin consultarles y sin que tengan derecho a elegir representantes en sus directorios; las que transfieren recursos a manos llenas al sector del gran capital, asumiendo cada vez mayores riesgos por la naturaleza de casino propia del proceso de financiarización del capitalismo global, y en muchos casos inviertiendo en empresas relacionadas?
¿Cómo se puede tener el descaro de afirmar que los trabajadores son dueños de sus aportes, cuando ni siquiera tienen la libertad mínima de cambiarse de sistema, más aún por el hecho de que está demostrado que la tasa de reemplazo del sistema de reparto supera ampliamente a la del sistema de capitalización individual?
Según Arthur, “la rentabilidad obtenida cada año por la inversión de estos ahorros supera en promedio al 9% en términos reales, lo que permitirá a los trabajadores con empleos estables, que cotizan con regularidad a lo largo de toda su vida laboral, financiar pensiones cercanas a sus ingresos en actividad, como concluyó la Comisión Marcel”.
Antes de la crisis de 2008, la rentabilidad promedio del sistema era de 11%.
Pero lo que Arthur no dice, y sí se lo recuerda uno de los lectores, es que en el mismo período las utilidades de las empresas donde las AFP invierten el ahorro forzozo de los trabajadores, tienen rangos cercanos al 30%.
Arthur también omite que los “trabajadores con empleos estables, que cotizan con regularidad a lo largo de toda su vida laboral”, son crecientemente una excepción dentro de un modelo económico como el neoliberal, que hace descansar la rentabilidad de la empresa en la precarización del trabajo; y que las lagunas en la cotización eran, precisamente, uno de los problemas que motivaron la creación de la Comisión Marcel.
Después, Arthur menciona el “aporte” del sistema privado en otras áreas, tales como “el crecimiento económico, los gobiernos corporativos, la economía política y su fortaleza para resistir las crisis económicas y los cambios profundos en la demografía que enfrenta el mundo”.
Pero, obvio. Si esa era una de las principales finalidades perseguidas por la contrarreforma neoliberal: captar el ahorro forzozo de los trabajadores y reintroducirlo al sistema económico dominado por el sector del gran capital, otorgándole de paso una revitalizadora y permanente liquidez.
Y encima, por ganar dinero con los recursos de los trabajadores, el sistema privado de pensiones les cobra comisiones abusivas y expropiatorias, progresivamente más gravosas mientras menor es el ingreso del trabajador.
Luego, Arthur perpetra un nuevo desbarro:
“Más de 1 millón de viviendas, el metro, puertos, aeropuertos y carreteras se han financiado con el ahorro de largo plazo que hacen los trabajadores”.
Ese millón de viviendas no tiene punto de comparación con la construcción de vivienda generada por las antiguas asociaciones de ahorro y préstamos vinculadas al sistema de reparto. Y claro, es evidente que algún monto del fondo de pensiones se ha invertido en puertos, aeropuertos y carreteras. Era que no. Pero el problema consiste en que la orientación principal del sistema privado de pensiones no es el desarrollo del país ni de su infraestructura productiva, sino la rentabilidad de los fondos, de manera que por cada dólar invertido en activos productivos, varios dólares se habrán invertido en activos financieros, sumándolos a los flujos de capital inorgánico que están en la base de crisis como la de 2008-09.
Continúa impertérrito el Willy:
“Los economistas Corbo y Schmidt-Hebbel destacan que la reforma previsional activó el círculo virtuoso de mayor ahorro e inversión, perfeccionamiento del mercado laboral y desarrollo del mercado de capitales, que ha significado que un tercio del mayor crecimiento del PIB en las últimas décadas tenga su origen en el sistema previsional”.
Ya está dicho que el ahorro forzozo de la previsión de los trabajadores se reinvierte en el sector del gran capital, mayoritariamente financiero, con ganancias muy superiores a la rentabilidad que se les asigna a los supuestos propietarios de los fondos, es decir los trabajadores, a pesar de que sus ahorros han financiado “un tercio del mayor crecimiento del PIB”.
OK., pero ¿dónde está la virtud de semejante asalto en despoblado?
¿Y cómo los economistas neoliberales se atreven a calificar de “perfeccionamiento del mercado laboral” la precarización del trabajo, que ya va en ordenes de magnitud superiores al 30%, y una cesantía que oficialmente supera el 10% durante el mismo período de vigencia del sistema privado de pensiones; sin perjuicio de las serias deficiencias de las metodologías de medición, que tienden a subestimar las tasas de desempleo?.
Además se contradicen de modo flagrante, porque cuando necesitan justificar el aumento de la edad de jubilación o el incremento del monto de la cotización, el argumento que emplean de modo invariable es, precisamente, la “baja densidad” de las cotizaciones, eufemismo con el que denominan las lagunas previsionales de considerables porcentajes de trabajadores, producto del proceso de creciente precarización en las relaciones capital-trabajo.
Al propio Willy no le queda más remedio que reconocerlo, lo cual hace unas líneas más adelante, en los siguientes términos:
“Sin embargo, hacía falta hacerse cargo de algunas deficiencias del mercado del trabajo, como el desempleo y la informalidad, que impactan fuertemente su funcionamiento”.
A esta altura, el confundido lector no sabe exactamente si el sistema ha contribuido al perfeccionamiento del mercado del trabajo o por el contrario, había que hacerse cargo de sus deficiencias como “el desempleo y la informalidad”; tarea que por lo demás los neoliberales le entregaron al Estado por la vía del “reforzamiento del pilar contributivo”, por cierto con cargo fiscal.
Y ese mentado “desarrollo del mercado de capitales” no es más que una de las expresiones del proceso de liberalización de las variables de la economía, enfocadas a posibilitar la acumulación del capital.
Un mercado de capitales que según denuncia de la Asociación de Exportadores de Fruta, ASOEX, permitió la entrada de US$ 55.789 millones en 2010, mientras que salieron sólo US$ 9.163 millones, excluidas las exportaciones de cobre, con los correspondientes efectos cambiarios que deterioran la competitividad de las exportaciones.
Una vez más: ¿dónde está la virtud de transformar la economía chilena en un gigantesco casino donde sólo ganan los especuladores?.
Enseguida, el presidente de las AFP’s destaca “el desarrollo del mercado de seguros de vida, que hoy maneja US$ 41.000 millones vinculados a pensiones”.
Un estudio del economista Manuel Riesco, denominado "Resultados para sus afiliados de las AFP y compañías de seguros relacionadas con la previsión", jamás desmentido por el Willy y sus amigos, demuestra que en comisiones, intereses y seguros previsionales, los propietarios de las AFP y las compañías de seguros, estrechamente relacionadas, se han embolsado alegremente uno de cada tres pesos captados por el sistema privado de pensiones. Para ellos, un circuito evidentemente virtuoso.
Pero por lo mismo, la tasa interna de retorno (TIR) de los depósitos se reduce a alrededor de la mitad de la rentabilidad promedio oficial alcanzada por el fondo de pensiones. El estudio revela, además, quiénes son los destinatarios de los fondos de pensiones: un 47% está en manos de grandes grupos económicos privados que operan en Chile, de los cuales solo 12, entre ellos los propietarios de las AFP, concentran la mitad de estas inversiones. Un 33% adicional se encuentra en manos de conglomerados privados en el extranjero, la mitad de este monto en manos de solo ocho fondos de inversión. Esos han sido los verdaderos beneficiarios de la privatización del sistema chilenos de pensiones.
Pero Willy no se conforma. Antes bien, pide más cancha:
“Para garantizar la eficacia del derecho de propiedad que tienen los trabajadores sobre sus ahorros, se requiere un sistema estable y capaz de resistir tanto las presiones fiscales para bajar los costos como las presiones sindicales que tratan de aumentarlos, y que terminan distorsionando su funcionamiento”.
O sea, dice, no nos vengan a modificar las reglas del juego ni permitan tentaciones populistas de los sindicatos. Esto último lo dice a título preventivo, porque los trabajadores organizados chilenos no han sido especialmente diligentes en la defensa de sus ahorros previsionales.
Con todo, la pluma de nuestro buen amigo el Willy adquiere matices crecientemente surrealistas a medida en que se aproxima al meollo del asunto:
“En el sistema chileno esas presiones no se ejercen sobre un flujo, sino sobre un ahorro acumulado que está en las cuentas personales de los trabajadores, de manera que la intervención se hace más difícil. Hay que agregar o quitar recursos a esas cuentas para mejorar o disminuir el monto de las pensiones de sus titulares, salvo que se recurra a mecanismos más "sofisticados" como el usado por el gobierno argentino para apropiarse de US$ 30.000 millones pertenecientes a 9,5 millones de trabajadores de ese país”.
A pesar de las apocalípticas predicciones de los neoliberales, no hubo ni una sola queja por la “apropiación” de los fondos previsionales de 9,5 millones de trabajadores argentinos, que dejando de lado la retórica neoliberal, significa sencillamente que el sistema previsional argentino retornó al sistema público, de donde nunca debió haber partido.
Al Willy se le olvidó mencionar que los trabajadores argentinos al menos siempre tuvieron la libertad de elegir entre permanecer en el sistema público de reparto o cambiarse al de capitalización individual.
Tampoco tuvo la decencia de reconocer que el Gobierno argentino buscó proteger los fondos previsionales de la caída en la rentabilidad ocasionada por la crisis global, por pérdidas en torno al 14% de los fondos previsionales.
Con pérdidas de magnitud equivalente, lo que hizo el Gobierno chileno fue, por el contrario, aumentar el margen de inversión en títulos bursátiles en el exterior desde el 35 al 80%, en pleno desarrollo de la crisis global.
Una irresponsabilidad que la historia cobrará en su minuto.
Pero el columnista de marras alcanza el climax de sus desvaríos cuando se refiere a la crisis de 2008-09:
“En los últimos años, el sistema enfrentó una de las crisis más agudas de la historia, que afectó fuertemente la valorización de sus activos. Surgieron de inmediato voces que pedían volver al sistema de reparto o de "beneficio definido". Pero al cabo de un año, los fondos habían recuperado su valor, al paso que en los países con sistemas de reparto o "beneficio definido" 57 aumentaron la tasa de cotización, 18 aumentaron la edad de jubilación y 28 rebajaron el monto del beneficio”.
Con esto, el Willy comete un error común en los neoliberales: creer que la gente viene de las chacras, y que se la puede engañar con facilidad, alternando mañosamente cifras reales con cifras nominales.
Señor Arthur, digámoslo con honestidad: durante la crisis aludida por usted, el fondo de pensiones llegó a perder un máximo de US$ 12 mil millones, alrededor del 15% del fondo; y que al 20 de abril, según el actualizado registro que lleva CENDA, con cifras de la Superintendencia de Previsión Social, las pérdidas alcanzan alrededor de US$ 2.727 millones, desde el 25 de julio de 2007, fecha en que el fondo alcanzó su máximo de US$ 104.060 millones.
Afirmar como Arthur, que el fondo recuperó su valor, pero en cifras nominales, es derechamente mentir y engañar a la opinión pública.
En cifras reales, si el fondo de pensiones no hubiera registrado esas pérdidas, hoy sería unos US$ 16 mil millones de dólares mayor. En pesos, las pérdidas del sistema alcanzan a los 18 billones. Para hacerse una idea de la magnitud de las mismas, éstas equivalen a dos años de cotizaciones, o si se prefiere, a la revalorización neta de fondo desde sus inicios en 1981, hasta diciembre del 2006. En otras palabras, desde el inicio de la crisis las pérdidas equivalen a todo lo ganado por el fondo en 25 años.
Pero eso no es todo. Para que el fondo de pensiones recupere realmente sus gigantescas pérdidas, sería necesario que además de volver a la suma del 25 de julio de 2007, el sistema recuperara los ingresos esperados de la capitalización no concretada por la evaporación de los fondos provocada por la crisis financiera especulativa. En otras palabras, para una verdadera recuperación, el fondo no sólo se debe restaurar el capital, sino también recuperar el lucro cesante y el costo de oportunidad.
¿Acaso eso no se llama “destrucción de riqueza”, como a ustedes mismos les gusta decir en otros contextos, señor Arthur?
Pero igual que los monos porfiados, no hay como darle porque siempre cae parado. Así, para su cotarro, el balance de estos treinta años “deja en evidencia el gigantesco aporte del sistema”. A su juicio, sólo falta “crear una cultura previsional para que los trabajadores comiencen a construir su pensión a partir de sus primeros años de trabajo, utilizando todas las herramientas que les proporciona la ley”. Y remata: “pero, sobre todo, falta crear conciencia de que el ahorro pertenece a los trabajadores y que de su disciplina y rentabilidad dependerá el monto de su pensión". Para ello, concluye, “es necesario que todos colaboremos a un mayor acercamiento y confianza de los afiliados hacia su sistema”.
Es posible que así lo crea sinceramente. Pero esa sensación de realidad escindida, esa disonancia cognitiva que se establece entre el Chile neoliberal y el resto de los chilenos, obedece al sideral abismo entre los intereses de unos y otros. Cabal prueba de ello son los comentarios de los lectores del blog de El Mercurio. De 45 comentarios, sólo dos defendieron al sistema de pensiones.
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