Es fácil notar el origen común de las manipulaciones para satanizar en los medios cualquier medida propiciadora del bienestar popular o para el fortalecimiento de la economía nacional en uno y otro país. Por eso, las experiencias de la revolución cubana y las del gobierno estadounidense en su estrategia para combatirla, han servido tanto al gobierno bolivariano de Hugo Chávez como a la élite del poder estadounidense para la conformar sus respectivas tácticas de confrontación.
En Cuba, los oligarcas que a la sombra del imperio compartían con éste la propiedad del país (el comercio, las tierras, los bancos, las industrias, los medios de información y los servicios públicos) hacían de su dependencia de Estados Unidos la garantía para sus privilegios. Incluso, al ser derrotados por la revolución popular, optaron por salir del país y exigir de sus “aliados” la restitución de su hegemonía y sus propiedades, desde Miami.
En la isla, la revolución llegó al poder a resultas de una lucha armada, pero las clases adineradas no aceptaron el ramo de olivo que les fuera ofrecido por los rebeldes triunfantes en aras de evitar desgarramientos innecesarios. La débil y dependiente oligarquía cubana se lanzó a un prematuro enfrentamiento contra el pueblo. O más bien, exigió de sus patrones del norte que así lo hiciera.
Las amenazas y agresiones del gobierno de Washington no se hicieron esperar. Cuba sufrió, entre otras atroces acciones, el secuestro de 14000 niños que fueron separados de sus padres y llevados por muchos años a EEUU en la denominada operación Peter Pan organizada por la CIA. Poco después vino la no menos repudiable invasión por Playa Girón, en la Bahía de Cochinos, para la que la CIA utilizó como carne de cañón a elementos afectos a la tiranía depuesta y ligados a la oligarquía destronada.
El hecho de que en Cuba la revolución llegara al poder por medio de una lucha armada respondiendo a la violencia de la dictadura que enfrentaba, le permitió imponer, en el período inmediato al triunfo popular, las leyes y medidas que traspasaron a manos de los cubanos las riendas efectivas de la sociedad que detentaban la oligarquía y los estadounidenses.
No ocurrió así en Venezuela, donde las circunstancias del ascenso al poder de la revolución bolivariana obligaron a ésta a ajustarse a reglas que parten de un orden sociopolítico regido por el mercado, diseñado para la conveniencia de las clases adineradas. Chávez debió enfrentar un gran número de procesos electorales en los que gracias a un enorme apoyo popular, ha salido airoso pese a los extraordinarios recursos financieros y publicitarios de que han dispuesto los elementos pro-oligárquicos.
Dada la portentosa riqueza de Venezuela en términos de recursos naturales, y la crudeza del sistema capitalista, se conformó allí un país de pobres con una de las más opulentas burguesías del planeta, lo que hizo de su sociedad una de las más inicuas del mundo. Venezuela pasó a ser la presa imperial más codiciada del continente, cuyo dominio le era garantizado por una oligarquía consentida y fiel bajo la mirada cuidadosa de unas fuerzas armadas que, como en los demás países del hemisferio, desempeñaba el papel de guardián de los intereses de la oligarquía, entrenados, adoctrinados, asesorados y dirigidas desde en Pentágono.
Pero fue precisamente en el seno de esas fuerzas armadas, cuya esencia estaba constituida por hijos e hijas de la mayoría de la población y no los de las clases pudientes, donde brotó el detonante para la pólvora revolucionaria, presente en las glorias bolivarianas y los aportes de muchos pensadores y combatientes patrióticos que, en Venezuela, dieron bríos a los ideales de independencia y justicia desde los tiempos del libertador.
Si Cuba fue el objetivo esencial contra el que Estados Unidos concentró infructuosamente sus esfuerzos contrarrevolucionarios en el continente durante medio siglo, en evitación de que su ejemplo se extendiera a otros países en la región que consideraba su traspatio, hoy es Venezuela el paradigma a detener por su papel en la lucha por la conquista de la independencia latinoamericana por medio del fortalecimiento de unidad y la solidaridad.
Pero el reciente golpe de estado en Honduras es prueba de que Estados Unidos, para imponer su dictadura universal, no limita sus ataques a los pilares más fuertes o estratégicos en las filas de los pueblos que reclaman su independencia sino que amenaza también a los eslabones más débiles, sin que le importe el costo político que de ello derive.
De ahí que ninguna nación de nuestra América pueda aspirar, confiando solamente en sus fuerzas propias, a la independencia verdadera que anhelan sus pueblos tras dos siglos de frustraciones. La unidad latinoamericana deviene necesidad sine qua non para todas. Venezuela y Cuba se esfuerzan por abrir el camino.
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