Las guerras de clases renacen en Tailandia y Kirguizistán
Durante su visita a Moscú en otoño de 2002, el entonces primer ministro tailandés, Thaksin Shinawatra, explicaba a RIA Novosti que la sociedad de su país está dividida.
“Hay dos Tailandias: una Tailandia de elites instruidas y clases medias integradas en el proceso de globalización, y otra Tailandia pobre y agraria que no tiene acceso a la educación ni a la opción de mejorar su nivel de vida. En este último grupo está el grueso de la población de mi país. Por eso mi gobierno lleva a cabo una doble política o, mejor dicho, dos políticas diferentes para cada uno de los grupos. En estos momentos estamos aplicando programas sociales sin precedentes en la historia del país para intentar vencer esta perversa dualidad social en Tailandia”, dijo Shinawatra.
Siempre se tiende a pensar que el propio país es único y lo que sucede en él es irrepetible. Pero si hoy planteamos la pregunta de qué país está sumido en el caos, en los conflictos armados y se encuentra dividido en dos regiones opuestas y representadas en la capital y la provincia, no sale un sólo país, sino dos: Tailandia y Kirguizistán.
Las revoluciones actuales no se parecen en nada a las que describió Carlos Marx. El mundo ha resultado ser mucho más diverso y complejo de lo que presuponían los clásicos del marxismo. Sí, los trabajadores han terminado por enfrentarse a los propietarios de las fábricas, pero ¿quién hubiera imaginado en aquella época que una gran parte de la elite kirguiz se mudaría a vivir a la capital rusa, mientras que los que se quedaran en su país tendrían que repeler los ataques lanzados por sus compatriotas del sur, campesinos pobres e iracundos, dispuestos a expulsar a los ciudadanos de sus apartamentos? ¿Y quién hubiera pensado que el ejército tailandés se dividiría en dos curiosas mitades: los altos mandos militares, defendiendo los intereses de la capital, y los soldados, los de las zonas pobres del noroeste del país?
Este es un tema de candente actualidad, y en Rusia se hace todo lo posible por pasarlo por alto. Sin embargo, hay que reflexionar y analizar bien esta cuestión. Es evidente que las provincias campesinas intentan salir de su atraso secular, por otra parte la ciudad defiende su estatus e intenta incorporar a sí misma y, por extensión, al país entero, a los procesos globales. Es difícil determinar quién está en posesión de la razón, pero la solución a esta disyuntiva universal resolvería el destino de muchas naciones del mundo.
No obstante, hay ciertas ocasiones en las que las razones y los porqués no tienen cabida ni aplicación. Si las fuerzas de la oposición ocupan durante varias semanas (a veces meses) el centro de Bangkok y una ciudad al sur de Kirguizistán, el gobierno no tiene otra salida que utilizar todos los recursos a su alcance para resolver la situación, incluso recurriendo a las armas. El poder tiene la obligación de mantener en funcionamiento a toda la estructura de la nación y, en concreto, la actividad de la capital y las principales ciudades. En caso contrario, el país se sume en una profunda crisis económica y en un caos que hace sufrir a todos. Por otra parte, una cosa está clara, es imposible que la clase media kirguiz pueda adaptarse al modo de vida ancestral de sus compatriotas de las provincias, lo cual significa que estos últimos no tienen más remedio que aceptar el actual status quo de dos países-dos realidades y no rebelarse.
En el caso de Tailandia, en 2002, Thaksin Shinawatra fue el político que se granjeó la mayor popularidad en la historia del país. Fue el primero que ganó las elecciones y logró gobernar por mayoría. Shinawatra siempre buscó aplicar sus planes a largo plazo. Gracias a su popularidad y al éxito de sus programas sociales, pudo diseñar programas de desarrollo en perspectiva, incluso a ocho años vista. El país no estaba acostumbrado a tal estabilidad.
En septiembre de 2006, tras volver a imponerse en las legislativas, boicoteadas por parte de la oposición que representaba los intereses de las elites, Shinawatra fue derrocado por un golpe de Estado perpetrado en una atmósfera de multitudinarias manifestaciones de protesta contra el gobierno, organizadas por los camisas amarillas que defendían los intereses de este mismo sector social en una forma más agresiva. Luego, la junta militar nombrada como gobierno provisional reformó la Constitución y convocó nuevas elecciones. En estos comicios los seguidores de Shinawatra volvieron a reunir la mayoría de votos. Entonces, Shinawatra fue acusado de corrupción y condenado a dos años de prisión en rebeldía. El proceso criminal contra él fue promovido por el gobierno militar. Shinawatra, que ya solía pasar mucho más tiempo en el extranjero que en Tailandia, decidió emigrar. Posteriormente, tras votación parlamentaria, Abhisit Vejjajiva, líder del Partido Demócrata, nacido en Gran Bretaña y formado en la Universidad de Oxford, asumió el poder.
Hoy, ya no es relevante quién ha sido el mejor primer ministro de Tailandia y qué significa ser el mejor. En este sentido hay casos similares en otros países. Por ejemplo, los acontecimientos en Filipinas, que también siguieron el guión: “la provincia conservadora contra la capital progresista”. Fue la llamada Revolución Amarilla de la clase media urbana que estalló en las calles de Manila en 1988. Como resultado, llegó al poder el gobierno incompetente e inepto de Corazón Aquino, que logró evitar milagrosamente ser derrocado por un golpe de Estado.
En este caso, la situación en el país habría sido mucho más grave que la de hoy.
El papel de la cúpula militar en Tailandia resultó clave, porque ésta misma eliminó a Thaksin Shinawatra como fuerza política. El movimiento masivo de los camisas rojas es una alianza de las organizaciones de las capas menos favorecidas y las uniones de los campesinos. Todos sus miembros apoyan a Shinawatra y forman parte de la Unión por la Democracia y contra la Dictadura, quienes tras dos meses de protestas multitudinarias exigiendo la disolución del parlamento y la convocatoria de elecciones anticipadas, decidieron pasar a la lucha armada con las tropas gubernamentales en las calles de Bangkok.
En este sentido, cabe mencionar que un 70% de los oficiales y suboficiales de carrera del Ejército tailandés provienen de las provincias subdesarrolladas del norte y noreste del país, como la mayoría de los partidarios de la oposición. Muchos de los manifestantes son sus vecinos, amigos o parientes. La prensa tailandesa no cesa de publicar historias que describen, por ejemplo, cuando un hijo vestido de uniforme está frente a las barricadas de la oposición, y en este mismo momento sus padres y su hermana están en el campamento de los camisas rojas en el corazón comercial de Bangkok.
Tailandia no es el único país del mundo que afronta este problema. Este país deberá decidir si volver a una política lógica de desarrollo de la provincia atrasada o elegir el camino de convertir a Bangkok en una megalópolis global elitista. El precio a pagar en cualquiera de los dos casos será muy alto.
Por Evgueni Bélenki (Bangkok), Dmitri Kósirev (Moscú)
Fuente: RIA Novosti
Fotografía: Disturbios en Bishkek, capital de Kirguizistán / AFP
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