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T r i b u n a c h i l e n a

Partidos rentistas o “camorra” a la napolitana

No importa cuáles sean los móviles del “florismo”. La ocasión es propicia para sanear a todos los partidos de prácticas que le enajenan el afecto ciudadano y pueden taladrar un piso de la democracia.



Hugo Mery

“El PPD se ha convertido en un partido rentista”. La tajante afirmación nos la hizo Ricardo Lagos Escobar en 1993, durante esos días en que, como simple ciudadano, se refugió en una casa de calle Las Arañas, en el límite de La Reina y Las Condes, sede de una ONG italiana. Había dejado la cartera de Educación para correr con Eduardo Frei en unas primarias presidenciales con resultado predeterminado, y faltaban varios meses aún para que llegase a asumir el Ministerio de OOPP y emprendiera su camino definitivo a La Moneda. Si Lagos quiso darle a su juicio sólo un acotado alcance político, 13 años después esas palabras pueden dotarse de una significación más literal. Hacia fines del período de Aylwin, el PPD se había consolidado como el fenómeno nuevo de la renaciente democracia, pero, según se desprende de la crítica de su fundador, a esas alturas se contentaba con vivir sólo de la administración del prestigio alcanzado, sin invertir en una proyección política más allá de los cálculos electorales.

Hoy, el destape de las irregularidades en Chiledeportes sugiere que el estancamiento espiritual del partido -que en su origen quiso agrupar a todos los que estuviesen “por la Democracia”-, se dio junto a una inercia de usufructo de las ventajas del poder. La virtual renuncia del senador Fernando Flores a su militancia -en caso que la autosuspensión no esté contemplada en la normativa partidaria- vino a poner de relieve de la manera más dramática esta evolución: Flores, como es su estilo, no se anduvo con chicas, y habló de un partido devenido en pandilla o “camorra”.

Desde luego que resultaría injusto -y toda una tergiversación analítica- colocar sólo al Partido por la Democracia y a uno de sus líderes, Guido Girardi, en el centro del actual escándalo de corrupción que sacude la política chilena. El clientelismo es ejercido por cada una de las formaciones partidarias y no sólo de la Concertación, sino de la Alianza, porque se practica en todas las esferas del poder público, desde el central y regional hasta el municipal, aunque cuantitativamente los cotos reservados a los “cazadores” oficialistas son mucho mayores. Este último dato otorga, en definitiva, la responsabilidad al Gobierno; también el hecho que, como colegislador, es determinante para impulsar la modernización del Estado, al tener el Ejecutivo el poder de iniciativa y de manejo del curso legislativo por la vía de las urgencias. Tampoco se trata de relativizar la situación coyuntural con verdades filosóficas y sociopolíticas: que la corrupción es inherente a la condición humana y al poder político, detente quien lo detente. Y justamente porque la alternancia en el Gobierno no es necesariamente el remedio, los partidos gobernantes de turno deben asir la oportunidad histórica de desterrar prácticas que -le cuesten o no la continuidad en el poder- hacen mal a la política, al disociarla de la sociedad; al Estado democrático como ente organizacional, y, potencialmente, a la viabilidad del país.

Pero que el actual escándalo tenga ahora en el centro del escenario al PPD no deja de ser significativo. Porque la formación fundada por Ricardo Lagos quiso transformarse, de instrumento para reconquistar al democracia, en referente de la renovación de aquella. Era, además, una especie de reproducción a escala de un solo partido del conjunto de la Concertación, con una superioridad moral y ética por sobre los sostenedores de la dictadura. Después que participaran en su fundación elementos de derecha liberal y republicana que no comulgaron con las violaciones de los DDHH, se hizo, en definitiva, el hogar de los izquierdistas evolucionados, aquellos que, desde el MAPU, la Izquierda Cristiana, el radicalismo y los partidos Socialista y Comunista buscaron la renovación histórica y se ensancharon hacia horizontes donde la ecología, la no discriminación, la paridad de género y los llamados temas “valóricos” pintaban el arcoiris .

Es curioso: muchos de quienes militaron en los partidos de la anterior república habían buscado el Estado para desde allí “empoderar” la opción por el socialismo. Si bien en el nuevo régimen se desplegaron políticas contra la pobreza y en pro de la solidaridad y la protección social, una fauna se dedicó a pastar en el campo fiscal: unos como profesionales de “la pega y el pituto”, otros como “operadores políticos”, situados estratégicamente en cargos de tercer y cuarto nivel. Toda una nueva generación de militantes reprodujo los “mandos medios” de la época de la Unidad Popular, sólo que como comisarios de sus partidos no impulsan ya la estatización y la socialización del aparato productivo, sino que ponen al Estado al servicio de sus pequeñas sociedades, tejiendo lazos, si es necesario, con el mundo privado.

Si esta verdad estalló en el PPD a causa de revanchismos de los floristas en contra de los girardistas, la ocasión debiera ser igualmente propicia para sanear todos los partidos, antes de que la ciudadanía los perciba como “rentistas” y su desafecto hacia ellos conduzca al descrédito taladrante de uno de los pisos de la democracia.

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