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T r i b u n a c h i l e n a

¿Nueva Constitución o nueva farsa?

¿Nueva Constitución o nueva farsa?

Escrito por Ricardo Candia Cares

La Nueva Mayoría culminó su proceso de traicionar incluso lo que a sí misma se propuso. No le bastará a la presidenta estar muy abajo en la consideración de la gente. Quizás quiere enterrarse más abajo aún.

 

 

Habrá quedado claro para los ilusos e ingenuos, que lo que se ha dicho respecto de una nueva Constitución y los medios para acceder a ella fueron desde siempre solo una retahíla de mentiras y malabares, precisamente para mantener a los crédulos de siempre ocupados en sus ilusiones.

 

La Nueva Mayoría es un fracaso en toda la línea. No ha sido siquiera capaz de respetar sus propias convicciones. Ese pegoteo indecente que solo busca perpetuarse en el poder, no escatima esfuerzos para deshacer en la tarde lo que hizo en la mañana.

 

No habrá jamás alguna reforma como las que esbozó ese documento que ya no vale ni los corchetes con los que están unidas su páginas: el Programa, tan sagrado para los comunistas que, dios les guarde el ojo, se acercaron a la Concertación sin considerar el olor a podrido que provenía de su interior. O quizás no fue para ellos un dato muy relevante

 

No habrá reformas, porque no podría haberlas. El compromiso ideológico de la Nueva Mayoría es tan profundo con el paradigma que ordena el modelo, que de haberla sería un suicidio. En especial, lo que dice relación con una nueva Constitución.

 

No es que se diga que esta constitución es legítima o imposible de cambiar. Lo que hemos dicho es que en el actual orden y con el pueblo desmovilizado y ajeno a elementales grados de poder, cualquier iniciativa que busque un cambio de verdad en el anclaje constitucional, va a tropezar con la insalvable y férrea oposición de todos quienes comparten el poder. Como se ha visto una y otra vez.

 

Ninguno de los gobiernos de la post dictadura tuvo la más mínima intención de terminar con la peor y más genuina herencia del tirano. A lo sumo, en este cuarto de siglo de miserables, lo que ha habido han sido operaciones que han intentado maquillar con tintes democráticos y progresistas, modificaciones constitucionales que más bien han sido necesarios calafateos para permitir su actualización. Cambios reales, ninguno.

 

Y quienes crean que bajo el actual orden, con el pueblo desmovilizado, con sus  organizaciones gremiales y sindicales la mayoría cooptadas por intereses bastardos, sin una izquierda que se permita izar alguna idea coherente, con las trincheras de la ultraderecha golpista indemnes, es posible instalar de modo democrático una Asamblea ciudadana, que redacte un nueva Constitución y que luego el pueblo informado la ratifique mediante un plebiscito, es no tomar en cuenta el país en que vivimos.

 

Y ya sería bueno que las buenas personas que levantan con encomio esa iniciativa, hiciera pie en la realidad que impone la brutal demostración de postración del sistema político ante los verdaderos mandantes: el gran empresariado sedicioso, cómplice activo del tirano y su genocidio, a quienes dieron generoso apoyo político y financiero aún en su retiro.

 

La idea de marcar el voto con letras ingenuas no sirvió de nada. O bien, sirvió para que sus vocera más encumbrada encontrara soberbio trabajo diplomático luego de contados los esmirriados votos de su iniciativa tan cacareada. Para no mucho más sirvió.

Hay que poner los pies en la tierra dura y reseca.

 

La presidenta alude sin despeinarse a lo mejor de la tradición constitucional chilena. O no sabe u olvida, qué es peor no se podría adelantar, que esa tradición precisamente es la que ha permitido la entronización de una oligarquía que ha hecho y deshecho constituciones de espaldas a la gente o en algunos casos, por sobre sus cadáveres.

 

El derrotero tramposo que delega en otros lo que no se  enfrentó con la valentía que se decía tener, aterriza en un espacio en que el olor a mierda lo domina todo: el Congreso. Como si no hubiera en desarrollo un proceso acelerado de putrefacción en el sistema político, como si no fuera el Congreso una de las más rechazadas instituciones.

 

Lo de la presidenta sería como redactar el Código Penal en la Penitenciaría

 

El camino no va por ese lado, ni va por el que han levantado esas buenas, cándidas y optimistas personas que creen posible levantar una Asamblea Constituyente y luego redactar una Nueva Constitución

 

Se trata de que el pueblo que día a día es afectado en su vida cotidiana por un orden desalmado, al extremo de transformar éste en una mierda de país, tenga la opción real de participar en un cambio que signifique terminar con ese orden.

 

No en su maquillaje, ni en su arreglín superficial. Ni como un asombrado espectador. Sino integrado a la chusma tras un cambio de paradigma. En un tránsito que implique definir qué queremos con nuestra sociedad, qué queremos como país.

 

Y eso solo es posible desde la política. Y, aunque resulte extraño, parte antes de tener una nueva Constitución.

 

Y porque la política es el medio por el cual se impulsan, se concretan  y se verifican todos los cambios, es que resulta imprescindible que el pueblo se politice y dispute en ese campo a quienes por demasiado tiempo se han aprovechado de la apatía de la gente, de su ignorancia, de sus miedos, de su ingenuidad y de sus fantasmas, para imponer una visión unipolar del mundo y una artificial pero profunda sensación de que esto que hay, es imposible de ser modificado.

 

El pueblo debe tomar partido político desde su realidad y esa realidad indica que sus organizaciones más genuinas deben optar por decisiones de transcendencia: o nos metemos a la pelea donde corresponde  o abandonamos el espacio ganado y se  lo regalamos a los sinvergüenzas de siempre.

 

Las movilizaciones de los estudiantes, de los profesores, de los pobladores afectados por las pestes de la contaminación y/o la escasez de sus aguas robadas, de los mapuches y sus reivindicaciones históricas, los trabajadores atrapados entre la explotación más feroz y el nudo corredizo de las deudas, necesitan transformar sus fuerzas en energías efectivas, ya no simbólicas.

 

Deben transformar la fuerza social en fuerza política y sacar a los sinvergüenzas de sus madrigueras.

 

Lo anterior es leído a menudo con una óptica corta que impele a ciertos actores de la socio política nacional a la idea de formar partidos políticos como respuesta a la necesidad de expresión política. Esa reducción es una miopía que se ha repetido de manera sospechosa en los últimos diez años. La cosa no va por ahí, en nuestra opinión.

 

Cada vez que surge un partido político de izquierda, no solo aumenta la disgregación de ésta, sino que ese partido está destinado a desaparecer. La creación de un partido como aporte a la unidad es una contradicción lógica

 

Las movilizaciones de los estudiantes desde el año 2001 a la fecha, han demostrado que se puede hacer política desde lo social, claro está, solo si hay decisión. De lo que se trata es disputar los espacios de la política a quienes han abusado de ellos hasta crear este país que ya no soporta más neoliberalismo.

 

No es un espejismo creer que se le puede disputar el status quo en su propia cancha y con sus propias armas, a condición de que sea como una expresión de un pueblo movilizado.

 

Y movilización significa ese proceso de seducción en que la gente que asume una idea para hacerla realidad, sin importar el costo. Y una nueva Constitución debe salir de una movilización que se lo proponga.

 

Lo que escuchamos representa como pocas cosas el centro del pensamiento y praxis bacheleteano: huir hacia adelante, caer hacia arriba, endosar a otros las propias responsabilidades y  considerar la realidad como una enemiga que hay que evitar a toda costa.

 

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