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Argentina: 200 años… ¿y dónde está la Libertad?

Argentina: 200 años… ¿y dónde está la Libertad?

 Gustavo Robles ( ARGENPRESS.info)

“Por su forma, aunque no por su contenido, la lucha del proletariado contra la burguesía es primeramente una lucha nacional. Es natural que el proletariado de cada país deba acabar en primer lugar con su propia burguesía”
(Marx-Engels, “Burgueses y Proletarios”, Manifiesto Comunista)

Mucho tiempo ha pasado desde que Marx y Engels escribieron la frase que encabeza esta nota. Mucho ha cambiado el mundo desde entonces. En nuestro país, la burguesía “nacional” ya no es tal, es una burguesía “transnacionalizada”. Y, en todo caso, el componente “nacional” es una mueca, un socio menor, una “cortesana” de la burguesía imperialista internacional. No hay en ella un proyecto “liberador” desde la perspectiva “nacional”. Sin embargo, la lucha de nuestra clase obrera para liberarse de sus cadenas sí tiene un aspecto “nacional”, lo cual implica que la única forma de ser “nacionalista” en nuestro país es ser “clasista”. Es decir, la liberación nacional está indefectiblemente asociada a la acción de la clase trabajadora. No hay otra posibilidad de liberación de nuestro país.

En estos días, sin embargo, las clases dominantes hacen gala del festejo de los doscientos años de la liberación de nuestra sociedad como país, estado y nación, aunque sea muy difícil hablar de real liberación en esos términos. Los que nos condenan al saqueo expoliador de las potencias extranjeras se han adueñado del festejo por el “Bicentenario de la Patria”.

Habría que preguntarse, aunque resulte antipático –sobre todo en esta fecha- si existe realmente una “nación argentina”, y ni qué hablar un “país” soberano y libre. Bueno, la respuesta a esto último es más que obvia: un país que depende de la inversión y el financiamiento extranjero –según lo reconocen tanto el gobierno “nacional y popular” como la oposición más de derecha, todos representantes de diferentes sectores de las clases dominantes, es decir, de las burguesías explotadoras- difícilmente pueda ser libre y soberano.

¿Qué festejan, entonces, estos entregadores de las riquezas nacionales, tanto las naturales como las producidas por el sudor de los trabajadores de nuestro país?

Pues festejan la continuidad de una historia intrínsicamente ligada a la intervención extranjera.

Basta ahondar un poco en nuestra historia germinal, donde el 25 de mayo es una consecuencia de la invasión napoleónica a la metrópolí española, del control francés de la mayor parte de Europa, y de la independencia de EEUU, ambos mercados cerrados a los productos ingleses en pleno auge de la revolución industrial sajona. La intervención inglesa en nuestra “liberación” debería hacernos pensar en la realidad concreta de esa categoría adquirida a partir de 1810. Esa intervención festejada y abonada por las clases dominantes “nacionales”, que no cejó hasta que le dejó paso a otra aún más poderosa, surgida a partir de 1945 en el mundo, como lo es el imperialismo yanqui. En mayor o menor medida, con más o menos resistencia, siempre nuestro país terminó claudicando ante los dólares de las grandes empresas yanquis. Lo que se hizo aún más concreto y palpable a partir del 24 de marzo del ’76, y no fue modificado por ninguno de los gobiernos que sucedieron a la dictadura genocida. El menemato de los ‘90 estructuró la sociedad que hoy sufrimos, y el gobierno actual, a pesar de su retórica confrontativa, siguió perfeccionando la maquinaria del saqueo de nuestras riquezas, hoy en su apogeo, como nunca antes en nuestra historia.

La política petrolera y minera del actual gobierno son la representación máxima de esa línea de expoliación a nuestro pueblo. El reconocimiento criminal de una Deuda ilegal, ilegítima y fraudulenta por parte del kirchnerismo y su “oposición” no hace más que confirmar lo expresado en estas líneas.

Duele tanta mentira.
Duele tanta hipocresía
Duele tanto cinismo

Pero duele más aún, ver que no existe una real oposición de los que realmente podemos oponernos a tanta entrega. Como decíamos más arriba, la única posibilidad real de liberación “nacional” puede devenir de la clase trabajadora. Pero no existe una dirección de la clase, y las autoproclamadas “direcciones” clasistas no acertamos a generar lo que debemos generar.

Duele ver entonces como ni siquiera para esta fecha, que podría ser un punto de partida para golpear las puertas de la consciencia de nuestro pueblo, podemos ponernos de acuerdo para hacer un contrafestejo para este Bicentenario acaparado por los que entregan y no paran de entregar nuestras riquezas.

Mucho es lo que hay que construir, y ni siquiera hemos empezado. Y mientras seguimos con las mezquindades entre nosotros, para ver quién “la tiene más larga” en los términos de la ideología del proletariado, las masas no nos entienden y menos nos escuchan.

En vez de perder el tiempo en tratar de descalificarnos entre nosotros, deberíamos intentar ponernos de acuerdo para construir una herramienta de masas que nos permita como pueblo encarar imprescindibles cambios en la estructura social que permitan liberarnos en serio como país.

Algunas ideas se pueden aportar, humildemente, al respecto

Por la Dignidad Nacional
Para pararnos dignamente como Nación ante el resto de los pueblos del mundo, tenemos que tener como principio la eliminación de la injerencia externa en la vida de nuestro país.

Para ello es imprescindible la recuperación de nuestros recursos naturales y estratégicos, hoy en manos privadas y foráneas.

De la misma manera, simultáneamente, terminar con la agresión al medio ambiente que pone en riesgo la salud y la vida del pueblo entero, y empeña nuestro futuro y el de nuestros hijos y nietos.

La reestatización de las empresas privatizadas y concesionadas, para que sean manejadas por trabajadores y usuarios comunes, debe ser un objetivo irrenunciable para tal fin.

En ese marco, debe priorizarse la relación con los pueblos de Suramérica, principalmente con los que hoy desarrollan procesos antiimperialistas y revolucionarios, como Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua.

Por la Soberanía Popular
Sólo basados en los puntos anteriores podremos aspirar a terminar con la pobreza y los privilegios que la provocan.

Para ello hay que encarar políticas agresivas de distribución real y equitativa de las riquezas que producen los trabajadores, desde la perspectiva de las mayorías (y no como hasta ahora, que son las minorías poderosas quienes tienen a cargo esa tarea, generando la triste realidad que nos toca vivir)

Es imprescindible socializar el manejo de las bases de la economía. Sólo así tendrá sentido una reforma política, donde efectivamente gobiernen las mayorías, con revocabilidad de mandatos, sin inmunidad que provoca impunidad; donde los funcionarios y legisladores a nivel nacional, provincial y municipal no ganen más que el promedio de un obrero industrial.

Es imposible pensar en un país justo con la actual estructura demográfica, por lo cual es imprescindible fomentar una redistribución de la población y una reforma agraria basada en la colectivización, terminando con el anacronismo del latifundio.

El respeto a los derechos de los Pueblo Originarios es una asignatura pendiente que debemos solucionar, constituyendo una reparación histórica que debe encararse de manera inmediata.
Estos cambios profundos solo serán posibles si terminamos con la vieja y vetusta estructura política que nos gobierna, donde los partidos políticos tradicionales se constituyen en representantes de las diferentes facciones del poder económico. Debemos bregar por una sociedad distinta, donde sean los trabajadores y las mayorías populares los que tomen las riendas de la política, para así poder lograr la justicia y la felicidad que nuestro pueblo merece.

Sólo así tendrá sentido festejar nuestra verdadera “Liberación e Independencia”.

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