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T r i b u n a c h i l e n a

Renunciemos a la nacionalidad

Jaime Richart ( Argenpress )

En este país ni en los medios ni en los corrillos se pasa página para condescender. Los medios y millones de habitantes pasan página a la fuerza a hechos indignantes; pasan página, empujados por los vendavales que barren aquellos trayéndonos en su lugar otros sucesos políticos, religiosos y judiciales siempre y cada vez más graves.


En esta etapa cuatro eventos dominan la esfera española poniendo a este país a la altura de un Estado intermedio entre un apurado Estado de Derecho y el Estado de las mafias. Pero no de mafias integradas por bandoleros que apenas saben leer y escribir (que es el rasgo principal de los miembros de las bandas que antaño de alguno modo disculpaba a los borrachos marginales), sino de facinerosos de las leyes, de facinerosos de la religión y de facinerosos de la política. Los cabecillas son universitarios y bachilleres versados en cosas de Derecho, de Justicia y de Moral.


Y así, ahí tenemos a jueces justicieros tratando de lavar con grasa la grasa de su creciente desprestigio; sentando en el banquillo a uno de los suyos, y precisamente a cuenta de una iniciativa legislativa tendente a reparar de algún modo la injusticia radical de cuarenta años de franquismo. Ahí tenemos a otro y a otra en una Comunidad donde, con la ayuda de sicarios que sofocan brutalmente las protestas, arrasan una parte de la capital valenciana contra las leyes que la protegen pero sin que ni el gobierno ni los jueces les juzguen por sediciosos. (El gobierno recurrirá ante el TC, pero el Cabanyal ya no existirá). Ahí tenemos a los jerarcas religiosos que, debiendo responder de incontables encubrimientos de pederastia, escurren el bulto o exoneran a los delincuentes sexuales de traje talar. Ahí tenemos a corruptos de un partido cuyo número y envergadura de corrupción en cualquier otro país hubiera sido causa del desmantelamiento total de la fuerza política que les dio cobijo; unos en sus puestos, otros jactándose de su hazaña, y todos campando por sus respetos o en espera de cumplir una exigua y simbólica condena para recuperar los millones escondidos.


Este es un territorio en las faldas de Europa donde el conjunto de sus dirigentes políticos, económicos, religiosos y judiciales navega a la deriva y lo están entregando -más bien devolviendo- a las tenazas del fascismo.


El panorama dantesco de la política, de la religión y de la judicatura debiera impulsar a millones de gentes de bien a renunciar a la nacionalidad aunque sólo fuera simbólicamente.

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