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T r i b u n a c h i l e n a

Los desafíos de la izquierda en el periodo actual

 



1. Carácter continuista del gobierno.

Hay una claridad absoluta en la izquierda chilena respecto al rol que en este periodo político cumple el gobierno de la Nueva Mayoría y cada uno de los partidos políticos que la conforman: sanear los resquebrajamientos del modelo neoliberal y salvaguardar la gobernabilidad. Ese es el objetivo del Programa y las Reformas que, por lo demás, son cada vez más limitadas en su alcance.

Ni siquiera hay matices respecto a la profundidad de los compromisos adquiridos de la Nueva Mayoría con el imperialismo norteamericano y la reproducción de su dominio en la región latinoamericana ─donde el Acuerdo Transpacífico de Libre Comercio es expresión de ello.

Tampoco hay en la izquierda ninguna vacilación respecto a la identidad y lógica capitalista, liberal, extractivista, restrictivamente democrática, clientelar, privatizadora y trasnacional del Estado chileno y la actual coalición de gobierno.

En relación al Partido Comunista, nadie duda que su rol objetivo (independiente de la conciencia de sus militantes de base) como parte de la Nueva Mayoría, consiste, por un lado, en generar límites y obstáculos a la movilización social, y por otro, ampliar el margen burocrático del aparato de Estado.

Asimismo, no hay lugar a dudas que el mentado “proceso constituyente, ni a la venezolana ni a la boliviana, sino a la chilena”, es una señal más del gatopardismo del actual gobierno: "Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie". Una especie de revolución defensiva del tipo alessandrista que impulsó la Constitución de 1925.

2. Proceso constituyente.

Quizá sólo sea en este último punto donde se puede forjar una controversia, pero no respecto al objetivo de la Nueva Mayoría –que está muy claro para la izquierda–, sino respecto a la participación o no ante un eventual escenario constituyente, especialmente si éste implica una Asamblea Constituyente.

Esa controversia parte de la caracterización, por un lado, de las fuerzas de los actores instituidos y defensores del sistema (Nueva Mayoría, Chile Vamos, Evópoli y el PRO), y por otro, de las fuerzas de los actores potencialmente transformadores.

Quienes, en la izquierda, convocarían a participar a un proceso constituyente, específicamente de la Asamblea Constituyente, consideran que las fuerzas populares y los movimientos sociales son, a la vez, demasiado débiles para obstaculizar el proceso pero suficientemente fuertes para plantear una serie de reivindicaciones que generarían una apertura democrática; y que los sectores continuistas del neoliberalismo son a la vez demasiado fuertes para imponer el proceso pero lo suficientemente débiles para no poder cooptarlo o manipularlo completamente. ¿Es correcto este análisis de las fuerzas?

Mientras el otro sector de la izquierda, o bien se marginaría completamente del proceso, considerando que para las fuerzas revolucionarias el actual periodo es de trabajo interno, organizativo, de crecimiento, y que no se debe avanzar a los ritmos que va imponiendo el sistema; o bien intentarían generar campañas de denuncias o boicot, para postergar el proceso hasta que la correlación de fuerzas sea favorable para el pueblo y los sectores transformadores. ¿Consideran estos diagnósticos que la falta de participación electoral es, antes que todo, un síntoma del actual sistema político y social, y en ningún caso consecuencia de campañas como “Yo no voto, lucho…” o “Yo no presto el voto”, que realmente han sido muy poco efectivas?

En todos los casos, estas primeras caracterizaciones son aún hipotéticas y dependerán en primer lugar de la forma que vaya adoptar el proceso constituyente: una comisión constituyente de expertos, la vía institucional parlamentaria, para luego realizar un plebiscito, que es la forma que más acomoda al actual poder ejecutivo; o la elección de representantes constituyentes que deberían surgir de las organizaciones social, de trabajadores, estudiantes, ciudadanos, vecinas y vecinos, pueblos indígenas, para la realización de una Asamblea Constituyente.

Las características del proceso anunciadas por Michelle Bachelet, no dejan lugar a dudas que el Gobierno de la Nueva Mayoría pretende contener e incluso inmovilizar las fuerzas populares y transformadoras, otorgar seguridad al gran empresariado, nacional y transnacional, y a los sectores políticos conservadores y continuistas del neoliberalismo.

Si se produjera un proceso constituyente como el esbozado por Bachelet, cuya vía fuese –más allá de los pasos y opciones de hipotetizó– la de comisión de expertos (quienes redactarían la propuesta del Gobierno) y la de representantes parlamentarios que reelaborarían dicha propuesta (o la “cocinarían” como lo han hecho con las Reformas), con supuestos debates ciudadanos previos (altamente controlados e intervenidos), la izquierda chilena coincidiría en que se trataría de un proceso viciado de ante mano, una usurpación más.

3. La izquierda: antineoliberales y anticapitalistas.

¿Pero de quiénes hablamos cuando hablamos de la izquierda chilena?

No hablamos, por supuesto, ni del Partido Comunista ni de la Izquierda Ciudadana o del MAS, que hoy están abocados a fortalecer la gobernabilidad neoliberal y cuya identidad es socialdemócrata en una coalición liberal pro-imperialista.

No hablamos del Partido Progresista ni del Humanista ni del Ecologista, puesto que, aunque plantean mayor distribución de la riqueza, derechos ciudadanos y protección del medioambiente, son referentes del liberalismo y del capitalismo “con rostro humano”, como si tal cosa fuese posible.

Hablamos de las fuerzas, en primer lugar, antineoliberales, entendiendo el neoliberalismo no sólo como un modelo político y económico, sino también social y cultural. Es decir, de las fuerzas antineoliberales participa toda organización política o movimiento social que reivindique la superación del modelo extractivista, privatizador, trasnacional, clientelista, individualista, basado sólo en la democracia representativa; fuerzas que sean contrarías a la actual Constitución de la República, al Código del Trabajo, al Código de Aguas, y toda institución o estructura que promueva el continuismo neoliberal; fuerzas que estén a favor de la nacionalización del cobre, una nueva Ley de pesca, de forestales, nueva Ley de medios de comunicación; el reconocimiento de los pueblos-naciones indígenas; la descentralización y la autonomía territorial; que prioricen la cooperación latinoamericana por sobre los intereses del imperialismo; que en materia de derechos humanos estén dispuestas a develar todos los acuerdos y pactos entre la Dictadura y la Concertación; que consideren la educación, la salud, el transporte y la previsión social como derechos social públicos y gratuitos; que estén dispuestas a profundizar la democracia representativa con elementos de democracia directa, participativa; las fuerzas dispuestas a impulsar una economía autogestionaria y solidaria, el control público de los recursos naturales, la reindustrialización en materias estratégicas, el perfeccionamiento de los mecanismos de protección del medio ambiente, y la diversificación energética, etc.

Hablamos también de las fuerzas anticapitalistas, es decir, de aquellas organizaciones dispuestas a subvertir el orden vigente y desarrollar un nuevo tipo de sociedad, a partir de la superación de la lógica de explotación de los seres humanos y la naturaleza; superación de la lógica del valor de cambio por la del valor de uso; superación de la lógica de igualdad de oportunidades por una verdadera igualdad de derechos, es decir, el paso de una igualdad formal a una igualdad real; la sociabilización de los medios de producción y de comunicación; el desarrollo del poder popular y la construcción de autonomías; la integración latinoamericana en base del comercio justo y la solidaridad; la promoción de que las tareas del Estado y del Mercado las vaya adoptando la Sociedad, en otras palabras, el paso de sociedades estadocéntricas o mercadocéntricas, a sociedades sociocéntricas, etc.

Si las fuerzas antineoliberales se aislaran de las anticapitalistas, el proceso de cambio impulsado sería altamente limitado. Mientras que si las fuerzas anticapitalistas, no cuentan con las antineoliberales, ni siquiera existiría una construcción de alternativa transformadora, si no reproducción del actual aislamiento.

4. Fragmentación de la izquierda.

Pero hoy la izquierda chilena está absolutamente fragmentada. Fragmentada en centenas de colectivos universitarios o barriales; pequeños partidos troskistas, miristas, libertarios, autonomistas, y más pequeños aún, socialistas o comunistas; fragmentada en minoritarias experiencias de articulación política o coordinaciones para marchas o escuelas; entre quienes reivindican el guevarismo, el mirismo, el frentismo, el lautarismo, el ecosocialismo, el feminismo o antipatriarcado; quienes se hacen llamar gramscianos y están dispuestos a crear fundaciones y competir en elecciones; quienes dando la espalda a la cuestión del poder, se centran en el desarrollo del “autonomismo” sin poder superar la experiencia pedagógica o culturales para volverse productivas; quienes, oportunistas, se activan tan sólo para los periodos electorales; quienes intentan construir organización a partir de movimientos sociales, especialmente de trabajadores, estudiantes o pobladores; quienes creen que este es un periodo adverso a las fuerzas revolucionarias y por lo tanto la única tarea es construir organización; quiénes instrumentalizan a los trabajadores y pobladores; quienes consideran que es necesario aprovechar toda coyuntura, incluso la electoral; quienes toman como referente al proceso venezolano o boliviano, y quienes los repulsan y los llaman “progresistas”; unos cuantos que creen en la lucha armada como la única verdaderamente revolucionaria; otros dispuestos a ceder en sus tácticas para coincidir en lo estratégico; otros jamás dispuestos a ceder un milímetro en sus principios y dogmas; quienes consideran que la única tarea es la de crear el poder popular, la asamblea del pueblo o el poder dual, desconociendo las características de la formación social chilena y las nuevas subjetividades; quienes, por el contrario, se vuelven estatistas e institucionalistas; quien, logrando crear organizaciones dispuestas al desarrollo del poder popular al mismo tiempo que la conquista de espacios de poder político, no logran superar una identidad de clase pequeñoburguesa e incluso elitista.

A pesar de todas las diferencias, algunas anodinas, otras doctrinariamente abismales, todos coinciden en que el gobierno de la Nueva Mayoría, su Programa y sus Reformas, tienen por objetivo sanear los resquebrajamientos del modelo neoliberal y salvaguardar la gobernabilidad; poseen compromisos adquiridos con el imperialismo y la reproducción de su dominio en la región latinoamericana; lo constituye la identidad y la lógica capitalista, liberal, extractivista, restrictivamente democrática, clientelar, privatizadora y trasnacional; el Partido Comunista cumple el rol de generar límites y obstáculos a la movilización social y ampliar el margen burocrático del aparato de Estado; y el proceso constituyente anunciado por la Presidenta es una expresión más del gatopardismo, la tecnocracia y la usurpación.

5. Dificultades para la unidad.

¿Por qué no se une la izquierda? No sólo por razones doctrinarias, tácticas o estratégicas. También por ciertas lógicas de construcción, perfiles de la militancia e historias compartidas.

Llamamos lógica de construcción al proceder que adopta una organización en el desarrollo de su propio proceso organizativo o de coordinación, articulación y/o vinculación con otras organizaciones. La lógica de construcción puede ser, grosso modo, verticalista u horizontal, solidificada o flexible, instrumentalista u honesta, que fagocitan a las otras organizaciones o que permiten la diversidad. Una organización que permita la diversidad, actué honestamente, sea flexible y horizontal, muy difícilmente saldrá enriquecida e incluso sobreviva al encuentro con una organización verticalista, solidificada, instrumentalista y que todo el tiempo quiera fagocitarla.

El perfil militante refiere a la actitud global de los militantes de una organización, es decir que no depende tanto de cada militante como de la sinergia de la organización misma –aunque la responsabilidad individual siempre será un factor de contribución positivo o negativo al trabajo colectivo. Hay organizaciones donde las y los militantes se desenvuelven siempre dispuestos a someter al otro, mientras que hay quienes buscan puntos de encuentros y diálogos; hay quienes suelen generar resquemores y dudas, y quienes intentan transparentar los objetivos; hay quienes menosprecian a los otros, y quienes intentan generar un aprendizaje mutuo; hay quienes no les importa la fraternidad, y quienes, por el contrario, caen en el amiguismo.

Y respecto a las historias compartidas: muchas y muchos militantes vienen de otras experiencias que no pocas veces fueron decepcionantes, frustrantes e incluso dolorosas, y cuando se reencuentran con antiguas compañeras o compañeros de militancia o incluso con las mismas organizaciones en las que en el pasado se militó o se trabajó en conjunto, estos reencuentros suelen ser llenos de resquemores, resentimientos y asuntos pendientes. Además, el espectro de la izquierda es tan pequeño, que esto suele ser muy común.

A esto se suman todos los juicios doctrinarios –que tal es reformista, aquel “amarillo”, cuál es más extremista, etc.–, las diferencias tácticas –ellos son electoralistas, estos otros autonomistas, etc.–, y las estratégicas –quienes son populistas, socialistas, interclasistas, clase contra clase, etc., etc.

Por último, está el hecho histórico de que toda unidad que tenga proyecciones no se decreta, ni nacerá de un acto voluntario o fundacional –aunque estos siempre sean necesarios–, sino que se desarrolla en las luchas compartidas en cada periodo y coyuntura.

6. Periodo y coyunturas.

El actual periodo se caracteriza por las crisis de confiabilidad y representatividad de la “clase política”; la sustantiva asimetría de poder entre, por un lado, los Partidos Políticos, los Grandes Empresarios y las Fuerzas Armadas, y por otro, los ciudadanos, los movimientos sociales, los pueblos indígenas, las organizaciones políticas con horizonte transformador; las movilizaciones sociales y los conflictos sectoriales que se remontan al 2011 hasta el presente (estudiantil, de trabajadores, por vivienda, medioambientales, etc.); la caída del precio de las materias primas, especialmente del cobre, lo que ha generado desaceleración económica y disminución de las inversiones; los intentos del bloque en el poder por contener la movilización social y asegurar la gobernabilidad; la agresión sostenida a las comunidades mapuche más decididamente autonomistas; la recuperación de la iniciativa de la derecha tradicional, la coalición “Chile Vamos” y los grupos del gran empresariado para, conservadoramente, constreñir aún más las ya limitadas y continuistas reformas de la Nueva Mayoría.

En este periodo, han surgido distintas coyunturas, como los escándalos de corrupción, las reformas tributarias y del trabajo, la reforma al sistema educativo, el paro de profesores por la carrera docente, la demanda marítima boliviana, las distintas movilizaciones de trabajadores, desde el retail hasta el registro civil, pasando por el paro fascistoide de camioneros al de gendarmes.

En todas estas coyunturas se ha expresado la sustantiva asimetría de poder, que pone en evidencia que por mucha ilegitimidad, falta de representatividad o confiabilidad que padezca hoy la “clase política”, el sistema político no se encuentra en crisis sino que se resquebraja, y las fuerzas del sistema apuntan a sanear este resquebrajamiento y mantener la gobernabilidad. Mientras la izquierda chilena, los movimientos sociales y sectores populares no han tenido la capacidad de proponer una alternativa de convergencia para disputar espacios de poder.

En cualquier caso y por muy adversa que sea hoy la correlación de fuerzas para el campo popular, la izquierda chilena tiene que rechazar completamente el diagnóstico realizado por el Partido Comunista, donde un supuesto sector “progresista” (el gobierno de la Nueva Mayoría del que es parte) está comprometido por los cambios, y otro sector, la “derecha”, espera bloquearlos mediante la disminución de las inversiones, generando desaceleración económica… La crisis económica proviene de una crisis del sistema neoliberal a nivel global, crisis que debe ser profundizada por medio de luchas y reivindicaciones cada vez más radicales orientadas a la ruptura con el modelo, y no, como hace el Partido Comunista, crear supuestas alianzas “progresistas”.

No obstante, la izquierda tampoco no puede dejarse llevar por las interpretaciones economicistas respecto a una manifiesta crisis capitalista en Chile producto de la caída de los precios del cobre. Por patente que sea hoy la desaceleración económica y la caída de las inversiones, el Estado chileno, y especialmente los gobiernos de la Concertación-Nueva Mayoría, no sólo cuentan con “expertos” e instituciones que ya han sabido sortear las crisis anteriores, sino también con todo el apoyo de los organismos de gobernabilidad global como el FMI, el BM, y la OMC, además de los créditos internacionales y el apoyo norteamericano. Esperar una “crisis terminal” para que las fuerzas verdaderamente revolucionarias se ponga a la vanguardia del proceso, es aferrarse a un dogma que acaba reproduciendo el aislamiento y la marginalidad.

7. Algunos desafíos de la izquierda.

Los grandes desafíos de la izquierda chilena hoy consisten en superar el aislamiento, la marginalidad y el fraccionamiento; avanzar en espacios de convergencia entre los distintos sectores anticapitalistas, por un lado, antineoliberales, por otro, y a su vez entre anticapitalistas y antineoliberales; dejar atrás dogmas, tácticas y estratégicas solidificadas, para adoptar posiciones más flexibles y diversas, pero que esta flexibilidad y diversidad no signifique un abandono de la identidad popular e incluso clasista; las identidades populares, clasistas e indígenas deben ser potenciadas mutuamente.

Otro desafío central es lograr que las experiencias pedagógicas y culturales de poder popular que se han desarrollado los últimos años, vayan avanzando hacia una consistencia más productiva, autogestionaria. Lo que significa también sostener, no dejar que se diluyan, las experiencias territoriales que se han estado realizando.

Que las luchas sectoriales, de estudiantes, pobladores, trabajadores, pueblos indígenas, medioambientales, etc., vayan convergiendo en una alternativa transformadora al modelo neoliberal. Para esto es fundamental politizar los espacios sociales, sin caer en el instrumentalismo, y sociabilizar los espacios políticos, sin caer en el reformismo.

¿Está la izquierda chilena, por un lado, dispuesta a afrontar estos desafíos, y por otro, capacitada para hacerlo?

Habrán tres grandes obstáculos a sortear: 1. El despliegue desmovilizador por parte del gobierno, que buscará cooptar a personas y organizaciones en el contexto del supuesto proceso constituyente, con sus espacios de educación cívica y debates ciudadanos; 2. El proceso de elecciones municipales a lo largo de 2016, que a partir de promesas de campaña generará dispersión, artificios y confusión; y 3. Las próximas elecciones nuevamente volverá a dividir a la izquierda entre quienes votan y quienes no votan, y entre quienes votan por uno o por otro.

Es fundamental aprovechar cada movilización para crear espacios de coordinación, articulación y vinculación que trasciendan la movilización misma, ya sea con talleres de autodefensa, agitación y propaganda, o escuelas de formación política. Crear foros y espacios de debate orientados a favorecer la unidad, e incluso espacios culturales de encuentro y fraternización.

La izquierda chilena converge hoy para resistir a los engaños y usurpaciones de la Nueva Mayoría, y para ser decididamente parte de la ruptura con el modelo neoliberal y la actual gobernabilidad. Debemos converger hoy, para mañana estar unidos en un proyecto popular y revolucionario para Chile.

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