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T r i b u n a c h i l e n a

El neo-progresismo chileno y su crisis de identidad

Por Juan Francisco Coloane 

La implantación de un mercado internacional intenso y agresivo, ha demostrado en las últimas tres décadas que en las naciones comenzaron a aparecer estados contraídos o atrapados por determinantes supranacionales y con sociedades sin respuestas ciudadanas. El rol de intermediación del Estado por gestar sociedades más igualitarias quedó subsumido en la avalancha mercantil global con las limitaciones a que fue expuesto a partir del ajuste estructural en la década de 1980.

Lo que está en juego es la destrucción del Estado como noción y como operación de administrar la relación entre Economía y Sociedad dentro de un país y de administrar las relaciones entre países. Así como las brechas inconmensurables entre las economías dañan la integración, los desequilibrios marcados entre los estados terminan por alterar el orden internacional.

La realidad es la de un espacio de la política con un escaso margen de maniobra para reformas profundas debido a la enorme gravitación que ejerce el mercado internacional y el poder corporativo donde los países son sus principales cómplices y cuya población – con derechos ciudadanos amenazados o con múltiples restricciones - forman parte de esa complicidad.

La academia ha cumplido su rol de actor acrítico al formar parte integral de ese mercado. El sistema político ni hablar. Es parte central del sistema mercantil que despedaza tejidos sociales. Ambos sectores se han resistido a anticipar o al menos reconocer la posibilidad del derrumbe del estado liberal y su complicidad se revela al descartar cualquier visión que contribuyera mínimamente a la inestabilidad política. La prioridad consistía en aquietar las aguas políticas para la consolidación del mercado internacional.

Es así que Chile debe ser unos de los países de América Latina en donde la palabra socialismo, como idea de construcción de nación, menos adhesión genera en los sectores políticos que han dominado la escena en las últimas cuatro décadas. En este contexto se ha desatado una ola de deconstrucción de la idea socialista en donde el neo-progresismo chileno de destaca por su crisis de identidad. El término socialismo en Chile quedó incrustado en el ámbito de la derrota política por dos traspiés de enorme trascendencia como fueron el golpe militar que derrocó al gobierno de Salvador Allende en 1973 y el desmembramiento del “mundo socialista” en 1991.

Hasta el momento, un análisis mayor y profundo desde el propio sector no se ha elaborado y esta tarea pendiente debe ser uno de los factores principales por el cual la idea de socialismo no se restituye con la debida legitimidad. De allí que comienza a surgir un neo progresismo que en Chile ha adquirido a veces ribetes de liberalismo con visos de izquierda – léase más estado regulador y riqueza más repartida- para poder sobrevivir políticamente.

Ha sido mucho más cómodo examinar la experiencia de los llamados socialismos reales con el foco puesto en la ausencia de libertades públicas. Como contrapartida, se le asignan excesivos rasgos de libertad y democracia a la sociedad capitalista a partir de lógicas kantianas basadas en la individualidad como categoría social que, igualmente sufre de un determinismo absolutista. Cuando se habla de la libertad y la civilización occidental desde la perspectiva de indagar en la existencia humana, debajo de ese paisaje y hedonismo filosófico se sumían las peores aberraciones y violaciones a la existencia humana como eran el colonialismo y la esclavitud.

En este plano, en el intento de completar el análisis la gran disputa respecto a qué es más libre, si el socialismo o el capitalismo, la cantera de materiales no está lo suficientemente abierta en los ámbitos político y académico, en donde se alaba la libertad pública del capitalismo y se privilegia denostar al socialismo por no haber resuelto el tema de las restricciones.

En esa línea de pensamiento, desde que se regresó a la democracia a medias, en Chile persiste la creencia que no habrá nunca más un golpe de estado. Por ejemplo, como el que impidió que Zelaya en Honduras y Lugo en Paraguay terminaran su mandato.

Hay una opinión generalizada entre los políticos más sistémicos en Chile de que la democracia chilena está asegurada precisamente por las restricciones impuestas a la política. Por ejemplo, con las ataduras del régimen electoral binominal que privilegia la dominación de dos grandes coaliciones. Las encuestas de opinión más difundidas (CERC; ADIMARK; CEP) exhiben un vacío institucional –particularmente desconfianza en los partidos políticos e instituciones del estado. Al mismo tiempo estas descripciones no contribuyen a explicar la estabilidad política que es en todo caso aparente y frágil.

Esta situación institucional es peculiar, porque las FFAA todavía no recuperan el prestigio y la popularidad del período anterior a la dictadura militar. Por el lado del gran empresariado, el chileno que responde en las encuestas no le asigna mayor responsabilidad a ese sector en el desplome de la democracia en 1973 y en la implantación del modelo económico actual durante la dictadura.

Una “víctima” de este largo proceso de no tener una plena democracia han sido las ideas de izquierda y el progresismo que se han tratado de acomodar en una línea discursiva parapetada en lo que se podría llamar neo-progresismo o post progresismo. En síntesis se trata de no dañar en forma profunda las claves de ambos modelos, el económico y el político.

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