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Emotivo homenaje a Rodrigo Rojas Denegri y Carmen Gloria Quintana

Emotivo homenaje a Rodrigo Rojas Denegri y Carmen Gloria Quintana

 

El Lunes 2 de Julio asistimos al homenaje en memoria de Rodrigo Rojas Denegri y Carmen Gloria Quintana, en una pequeña calle de Estación Central, cerca del Santuario del padre Hurtado. Al llegar al lugar, se me vino a la memoria el capítulo final del gran documental chileno, La ciudad de los fotógrafos.

Han pasado 26 años de aquel lamentable día. Por aquellos años, yo apenas balbuceaba unas palabras e ignoraba lo que sucedía en el país. La historia de Rodrigo me ha llegado profundamente, porque me veo reflejado en él, porque también soy joven fotógrafo, porque también salgo a las calles a capturar esa cruda realidad que a veces no deseamos ver y porque querer cambiar las cosas no merece la muerte, mucho menos en la forma en que murió Rodrigo. 

¿Quién era Rodrigo Rojas Denegri?

Rodrigo Andrés Rojas Denegri, de 19 años de edad, era fotógrafo. Residía habitualmente en los Estados Unidos y se encontraba en Chile desde seis semanas antes de los hechos que terminaron con la vida del joven.

En verano de 1976 se trasladó a Canadá para pasar las vacaciones con su abuela, pero debió esperar diez años para poder regresar a Chile, ya que Verónica De Negri, su madre, había sido capturada por la represión militar chilena existente bajo el régimen de Augusto Pinochet, acusada de participar junto a otros activistas comunistas. Logró reunirse con su madre una vez que ella fuese exiliada y refugiada en Estados Unidos.

Durante los años que vivió en Norteamérica, convivía con comunidades latinas, estaba al tanto de las guerrillas sandinistas en Nicaragua y de la situación chilena con la dictadura militar, tocaba charango en una banda de música andina.

En marzo de 1986, ya contaba con suficientes recursos para poder trasladarse a Chile. Junto con su equipaje llevó dos cámaras fotográficas, las que ocuparía para cumplir la meta que anhelaba: retratar la vida en Chile y luego publicar un libro con esas fotos en Estados Unidos. Tenía un pasaje hasta Lima, Perú. Pasó a visitar a su abuelo en la ciudad de Arica, en el límite norte de Chile.

Una vez en Santiago, se dedicó a tomar fotografías. Su osadía sorprendía a las personas, ya que tomaba fotos de militares y carabineros sin medir las circunstancias, hablaba a viva voz en la vía pública en contra del régimen y le costaba entender que hubiera gente que ocultara su domicilio, por temor a represalias.

Soñaba con formalizar su militancia en las Juventudes Comunistas de Chile. Se integró a las actividades de la Facultad de Medicina Norte de la Universidad de Chile, participando en movilizaciones y tomando fotografías.

El 1 de julio se reunió con estudiantes de la Universidad de Santiago en la Estación Central. Allí compartió con pobladores y realizaron actividades recreativas para los niños.

Su muerte

El 2 de julio, a las ocho de la mañana caminaba junto a un grupo de jóvenes. Portaban ocho neumáticos, un bidón de gasolina y un aparato incendiario, para hacer una barricada y detener el tránsito. Fueron interceptados por una patrulla militar, que les persiguió y capturó junto a Carmen Gloria Quintana. Fueron brutalmente golpeados con los fusiles, posteriormente rociados de combustibles y quemados vivos.

El teniente Pedro Enrique Fernández Dittus, jefe de la patrulla militar, ordenó que los cuerpos humeantes fueran cubiertos con frazadas y subidos a uno de sus vehículos. Posteriormente, fueron lanzados en una acequia de las afueras de Santiago, en el sector rural de Quilicura. Fueron encontrados por efectivos policiales y trasladados de urgencia a la Posta Central. El 6 de julio muere a causa de las quemaduras mortales en su cuerpo.

El grupo musical chileno Illapu le dedicó la canción “Para seguir viviendo”, inserta en el disco homónimo del año 1986.

También el dúo chileno Quelentaro le dedico una copla titulada “Rodrigo Rojas”

Carmen Gloria Quintana

 (Santiago, Chile, 1968) es una chilena que fue quemada viva por una patrulla militar, durante una manifestación contra la dictadura de Augusto Pinochet. El atentado contra su vida significó una de las principales críticas realizadas contra el régimen, por los terribles eventos que sufrió. Los eventos son conocidos en Chile como el “Caso Quemados”.

El 3 de enero de 1991 un tribunal militar encontró al oficial Fernández Dittus culpable de negligencia, por negarle asistencia médica a Rojas, pero le exoneró de cualquier responsabilidad en la incineración de Quintana.3 En 1993, la Corte Suprema condenó a Fernández Dittus a 600 días en prisión por su responsabilidad en la muerte por quemaduras de Rojas Denegri y las quemaduras serias recibidas por Quintana. En octubre de 2000 un tribunal ordenó que el Estado chileno le pagara 251.7 millones de pesos a Quintana (sobre U$500,000) en compensación.

Durante la visita a Chile de Juan Pablo II, Carmen Gloria Quintana se reunió con el pontífice en las instalaciones del Hogar de Cristo en la ciudad de Santiago, en un evento sumamente emotivo.

En la actualidad, Carmen Gloria Quintana se desempeña como docente en la escuela de psicología de la Universidad Andrés Bello, específicamente en la ciudad de Viña del Mar. Su área de trabajo, tanto en la docencia como en la práctica profesional, se basa principalmente en la clínica con niños y adolescentes. Trabajó durante muchos años en el hospital Gustavo Fricke de Viña del Mar y hoy en día lo hace en el Servicio Nacional de Menores.

Un poco de historia

Debe haber sido finales de 1977. Yo era pequeña y acompañé a mi madre a darle la bienvenida a una exiliada chilena, que recién llegaba a Washington D.C. Hay que recordar que Estados Unidos no abrió su embajada para que chilenos se asilaran. Que llegará alguien exiliado a la capital, era un acontecimiento.

Recuerdo haber ido a un departamento subterráneo,  con ventanas pequeñas que daban hacia una calle céntrica. Quedaba en Adams Morgan, el barrio latino de la capital.  Ahí conocí a la exiliada recién llegada y a sus dos hijos. Uno de ellos era un poco mayor que yo, tenía grandes ojos, cristalinos, y era muy tímido.  El otro debe haber tenido cerca de dos años. Ellos eran Verónica De Negri y sus hijos Rodrigo Andrés y Pablo Salvador.

Para Rodrigo, era el reencuentro con su madre.  Había viajado a visitar a su abuela a Canadá en 1976 y esa visita se transformó en un largo limbo, ya que después de su partida a su madre la arrestaron por su supuesta participación en una imprenta clandestina en su nativo Valparaíso.

Verónica era militante comunista. A ella la torturaron en la base naval y fue víctima de repetidas violaciones por parte de sus captores. Tres Álamos fue el lugar donde posteriormente la trasladaron, a la espera de su sentencia. En este campo de concentración, fue nuevamente víctima de violaciones – no solo por parte de sus captores – sino también con el uso de ratones.  Perdonen mi  crudeza, pero creo que es necesario informar  a la gente el horror de la tortura, para que hagan suyo el dolor y la humillación que las victimas vivieron.  Solo así se podrá comprender el clamor de un “Nunca Más”.

Durante casi un año, Verónica estuvo sujeta a los abusos por parte de sus celadores. Finalmente,  la condena fue el exilio.

A Rodrigo lo vi intermitentemente durante varios años.  Fue creciendo, con la idea fija de volver a Chile, como todos los que vivían alejados del país por miedo –en el autoexilio–  o producto de portar una “L” en el pasaporte.

Lo volví a encontrar  en mayo del año 1986. Él venía llegando a Santiago. Fotografiaba el funeral de Ronald Wood, también asesinado por un militar que le apuntó a la cabeza al joven universitario que cantaba el Himno de la Alegría, junto a una treintena de personas.  Tres  fueron los disparos, dos a la cabeza y uno en la mano.

Poco más de un mes después,  nuevamente me encontré con Rodrigo. Sería nuestro último encuentro, dado que asistí a su funeral.

Rodrigo había vuelto a Chile, con su cámara al hombro y el sueño de publicar un libro de fotografía en Estados Unidos.  Ni siquiera debía estar en Chile.  Su boleto tenía el destino de Machu Pichu. Pero después de  visitar a su abuela en Arica se subió a un bus con rumbo a Santiago. No pudo abandonar su tierra. Como muchos de nosotros, él quería ser testigo de la represión que, nos contaban, ocurría. Y como muchos de nosotros, quiso participar de las protestas y unir su voz, a las que gritaban: “¡Basta, ya!”

Todos sus sueños fueron truncados ese 2 de julio, cuando le tendió la mano a Carmen Gloria Quintana que se habría caído en su intento de huir de la patrulla militar que repentinamente llegó al lugar donde se levantaba la barricada, en esa calle cercana a la Estación Central.

Fueron golpeados por los soldados y tendidos en el suelo. Los rociaron con la bencina que había en el lugar, dejada por los que huyeron. Luego les prendieron fuego.  Imagine usted, ese dolor, los gritos de dolor.

Posteriormente, los envolvieron en frazadas y los trasladaron  a Quilicura, donde los arrojaron a un zanjón de regadío.  Los dejaron ahí,  para que fallecieran. Fueron encontrados ahí por lugareños y trasladados al SAPU de la comuna. Hoy, ese centro asistencial lleva como nombre “Rodrigo Rojas De Negri”.

Cuatro días más tarde, producto de las quemaduras sufridas,  Rodrigo murió en la Posta Central.  Carmen Gloria tuvo que sobreponerse a un sinfín de operaciones, pero sobrevivió.

Transcribo estos recuerdos porque durante estas semanas he leído como algunos quisieran contextualizar la violencia ejercida por el Estado, durante el periodo de la dictadura. Recuerdo y sufro,  porque sé que mi pluma no tiene la capacidad de mostrarles la pureza de alma de Rodrigo y me siento impotente ante la injusticia de los hechos –y ante la injusticia de tantos hechos– que algunos quisieran justificar.

Solo puedo decir, escribir, reiterar y recalcar: No hay justificación alguna.

Rodrigo Rojas, mañana yo conmemoro ese fatídico encuentro tuyo con la patrulla militar comandada por el teniente Pedro Fernández Dittus. El día de hoy te tengo en la memoria y estas palabras son mi homenaje a ti y a todos quienes fueron torturados, asesinados y exiliados. Es mi firme promesa, quizás más, es mi juramento de un “Nunca Más”.

Fuente: El quinto poder

El asesino

En medio de las movilizaciones estudiantiles contra el sistema de enseñanza privada —financiada en Chile por el Estado para el lucro de particulares— circula un correo electrónico recordando que un criminal del ejército participa en la propiedad de un establecimiento de enseñanza de una barriada popular del este de Santiago. Se trata del ex capitán de ejército Pedro Enrique Fernández Dittus, jefe de una patrulla militar que roció con gasolina y quemó vivo, dándole una muerte increíblemente cruel al joven fotógrafo Rodrigo Rojas Denegri.

Fue el mismo acto que dejó con quemaduras graves en el 60% de su cuerpo a la joven Carmen Gloria Quintana, que sobrevivió con su cuerpo y rostro desfigurado. Todo esto ocurrió durante una protesta popular contra la dictadura de Pinochet registrada en la comuna Estación Central, en el oeste de Santiago el 2 de julio de 1986.

El 10 de marzo de 2006, justo 20 años después del crimen y en el último día de gobierno de Ricardo Lagos, el Colegio de Profesores realizó una manifestación para desenmascarar a uno de los dueños de la escuela básica N° 172, ubicada en José Arrieta 6870, comuna de La Reina. La funa, o “scratch”, estuvo dirigida precisamente contra Fernández Dittus quien aparecía, en la Primera Notaría Peñalolén, como miembro de la sociedad “Marta Rosa Elena Dittus Bayer e Hijos Limitada”, beneficiada con la explotación de la concesión de ese negocio —prebenda que el lenguaje eufemístico local denomina “sostenedor” del establecimiento, en vez de explotador u otro más preciso.

En rigor, quien “sostiene” estos negocios es el Estado, con el dinero pagado en impuestos por todos los chilenos que tributan —y que trampoco son todos.

Condenado preliminarmente a 600 días de presidio sin remisión, por su crimen, la Corte Marcial cambió de parecer y concluyó que su acto criminalsólo fue “negligente”. Fernández Dittus cumplió una condena de un año en el penal especial de Punta Peuco, llamado “cárcel de 5 estrellas” para presos ex militares.

El criminal consiguió acreditar ante la Comisión Médica del Ejército el padecimiento de una “psicopatía orgánica” que la justicia castrense consideró como atenuante. También lo incorporaron al grupo de pensionados por invalidez “post guerra”.

Para mayor información, consultar: Memoria Viva.

El Homenaje

Alrededor de unas cien personas llegaron para rendir homenaje a estos dos jóvenes a 26 años de sucedido los horribles hechos ya conocidos. En la ocasión, habló el padre José Aldunate, destacando el hecho de mantener la memoria histórica. El padre fue testigo del hecho en aquella época.
La música también estuvo presente gracias a Pancho Villa y el trovador Victor. En su oportunidad, se hizo entrega de un reconocimiento a los músicos por tu participación y compromiso con las causas sociales.

Familiares, dirigentes sociales y amigos de Rodrigo Rojas hablaron y agradecieron el estar acompañándolos en la actividad, año tras año. La tía de Rodrigo, Amanda Denegri, recibió una foto inédita del día del funeral, tomada por el fotógrafo Andres Bravo. También asistieron al homenaje representante de derechos humanos, familiares de detenidos desaparecidos y miembros del colectivo fotográfico de la época, AFI.

 

 Fuente: El quinto poder

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