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8 de Marzo, como hace 100 años: Día Internacional de la Mujer Trabajadora

8 de Marzo, como hace 100 años: Día Internacional de la Mujer Trabajadora

Por Ester Kandel (ACTA)

 

De los registros históricos surge que hubo varias movilizaciones de obreras de la industria textil en Estados Unidos: una de ellas en 1857 y la otra en 1908, esta última en la fábrica Cotton Textile Factory de Nueva York, donde las obreras solicitaban jornada laboral de diez horas, descanso dominical e igual salario por igual trabajo. La respuesta al reclamo fue el incendio en la fábrica y la muerte de las 129 obreras.

En 1910 durante la Segunda Conferencia de Mujeres socialistas, llevada a cabo en Copenhague, Dinamarca, se aceptó la propuesta realizada por la dirigente alemana Clara Zetkin, para conmemorar ese día como Día Internacional de la Mujer Trabajadora.
Estas luchas se daban en el marco de protestas, reclamos y resoluciones, en otros países, que tuvieron un hito en el Congrés International du Ouvrier Socialiste realizado del 12 al 14 de junio de 1889 en París. Participó Alejo Peyret por los “groupes” socialistas de Buenos Aires. Se discutió un programa de reclamos de legislación social en el cual señalaba una de las resoluciones: “Después de afirmar que la emancipación del Trabajo y de la Humanidad no puede salir más que de la acción internacional del proletariado organizado en partido de clase, apoderándose del poder político por la expropiación de la clase capitalista y la apropiación social de los medios de producción capitalistas, que implica la explotación creciente de la clase obrera por la burguesía; que esta explotación, cada día más intensa, tiene por consecuencia la opresión política de la clase obrera, su servidumbre económica y su degeneración física y moral; luchar por todos los medios a su alcance contra una organización social que los aplasta y al mismo tiempo, que amenaza el libre desenvolvimiento de la Humanidad; que por otra parte, se trata ante todo de oponerse a la acción destructora del presente orden económico; decide una legislación protectora y efectiva del trabajo, reclama como base:
• la limitación de la jornada de trabajo a ocho horas;
• la prohibición del trabajo infantil;
• el reposo ininterrumpido de 36 horas;
• igual salario por igual trabajo (trabajo femenino)
Se resuelve consagrar a partir del año siguiente, el 1º de Mayo, jornada de protesta de los trabajadores, en recuerdo de la huelga revolucionaria de Chicago de 1886, que había concluido trágicamente con la condena a muerte de los obreros anarquistas Albert Parsons, August Spies, Adolph Fischer y George Ángel.
En nuestro país se conmemoró el 1º de mayo y se elevó un petitorio de reivindicaciones, aunque recién en 1904 se inició la discusión en el parlamento, de un Proyecto de Ley Nacional de Trabajo al cual, como contenía una cláusula represiva, las organizaciones obreras se opusieron. Dada esta situación el Partido Socialista fue proponiendo proyectos de ley, como por ejemplo, el descanso dominical, y la Ley de Trabajo de mujeres y menores, sancionadas la primera en 1905 y la segunda en 1907.
Me detendré en algunas consideraciones sobre la segunda.
El desarrollo del sistema capitalista en Argentina seguía las pautas de los países más avanzados, al incorporarse al mundo, lo hacía con las concepciones que regían en ellos.
La economía política concebía las relaciones laborales de las mujeres teniendo en cuenta distintos aspectos:
• la segregación sexual
• el salario
• la clasificación sexual de los empleos: las prácticas de los empleadores
• categorías y jerarquías
• legislación protectoria
• la prohibición del trabajo nocturno
En la publicación de la Federación Obrera Argentina (FOA) El obrero N° 14, del 28/3/1891 se señalaba:
“Con la grande industria se ha generalizado el trabajo de las mujeres en las fábricas y en los talleres, junto con el trabajo de los niños, porque en cantidad y calidad iguales, el trabajo de la mujer está menos retribuido que el hombre. El desarrollo de la industria mecánica ha ensanchado la esfera estrecha en que la mujer estaba confinada, la ha liberado de las antiguas funciones domésticas, y al suprimir el esfuerzo muscular, la ha hecho apta para las faenas industriales, la arrancó del hogar doméstico y la arrojó en la fábrica, poniéndola al nivel del hombre ante la producción, pero sin permitir que escape de la dependencia masculina, ni admitiendo su emancipación como obrera para igualar-se socialmente con el hombre y para ser dueña de sí misma.”
Esta situación, del trabajo en la industria, planteó temas y problemas nuevos. Podemos afirmar que la lucha por la igualdad de oportunidades entre varones y mujeres, en el ámbito laboral, la encontramos desde los inicios de la organización del movimiento obrero, propugnando entre otras reivindicaciones, la igualdad salarial y el acorta-miento de la jornada de trabajo. Las condiciones de trabajo, las largas jornadas agotado-ras, afectaban la salud y en algunos casos destruía los cuerpos de varones y mujeres, de ahí que las sucesivas propuestas legislativas apuntaban a revertir las condiciones en que se vendía la fuerza de trabajo.
En nuestro libro sobre la Ley de trabajo de mujeres y menores que en 2007 cumplió un siglo, declaramos:
Desde una mirada que abarque las relaciones de clase y de género, podemos decir que la problematización del trabajo asalariado femenino, comenzó en los inicios del siglo XX, vinculado a la construcción de un ideal maternal, así como los debates sobre el tipo de educación que debían recibir las mujeres, se iniciaron en el siglo XIX.
¿Cuáles eran los hechos objetivos?
Como lo señala José Panettieri (1984) “la explotación del trabajo de mujeres y menores se puso de manifiesto con el surgimiento de las primeras fábricas en el país en los últimos años del siglo pasado.” Lo observable era la doble jornada laboral de la mujer, 14 a 16 horas en talleres y fábricas y el resto en su hogar.
Es interesante conocer la evolución que marca el historiador inglés E. Hobsbwam al diferenciar la protoindustrialización de la industrialización posterior, pues la transformación económica –no necesariamente para mejor- fue el crecimiento de la in-dustria doméstica para la venta de productos en mercados más amplios. En la medida en que esa actividad siguió desarrollándose en un escenario que combinaba el hogar y la producción externa, no modificó la posición de la mujer, aunque algunas formas de ma-nufactura doméstica eran específicamente femeninas (por ejemplo, la fabricación de cordones o el trenzado de la paja) y por lo tanto otorgaba a la mujer rural la ventaja, relativamente rara, de poseer un medio para ganar algo de dinero con independencia del hombre. No obstante, lo que provocó, por encima de todo, el desarrollo de la industria doméstica fue cierta erosión de las diferencias convencionales entre el trabajo del hom-bre y la mujer y, sobre todo, la transformación de la estructura y la estrategia familiar. (…) Los mecanismos complejos y tradicionales para mantener un equilibrio durante la siguiente generación entre la población y los medios de producción de los que dependí-an, controlando la edad y la elección de los cónyuges, el tamaño de la familia y la herencia.”
Esta industria en las postrimerías del siglo XIX estaba en retroceso frente a la manufactura en gran escala y el mismo autor trata de caracterizar lo nuevo de esta forma:
“La segunda y gran consecuencia de la industrialización sobre la situación de la mujer fue mucho más drástica: separó el hogar del puesto de trabajo. Con ello excluyó en gran medida a la mujer de la economía reconocida públicamente –aquella en la que los individuos recibían un salario – y complicó su tradicional inferioridad al hombre mediante una nueva dependencia económica. (…)El objetivo básico del sustentador principal de la familia debía ser conseguir los ingresos suficientes como para mantener a cuantos de él dependían (…) Los ingresos de los otros miembros de la familia eran considerados suplementarios y ello reforzaba la convicción tradicional de que el trabajo de la mujer (y por su-puesto de los hijos) era inferior y mal pagado” (…)
Sobre la situación de la mujer el historiador afirma que “es poco lo que puede decirse sobre ellas que no pudiera haberse afirmado en la época de Confucio, Mahoma o el Antiguo Testamento. La mujer no estaba fuera de la historia, pero ciertamente estaba fuera de la historia de la sociedad del siglo XIX.”
Volviendo a nuestro país
Las mujeres que se empleaban como obreras también eran requeridas por las se-ñoras burguesas como empleadas domésticas, además de ser descalificadas, llamándolas prostitutas o fabriqueras. Con el desarrollo de la gran industria, el trabajo doméstico quedó invisibilizado entre la naturaleza y el amor de las mujeres. El trabajo urbano a domicilio se mantuvo y en algunos casos creció, porque abarataba costos de producción y porque permitía a las mujeres compatibilizar, en el espacio y el tiempo, trabajo doméstico y trabajo asalaria-do. “Emplearse en fábricas y talleres era incompatible con la maternidad, con la nueva imagen de madre nodriza, cariñosa, altruista y siempre unida a su hijo por un cordón.”
Problematizar el tema implicaba el reclamo de:
• el reconocimiento de su rol materno, plasmado en un proyecto de ley, que admitía la necesidad de no concurrir por treinta días al lugar de trabajo después del parto
• la posibilidad de amamantar
La justificación del aporte de la mujer era contradictoria; desde el punto de vista de los empleadores, los favorecía, pues retribuían menores salarios que a los varones y desde la visión que se tenía del rol de la mujer, se aceptaba su inserción laboral como un mal necesario. La maternidad era concebida como un hecho natural. El Estado reforzaba el estatus secundario de su actividad productiva.
A un siglo
Los cambios son evidentes, y los comprobamos cotidianamente, pero no pode-mos dejar de señalar los problemas que persisten, agravados por la exclusión social y fragmentación de la población, de ahí que destaquemos algunos rasgos actuales como:
• la precarización laboral
• la discriminación directa e indirecta en el campo laboral, a través de secciones de mujeres, menos calificadas y por lo tanto con remuneraciones menores;
• las dificultades para acceder a puestos de mayor jerarquía,
• la dificultad para compatibilizar la vida laboral con la familiar, dada la despro-tección estatal en lo que se refiere a instituciones de crianza para la primera in-fancia,
• el no reconocimiento de la licencia por paternidad (existen propuestas de 15 días).
Un ejemplo que ilustra algunas de las situaciones que padecemos las mujeres:
Por ejemplo este aviso:
SOLICITAN EMPLEAR MUJERES CON “MATERNIDAD RESUELTA”
El aviso clasificado fue publicado el viernes 14 de septiembre de 2007 en el diario El Sur de Villa Constitución. La oferta de empleo: “Empresa de electrónica seleccionará personal femenino para su departamento de control de Calidad”. Entre los requisitos figuraba “maternidad resuelta, buena predisposición para trabajar en equipo y bajo presión (excluyente), dedicación Full- time (horario de 8.00 a 18.00) conocimiento de PC.
Desde el diario Rosario 12 se comunicaron con la empresa y conversaron con el ge-rente Jorge Gentili, quien explicó que el único objetivo del aviso era “evitar que se pre-sentaran chicas embarazadas”. Indicó que su empresa tiene como política otorgar un mes más de licencia por maternidad a los tres dispuestos por ley (…) Han venido chicas embarazadas, y eso es un problema.
Por lo tanto sobre la “maternidad resuelta”, alegó al tener que exportar, se le complica tomar gente nueva para explicar el trabajo y en cuanto a la expresión bajo presión, significaba la capacidad de responder a “mucha acción de trabajo”.
En cuanto a la redacción del aviso, afirmó Gentile: “Quizá me haya equivocado en la forma de expresarlo”. En este marco, consideró que “el tema de la discriminación en Argentina es hipócrita, porque muchas cosas no se expresan pero se hacen igual. Este empresario PyME, al finalizar la entrevista, manifestó: “te puedo asegurar que no soy nada discriminatorio, no ejerzo ninguna presión”.
Algo de estadística
Aunque la palabra actualmente produce desconfianza, estos datos marcan la tendencia.
Un estudio reciente, basado en los datos de la Encuesta Permanente de Hogares (EHP), realizado por el centro de estudios IDESA señala: Se discrimina más por la maternidad que por el sexo, la pregunta ¿tenés hijos? marca un rumbo en la entrevista laboral. Acerca del salario se indicaba que la remuneración promedio de bolsillo de los ocupados varones era de 1910 pesos; entre las mujeres ocupadas sin hijos era de 1660 pesos y para las ocupadas con hijos, el sueldo promedio bajaba considerablemente a 1352 pesos.
La desocupación tiene cara de mujer : el último dato oficial de desempleo sitúa la tasa general en 9,1%. Mientras el 8,3% de los varones figura como desocupado, la falta de trabajo afecta al 10,1% de las mujeres. Según IDESA, el segmento en el que están comprendidas las mujeres con hijos tiende a presentar menores tasas de desem-pleo. Esto se debe a que, por atender a la familia, las madres tienen menos posibilidades de salir a trabajar, por lo que se vuelven inactivas desde el punto de vista de la encuesta permanente de hogares (EPH.).
Por último, aquello que afecta por igual a las trabajadoras remuneradas y no re-muneradas, entre las diversas formas de maltrato, es la opresión.
El 8 de marzo de 2009, Eva Giberti hacía referencia en un artículo al término opresión - palabra del siglo XV que viene del latín exprimir, estrujar y apretar – mos-trando su aparición tardía con la significación actual, políticamente relevante, para indi-car el sojuzgamiento al cual se somete a personas y poblaciones que carecen de defensa. Hoy, un paradigma de la opresión del género mujer consiste en matarlas, golpearlas, esclavizarlas mediante la trata sexual, abusarlas y violarlas desde que son niñas.
Estas prácticas no constituyen novedad. Lo paradojal reside en que, a la par de los derechos que se conquistan, se evidencia como dato internacional la persistencia de violencias delictivas contra las mujeres. Y podemos agregar en nuestro país, el flagelo de muertes de mujeres por abortos clandestinos, sin política para enfrentarlo. Teniendo en cuenta los aspectos señalados, los organismos internacionales OIT, PNUD y NACIONES UNIDAS, hacen recomendaciones a los gobiernos para revertir estas situaciones.
El cumplimiento de las mismas tiene muchas limitaciones, si consideramos que vivimos en una sociedad donde predominan las relaciones desiguales e injustas y la falta de políticas efectivas y no retóricas, a las que nos tienen acostumbrados.
Como hace 100 años tenemos que exigir:
• la limitación de la jornada de trabajo a ocho horas;
• la prohibición del trabajo infantil;
• el reposo ininterrumpido de 36 horas;
• igual salario por igual trabajo (trabajo femenino)
Y además, políticas efectivas a favor de:
• trabajo digno
• atención a la primera infancia (jardines matenales y/o infantiles)
• educación sexual para decidir
• anticoncepción para no abortar
• aborto legal, seguro y gratuito para no morir
Y en contra de:
• el acoso sexual en el trabajo
• la violencia familiar
• la violencia sexual
• la trata de mujeres y niñas
Reconocemos que existen denuncias, protestas y propuestas, que en general se hacen desde distintos movimientos de mujeres. Hasta este momento se realizan estos reclamos en forma fragmentada, y queda pendiente aglutinarse con los otros movimientos sociales que luchan por pan, trabajo, salud, educación, vivienda, recuperación del patrimonio nacional y por libertad y demo-cracia sindical o como señala Julio Gambina en un artículo del 14 de febrero: “el problema es el ‘modelo productivo’ capitalista, lo que supone decisiones mercantiles avaladas por un régimen legal y una política (económica) que no discute los modos para asegurar Soberanía Alimentaria (también energética y financiera), lo que pondría en discusión el régimen de propiedad de la tierra y la dominación monopolista en el enca-denamiento productivo que dirigen las transnacionales de la alimentación y la tecnología para su producción”.
Ester Kandel es escritora. Egresada de la carrera de Ciencias de la Educación de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.

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