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El Mito Guzmán

El Mito Guzmán

“No hagas a otros lo que no quieres que los otros hagan contigo,” reza el texto evangélico. Nadie merece ser asesinado por sus ideas, nunca. Ah, pero cuidado, también  ”el que mata por la espada, por la espada morirá.” He ahí el riesgo de matar, o azuzar a otros para que lo hagan, riesgo que Jaime Guzmán, conscientemente, decidió correr. Los partidarios más radicales de la dictadura de Pinochet no aceptarán nunca que el régimen de sus amores fue terrorista, anti-libertario y anti-democrático, aunque los hechos que respaldan este aserto estén a la vista y en sus narices, y hayan sido  acreditados por todos los organismos multinacionales políticos y humanitarios imaginables.

Por lo tanto, sería igualmente imposible que se convenzan que Jaime Guzmán, el principal ideólogo y colaborador de ese régimen, fue co-responsable directo de las atrocidades que se cometieron en su ejercicio. Los que  hoy tanto claman por justicia en el caso Apablaza, debieran saber que Guzmán bloqueó, siempre, toda posibilidad de hacer justicia a las víctimas de la dictadura . Fue él quien concibió y redactó la “Ley General de Amnistía” de 1978, que no fue“general,” sino un artilugio para librar de procesamiento a los agentes de la DINA autores de los miles de delitos de lesa humanidad que hasta esa fecha se habían cometido. Aquella ley, por cierto,  no tenía ninguna aplicabilidad, puesto que los delitos en ella involucrados eran y siempre han sido inaministiables, en virtud de los tratados internacionales que Chile había  suscrito hasta esa fecha, y que la dictadura nunca revocó. Tenía que volver la democracia, aunque no íntegra, para que esa ley fuese lanzada, por fin, al tarro de la basura.

Pues bien, Jaime Guzmán, abogado y académico, no podía desconocer la nula legalidad de ese burdo invento, y aun así, fue su creador y redactor. También fue el primer autor de la incambiable constitución de 1980, y fue él quien primero aconsejó “plebiscitarla,” cuando todas las libertades públicas estaban suspendidas, lo que, obviamente, hasta hoy y siempre le resta toda legitimidad. Es decir, fue “su” constitución la que lo hizo senador, de manera tan tramposa como el cuadro legal de su invento.

Guzmán, entonces, fue elegido senador (el título suyo que más claman sus partidarios) habiendo obtenido el tercer lugar entre cuatro candidatos, lo que no es posible en ninguna parte del mundo democrático de verdad. Entre las muchas actuaciones suyas que prueban su opción por la violencia terrorista de Estado, su ilimitada inescrupulosidad e integrismo político, está su participación directa en el caso de la ciudadana inglesa Sheila Cassidy. Poco se sabe de este espantoso capítulo, puesto que en Chile en 1975 no había libertad; así que aquí lo relato.

Ese año, esta mujer, que en Chile se convirtió en monja católica, era de profesión médico, graduada en 1963 nada menos que en Oxford, probablemente la universidad más importante del mundo. Cuando visitaba Chile, en calidad de activista católica en causas de derechos humanos, prestó auxilio profesional a un perseguido político herido a bala, en la iglesia y casa parroquial que ella habitaba. Cuando los agentes de la dictadura la arrestaron en ese lugar, el Cardenal Raúl Silva Henríquez pidió  personalmente al gobierno su liberación, puesto que, obviamente, además de extranjera, la mujer había curado a un hombre herido por razones nada más que humanitarias.

Guzmán, que siempre invocaba públicamente su condición de católico, se lanzó, sin pensarlo dos veces,  en una apasionada diatriba pública contra la persona del Cardenal, a la vez pidiendo al gobierno “investigar” a Sheila Cassidy, sabiendo perfectamente lo que le sucedería en manos de la DINA. Como era de esperar, el dictador oyó a su asesor, no al Cardenal, y la infortunada mujer, durante seis meses, fue sometida a las torturas más salvajes concebibles, irreproducibles aquí, porque se trata de una mujer.

Liberada en enero de 1976, merced a la presión del gobierno inglés, Sheila Cassidy dio cuenta  al mundo de su horrenda experiencia, además de relatarlas en su libro “Audacity to Believe” (La audacia de creer). En ese libro, que los udistas debieran leer, ha quedado consignada para siempre la infamante y cobarde acción de Guzmán. Pero hay más: la conducta de Guzmán en el caso Cassidy lo tuvo a punto de ser excomulgado, por desacato con escándalo a la primera autoridad eclesiástica. Si no lo fue, fue sólo porque, obligado por el Cardenal, debió pedirle perdón públicamente, lo que hizo en una brevísima nota aparecida en una perdida página del diario La Tercera. En suma, Guzmán, la mayor cabeza ideológica de un gobierno terrorista,  fue víctima de la violencia política que él mismo impulsó, programó y facilitó sin vacilaciones.

 

PROF. HAROLDO QUINTEROS. CRÒNICA DIARIO 21. JUEVES 14 DE OCTUBRE DE 2010.

 

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