Blogia
T r i b u n a c h i l e n a

El sismo y sus réplicas (sociales)

El sismo y sus réplicas (sociales) Oscar Taffetani (APE)

Privatizar las ganancias y socializar las pérdidas es una regla de oro del capitalismo y especialmente de este capitalismo periférico que nos toca, en donde la institucionalidad y ciertos pactos mínimos acerca del funcionamiento del Estado son puestos en cuestión a cada paso, sea por un terremoto o tormenta fuerte, sea por una diferencia en la liquidación de regalías, o bien por el descubrimiento de algún tesoro ignorado en las entrañas de la tierra (digamos, un yacimiento de petróleo) y por la discusión subsiguiente sobre quién habrá de quedarse con esa riqueza.


La matriz de la injusticia se reproduce en cualquier situación, con lluvia o con sol, con terremoto o sin él. Por eso la reconstrucción de Nueva Orléans, después de que una crecida del mar dejara al descubierto la (planificada) imprevisión de las casas mal fundadas y las defensas nunca construidas, favoreció a los mismos consorcios e inmobiliarias que habían sido causantes del desastre. El casco histórico se libró de los pobres excedentes (es decir, ésos que no son pintorescos y no le sonríen al turista) y la cuadrícula urbana fue replanteada desde cero, con créditos blandos que otorgó el Estado.


Así va a pasar en Haití (país que lleva a cuestas la tragedia de haber sido la cuna de la libertad en América, sin haber logrado nunca la institucionalización de esa libertad). Así va a pasar –al menos, en el corto plazo- en el querido Chile, devastado por terremotos y maremotos que se suceden al ritmo, cada vez más intenso, del calentamiento global.


Salvo los yacimientos chilenos de cobre, que fueron nacionalizados y estatizados para siempre por el gobierno de Salvador Allende (quien consiguió que la ley se votara por unanimidad en el Congreso), el resto de las riquezas y la infraestructura productiva de Chile fueron concesionadas o enajenadas durante la dictadura de Pinochet, e incluso durante los gobiernos de la Concertación. Ya lo dijo el ex presidente Ricardo Lagos, durante un debate en el Senado: “En el país existió un robo, el efectuado a las empresas públicas que ahora son privadas" (29/06/2005). Y lo dijo también la candidata -y hoy presidente saliente- Michelle Bachelet: "El país sabe que las privatizaciones durante la dictadura no fueron transparentes y que hay un juicio histórico que los chilenos tienen sobre ese oscuro proceso" (30/06/2005). Tras esas breves ráfagas de verdad y memoria (sin que se ejecutara una política en consecuencia), volvió a soplar el viento del olvido y Chile reeditó el “borrón y cuenta nueva” que tanto le gusta al capitalismo.


Claro que al producirse una catástrofe como esta última, quien deberá, una vez más, hacerse cargo de los muertos y de los vivos, de la infraestructura de transporte y de las comunicaciones, de la educación y de la salud de los chilenos, será el Estado. Y las concesionarias del agua potable y la electricidad, de las autopistas viales y las autopistas informáticas, de los fondos previsionales y las prepagas de la Salud, entre otras, se limitarán a hacer donaciones, efectistas donaciones, en los recitales a beneficio de las víctimas, en la Quinta Vergara.


Habrá créditos, nuevos créditos, para la “reconstrucción de Chile”. El primero de ellos, ya calculado por organismos internacionales, será de 1.200 millones de dólares, anticipando el Ministro de Obras Públicas, Sergio Bitar, cómo va a ser distribuido: “unos mil millones de dólares son de gasto para el Estado y el resto es por obras concesionadas…”


La deuda más antigua


“El terremoto dejó al desnudo la deuda social de Chile”, titula el diario argentino La Nación, acompañando un comentario de su corresponsal en Santiago, Carlos Vergara. “Las imágenes del espanto posteriores a la catástrofe –escribe el corresponsal- no parecen coincidir con las de un país ejemplar que tantos elogios ha cosechado en Washington y en el resto del mundo por la continuidad de un modelo económico que impulsó el desarrollo del país”.


“Las estadísticas son elocuentes. Pese a sus más de 20 tratados de libre comercio, a sus 25.870 millones de dólares en reservas internacionales y a las auspiciosas proyecciones del Fondo Monetario Internacional (FMI), de que el país lideraría el PBI per cápita a nivel regional hasta 2014, con casi 15.000 dólares, la otra cara del espejo es desoladora (…) Es un país en el que hay casi dos millones de pobres y más de 500.000 personas en estado de indigencia, que al mismo tiempo posee carreteras que permiten llegar de la precordillera al aeropuerto en menos de 15 minutos”.


Nada que agregar a las palabras de Carlos Vergara. Salvo que el mismo medio para el que trabaja, y otros muchos, hasta hace unas pocas semanas, eran parte del coro que elogiaba sin retaceos el “modelo chileno”.


Vidas paralelas


Más allá de las diferencias, que son muchas, Chile y la Argentina llegan a sus respectivos bicentenarios con dolorosas coincidencias: ambos son países en donde se planificó y ejecutó un diseño de “economía social de mercado” en el que la razón de los lobbies empresarios fue más importante y más atendible que cualquiera de las razones del Estado. Un darwinismo social reciclado se impuso como doctrina, consagrando la desigualdad, el poder del más fuerte y una arrasadora amnesia sobre las conquistas populares.


La foto, patética, de ese Chile transculturado y amnésico, es Pelotón VIP, una versión televisiva y militarizada de Gran Hermano, cuyas cámaras se quedaron filmando sin sonido ni respuestas el temblor de la noche del 27 de febrero. En la Argentina, una foto equivalente sería la del impúdico empresario Ricky Fort, paseando en un Rolls Royce por la calles de Miami y poniendo en pantalla una interminable serie de imbecilidades.


Hubiéramos deseado un terremoto que se tragara a un tiempo a los reclutas del Pelotón VIP chileno, a Ricardo Fort y a su fábrica de chocolates. Pero no llegó. Tal vez, más adelante. Mientras tanto, debemos convivir con la injusticia, con la maldita injusticia, tan sólo apostando a muchachas como Martina Maturana, la niña-héroe de Juan Fernández, que puso en práctica (así lo hubiera escrito Don Milani) el sagrado deber de no obedecer.


Fuente imagen: APE

0 comentarios