Blogia
T r i b u n a c h i l e n a

El Holocausto negado

El Holocausto negado El silencio mentiroso de los que saben

De John Pilger

“Cuando la verdad es reemplazada por el silencio”, dijo el disidente 
soviético Yevgeny Yevtushenko, “el silencio es una mentira”. Puede 
parecer que se ha roto el silencio en Gaza. Las mortajas verdes de 
los niños asesinados, junto con las cajas que contienen a sus padres 
desmembrados y los gritos de dolor y rabia de todos en ese campo de 
muerte junto al mar pueden verse en Al-Jazeera y YouTube, incluso 
vislumbrarse en la BBC. Pero el incorregible poeta ruso no se refería 
a eso tan efímero que llamamos noticias, estaba preguntándose por qué 
los que conocen el porqué nunca lo dicen y, por tanto, lo niegan. 
Entre la intelectualidad angloamericana, esto es especialmente 
notable. Son ellos los que guardan las llaves de los grandes tesoros 
del conocimiento: las historiografías y archivos que nos llevan al 
porqué.

Ellos saben que el horror que hoy cae sobre Gaza tiene poco que ver 
con Hamás o, como dicen absurdamente, con “el derecho a existir de 
Israel”. Saben que lo que es cierto es lo opuesto: que el derecho de 
Palestina a existir fue cancelado hace 61 años, que la expulsión y, 
en caso de ser necesario, extinción de la población nativa fue 
planeada y ejecutada por los fundadores de Israel. Saben, por 
ejemplo, que el infame “Plan D” resultó en la criminal despoblación 
de 369 pueblos y ciudades palestinas a manos de la Haganah (ejército 
judío) y que las sucesivas masacres de civiles palestinos en lugares 
como Deir Yassin, al-Dawayima, Eilaboun, Jish, Ramala y Lydda 
aparecen en los registros oficiales como “limpieza étnica”. Al llegar 
a la escena de esta carnicería, el general Yigal Allon preguntó al 
primero de los primeros ministros israelíes, David Ben-Gurion: “¿Qué 
hacemos con los árabes?” Ben Gurion, según nos informa el historiador 
israelí Beny Morris, “hizo un gesto desdeñoso pero enérgico con su 
mano y dijo: ‘Expúlsalos’”. La orden de expulsar a una población 
entera, “sin importar la edad”, fue firmada por Yitzak Rabin, un 
futuro primer ministro promovido por la propaganda más eficiente del 
mundo como un hombre de paz. La terrible ironía de todo esto llamó la 
atención sólo de pasada, como cuando el colíder del Partido Mapan, 
Meir Ya’ari señaló “cuán fácilmente” los líderes israelíes hablaban 
de cómo era “posible y permisible coger mujeres, niños y personas 
mayores y llenar con ellos las carreteras, porque ése es el 
imperativo de la estrategia… quienes recordamos quién utilizó estos 
medios en contra de nuestro pueblo durante la [Segunda] Guerra… 
estamos horrorizados”.

Cada “guerra” que Israel ha llevado a cabo ha tenido el mismo 
objetivo: la expulsión de la población nativa y el robo de más y más 
tierra. La mentira de David y Goliat, de la víctima perenne, alcanzó 
su apogeo en 1967 cuando la propaganda se convirtió en una furia 
justificada que alegaba que los estados árabes habían golpeado 
primero. Desde entonces, gente que dice la verdad, principalmente 
judíos, como Avi Schlaim, Noam Chomsky, la difunta Tanya Reinhart, 
Neve Gordon, Tom Segev, Yuri Avneri, Ilan Pappe y Norman Filkenstein 
han desmentido estos y otros mitos y han revelado un estado que 
carece ya de todas las humanas tradiciones del judaísmo, cuyo 
implacable militarismo es el resultado de una ideología 
expansionista, sin leyes y racista, llamada sionismo. “Parece”, 
escribió el historiador israelí Ilan Pappe, el 2 de enero, “que 
incluso los más horrendos crímenes, como el genocidio de Gaza, son 
tratados como eventos de violencia ajenos a cualquier cosa que haya 
sucedido en el pasado y sin relación con ideología o sistema alguno… 
De un modo muy parecido a cómo la ideología del Apartheid explicaba 
las políticas opresivas del gobierno sudafricano, esta ideología – en 
su versión más consensuada y simple – ha permitido a todos los 
gobiernos israelíes del pasado y del presente deshumanizar a los 
palestinos donde quiera que estén y ha intentado destruirlos a toda 
costa. Los medios para lograrlo han cambiado de periodo en periodo, 
de lugar en lugar, como lo ha hecho la narrativa que encubría estas 
atrocidades. Pero hay un patrón claro [de genocidio]”.

En Gaza, la inanición forzada y la negativa a proveer de ayuda 
humanitaria, el saqueo de recursos básicos como el combustible y el 
agua, la negativa a proveer de medicinas y tratamientos, la 
destrucción sistemática de la infraestructura y el asesinato y 
mutilación de la población civil, el 50% de los cuales son niños, se 
ajusta a los criterios internacionales de la Convención sobre 
Genocidio. “¿Es una exageración irresponsable”, preguntó Richard 
Falk, relator especial de las Naciones Unidas sobre Derechos Humanos 
en los Territorios Palestinos Ocupados y autoridad en Derecho 
Internacional en la Universidad de Princeton, “asociar el trato que 
reciben los palestinos con este criminalizado registro Nazi de 
atrocidad colectiva? Yo creo que no”.

Al describir un “holocausto en ciernes”, Falk aludía al 
establecimiento de guetos judíos por parte de los Nazis en Polonia. 
Durante un mes, en 1943, los judíos polacos cautivos, dirigidos por 
Mordechaj Anielewiz, repelieron al ejército alemán y a las SS, pero 
su resistencia fue aplastada y los Nazis finalmente se vengaron. Falk 
también es judío. El holocausto en ciernes, que comenzó con el Plan D 
de Ben Gurion, está en sus últimas fases. La diferencia hoy es que es 
un proyecto conjunto entre EE. UU. e Israel. Los cazabombarderos 
F-16, las bombas “inteligentes” de 250 libras GBU-39, proporcionadas 
la víspera del ataque a Gaza, aprobadas por un Congreso dominado por 
el Partido Demócrata, más los 2.400 millones de dólares anuales en 
“ayuda” para hacer la guerra le dan a Washington un control de facto. 
Cuesta creer que el presidente electo Obama no estuviera informado. 
Al hablar abiertamente sobre la guerra de Rusia en Georgia y el 
terrorismo en Bombay, el silencio de Obama sobre Palestina indica su 
aprobación, que es de esperar, dado su servilismo hacia el régimen de 
Tel Aviv y sus grupos de presión durante la campaña presidencial y 
qué decir del nombramiento de sionistas como su secretaria de Estado, 
jefe del Estado Mayor y los principales consejeros sobre Oriente 
Medio. Cuando Aretha Franklin cante Think, su maravilloso himno a la 
libertad de los 60, en la investidura de Obama como presidente, el 21 
de enero, confío en que alguien con un corazón valiente como el de 
Muntadar al-Zaidi, el lanzador de zapatos, gritará: “Gaza”.

La asimetría entre conquista y terror es clara. El Plan D es ahora la 
“Operación Plomo Fundido”, que a su vez es la “Operación Venganza 
Justificada”. Esta última la llevó a cabo el Primer Ministro Ariel 
Sharon en 2001 cuando, con la aprobación de Bush, utilizó los F-16 
contra los pueblos y ciudades palestinos por primera vez. El mismo 
año, el acreditado informe Jane’s Foreign Report reveló que el 
gobierno de Blair había dado a Israel “luz verde” para atacar 
Cisjordania después de que se le mostraron las intenciones secretas 
israelíes de llevar a cabo un baño de sangre. Es algo típico del 
Nuevo Partido Laborista su permanente y vergonzante complicidad en la 
agonía de Palestina. Sin embargo, el plan de Israel de 2001, según 
Jane’s, necesitaba como “detonante” un atentado suicida que causara 
“numerosos muertos y heridos [porque] el factor ‘venganza’ es 
crucial”. Esto “motivaría a los soldados israelíes a aplastar a los 
palestinos”. Lo que alarmó a Sharon y al autor del plan, el general 
Shaul Mofaz, jefe del Estado Mayor israelí, fue un acuerdo secreto 
entre Yasir Arafat y Hamás para prohibir los ataques suicidas. El 23 
de noviembre de 2001, agentes israelíes asesinaban al líder de Hamás, 
Mahmud Abu Hunud, y obtuvieron su “detonante”: la reanudación de los 
ataques suicidas en respuesta a este asesinato.

Algo curiosamente similar ocurrió el pasado 5 de noviembre, cuando 
las fuerzas especiales israelíes atacaron Gaza, asesinando a seis 
personas. De nuevo, consiguieron su “detonante” propagandístico. Un 
alto el fuego iniciado y sostenido por el gobierno de Hamás – que 
incluso encarcelaba a quienes lo violaban – fue hecho añicos por el 
ataque israelí y los cohetes caseros se dispararon contra lo que 
solía ser Palestina antes de que sus ocupantes árabes fueran 
“barridos”. Después, el 23 de diciembre, Hamás ofreció renovar el 
alto el fuego. Pero la farsa de Israel era tal, que su asalto máximo 
sobre Gaza ya estaba planeado desde hacía seis meses antes, de 
acuerdo con el diario israelí Ha’aretz.

Detrás de este sórdido juego está el “Plan Dagan”, que toma su nombre 
del general Meir Dagan, quien participó, con Sharon al mando, en la 
sangrienta invasión del Líbano de 1982. Actualmente jefe del Mossad, 
el organismo de inteligencia israelí, Dagan es el autor de una 
“solución” que ha visto el encarcelamiento de los palestinos en un 
gueto por un muro que serpentea a través de Cisjordania y Gaza, 
creando, de facto, un verdadero campo de concentración. El 
establecimiento de un gobierno colaboracionista en Ramala bajo 
Mohammed Abbas es un logro de Dagan, junto con una campaña de hasbara 
(propaganda) transmitida por unos postrados, intimidados, medios 
occidentales, notablemente en EE. UU., que dice que Hamás es una 
organización terrorista dedicada a la destrucción de Israel y a la 
que hay que “culpar” de las masacres y el asedio de su propio pueblo 
durante dos generaciones, mucho antes de su creación. “Nunca habíamos 
estado en tan buena situación”, dijo el portavoz del Ministro de 
Exteriores israelí, Gideon Meir, en 2006. “Como resultado, la hasbara 
es ahora una máquina bien engrasada”. De hecho, la auténtica amenaza 
de Hamás es su ejemplo, como el único gobierno democráticamente 
elegido del mundo árabe, popular por su resistencia frente a los 
opresores y atormentadores de los palestinos. Esto quedó demostrado 
cuando Hamás desbarató un golpe de la CIA en 2007, un evento descrito 
en los medios occidentales como “la toma del poder de Hamás”. Del 
mismo modo, nunca se describe a Hamás como un gobierno, mucho menos 
como un gobierno democrático. Tampoco se habla de su propuesta de una 
tregua de diez años como un reconocimiento histórico de la “realidad” 
de Israel y su apoyo a una solución con dos estados, con una sola 
condición: que los israelíes obedezcan la ley internacional y 
finalicen su ocupación ilegal de territorios más allá de las 
fronteras de 1967. Como se demuestra cada año en la votación en la 
Asamblea General de la ONU, el 99 por ciento de la humanidad está de 
acuerdo. El 4 de enero, el presidente de la Asamblea General, Miguel 
d’Escoto, describió el ataque israelí sobre Gaza como una 
“monstruosidad”.

Cuando la monstruosidad está hecha y la población de Gaza está aún 
más dañada, el Plan Dagan contempla lo que Sharon llamaba una 
“solución al estilo 1948”: la destrucción de todo liderazgo y 
autoridad palestina, seguido de expulsiones masivas en 
“acantonamientos” cada vez más pequeños hasta llegar, quizá, 
finalmente, hasta Jordania. Esta destrucción de la vida institucional 
y educativa en Gaza está diseñada para producir, escribió Karma 
Nablusi, un exilio palestino en Gran Bretaña, “una visión Hobessiana 
de una sociedad anárquica, truncada, violenta, sin poder, destruida, 
intimidada… Hay que ver lo que sucede en Irak hoy en día: eso es lo 
que [Sharon] tenía previsto para nosotros y casi lo ha conseguido”.

La Dra. Dalia Wasfi es una escritora estadounidense dedicada a 
Palestina. Su madre es judía y su padre es un musulmán iraquí. “Negar 
el Holocausto es antisemita”, escribió el 31 de diciembre, “pero no 
estoy hablando de la Segunda Guerra Mundial, Mahmoud Ahmadinejad (el 
presidente de Irán) o los judíos askenazis. A lo que me refiero es al 
holocausto de que estamos siendo todos testigos y responsables en 
Gaza hoy y en Palestina durante los últimos 60 años… Ya que los 
árabes son semitas, la política de EE. UU. e Israel no puede ser más 
antisemita que esto”. Citó a Rachel Corrie, la joven estadounidense 
que fue a Palestina a defender a los palestinos y fue aplastada por 
una excavadora israelí. “Estoy en medio de un genocidio”, escribió 
Corrie, “que estoy apoyando indirectamente y por el que mi gobierno 
es responsable en gran medida”.

Al leer las palabras de ambas, me llama la atención el uso que dan a 
la palabra “responsabilidad”. Romper la mentira del silencio no es 
una abstracción esotérica sino una responsabilidad urgente que recae 
sobre aquellos con el privilegio de una plataforma. Con la BBC 
intimidada, como buena parte del periodismo, se permite solamente un 
vigoroso debate dentro de unas fronteras inamovibles e invisibles, 
siempre temerosos de la mancha del antisemitismo. Las noticias sin 
difundir, mientras tanto, son que el número de muertos en Gaza es 
equivalente a 18.000 muertos en Gran Bretaña. Imagínenlo, si pueden.

Después, están los académicos, los decanos, los profesores y los 
investigadores. ¿Por qué guardan silencio mientras ven como se 
bombardea una universidad y escuchan a la Asociación de Profesores de 
la Universidad de Gaza suplicando ayuda? ¿Es que las universidades 
británicas de hoy, como cree Terry Eagleton, no son más que 
“Tescos” [cadena británica de supermercados, N. del T.] 
intelectuales, que producen en masa una mercancía conocida como 
graduados, en lugar de verduras?

Luego están los escritores. En el oscuro año de 1939, se celebró el 
Tercer Congreso de Escritores en el Carnegie Hall de Nueva York y los 
Thomas Mann y los Albert Einstein enviaron mensajes y hablaron bien 
alto para asegurarse de que la mentira del silencio se rompía. Según 
testimonios, 3.500 personas abarrotaban el auditorio y no se dejó 
entrar a más de mil. Hoy se dice que esta poderosa voz de realismo y 
moralidad está obsoleta, las páginas de reseña literaria aparentan un 
irónico desdén de irrelevancia, el falso simbolismo lo es todo. Y en 
cuanto a los lectores, hay que apaciguar su imaginación política, no 
encauzarla. El antimusulmán Martin Amis expresó esto muy bien en 
Visiting Mrs. Nabokov: “El dominio de uno mismo no es un defecto, es 
una característica evolutiva, así es tal y como son las cosas”.

Si así es tal y como son las cosas, nos vemos disminuidos como 
sociedad civilizada. Porque lo que ocurre en Gaza es el momento 
definitorio de nuestro tiempo, cuando o bien la inmunidad de nuestro 
silencio garantizará la impunidad de los criminales de guerra, 
mientras retorcemos nuestro propio intelecto y moralidad, o bien nos 
dará la oportunidad de expresar nuestras opiniones. Por el momento, 
prefiero mi propio recuerdo de Gaza: la valentía de un pueblo, su 
resistencia, su “luminosa humanidad”, como lo describiera Karma 
Nabulsi. En mi último viaje allí, tuve el honor de presenciar un 
espectáculo de banderas palestinas ondeando en los lugares más 
inverosímiles. Era el atardecer y los niños las habían puesto. Nadie 
les había dicho que lo hicieran. Hicieron los mástiles con palos 
atados juntos y unos cuantos escalaron un muro y sostuvieron la 
bandera entre ellos, algunos en silencio, otros llorando. Hacen esto 
todos los días cuando saben que hay extranjeros que se van, con la 
esperanza de que el mundo no los olvide.

Volver al índice

0 comentarios