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T r i b u n a c h i l e n a

Ideologías de la corrupción

Si se dispone de fondos propios, es posible usar el propio bolsillo. Pero si es la única alternativa, no estamos hablando entonces de una democracia, sino de una plutocracia encubierta, que llamamos de otra forma para apaciguar nuestra conciencia.



Álvaro Ramis

Centro Ecuménico Diego de Medellín

Existen variadas y diversas ideologías de la corrupción. Por ello, es necesario una fina disección para distinguirlas unas de otras. La más perniciosa de todas es la que convierte a la corrupción ajena en un insumo al servicio de la conveniencia personal.La mejor manera de acabar con la ética política es convertirla en un arma en el combate por el poder, porque en ese momento el discernimiento ético de la conducta de los dirigentes públicos se torna imposible, se hace fácil intuir que las acusaciones cruzadas que se lanzan no tienen otro propósito que saldar disputas y confrontaciones palaciegas.

En los viejos días de las monarquías, las cortes hervían de intrigas, donde insidias y calumnias servían para indisponer a un cortesano ante el rey. Obviamente, los delitos de entonces eran diferentes: se podía acusar a un consejero indeseado de ser hereje, o revelar sus amoríos con alguna sirvienta, o incluso sus incursiones en las tabernas frecuentadas por la plebe. En nuestros días, bajo nuevas formas y estrategias, este recurso sigue siendo usado con amplitud, porque suele redituar en la lucha por los cargos o las posiciones de autoridad. Es obvio: en esta guerra nada tiene que ver la sincera búsqueda de restablecer la moral y la ética pública, eventualmente dañadas.Se trata, de modo simple, de la utilización retórica de palabras como probidad y transparencia. Detrás de los gestos de calculada indignación, surge el dedo acusador que busca cabezas para hacer rodar ante una muchedumbre vociferante.

Y después de estas escenas de estudiada afectación, lo que nunca aparece es el debate sobre las estructuras corruptoras que permiten que los corruptos pasen, pero las prácticas perversas se mantengan.

Las publicitadas acusaciones de Jorge Schaulsohn parecen ser un ejemplo muy evidente de este empleo utilitarista de la moralidad pública. No obstante, su acusación dejó en el aire un debate que es necesario recoger: la existencia de otra “ideología de la corrupción”, que consistiría en un argumento legitimador basado en la lógica de las compensaciones: dado que la derecha dispone de tanto dinero en sus campañas electorales, eso habilitaría a la Concertación a abusar del erario fiscal. Obviamente, esta “ideología” cumple la función de apaciguar y legitimar el sistema, mediante la subordinación de los recursos ilícitos a los fines superiores.

El problema parece éticamente muy simple de resolver: como el axioma afirma que nunca un objetivo justo permite el uso de un medio injusto, esta ideología de las compensaciones electorales se cae por su propio peso. Pero, lamentablemente, no es tan fácil el fondo del asunto. El ex diputado y ex presidente del PPD no profundiza en su análisis, ya que da por sentado que un hipotético triunfo electoral de la derecha no constituiría un problema: “Yo no quiero ver a la oposición en el Gobierno no porque crea que sería malo para Chile, sino porque no comparto sus ideas. Si no fuera así, querría decir que es una mentira la democracia que decimos que hemos construido”, dijo de modo categórico. El tema es saber si esta democracia, donde el dinero es un factor tan determinante y crucial, es posible reconocerla como una democracia de verdad.

Cuando las elecciones se resuelven a punta de millones, en una compleja red de financiamientos oscuros, que entrecruzan los intereses de empresas y candidatos, es difícil establecer el lugar de la libre elección de la ciudadanía. Más importante parece ser el padrinazgo de las trasnacionales, o los compromisos adquiridos a priori por el candidato ante sus financistas. Entonces, no es tan claro lo que es peor: un candidato que no incurre en prácticas formalmente corruptas, pero subordinado a los intereses de quienes le financian, o un candidato que logra zafarse de las presiones privadas echando mano a los fondos públicos.

Esta discusión hace que nuevamente tengamos que discutir sobre medios y fines. No se trata de aceptar el mal menor, sino de reconocer que mientras las estructuras corruptoras se mantengan la única diferencia que separa actos igualmente repudiables es la intencionalidad que los motivó. ¿Qué se puede hacer cuando no existen medios lícitos para alcanzar nobles y justos fines? Ésa parece ser la paradoja de nuestra democracia, que castiga a los honestos y premia a quienes “aprovechan las oportunidades”.

La existencia de mecanismos y estructuras corruptas imposibilita que un ciudadano honesto pueda llegar a ocupar un puesto de representación pública sin que de una u otra forma se manche las manos: o se subordina a sus donantes particulares o utiliza recursos del Estado. Para el ex diputado Jorge Schaulsohn es fácil resolver esta paradoja: si se dispone de recursos propios, es posible usar el propio bolsillo. Pero si es la única alternativa, no estamos hablando entonces de una democracia, sino de una plutocracia encubierta, que llamamos de otra forma para apaciguar nuestra conciencia.

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