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T r i b u n a c h i l e n a

La micro y la macro

Las utilidades de las grandes empresas alcanzan niveles sin precedentes y el Fisco se regocija de sus superávit, pero a los de abajo la prosperidad les sigue resultando ajena

 

Joel Acosta Leyton, San Bernardo
(03/11/06)

PARA EL CIUDADANO común es difícil entender las cifras macroeconómicas que alientan o desalientan la economía del país. Es más, para el común es difícil entender el término "economía", menos si tiene el apellido "de mercado". Cifras sobre inversión, el Imacec, la tasa de cesantía, índices macros, subida o bajada del US dollar, mercado de valores y otras acepciones, sólo las manejan los iniciados.

Nosotros, el común de los ciudadanos, el porcentaje más alto de los habitantes de la larga y emergente faja, tenemos otras prioridades y entendemos muy bien el día a día:

- "Negrita, nos va a faltar plata para el gas, y no pagan hasta el 20..."
- "Ahí vemos. Voy a entregar unas costuritas...al Luchito le pidieron que llevara témpera..."

Diálogos reales, del mundo real entre el Lucho padre y la Margarita, que viven de allegados en la casa de un compadre.

La ciudad de la Concepción, capital de la VIII región y cuasi capital del reyno en los albores del mismo, vibra día y noche con un desarrollo económico notable. Aquí están afianzadas las más grandes empresas del país: CAP (otrora estatal), pesqueras, químicas, cementos, madereras y la celulosa....

Junto a este crecimiento llegan de inmediato los parásitos a ofrecer su mercancía en ofertas y liquidaciones con fabulosos descuentos: falabellas, cadenas de farmacias, pubs, bancos y financieras y generan la inmediatez y la discriminación a partir de sus vitrinas y slogans.

El Estado, ante tamaña bonanza, les construye carreteras y la infraestructura ad-hoc. Se puede encontrar cajeros automáticos hasta en los prostíbulos.

Y nos creemos el cuento, que en verdad está muy bien contado.

Hice un viaje desde La Concepción hasta Curanilahue. Una carretera digna de un país europeo, por donde circulan las 4X4 de los ejecutivos y los grandes camiones cargando los cadáveres arbóreos que alimentan la insaciable voracidad de las plantas de celulosa. Como corresponde la carretera ya no cruza los pueblos, como antes: Lota, Coronel, Laraquete... Se construyeron desvíos, by passes para usar la expresión en inglés y los pueblos intermedios continúan estancados en su miseria, pero los viajeros en sus 4x4 ni siquiera los divisan.

La super-carretera cruza bosques de pino radiata y eucaliptus en crecimiento, que traducido a los miserables pesos criollos deben significar muchos cilindros de gas y unas cuantas cajitas de témpera para el Lucho chico. Ni él ni sus padres verán nunca el "chorreo"; y si se atreven a robarse un pinito para navidad no se zafarán del juicio oral de la nueva justicia.

Las calles centricas de "Conce" nos deleitan con sus vitrinas y ofertones. Los "penquistas" que salen de sus trabajos pasean por la remodelada Barros Arana y hablan por celular. Pasadas las 9 de la noche las calles se visten de vida y aparecen los marginados del sistema, los miserables que describió en sus novelas Víctor, y transforman el paseo en una corte de los milagros. Se vende de todo en un angustioso griterío que ya no nos asombra:

" ¡ Sacar a cien, oiga...! ¡ Sacar a cien...!”. Una frase que traducida al lenguaje emocional podría significar “oiga, tengo hambre, oiga, también soy persona, oiga, míreme”.

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