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T r i b u n a c h i l e n a

La quimera del oro

escrito por Rafael Luis Gumucio Rivas   
miércoles, 25 de octubre de 2006
La posesión del oro es la expresión máxima de la estupidez de este depredador bípedo llamado hombre. Charles Chaplin se volvió loco en la película La quimera del oro y, acosado por el hambre, soñaba que sus zapatos se convertían en una suculenta y humeante gallina. Hernán Cortés quemó las naves por el oro y la Melinche fue capaz de traicionar a sus hermanos inaugurando, según Octavio Paz, el carácter artero de nuestra raza latinoamericana.


El oro, en California, significó la movilización de millones de seres humanos que lo único que buscaban era un gramo de tan preciado metal.

Daniel López Pinochet es, justamente, el carácter opuesto de estos ambiciosos locos que han marcado la historia: solamente es un ahorrativo general que, con razón, pensó en dejar asegurada su familia cuando muriera; por tal razón, fue capaz de prever todas las coyunturas posibles en la economía, como cualquier premio Nóbel de esta ciencia oculta; en épocas de auge invirtió en acciones, que rentabilizaron entre un 50 y un 100% anual; en épocas de baja compró bonos y, en épocas de gran crisis como en las del petróleo, varias toneladas de oro. Hoy viene de descubrirse, después de años, una presunta custodia de 9.000 kilos de lingotes de oro guardados en el Hong Kong and Shanghai Banking Corporation, (HSBC), el segundo banco más grande del mundo, después del Citibank. Según dicen los mal hablados, el valor de este depósito se calcula en 160 millones de dólares. Hasta el cronista más aturdido y corto de miras puede equivocarse en los montos de las cuentas de nuestro general (r). En el caso del Banco Riggs se comenzó la indagación por 8 millones de dólares y hoy vamos cerca de los 100 millones; si le sumamos los 160 U.S., estaríamos en un cuarto del billón de dólares. Ni siquiera Atahualpa, el rey Midas, que convertía todo lo que tocaba en oro, ni los faraones, ni otros cuantos buscadores del dorado; se dice que hay menos oro en la Laguna de Guatavita, en Colombia, que los millones que tiene nuestro emperador “dios sol”, el gran Daniel.

Según el abogado defensor de la familia, Pablo Rodríguez, nuestro empobrecido ex militar ha tenido que empeñar la siútica perla que lucía cuando se presentaba como caballero republicano, en el plebiscito de 1988, y sólo le queda el anillo de matrimonio, que lo ata hasta la eternidad a su amor y gendarme, Lucia Hiriart. Como siempre, el Ministerio de Relaciones Exteriores sigue marcando ocupado: el cónsul de Hong Kong se informa por El Mercurio y La Nación y no aporta ninguna información – dicho sea de paso, es el mismo personaje que salió del consulado de Montreal por sospechosas actuaciones durante el gobierno militar -; si el periodista Jenaro Prieto estuviera vivo, le cambiaría  el nombre a este reino de “Tontilandia a Robolandia”. El que no roba es un gil o es “rey de los huevones”.

Rafael Luis Gumucio  Rivas
 

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